miércoles, 26 de abril de 2017

Connery, Sean Connery: Nunca digas nunca jamás

Cuando Sir Thomas Sean Connery interpretó por sexta vez al agente James Bond en Diamantes para la Eternidad, 1971, decidió que estaba harto del personaje y que no volvería a interpretarlo “nunca jamás”. Su esposa le replicó: “Nunca digas nunca jamás”. Y, en efecto, doce años después Connery volvió a ser Bond. El título de la película, claro, Nunca Digas Nunca Jamás. Hoy, aprovechando el 40 aniversario de su primer Bond, James Bond, es un momento inmejorable para recordar, siquiera brevemente, a Connery Sean Connery. El Actor con mayúsculas.

El pasado verano, coincidiendo con su 80 cumpleaños, Sean Connery confirmó que abandonaba definitivamente la interpretación. Aunque ya lo había hecho de facto en 2003, año en que protagonizó su última película… hasta la fecha. Por si acaso, esta vez no ha dicho “nunca jamás”. Lo que aún nos da esperanzas, a los que amamos el buen cine y a los grandes actores, de que este grande entre los grandes vuelva a la pantalla.

    Porque Sean Connery es, sobre todo, un magnífico actor. Antes fue muchas cosas: repartidor de leche, soldado de la Marina, camionero, peón de granja, modelo artístico, salvavidas, tercer clasificado en el concurso de Mr. Universo… e incluso muerto y resucitado (tras una enfermedad, agencias de noticias japonesas y sudafricanas llegaron a dar parte de su muerte). Ha sido también el hombre más sexy del mundo y es fanático del golf, hincha del Celtic de Glasgow, de Marbella y, a pesar de sus muy ingleses personajes y haber sido nombrado caballero por la mismísima reina Isabel, es militante activo del Partido Nacionalista Escocés (por si las dudas, ya en la Marina se tatuó en un brazo Scotland Forever; en el otro, Mum and Dad).

 

Ha tenido sus amoríos, claro (“Qué pacífica sería la vida sin amor Adso. Qué segura. Qué tranquila. Y qué insulsa.” confiesa a su pupilo en El Nombre de la Rosa), pero lleva casado con su fiel Micheline Roquebrune 35 años; anteriormente lo estuvo con la actriz Diane Cilento, de 1962 a 1973. Fue precisamente ese año, 1962, su primera interpretación del agente secreto británico con licencia para matar (007 contra el Dr. No) y su pistoletazo de salida para la gloria. Luego llegaron otras seis. Pero Connery siempre trató de ser más que Bond, y durante esos años realizó grandes interpretaciones en películas como Marnie la ladrona (con el mismísimo Hitchcock), The Hill (dirigida por Sidney Lumet) u Odio en las entrañas (de Martin Ritt).

 

Coincidiendo con su segundo matrimonio, en 1975, realizó el que para muchos (el que suscribe entre ellos) es el mejor papel de su carrera: El hombre que pudo reinar, de John Huston, formando pareja con un Michael Caine en estado de gracia. Una película legendaria, cima del cine de aventuras coloniales y del universo de los perdedores marca de la casa Huston; un cóctel fascinante que combina humor, acción, masonería, épica, cinismo, socarronería británica y el deseo de todo ser humano de alcanzar lo divino ("No somos dioses, pero somos ingleses que es casi lo mismo"). Sublime de principio a fin.

 

Después llegaron otros personajes extraordinarios e inolvidables, como el Robin Hood crepuscular y desmitificado, pero aún atractivo y carismático, luchador y romántico, pícaro y divertido de Robin y Marian (1976), junto a la siempre perfecta Audrie Hepburn. De sus labios nació una de esas frases inmortales que nos regala el cine de vez en vez, cuando se hace arte: “Te amo más que a los niños, más que a los campos que planté con mis manos, más que a la paz, más que a la alegría, más que al amor, más que a la vida entera. Te amo más que a Dios”. Un final trágico y conmovedor para una obra maestra. Y un Connery en espléndida madurez, que comenzó su etapa más fructífera, muy alejado del Bond de sus éxitos y también de sus limitaciones. Memorables fueron sus papeles en El nombre de la rosa (1986), Los intocables de Elliot Ness (1987, su único Oscar), Indiana Jones y la última Cruzada (1989) o Descubriendo a Forrester (2000). “Tal vez no sea un buen actor, pero sería aún peor si hiciese otra cosa”. Pues no la haga, Sir Thomas Sean, no la haga nunca jamás.


domingo, 23 de abril de 2017

Moby Duck. La increíble odisea marina de 28.800 patitos.


En 1851 el escritor estadounidense Herman Melville inmortalizó a una de las criaturas marinas más terroríficas, fantasmales y destructivas de la literaura universal, Moby Dick. Ciento sesenta años después, el periodista estadounidense Donovan Hohn inmortalizó uno de los fenómenos marinos más curiosos, sorprendentes y misteriosos de la crónica universal, Moby Duck. La primera relató una historia de persecución y venganza entre la monstruosa ballena blanca y el obstinado y vengativo capitán Ahab. La segunda, una aventura de investigación y curiosidad, y la implacable persecución a 28.800 patitos de plástico protagonizada por el obstinado y reivindicativo Hohn.

Si Melville se hubiera topado con ese monstruo descolorido de miles de bocas sonrientes en uno de sus viajes en ballenero –pongamos, por ejemplo, el Acushnet- tal vez habría introducido ciertos cambios significativos en su mítica novela: «Llamadme Ismael. Hace unos años -no importa cuánto hace exactamente-, teniendo poco o ningún dinero en el bolsillo, y nada en particular que me interesara en tierra, pensé que me iría a navegar un poco por ahí, para ver la parte acuática del mundo (…) Probablemente habréis visto muchos fenómenos extraños, tiburones de siniestro talle, krakens de infinitos tentáculos, montañosas ballenas blancas, y cualquier cosa; pero os aseguro que nunca habréis visto un extraño y sorprendente fenómeno como esa mole enorme de 28.800 seres de descolorido amarillo, deslizándose por la superficie del mar con un rumor sordo, como un zumbido subterráneo en una vorágine de plástico y ojos que hacía contener el aliento al surgir de las aguas…»


La historia, en realidad, es bastante menos terrorífica que Moby Dick. Aunque nació en una tempestuosa noche, en mitad del Pacífico, hace ahora veinte años. Era el 10 de enero de 1992 cuando una violenta tormenta sorprendió, cerca de las Islas Aleutianas, a un carguero de bandera incierta que llevaba rumbo a Washington desde Hong Kong. Consecuencia del fuerte balanceo del barco, doce de los contenedores que portaba cayeron al mar; uno de ellos, propiedad de la compañía china First Years Inc, se abrió y dejó escapar todo su cargamento, 28.800 juguetes para la bañera: castores rojos, tortugas azules, ranas verdes y patitos amarillos. Sobre todo patitos amarillos. Flotando sobre el mar embravecido, el cargamento multicolor fue alejándose del barco empujado por el viento y las corrientes, hasta perderse en la oscura inmensidad de la noche.
            Ahí comenzó una odisea que aún hoy, veinte años después, no ha llegado a su fin. Las implacables corrientes oceánicas arrastraron a los patitos y sus amigos durante cientos, miles de millas, atravesando las frías aguas del Pacífico Norte para adentrarse en las aguas heladas del Ártico. Fue su primer destino. Muchos de ellos quedaron atrapados entre los hielos, pero otros tantos prosiguieron su ruta al encuentro de lejanas playas donde reposar, de Alaska a Escocia.

A lo largo de estos años, el vagar de estos miles de patitos no ha servido únicamente para que Donovan Hohn escribiera su libro Moby Duck. La verdadera historia de 28.800 patitos y otros muñecos de baño perdidos en el mar, y de los oceanógrafos, ecologistas y lunáticos que salieron en su busca. Dos de estos científicos, Ebbesmeyer e Ingraham, han podido estudiar las corrientes oceánicas de una forma que nunca antes había sido posible, gracias a los patitos; aprovecharon los movimientos de los juguetes para estudiar el giro oceánico del Pacífico Norte (una gran corriente constante y circular), entre Japón, Alaska y las Islas Aleutianas, descubriendo por primera vez que un objeto tarda tres años en completar el ciclo. Durante dos décadas han llevado un concienzudo registro de las veces que los patitos o los castores han sido vistos, y cuánto han tardado en llegar a esos puntos; aunque deben andar ojo avizor pues el entusiasmo colectivo ha provocado que a menudo les envíen patitos falsos.
El seguimiento científico de esta flotilla antes multicolor y ahora descolorida ha permitido también ayudar a los expertos a controlar y conservar las reservas de pescado, a entender los efectos del calentamiento polar e incluso a resolver casos de muertes ocurridas en altamar (accidentales o alevosas), haciendo un seguimiento retroactivo del recorrido de los cadáveres. Si bien nadie sabe con certeza lo que ha sido de la mayoría de estos patitos navegantes, Donovan Hohn se ha embarcado en su propia aventura durante años para resolver el misterio. «Tenía que ser un trabajo breve. Me ha costado sin embargo cinco años y viajes por todo el planeta». Comenzando por la fábrica donde nacieron, en China, y luego Escocia, Hawaii, el Océano Ártico, el Estrecho de Bering. En su largo vagar en busca de Moby Duck («¡Por ahí resopla!») sólo ha encontrado un muñeco en tierra, un castor, en una playa escondida de Alaska; un hallazgo que ahora guarda como un tesoro. Al igual que cientos de coleccionistas en medio mundo que han tenido la fortuna de toparse con uno de estos valerosos navegantes que llevan 20 años desafiando al océano salvaje. Una vez comprobada su autenticidad, claro.

Al final, la peripecia de estos 28.800 patitos y la de su incansable perseguidor, ha servido para concienciarnos, un poco más, sobre la contaminación implacable que soporta el mar (son miles los contenedores que caen al océano cada año), el minucioso trabajo de los oceanógrafos, la arriesgada vida de marineros y pescadores, nuestra adicción al plástico y el oscuro mundo del transporte marítimo y las fábricas chinas. Algo que no es un juego de niños, precisamente.

Ya saben, si se topan próximamente con un patito descolorido y de expresión cansada, firmado por First Years Inc, cuídenlo con mimo. Un buen baño caliente le sentará de maravilla. Sin espuma, por si le trae malos recuerdos.


Otras curiosidades marinas
· Ebbesmeyer e Ingraham han observado el recorrido flotante de 100.000 globos y coches de juguete, 34.000 guantes de hockey y cinco millones de piezas de Lego que han sido vertidos al mar.
· En 1990 Nike perdió 40.000 pares más allá del Pacífico que dos años más tarde aparecieron en Hawai; lo más curioso es que aún se podía usar. En 2010 otro cargamento de Nike, esta vez 33.000 zapatillas, cayó del barco junto a la costa de California.
· En 1998 un carguero perdió en el Pacífico 407 contenedores, con todo tipo de artículos: bicicletas, teléfonos inalámbricos, ropa…
· Se calcula que cada año caen al mar entre 2.000 y 10.000 contenedores, muchos de los cuales pierden su contenido. La mayoría de las compañías transportadoras ocultan estos sucesos.

miércoles, 19 de abril de 2017

Perlas cinéfilas (parte 1)

Las películas que han marcado mi vida y mi amor por el Cine, en pequeñas dosis.



LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ 


Título original: Gone With the Wind
Dirección: Victor Fleming, George Cukor, Sam Wood
Año: 1939
Interpretación: Vivien Leigh, Clark Gable, Olivia de Havilland, Leslie Howard, Hattie McDaniel, Thomas Mitchell, Barbara O’Neil
Guión: Sidney Howard, Oliver H. P. Garrett, Ben Hecht, Jo Swerling, John Van Druten


Es, para muchos, la película más grande jamás filmada. Su secreto: una forma de hacer y entender el Cine que ya no se estila. Un sentido del espectáculo épico y fascinante, empezando por su promoción; un guión magistral, digno de la novela original; una música maravillosa, conmovedora e inolvidable; unos personajes ricos, profundos, y unos actores que parecen nacidos sólo para darles vida; un dominio de las emociones prodigioso y unas frases memorables, que han trascendido a la película generación tras generación. Y Escarlata. El Papel (por ella lucharon 100 estrellas y 1400 desconocidas). “Scarlett O’Hara no era bella, pero los hombres no solían darse cuenta de ello hasta que se sentían ya cautivos de su embrujo”. Así empieza la novela; así nace la inmortalidad.   



CARTA DE UNA DESCONOCIDA 


Título Original: Letter From An Unknown Woman
Dirección: Max Ophüls
Año: 1948
Interpretación: Joan Fontaine, Louis Jourdan, Mady Christians, Marcel Journet, Art Smith, Carol Yorke
Guión: Howard Koch (Novela de Stefan Zweig)


Elegante y emotiva adaptación de la célebre novela de Stefan Zweig y cumbre del cine romántico, en el sentido más bello y trágico de la palabra. Una historia de amor –de la libertad del amor frente a las convenciones- predestinado al fatalismo, entre una apasionada adolescente que cree estar enamorada (perfecta Joan Fontaine, como niña y como dama) y un exitoso pianista (Louis Jourdan, soberbio) para quien ella es sólo una más; otra desconocida en su lista de conquistas anónimas. Una pasión que viven con intensidad, muere súbitamente y resucita nueve años después –ella casada, él decadente- durante una sola noche… en la que ella sigue siendo una desconocida. Para el ciego donjuán, porque nosotros (como el mayordomo mudo) nos enamoramos de Liza ya en la primera escena.

 



EL FILO DE LA NAVAJA 
Título Original: The Razor’s Edge
Dirección: Edmund Goulding
Año: 1946
Interpretación: Tyrone Power, Gene Tierney, John Payne, Anne Baxter, Clifton Webb, Herbert Marshall, Elsa Lanchester
Guión: Lamar Trotti (Novela de W. Somerset Maugham)

“Creo que quien le haya conocido no podrá sustraerse a su bondad y nobleza. La bondad es, al fin y al cabo, la fuerza más poderosa del mundo”. La frase final de esta película imprescindible no sólo es una certera definición de su protagonista, también debiera ser la máxima aspiración de todo ser humano. Es la conclusión perfecta de este maravilloso cóctel de amores trágicos, misticismo y redención entre bailes de la alta sociedad y sórdidos tugurios, entre la belleza superficial y la hondura espiritual, entre la alegre despreocupación y el tormento de la enfermedad; y la muerte. Una película brillante, con un guión medido, soberbias interpretaciones todas (especial mención a la torturada Anne Baxter y al cínico snob Cliffton Webb) y ese aroma clásico inconfundible.    


LA COSTILLA DE ADÁN 
Título Original: Adam’s Rib
Dirección: George Cukor
Año: 1949
Interpretación: Katharine Hepburn, Spencer Tracy, Judy Holliday, Tom Ewell, David Wayne, Jean Hagen.
Guión: Ruth Gordon, Garson Kanin

Amanda (K. Hepburn) es una brillante abogada especializada en causas femeninas; Adam (S. Tracy) es un brillante fiscal obsesionado con el respeto a la Ley. Ella defiende a una mujer que ha disparado a su marido infiel; él es el encargado de que la presunta pague su asesinato fallido. En casa, ella es pocholina y él pocholín. Pronto, la batalla del tribunal se traslada al hogar de los Bonner y comienza la guerra de verdad, la de sexos. Ella le acusa de machista, entra en escena un galán, hay celos, un azote, amenaza a punta de pistola (de regaliz) y finalmente divorcio. Casi. Porque Adam guarda un arma secreta: los hombres también saben llorar. Al final, tal vez no seamos tan distintos y sólo nos separe una pequeña diferencia, pero ¡viva la diferencia! Ayer, hoy y siempre.


LA PRINCESA PROMETIDA (Rob Reiner, 1987)


Título Original: The Princess Bride
Dirección: Rob Reiner
Año: 1987
Interpretación: Robin Wright, Cary Elwes, Mandy Patinkin, Chris Sarandon, Christopher Guest, Wallace Shawn, André the Giant, Fred Savage, Peter Falk, Peter Cook, Mel Smith, Billy Crystal
Guión: William Goldwing, basado en su propia novela


La Princesa Prometida no es una película de aventuras, ni una película de amor, ni de venganzas, ni de magia, ni de piratas, ni de héroes involuntarios y voluntariosos; no es una película de buenos y malos, ni de amistad a prueba de espadas, venenos, torturas o la misma muerte. La Princesa Prometida es todo eso y mucho más. Porque desde el instante mismo en que la vimos por primera vez, la hicimos nuestra. Es la película que nos enamoró del cine, del humor ingenioso y de Mark Knopfler; es la historia que nos hizo creernos inmortales, tanto como el pirata Roberts; que nos ayudó a enfrentarnos a cualquier acantilado infranqueable, sabiendo que algún gigante Fezzik está siempre a nuestro lado; que nos puso en la mano izquierda –o derecha- una espada invencible para vengar cualquier afrenta al grito de “Hola, me llamo Iñigo Montoya. Tú mataste a mi padre (o me robaste a mi chica), prepárate a morir”. Es la película que nos enseñó el valor de la honestidad, del coraje, de la lealtad. Y que nos enseñó, por encima todo, el infinito valor del amor verdadero. El del abuelo a su nieto, el de Fezzik a sus amigos, el de Montoya a su padre, el de Westley a Buttercup, el de Goldman y Reiner al cine…
El mismo amor verdadero que todos hemos querido susurrar a Robin Wright desde aquel lejano día en que nos enamoramos, perdidamente, de la Princesa Prometida: “Como desees”.


EL HOMBRE QUE PUDO REINAR (John Huston, 1975)

Título Original: The Man Who Would Be King
Dirección: John Houston
Año: 1975
Interpretación: Sean Connery, Michael Caine, Christopher Plummer, Saeed Jaffrey, Doghmi Larbi,Shakira Caine, Karroom Ben Bouih
Guión: John Huston & Gladys Hill (Historia: Rudyard Kipling)

Aventura en estado puro. Cine con mayúsculas. La obra magna de Kipling que Huston hizo inmortal. Un canto (de cisne) a una época perdida y orgullosa ("No somos dioses, somos ingleses, que es casi lo mismo"), trufada de romanticismo añejo; y una exaltación a la amistad inquebrantable entre dos hombres, Peachy y Danny, que sobrevive a guerras, conquistas, montañas gigantescas, reyezuelos, leyendas ancestrales, reinados fugaces, tesoros incalculables y toda suerte de peligros (salvo a una mujer, claro). Dos bribones descarados y entrañables que saben aceptar su destino con valor, con humor y sin reproches; y que, de paso, brindan a Caine y Connery los mejores papeles de su vida. Sin duda, una de las joyas de la corona del género colonial. ¡Ostras de la China!