viernes, 20 de junio de 2025

UNO DE LOS NUESTROS. DE LOS GOODFELLAS DEL PEUGEOT A LA ORGÍA DE OJOALVIRUS

 



«Que yo recuerde, desde que tuve uso de razón quise ser un gánster». 

Con esta inequívoca declaración de intenciones de un curtido por la vida Henry Hill arranca la obra maestra de Martin ScorseseUno de los nuestros (Goodfellas, 1990). A lo largo de la película, el niño Henry va creciendo y ascendiendo en el escalafón de la Familia, disfrutando de los placeres inagotables que otorga el poder, y del poder intocable que otorga el dinero. Desde muy joven, el gánster —magistralmente interpretado por Ray Liotta, y que existió en la realidad— sabe perfectamente qué significa eso de ser "uno de los nuestros": «Para mí, ser gánster era muchísimo mejor que ser presidente de los Estados Unidos. Antes de acudir por primera vez a la parada de taxis buscando un trabajo para después del colegio, sabía que quería ser uno de ellos, sabía que allí estaba mi futuro. Para mí, ser uno de ellos significaba ser alguien en un barrio lleno de don nadies. (…) Para nosotros vivir de otra manera era impensable, la gente honrada que se mataba en trabajos de mierda por unos sueldos de miseria, que iba a trabajar en metro cada día y pagaba sus facturas estaba muerta, eran unos gilipollas, no tenían agallas. Si nosotros queríamos algo lo cogíamos». 

Yo no sé si Santos Cerdán, Ábalos, Koldo y demás Familia quisieron ser gansters desde que tenían uso de razón. Ignoro a qué temprana edad se convencieron de que no querían ser un don nadie matándose en un trabajo de mierda por un sueldo de miseria. Tampoco sé exactamente cuándo empezaron a conocer el verdadero significado del lujo, el poder y el miedo que otorga el dinero, si fue con su primera paga o con su primer trapicheo juvenil. Y desconozco por completo si se sienten gilipollas cada vez que pagan una factura y si se han sentido gilipollas alguna vez (Ábalos sí, parece ser). Ni lo sé ni me importa. Lo que sí me importa, y mucho —y además me cabrea, y muchísimo—, es que se hayan tirado tropecientos años alimentando su bolsillo a cuenta de la mamandurria política, acumulando mordidas y trapicheos y amaños y favores sexuales mientras clamaban su honestidad y su feminismo por todos los rincones; viviendo por encima del bien y del mal, con total desprecio y desdén hacia la ética más elemental. Ser un tipo despreciable y un putero no es delito, pero robar –robarnos- sí. Y amañar elecciones también, aunque sean del partido. Y mentir en sede parlamentaria y ante el juez, también. Y enchufar a tu putita en empresas del Estado, también. Y adjudicar contratos millonarios a los amiguetes, o a uno mismo, también. Y prevaricar y ocultar pruebas y amañar concursos públicos y comprar favores y repartirse el dinero ajeno y un largo etcétera, también. Y jugar con la vida de las personas en plena pandemia, aún más.

Pero seres tan despreciables como este trío calavera (y los que quedan por destapar, ministros/as incluidos) no habrían mangoneado tantos años a sus anchas, creciendo y ascendiendo en el escalafón de la Familia, disfrutando de los placeres inagotables que otorga el poder y del poder intocable que otorga el dinero, si la Familia (el Partido) y su Capo no lo hubieran permitido. El Partido, sí. Con sus dirigentes y sus militantes en pleno. ¿Acaso eran intocables, los Tres del Peugeot? ¿Acaso nadie osaba? ¿Acaso nadie sospechaba? ¿Acaso nadie sabía? O es que nadie quería saber. Es curioso que cuando se empezó a destapar la alcantarilla (hace unos meses ya; o incluso más), el Partido y sus voceros miraban hacia otro lado mientras juraban y perjuraban limpieza absoluta, desinfección total; todo bulos y fango de la ultraderecha, de los pseudomedios, de la UCO patriótica. Pero ahora resulta que la cosa (la “cosa nostra”) viene de muchos años atrás, tiempo en el que no se ha hecho NADA.  No se ha limpiado NADA. No se ha desinfectado NADA.

«Es uno de los nuestros —se habrán susurrado unos a otros—, no podemos entregarlo a la masa rencorosa, a los ultras. Eso nos salpicaría. Y perderíamos credibilidad. Y votos. Y necesitamos esos votos por el bien de España. Nuestro votante entenderá». Y el votante se habrá susurrado, en voz muy bajita para que su conciencia no lo escuche: «Los otros también lo hacen; y además lo hacen mucho más». Ya sabes, el novio de Ayuso, Gurtel, la guerra de Irak, Franco, la explotación de las Indias por los Reyes Católicos…

Esto es España. Y aquí ser "uno de los nuestros" lo justifica todo. Porque los otros roban más. Los otros mienten más. Los otros son más malos. Malísimos, oye. Nosotros no, nosotros somos buenos y si hacemos algo malo es por el bien común, por el progreso, por el feminismo, por la democracia. Y los otros dirigentes callan y conceden. Y los barones y los militantes y los votantes y los socios… todos callan y conceden. Lo gracioso es que luego se quejan de que aborrezcamos a la clase política. «¡No somos todos iguales!» vociferan, indignados. ¡Indignados, ellos! Pero sí, son todos iguales; porque, aunque no lo hagan lo justifican, o no lo denuncian, o no lo persiguen, o no lo investigan, o no piden que se investigue. Sólo cuando la mierda les salpica de lleno se llevan las manos a la cabeza y braman (o hacen pucheros), con afectado dramatismo: «¡tolerancia cero contra la corrupción! ¡el que la hace la paga! ¡que actúe la Justicia caiga quien caiga!»… mientras esperan que un nuevo escándalo de "los otros" camufle su pestilente hedor a podredumbre.

El mapa de la corrupción en esta Familia tan progre, tan honrada y tan feminista es vastísimo y variadísimo; no son sólo los del Peugeot. El Fiscal General, la cátedra de la señora de Sánchez, el hermanísimo, los ministros de las mascarillas, el aforado de Extremadura, las empresas contratantes, el amiguito de Delcy y Maduro, el rescate de Air Europa, los favores, Navarra… Pero no pasa nada, nadie paga nada. Todo es un bulo hasta que se demuestre lo contrario. Y cuando se demuestre, también. Aquí nadie va a chirona (¡ni siquiera Griñán y compañía!). Ya lo arreglaremos. Ya lo esconderemos. Aquí, todos a una. Somos Familia. Somos intocables.

Y éste es el verdadero mal de España. La maldita impunidad. El saberse justificado y arropado por "los nuestros". Como la mafia.

Y lo peor, lo verdaderamente triste y patético, es que estos chorizos de medio pelo, y todos esos corruptos y sinvergüenzas, lo que están robando son nuestras carteras, nuestras pensiones, nuestro trabajo, nuestros desvelos, nuestro futuro y el de nuestros hijos. Nos están robando nuestro dinero, a manos llenas, para disfrutar de los placeres inagotables que otorga el poder, y del poder intocable que otorga el dinero. Con la impunidad de nuestro silencio, de nuestra cobardía o de nuestra impotencia. Y con la sucia complicidad de la maquinaria política y mediática del Estado.

¡Gracias a Dios que tenemos a la UCO y al periodismo comprometido con la verdad!

 

Termino con una imagen rotunda, demoledora, salida de la fuente inagotable de irónica sabiduría que son los Asterix de Uderzo y Goscinny. Una viñeta antológica (ver “Asterix en Helvecia”) que podría perfectamente ilustrar la portada del Informe de la UCO. Y esa frase lapidaria, indignada, sobreactuada, ¿no te la imaginas en boca de Ábalos, Koldo o Cerdán? «¡ME HAN NOMBRADO POR UN AÑO! ¡DISPONGO DE UN AÑO PARA HACERME RICO! Antes de que Roma reaccione, ya estaré lejos. ¡Lejos y forrado! Mi vida será un laaargo y continuado banquete…» Una orgía memorable en el Parador de Teruel, o en el de Siguenza, con la Jesi, la Anais, la rumana, Miss Asturias, la Carlota, la Jeni, la Nicole…

Repito: ¡Gracias a Dios que tenemos a la UCO y al periodismo comprometido con la verdad!

 



lunes, 26 de mayo de 2025

El milagro de Lourdes existe. Se llama DAR

 



Dice Jorge Font, el más poeta de los héroes de Lo Que De Verdad Importa, que si no vas a un congreso de LQDVI no te pasa nada; pero si vas, te pasa algo seguro. Por lo menos un buen revolcón a tus ideas / prioridades / sueños / realidades (llámalo como quieras). Y tiene razón, Jorge. Yo lo he visto año tras año y también lo he experimentado en mi propia carne. Así que lo puedo confirmar con conocimiento de Causa (con mayúscula).

Lo mismo sucede con la peregrinación al Santuario de Nuestra Señora de Lourdes, esa pequeña ciudad a los pies de los Pirineos que se ha convertido en uno de los más importantes destinos del cristianismo desde 1858. Y muy especialmente si acudes como hospitalario, acompañando a enfermos de todo tipo, condición y gravedad. Una experiencia religiosa –y luminosa- para millones de peregrinos de todos los rincones del planeta, pero sobre todo una experiencia humana. Muy humana. Y, como suele pasar con estas cosas, también incomprensible para muchos, que lo ven desde fuera con ignorancia, con agnosticismo o incluso con burla. Nada nuevo.

Y esa es precisamente la clave, que lo ven desde fuera. Porque lo de Lourdes hay que vivirlo, hay que palparlo, hay que sentirlo. Sólo desde dentro, desde muy dentro, puedes entender mínimamente lo que allí ocurre. Que es mucho. Y todo es cierto. Y todo es bueno.

 


La Caravana de la Esperanza

Sólo desde dentro, desde muy dentro, puedes entender que haya enfermos con graves dolencias, con males incurables, con discapacidades extremas, que quieran sufrir un incómodo y agotador viaje en autobús con la improbabilísima esperanza de una curación milagrosa, que saben que no les va a tocar esa lotería, pero van a pesar de todo. Y no se cabrean con la Virgen de Lourdes, ni reniegan de su fe, ni se ciscan en los santos ni en los curas ni en el mismísimo Dios. Muy al contrario. Regresan renovados y felices. Contando los días para volver, porque muchos de ellos repiten año tras año. La Caravana de la Esperanza.

Sólo desde dentro, desde muy dentro, puedes entender que haya voluntarios y voluntarias (los hospitalarios) capaces de entregarse de tal manera que hacen cosas que no creerías (como diría el replicante Roy Batty); que no creerían ni ellos mismos antes de salir de Madrid. Cosas que en su otra vida, su vida “normal”, son demasiado duras, demasiado penosas, demasiado desagradables, demasiado insoportables y que aquí, en esta pequeña ciudad del sur de Francia, por alguna misteriosa (¿milagrosa?) razón, en lugar de provocar lágrimas o arcadas, provocan sonrisas, complicidad, miradas limpias y un amor a prueba de terremotos. Porque aquí, en la Hospitalidad de Madrid (y especialmente en el Equipo Rosa), sólo hay “personas bonitas”, que diría mi amigo Cake Minuesa.

Sólo desde dentro, desde muy dentro, se puede sentir la devoción, la gratitud, la fe. El silencio. La humildad extrema. La DIGNIDAD. Y la oración sincera y profunda, sin postureos, sin golpes de pecho. Sólo allí, en esa gruta nacida de una simple roca, aparentemente nada, se puede sentir el respeto más universal que se pueda sentir en esta Tierra nuestra. El respeto entre naciones, el respeto entre enfermos y sanos, el respeto a todas las creencias y no-creencias; el respeto a lo sagrado, a los símbolos, a lo incomprensible, a lo inconcebible. El respeto a la esperanza, vana o no, de los millones de personas que peregrinan a Lourdes desde hace 167 años.

Enfermos o sanos, todos buscando algo, y no necesariamente lo mismo. Unos curación física, otros curación espiritual; unos perdón, otros compañía; unos llenar su vacío, otros vaciar su mochila, o su ego; o cumplir una promesa, o hacer feliz a su padre, o reencontrarse con viejos amigos, o volver a sentir el abrazo de su otra Madre… Cualquier excusa vale. Y vale mucho.



Sólo desde dentro, desde muy dentro, puedes entender que haya personas con una vida cómoda y fácil que decidan dejarlo todo –todo- durante unos días para abrazar un cambio tan radical, tan valiente y hermoso, año tras año durante décadas. Sin fallar ni uno. Algo que debería hacerte pensar, al menos, que eso no es un voluntariado normal. Que hay algo más. Algo que engancha más poderosamente que cualquier droga. Una bofetada descomunal que te descoloca (o te recoloca); un cambio de mirada al mundo y a las personas, a ti mismo, a tu entorno, a tu burbuja de cómoda seguridad, a tus principios y prioridades. Algo que te hace plantearte: ¿y si fuera yo el de la silla de ruedas, o el de la parálisis cerebral, o ese niño ciego y autista? ¿Cómo me lo tomaría? ¿Sería capaz de reírme, como ellos? ¿De cantar, de dar gracias a Dios, de rezar con el corazón? ¿Sería capaz de amar? ¿De querer vivir?

Son preguntas que sólo se pueden responder desde dentro, desde muy dentro. Mirando con el corazón. Descubriendo el valor de un abrazo. O de un beso con ruido, de los de abuela. O de una confidencia. O simplemente escuchando. O dando de comer a alguien que apenas sabe abrir la boca; o sumergiendo un cuerpo terriblemente deforme en esa agua milagrosa –helada- que ha curado a muchos y aún no ha hecho enfermar a nadie. O sintiéndote curado, aliviado, agradecido, incluso feliz, aunque no te haya tocado el gordo/milagro. Sí, hay que vivirlo para entenderlo. Como todo lo que lleva implícito el concepto de Amor, no se puede explicar. Es imposible de explicar.

Por eso, también es imposible convencer a nadie con palabras de dar ese salto al vacío, de probar su capacidad de entrega a los demás, su fuerza y su aguante frente al asco y el dolor y el agotamiento (lo único infernal en nuestra peregrinación son los horarios). Sólo vale rebuscar en tu conciencia ese gramito de generosidad que sabes que tienes, y lanzarte. Sólo tu corazón puede impulsarte a plantearte hacer ese profundo viaje interior que, seguro, va a obligarte a replantearte muchas cosas. Y eso es bueno. Y necesario.

 



Un regalo para el alma

Para los que no conozcan lo que supone ir al Santuario de Nuestra Señora de Lourdes con enfermos (de todo tipo: parálisis cerebral, ELA, síndrome de Down, tetraplejia, ceguera, autismo, cáncer, discapacidad intelectual…), la idea básica es que durante cinco días te olvidas de quién eres, de lo que eres, y te dedicas en cuerpo y alma a otras personas que, por la razón que sea, han tenido peor suerte que tú. Personas que tienen una vida bastante más dura y complicada que la tuya y que, durante unos días, se olvidan un poco de su día a día y viven el sueño esperanzador del milagro de Lourdes; o, simplemente, la alegría de estar ahí, en presencia de su segunda Madre, dejándose querer y abrazar. Y esa es tu prioridad como hospitalario, que durante esos cinco días se olviden también de lo que son, de lo que sufren. Tu responsabilidad es cuidarlos, atenderlos, escucharlos, entenderlos, aliviarlos; es reír con ellos, rezar con ellos, cantar y jugar con ellos; es abrazarlos y mimarlos, quererlos; es hacer que se sientan especiales (lo son), protagonistas de una experiencia que va más allá, mucho más allá, de un simple voluntariado. Para ellos y para ti.

Pero tú, que vas a darlo todo, y que de hecho lo das todo, eres quien más recibes. Porque la lección de dignidad, de gratitud, de generosidad, de alegría profunda y honesta, de limpieza de corazón, de simple y puro amor a la vida (a pesar de su durísima vida) es un verdadero regalo para el alma. Es un abrazo que te llevas puesto para siempre. Es un beso que se te queda marcado en la mejilla de por vida. Es una sonrisa –o una carcajada- que te ilumina el corazón con una luz que sólo es comparable a la Luz de la mismísima Virgen de Lourdes. Una luz que te alumbra sobre todo en los momentos oscuros de tu día a día, en los apagones sobrevenidos en tu pequeño mundo de quejas, de ombligos y de vacíos. Y ese es un regalo que no tiene precio, pero tiene un valor infinito.

 


El milagro Lourdes

¿Milagro? ¡Claro que hay milagro! El milagro de que todo aquel que va a Lourdes, sea cual sea su condición y creencias, se entrega en cuerpo y alma a los enfermos durante esos intensos días de peregrinaje (y algunas, como mi “prima” Tere, durante todo el año). Dar y darse, ese es el único misterio. Y el milagro de que todos, enfermos y hospitalarios, médicos y sacerdotes, volvemos a casa mucho más sanos (algunos, también, milagrosamente curados).

Dice un proverbio indio que lo que no se da, se pierde. Yo puedo asegurar que aquí, en Lourdes, no se pierde ni un miligramo de generosidad, de entrega, de puro amor al prójimo. Algo de lo que estamos tan necesitados en estos tiempos convulsos, ingratos y narcisistas. El milagro de dar sin medida, de darse en cuerpo y alma, de acoger y de aprender, y de recibir con los brazos y el corazón abiertos de par en par. Es a lo que hemos venido. Es lo que nos llevamos todos, sin excepción. Es la razón por la que muchos repiten año tras año. La razón por la que otros volvimos a comenzar el año pasado –con convencimiento, con ilusión renovada- donde lo dejamos cuatro décadas atrás. Con la promesa firme de que esto ya no puede quedarse aquí. Que el año que viene –y el siguiente, y el siguiente- volveremos Rocío y yo a curarnos de la vida en este pequeño rincón de los Pirineos. Volveremos a contagiarnos de todo lo bueno que emana de esa Luz y de ese manantial de agua milagrosa. Volveremos a vivir la experiencia de darnos como si no hubiera un mañana a una causa mucho más grande, mucho más gratificante y mucho más valiosa que nosotros mismos: los demás.

 





sábado, 8 de febrero de 2025

Mar afuera. Tengo alas que no puedes ver


Mi prólogo para el libro Mar afuera. Un viaje lleno de vidade Marimar García Garrido. 


Yo sé que a Marimar le gustan mucho las citas inspiradoras (y las de quedar, pero esa es otra cuestión). Sé también que le gusta mucho El Principito (de hecho, creo que está enamorada en secreto de ese pequeño idealista). Así que, aprovechando que el libro que tienes en tus manos abre cada capítulo con un par de citas inspiradoras, viene muy a cuento empezar este prólogo con un par de citas del inmortal personaje de Saint-Exupéry. Dos pensamientos que parecen escritos expresamente para Marimar. Uno es: «A veces no sabes lo que puedes hacer hasta que lo intentas como si supieras que lo vas a hacer»; y el otro, «El hombre se descubre cuando se mide con un obstáculo». Y podría añadir un tercero, «Sólo se ve bien con el corazón; lo esencial es invisible a los ojos».

Quien tenga la suerte de conocer a Marimar sabe perfectamente que se ha dedicado toda la vida a hacer cosas que no podía hacer, a vencer (fulminar) todo tipo de obstáculos y a mirar con el corazón más que con los ojos (que es también como debemos mirarla nosotros). Los que no tengan la suerte de haberla conocido descubrirán en este libro a una verdadera fuerza de la naturaleza, a una mujer incombustible e inquebrantable, a una soñadora capaz de hacer realidad la mayoría de sus sueños, a un alma generosa y entregada («darte a los demás te ayuda a dar sentido a tu vida»), a un ser que lleva el optimismo de serie, no importa cuánto o cómo la castigue su enfermedad; o la vida. Lo que vas a leer aquí es una historia, la de Marimar, que es una fuente de inspiración tan potente como El Principito. La diferencia es que nuestra protagonista es real.



«No me veo como una superwoman ni como una heroína. Tan solo soy una chica que vive unas circunstancias distintas» nos soltó en aquel congreso de Lo Que De Verdad Importa, cuando fue ponente de lujo hace unos años. Esas “circunstancias distintas” son que tiene el noventa por ciento de su cuerpo paralizado, únicamente puede mover los músculos del cuello y de la cara. Lo cual no le impide vivir y disfrutar la vida plenamente; ni mucho menos le impide ser feliz. Porque, para empezar, la cabeza la tiene muy bien armada Marimar, desbordante de actitud e inteligencia (¡es lista y rápida, la tía!); es culta e inquieta también, muy lectora y viajera; y posee un envidiable sentido común.

Pero lo que de verdad define y distingue a Marimar son dos cualidades que están más allá de la cabeza; bastante más allá. La primera, su extraordinario vitalismo. Ama la vida de una manera tan intensa, tan insaciable, con una fuerza tal que es casi un superpoder (aunque ella lo niegue); irradia unas ganas de vivir y de disfrutar cada momento, cada minuto, de las que es muy difícil no contagiarse por mero contacto. Un contagio muy beneficioso, por cierto.


La segunda cualidad typical Marimar es su sentido del humor, su inagotable capacidad de reírse –o carcajearse- de todo, con todos. Algo que es muy de agradecer para los que no tenemos el don de saber contar buenos chistes. Porque Marimar es de risa fácil. Se ríe con cualquier guiño, con cualquier tontería, con cualquier gracieta que pase por ahí. A veces con tal entusiasmo que, si no la conoces bien, piensas que se está ahogando. Literalmente. Puede parecer exagerado, pero lo cierto es que está todo el día deseando que la hagas reír. Y si echas un vistazo al álbum de su vida, te das cuenta de que en la mayoría de las fotos está riéndose, cuando no partiéndose de risa. Incluidos momentos muy duros. Marimar conoce perfectamente el poder sanador de la risa.

Ambas cualidades son un ejemplo mayúsculo para todos los que caminamos (sí, caminamos) por la vida arrastrando los pies, con la queja siempre acoplada sobre los hombros. Un peso ab-so-lu-ta-men-te insoportable que formamos acumulando nuestras pequeñas frustraciones, nuestros exagerados miedos y una rica variedad de problemas minúsculos que ––nos decimos con convicción- nos impiden volar. Marimar nos demuestra que ese peso ab-so-lu-ta-men-te insoportable es en realidad ab-so-lu-ta-men-te nada. Excusas. Miedo. Lo decía Jaume Sanllorente, fundador de Sonrisas de Bombay y muy querido amigo de Marimar: «el miedo te paraliza; es una cárcel que no te deja volar hacia tus sueños, pero cada uno de nosotros tiene la llave». Marimar, desde luego, tiene la suya bien a mano. Lo lleva demostrando desde los seis años, cuando comenzó su enfermedad. Nunca, nunca se ha dejado atrapar en esa cárcel de miedos; jamás ha dejado de volar hacia la vida, hacia sus sueños. Como canta Jimmy Buffett en aquella vieja canción, Wings (que también parece escrita para Marimar), «Tengo alas que no puedes ver / Tengo ruedas en mis pies /  Allí arriba me siento libre / En esas alas que no puedes ver».



Quizá quien no conozca a Marimar y no consiga ver esas alas no acabe de creerse del todo cuán alto es capaz de volar. Y es que esa silla de ruedas motorizada no pesa tanto cuando tienes unas alas como las suyas, que se alimentan de fuerzas muy poderosas: su fe, sus padres (Loli y Toni, dos fenómenos), sus hermanos, sus amigos, su viaje anual a Lourdes, su optimismo a prueba de frustraciones, su risa, su tenacidad, el cariño que recibe a espuertas allá por donde va; y esa frase que alguien le enseñó cuando era pequeña y que lleva grabada a fuego desde entonces: «No pienses en lo perdido, piensa en lo que te queda por hacer». Y así lleva toda su vida, volando con esas alas de libertad y tachando “cosas por hacer” de su interminable lista. La última, por el momento, escribir un libro. La siguiente, volar en globo.

«Creo que seguir adelante no es una opción, es algo obligatorio», nos recalca Marimar. Esta es la gran lección que descubrirás en las páginas de “Mar Afuera”. Un libro que, como diría Jorge Font (otro crack de la vida y gran admirador de Marimar), si no lo lees no te pasará nada; pero si lo lees, te pasa algo seguro.


Y por terminar con otra de esas citas inspiradoras que tanto le gustan a Marimar: «Aprovecha el día.  No dejes que termine sin haber crecido un poco, sin haber sido un poco más feliz, sin haber alimentado tus sueños». Nos lo recuerda Walt Whitman a ti y a mí. A Marimar, te lo puedo asegurar, no le hace ninguna falta. 


Un libro, en fin, para regalar y para regalarseEscrito a lo largo de estos años con mucho esfuerzo, cariño e ilusión por parte de Marimar (y con la inestimable ayuda y buen hacer de Mamen Sánchez). Inspirador como pocos. Sorprendente y entretenido, muy entretenido. Que está destinado a hacer mucho, mucho bien. Ese es su único objetivo. Casi nada...


jueves, 23 de enero de 2025

BENDITA JUVENTUD. Crónica del congreso de valores de Lo Que De Verdad Importa 2024

 


«La juventud de hoy ama el lujo. Es maleducada, desprecia la autoridad, no respeta a sus mayores y chismea mientras debería trabajar. Los jóvenes ya no se ponen de pie cuando los mayores entran en la habitación. Contradicen a sus padres, fanfarronean en la sociedad, devoran los postres en la mesa, cruzan las piernas y tiranizan a sus maestros».

Si tienes más de cuarenta años es muy probable que esta sea tu opinión sobre la juventud de hoy. No es nada nuevo. De hecho, la cita es de hace unos 2.500 años; y pertenece a Sócrates, para más señas. Es una etiqueta más, en este mundo híper etiquetado en el que vivimos (todos somos un hashtag); y quizá esté justificada, e incluso sea cierta; y puede que hasta sea razonable y necesaria esa actitud (juventud implica rebeldía, descontento, rechazo, novedad, cuestionarlo todo antes de aceptarlo ciegamente; esto es, evolución). Sin embargo, lo que hemos visto últimamente en Paiporta, Catarroja, Utiel, Alfafar, Benetússer o Massanassa niega rotundamente que la juventud española sea insolidaria, tirana e irrespetuosa; niega rotundamente que abomine del esfuerzo y del trabajo, que prefiera el lujo al barro o que no sea capaz de sacrificarse por una causa que no es la suya, por una gente que no es la suya. Niega rotundamente que nuestros jóvenes no sean capaces de enfrentarse cara a cara, sin miedo, a la frustración, al dolor, a la pérdida, al desamparo.

 

¿Generación de cristal? Sí, de cristal blindado

Ya lo decía Vicente Blasco Ibáñez, que además de escritor, revolucionario y fundador del periódico El Pueblo era valenciano: “La juventud es la edad de los sacrificios desinteresados, de la ausencia de egoísmo, de los excesos superfluos.” Lo demostró la marea de jóvenes que atravesó el Turia por la pasarela desde el primer día, a miles, sin que nadie los llamara; un ejército armado con palas, cepillos, cubos y botas de agua, y sobre todo con esperanza, que acudió al epicentro del desastre, sin preguntar; ellos simplemente se ofrecieron. Llegaron con su energía, con su fortaleza, con su optimismo, listos para enfrentarse a esa batalla incierta contra el barro, la destrucción, el caos, el abandono; una batalla cruenta contra el tiempo y la angustia, contra el miedo y el desamparo, contra la muerte; una batalla infame contra la irresponsabilidad y la ineptitud, contra el cálculo político, contra la desinformación y el fango mediático, contra la nefasta gestión de los que mandan. Contra la política, que todo lo corrompe, que todo lo embarra.

Sí, fueron nuestros jóvenes los que llegaron de todas partes de España en sus coches, en furgonetas alquiladas, en camiones de todos los tamaños, en tractores (con sus padres y abuelos agricultores). Llevando un gigantesco cargamento de ropa, alimentos, herramientas, medicinas; de esperanza y solidaridad, de una fe inquebrantable en que no hay imposibles, y tampoco límites. Sólo voluntad.

 


Más de 6.000 jóvenes con valores y con ganas de cambiar el mundo

Esa bendita juventud es la que también acudió en masa (más de 6.000, sold out total) al último Congreso de Valores de la Fundación Lo Que De Verdad Importa en Madrid, el pasado miércoles en el Palacio de Vistalegre.

Un Congreso, por cierto, que ese día cumplía 18 años de bendita juventud. Y es que la juventud fue protagonista absoluta del evento, no sólo por los 6.000 entusiastas invitados, también por los tres ponentes –extraordinarios, admirables, valiosísimos- que subieron al escenario para darnos caña. Tres historias de vida que, como suele pasar en estos congresos, nos sacudieron por dentro como un tsunami de valores no por esperado menos sorprendente. Una sacudida de las buenas, con lección y tirón de orejas. Para ellos, los jóvenes, y también para todos nosotros, los no tan jóvenes, que tantas veces nos creemos infalibles, incuestionables e imbatibles. Ya nos lo restregó el poeta alemán Friedrich Hebbel, allá por la mitad del s. XIX:  “A menudo se echa en cara a la juventud el creer que el mundo comienza con ella. Cierto, pero la vejez cree aún más a menudo que el mundo acaba con ella. ¿Qué es peor?” No, no hace falta que respondas.

 


Brianeitor. Un genuino campeón de la vida

Si has visto la película Campeonex, el exitazo dirigido por Javier Fesser, sabrás perfectamente quién es Brianeitor. Si eres aficionado a los vídeo juegos en general y a Team Heretics en particular, seguro que también lo conoces. Y si tienes menos de 25 años, puede que seas uno de sus doscientos sesenta mil seguidores en YouTube. Pero Brianaeitor no es solo un crack de los vídeo juegos, un tipo carismático de sonrisa picarona, querido y admirado por legiones de fans y “casi” ganador de un Goya. Es, sobre todo, muy buena gente. Eso es lo que más llama la atención de su historia. Probablemente por contagio: de su padre, que ha ejercido también de madre durante 22 años; de sus abuelas, que lo criaron y lo llenaron de amor a diario; de sus hermanos pequeños, de sus amigos incondicionales, de sus referentes en la vida.

Una vida que ha estado siempre rodeada de cariño y empatía, de bases sólidas cimentadas en los valores y en la actitud positiva frente a los problemas más gordos. Porque el suyo es un problema de los gordos. El nombre oficial es atrofia muscular degenerativa con espina bífida. Una putada que le ha prostrado en una silla de ruedas desde los cuatro años. Pero que él ha utilizado como lanzadera para volar, ser libre, cumplir sus sueños (los soñados y los inimaginables, como protagonizar Campeonex), superar todo tipo de dificultades con una sonrisa y, en fin, ser él mismo –alegre, optimista, auténtico- incluso en las peores crisis o en las operaciones más duras.



Desde muy pequeño, Brianeitor ha aprendido a vivir su enfermedad con naturalidad, con humor y con una actitud envidiable que nos resume en tres reflexiones: “Una: lo que de verdad importa es hacer feliz a la gente que te hace feliz, a la gente que te rodea y te quiere. Dos: en la vida siempre vas a tener problemas, la diferencia está en cómo los afrontas. Tres: si yo estando como estoy he cumplido sueños inimaginables, vosotros con esfuerzo y con ganas podéis conseguir lo que os propongáis”. Amén a eso. O, tomando el grito de guerra del propio Brianeitor: ¡¡VAMOOOOS!!

 

Carlos Llibre. Cumpliendo los 101 sueños de su hermano

Carlos y su hermano gemelo, Álex, siempre fueron uno. Desde muy pequeños eran inseparables, todo lo hacían juntos: los juegos, los estudios, el deporte, las gamberradas… Conforme fueron creciendo, también crecieron los retos y su afición por los deportes extremos, ya fuera en potentes motos o sobre los esquís, atravesando desiertos o escalando montañas, corriendo maratones o nadando en aguas abiertas. Siempre juntos. Hasta que hace siete años, en un accidente de moto cotidiano, Álex falleció y dejó a Carlos solo. Por primera vez y para siempre. Pero lo que tiene un alma deportista como la de Carlos es que los obstáculos se cruzan en tu camino para ser superados. De modo que, una vez superado el luto, al dolor y la tristeza se impusieron el desafío y el homenaje.



Todo empezó cuando, recogiendo la habitación de su hermano, Carlos encontró su lista de los 101 sueños que cumplir en la vida. Algunos de ellos ya los habían realizado juntos. Pero aún quedaban muchos sin tachar en la lista de Álex. Con la idea de ir cumpliendo los sueños de su gemelo, Carlos creó un movimiento aspiracional, ALL1 Team, bien arropado por amigos y familiares y con un lema vital: “Los sueños cuando son compartidos se cumplen”. El Ironman marcó el camino, pero también el Titan Desert y luego el Dakar, e intensas travesías por cualquier rincón del mundo pedaleando, caminando o esquiando. No importa dónde, no importa cómo, siempre rodeado de los suyos y en contacto con la naturaleza. Poniendo en movimiento valores como la generosidad, el esfuerzo, el amor y la pasión por la vida. Y, por encima de todo, el tributo, el recuerdo imborrable de una persona fuera de lo común, un tipo extraordinario que fue un ejemplo permanente de lo que de verdad importa: “Eres lo que vives, no lo que tienes”.

 

María Galán. Mis niños son mi razón de ser

María tiene 26 años, cara de niña –de niña buena- y una apariencia frágil, casi quebradiza. Eso si miras desde fuera. Porque en realidad María es increíblemente madura para su edad y tiene una fortaleza interior a prueba de bombas; un tipo de fortaleza que solo te proporciona el haber vivido y superado el lado más oscuro de la vida. Ese rincón apartado de nuestro brillante lado del planeta –el del primer mundo- donde reinan el sufrimiento, la enfermedad, el hambre, la carencia más absoluta. Un lugar (Entebbe, Uganda) en el que la media de edad es de 15 años. Ni siquiera llegan a ser jóvenes. Y es allí, en ese rincón olvidado y oscuro, donde hace cuatro años María decidió que estaba su vida. «Aquí encontré todos mis porqués y paraqués. Soy muy feliz».



Y es que sólo allí, en los brazos acogedores de la ONG Babies Uganda, fundada hace diez años por su madre y una amiga, Maribel, es donde María se encuentra en casa. Acogiendo y cuidando a niños que carecen de todo; proporcionando un poco de esperanza y futuro a familias que miran a los ojos de la muerte cada día; abriendo sonrisas y oportunidades donde antes sólo había dolor, impotencia y tristeza, y a menudo graves discapacidades. Una dramática realidad que María (@auntie_mariagalan) y el equipo de Babies Uganda trata de mitigar con mucho trabajo, mucho cariño y una ilusión contagiosa y tenaz. Hoy, aquel orfanato que iba a cerrar por falta de fondos hace diez años, ha crecido y acoge también Kikaya House (donde María vive con sus 32 peques), el colegio Infantil y de Primaria Kikaya Junior School (650 niños) y un recién estrenado centro de Secundaria, Kikaya Senior School (350 niños). Además de una clínica con sala de maternidad, laboratorio y atención primaria que da asistencia gratuita a miles de personas de la región.

Una lección potente, la de María, que nos recuerda la importancia de dar, de darnos a los demás. De compartir y compartirnos. La importancia de pensar que no somos el ombligo del universo y que más allá de nuestra ceguera de primer mundo hay otro mundo que nos necesita. Y que nos espera con los brazos abiertos.

 


Forever Young

Después de escuchar embobado los testimonios de Brian, Carlos y María, más todo lo que sucede de principio a fin en los congresos de LQDVI (la música, las actuaciones, las lágrimas, las risas, emociones a mansalva…), irremediablemente sales con una nueva visión de las cosas, con un nuevo orden de prioridades, con una refrescada actitud para enfrentarte a los (insignificantes) obstáculos de tu día a día. Sales con la idea de que la juventud de hoy no está, ni mucho menos, perdida; que hay esperanza -una esperanza justificada- en que las nuevas generaciones sepan hacerlo mejor que nosotros. Porque tienen más inteligencia, más aptitudes, más corazón y más coraje de lo que pensamos. Porque tienen la fuerza, la ilusión, la actitud, la luz interior, ¡la edad! para transformar la sociedad. Y más nos vale a nosotros dejarles hacer.

Por terminar con algo de música, que siempre es importante, estos días he escuchado con especial intención una de mis canciones favoritas del maestro Dylan. Un tema lleno de poesía, de buenos deseos y de valiosas lecciones escrito desde el corazón para su hijo Jakob. Y, de paso, para todos nosotros. Porque habla de muchas de las cosas que escuchamos el otro día en el congreso de Lo Que De Verdad Importa. Forever Young. Toda vuestra.

Que Dios te bendiga y te proteja siempre / que tus deseos se hagan todos realidad / que hagas siempre por otros y otros hagan por ti / que construyas tu escalera a las estrellas y subas cada peldaño / Que crezcas para ser virtuoso, / que crezcas para ser auténtico / que siempre conozcas la verdad / y veas las luz que te rodea. / Que seas siempre valiente, que seas firme y fuerte, / que seas por siempre joven.

 

Aquí te dejo el vídeo de Forever Young en el concierto The Last Waltz. Imprescindible.



 

sábado, 11 de enero de 2025

Don't Let the Old Man In. Una reflexión sobre la vejez, mi padre y Clint Eastwood




Hace unos años, Clint Eastwood compartía torneo de golf benéfico con su amigo el compositor y cantante de country Toby Keith. Clint le comentó que en unos días cumplía 88 años y estaba trabajando en su nueva película, The Mule, que iba a dirigir y protagonizar. Toby, admirado de la vitalidad y la energía de Clint, le preguntó qué le impulsaba a seguir trabajando. “No dejo entrar al viejo”, respondió. A Toby Keith le enamoró esta frase y le dedicó una maravillosa canción, Don't Let the Old Man In. Una bonita y emotiva balada country sobre un hombre rebelándose contra su vejez. El cantante envió a Clint Eastwood una demo de la canción y el director se rindió inmediatamente a su letra y a su melodía.

 

Don't Let the Old Man In se convirtió automáticamente en el tema principal de The Mule, que se estrenó en 2018, y también en un exitazo en las listas de country de todo el país. En septiembre de 2023 Toby Keith, que había sido diagnosticado de cáncer de estómago el año anterior, interpretó su canción en el 2023 People's Choice Country Awards, después de haber obtenido el premio Country Icon, y Don't Let the Old Man In volvió a resurgir con fuerza en las emisoras de country. El pasado 24 de febrero, Toby Keith falleció a los 64 años de edad víctima del cáncer, dejando un legado impresionante, prolífico e inmortal, en la música americana y universal.

 

Estas últimas semanas me ha golpeado con insistencia la canción de Toby Keith. Y es que el “viejo” está intentando colarse en el cuerpo y en la cabeza de mi padre desde que empezó la quimio (le diagnosticaron un linfoma en septiembre, recién cumplidos los 90). Estos días, que he estado turnando guardias con mi hermano y mis hermanas, me he dado cuenta de que, cada vez más, veo a mi abuelo (que nos dejó a los 96) en el cuerpo frágil, arrugado y tembloroso de mi padre. Un cuerpo condenado a un presente a caballo entre el miedo, el cabreo y la impotencia, con un futuro demasiado breve como para llamarlo futuro, y al que sólo le queda su pasado glorioso, cuajado de triunfos deportivos, de logros familiares y de amistades inquebrantables que se han ido quedando en el camino. Una vida mirando casi siempre hacia atrás.

 

Él, que fue subcampeón del mundo y coleccionó Grandes Premios de hípica por todo el mundo, ahora apenas puede recorrer el pasillo de su casa aferrado a su taca-taca, pasito a pasito. Él que fue campeón de España de tenis con 15 años y que jugó al pádel activamente hasta muy superados los 70, ahora apenas puede salir de la cama o vestirse sin ayuda. Él, que bailaba en las bodas de sus nietos y jugaba con sus bisnietas, que paseaba y conducía hasta hace solo tres meses, ahora apenas llega a tiempo al cuarto de baño en caso de urgencia. Él, que ha sido un brillante jugador de bridge durante décadas, un matemático ágil y de mente rápida y culta, hoy está en lucha permanente entre el hombre que fue y el que ya no es; entre la persona mayor que estaba increíble para su edad a los 89 y el viejo que quiere entrar a los 90, derribando la puerta a patadas para instalarse de manera permanente. Como un okupa indeseado e indeseable.

 

Pero, claro, derrotar por las buenas a un tipo que ha sido deportista de élite tantos años (uno de los mejores jinetes de su generación) y luego juez internacional de prestigio mundial durante otros tantos; derrotar por las buenas a un tipo que se licenció con matrícula en Derecho, que ha vivido la disciplina deportiva, el esfuerzo, el compromiso y el sacrificio desde los 16 años, que ha formado una familia unida y ejemplar que alcanza ya los 30 miembros (5 hijos, 20 nietos, 5 bisnietos) y que ha sido referente de valores y de coherencia en el deporte y en la vida para viejas y nuevas generaciones… derrotar por las buenas a un tipo así, que además cuenta con la fuerza extra de su mujer (mi madre, una santa con superpoderes), de sus cinco hijos (siempre al pie del cañón) y de sus fieles amigos y primos (los que le quedan vivos), y que cuenta con el favor especial del mismísimo Dios y de la Virgen, de los que nunca se ha separado ni un instante desde el día de su Primera Comunión, derrotar a un tipo así, digo, no es tarea fácil.

 

Así que ahí andamos todos –padre, madre, hijos, nietos, médicos, fisios, ciencia, fe y demás fuerzas activas-  atrancando la puerta con rabia para que no entre el viejo, golpeándole la cara con toda nuestra mala leche cuando asoma por la rendija a lo Jack Torrance, lanzándole maldiciones y quimioterapia y vitaminas y corticoides y todo lo que haga falta para mantenerlo ajeno y lejos, no al otro lado de la puerta, sino más allá del horizonte. Como el propio Clint Eastwood, galopando hacia la puesta de sol para no volver.

 

No, papá. No vamos a permitir que entre el viejo para quedarse. Aún te queda mucho camino que cabalgar, mucho obstáculo que saltar, mucho trofeo que conquistar. Y mucho cariño que recibir. En eso estamos.  

 

When he rides up on his horse
And you feel that cold bitter wind
Look out your window and smile
Don't let the old man in