jueves, 21 de noviembre de 2013

Lincoln y Kennedy: dos muertes unidas por el misterio.


Tal vez las coincidencias sólo significan lo que nosotros queremos que signifiquen; tal vez veamos incuestionables patrones de semejanza donde apenas hay un fino hilo que une dos acontecimientos históricos; tal vez queramos ver misterios asombrosos donde sólo hay simples casualidades que rozan la leyenda urbana. Tal vez las muertes de Lincoln y Kennedy no sean más que eso, un cúmulo de increíbles casualidades. O tal vez no. Juzguen ustedes mismos. 

 


Desde que hace cincuenta años John Fitzgerald Kennedy, 35º presidente de los Estados Unidos de América, fuera asesinado en Dallas muchos son los enigmas que han rodeado su vida y, especialmente, su muerte: sus relaciones amorosas más o menos secretas con Marilyn Monroe; sus problemas de salud amortiguados con drogas por el incierto doctor Max Jacobson (“Max Milagros”); sus negociaciones in extremis y en secreto con el frío Kruschev, de cuyo resultado dependió literalmente la suerte del planeta; sus desaconsejables amistades con el “rat pack” (el clan Sinatra) y, de paso, con la Mafia; o su trágica muerte a balazos (tres o cuatro, según), la madre de todos los misterios, aún hoy no esclarecido a pesar de los esfuerzos ingentes del fiscal de distrito de Nueva Orleans, Jim Garrison, y de cuantos lo han intentado después de él. Y aunque la Comisión Warren concluyera en 1964 que no había prueba alguna de conspiración, si existe en la historia una muerte presidencial repleta de teorías conspiranoicas, sin duda es la de JFK: desde el Sistema de Reserva Federal, la CIA, la KGB o la Mafia, hasta el director del FBI, J. Edgar Hoover, su contrincante republicano Richard Nixon o su mismísimo vicepresidente (y sucesor) Lyndon B. Johnson. Cada cual tenía sus motivos y medios, como en una novela de Agatha Christie, pero en este caso lo que ha faltado es un buen Poirot que resolviera el misterio, con una generosa dosis de materia gris.

 
Interesantes teorías, sin duda. Pero no dejan de ser teorías. Sin embargo, hay un misterio mayor en la vida del presidente Kennedy que lo vincula directamente con el presidente Lincoln y atañe también a sus respectivos asesinatos y a los autores de éstos. Y no es el empeño de Jackie de rendir homenaje póstumo a su marido a imagen y semejanza del sepelio de Lincoln, cosa que se llevó a cabo con el experto asesoramiento del historiador James Robertson. Se trata de un asombroso cúmulo de coincidencias y casualidades, de fechas, nombres y hechos que constituyen, cuando menos, otro sorprendente misterio.


Veamos: Lincoln fue elegido por primera vez para el Congreso de los Estados Unidos en 1846 y Kennedy justo 100 años después, en 1946; ambos fueron elegidos presidentes en 1860 y 1960 respectivamente, Lincoln el 6 de noviembre y Kennedy el 8 del mismo mes; los dos presidentes fueron asesinados en viernes, de una bala en la cabeza, en presencia de sus esposas; Abraham Lincoln en el Teatro Ford y John F. Kennedy en un automóvil Ford, modelo Lincoln; tras disparar, el asesino de Kennedy se ocultó en un teatro, el Lincoln. Después de su muerte los dos presidentes fueron sucedidos por sureños de apellido Johnson, Andrew Johnson nacido en 1808 y Lindon B. Johnson en 1908. Tanto Lincoln como Kennedy fueron arduos defensores de los derechos de los negros: Lincoln firmó la Proclamación de Emancipación en 1862, que se convirtió en ley en 1863, y en 1963 Kennedy presentó sus informes al Congreso sobre los Derechos Civiles.
 
 
El día que fue asesinado, Lincoln dijo a un guardia, William H. Cook, “creo que hay hombres que quieren quitarme la vida... y no hay duda de que lo harán”; un presentimiento similar confesó Kennedy a su consejero, Ken O’Donnell, el mismo día de su muerte. Sus presuntos asesinos nacieron también casi con 100 años de diferencia, John Wilkes Booth en 1838 y Lee Harvey Oswald en 1939; ambos murieron de un disparo antes de llegar a juicio; sus respectivos nombres completos suman quince letras, mientras que los nombres de los presidentes que asesinaron suman también el mismo número de letras, siete. Precisamente el número fatídico donde ambos encontraron la muerte: Lincoln en el balcón número siete del Teatro Ford, y Kennedy en el Ford Lincoln, vehículo número siete de la caravana presidencial.