viernes, 26 de octubre de 2018

¿Halloween sí o Halloween no? ¿Y sabrías decir por qué?



Es inevitable. Del mismo modo que antes llegaron –y nos conquistaron- los burgers, los pubs irlandeses, los vaqueros, el mismísimo rock ‘n’ roll o las películas ‘made in Hollywood’, hoy las nuevas generaciones han adoptado una de las tradiciones anglosajonas más populares y exportables: Halloween. Con la impagable ayuda de la industria cinematográfica, claro, pero también de los colegios y guarderías bilingües, de los grandes almacenes o de los restaurantes, sean de la cocina que sean. La globalización, ya sabes.

Por supuesto, cada año por estas fechas la polémica está servida: que si es una tradición pagana en un país tan católico (ejem) como el nuestro, que si es mero negocio (¿y?), que si es una nueva invasión yanqui (la coca-cola también, y ya ves), que si es antipatriótico, que si es una ofensa al Día de Todos los Santos (aunque esta celebración sea posterior), que si… Pues eso, lo mismo que dijeron nuestros padres y abuelos de tantas y tantas costumbres y modas que venían de fuera (no sólo de USA) para aniquilar nuestra esencia ibérica. Desde el averno, les faltaba decir (y a veces lo decían, sí).

El caso es que Halloween es una realidad inevitable hoy en España. Le pese a quien le pese. Y cada cual es libre de celebrarlo o no, según su coherente visión de la vida (por ejemplo, no es coherente que si llevas a tus hijos a un colegio americano, les prohíbas celebrar las costumbres americanas). Lo puedes negar con furia, te puede parecer hortera, o de mal gusto. Pero también lo puedes ver como los niños y adolescentes, que son los verdaderos protagonistas de esta historia de ‘terror’; ellos lo viven como lo que es: pura diversión. Y no le dan más vueltas. Para ellos, la oportunidad de disfrazarse, de salir a por chuches con los amigos, de celebrarlo en el cole o en casa, de ser protagonistas de su película, es un planazo.

Así que, lo mejor es no tenerle miedo a Halloween, aceptarlo como lo que es y aprovechar para celebrarlo, si te gusta, o simplemente ignorarlo, si no. Y no vendría mal tampoco, antes de aplicarle el “vade retro” crucifijo en mano, enterarse un poco de su verdadera razón de ser, una mezcla de tradición, religión y cultura popular. A lo mejor descubrimos que no es tan incompatible con nuestras propias creencias.



El origen pagano y cristiano

Por situarnos, he aquí algunas claves de la noche de Halloween que nos pueden orientar acerca de su origen y significado:

            ·La expresión Halloween procede de la contracción All Hallows' Eve, (Víspera de Todos los Santos) y tiene su origen en la conmemoración celta del Samhain después adaptada a la festividad cristiana del Día de Todos los Santos.
            · Fue exportada a Estados Unidos por los emigrantes irlandeses durante la gran hambruna a mediados del s XIX.
· Fueron ellos quienes difundieron la costumbre de tallar las calabazas (jack-o'-lantern) inspirada en la leyenda de «Jack el Tacaño».
· El uso de trajes y máscaras se debe a la necesidad de ahuyentar a los espíritus malignos, no de atraerlos, lo mismo que las calabazas iluminadas.
· En Estados Unidos se popularizó primero como una festividad “traviesa”, de diversión a costa de los demás; pero acabó siendo vandálica e incluso cruel. 
· Así que, a partir de 1920 se derivó hacia una diversión más familiar, retomando el espíritu de los primitivos cristianos, que iban casa por casa disfrazados ofreciendo una sencilla representación o una canción a cambio de alimento y bebida.
            · En los años 70 y 80 el cine y la televisión contribuyeron a la internacionalización de la fiesta (La noche de Halloween de John Carpenter, en 1978, es una referencia clave; o la mismísima E.T., de Spielberg, en 1982; también las series Roseanne y Scooby Doo, o Bitelchús, La familia Adams… o, sin ir tan lejos, el penúltimo exitazo de Pixar, Coco). 
· Hoy, Halloween se celebra en todo el mundo occidental, de Estados Unidos a Latinoamérica, de Europa a Canadá, como una noche de diversión, fiesta y disfraces. Cada país con sus propias tradiciones, pero con un trasfondo común: la unión del mundo de los vivos y el reino de los muertos.


La calabaza de Jack el Tacaño

La costumbre de convertir una calabaza en un terrorífico farol procede del folklore irlandés. Según la leyenda, el bebedor, jugador y holgazán Jack hizo un pacto con el diablo para librarse del infierno; al morir, años después, tampoco se le permitió la entrada en el cielo, así que fue condenado a vagar eternamente en la oscuridad. El diablo se compadeció de Jack y le entregó una brasa dentro de un nabo ahuecado a modo de farol (cuando los irlandeses llegaron a Estados Unidos cambiaron el nabo por la calabaza, que era más fácil de ahuecar y de tallar). “Jack el linterna” (jack-o'-lantern) deambula desde entonces de casa en casa pidiendo trick-or-treat, esto es, truco o trato (o, para los niños, susto o dulce), una especie de pacto para evitar que Jack maldiga la casa y a sus habitantes; la única protección frente al espectro es colocar horrendas calabazas ahuecadas e iluminadas por dentro.


Ya sabes. Si llega hasta tu puerta algún espíritu maligno disfrazado de niño, recuerda que no viene a maldecirte ni arrastrarte al averno, sólo a pedirte chuches. Ah, y puedes cumplir perfectamente con el Día de Todos Los Santos la mañana siguiente. Lo mismo que puedes comerte una hamburguesa con una Guinness hoy y una tortilla de patatas con un Rioja mañana. O que te guste tanto María Dolores Pradera como los Stones.


jueves, 11 de octubre de 2018

Liz Murray. Del infierno a Harvard.

Liz Murray. Del infierno a Harvard Cuando Antoine de Saint Exupéry dijo, en boca de su Principito, “a veces no sabes lo que puedes hacer hasta que lo intentas como si supieras que lo vas a hacer” no se refería, probablemente, a Liz Murray y el pozo de miseria del que tenía que escapar con urgencia. O sí. El caso es que eso fue exactamente lo que hizo Liz: intentarlo… y conseguirlo. Salir de la calle y entrar en Harvard. A pesar de que su vida decía que era absolutamente imposible.


La vida de Liz Murray comenzó en el Bronx, y comenzó mal. Hija del “flower power”, sus padres eran dos hippies más que habían pasado de la lisérgica felicidad de los 70 a la drogadicción terminal sin apenas ser conscientes de ello. Las víctimas también fueron sus dos hijas, de las que nunca supieron (ni pudieron) ocuparse. En casa de los Murray apenas si había comida en la mesa, aunque no solían faltar las cucharas y demás utensilios siempre prestos para preparar el chute de heroína. “Aprendí desde los cuatro años que mamá y papá tenían extraños hábitos de los que no me informaban” explica hoy la superviviente Liz. A veces, las hermanas lograban engañar al hambre cenando cubitos de hielo o racionando un tubo de dentífrico; a veces, veían cómo el pavo que la parroquia les había donado para Acción de Gracias volaba para convertirse en unas dosis; a veces, volaba incluso la paga que las niñas recibían por algún cumpleaños. La vida de Liz se arrastraba entre las calles del Bronx, los cuidados a su madre enferma, que la obligaron a dejar el colegio, y la miseria indolente de su padre.
  
A los 15 años, la vida de Liz fue a peor. Su madre murió de sida, perdieron su casa y su padre se trasladó a un hogar para los sin techo; su hermana se instaló en la cama de un amigo y Liz, a falta de amigo, en el metro y en los gélidos bancos de los parques neoyorquinos. En esas noches de terrible soledad, de negro vacío, recordaba la frase que, entre vómito y vómito, le repetía siempre su madre: “Algún día llegarán tiempos mejores”. Una idea que a Liz se le antojaba inalcanzable desde el infierno en que la había sumido la vida.


“Hay un mundo mejor. Y yo quiero vivir en él”

Pero el infierno es uno mismo, sentenció T. S. Eliot (que, por cierto, estudió en Harvard). Y desde ese mismo infierno, pozo de soledad y miseria, donde no quedaba nada más que perder, donde no quedaba ya nada en lo que creer, Liz creyó en sí misma. Y entonces supo, en ese momento, que tenía que hacer su elección: podía dejarse vencer por todo aquello que sucedía a su alrededor y arrastrar una vida de excusas… o podía empujarse a sí misma, impulsarse hacia arriba y cambiar su vida. Podía dejarse morir, como sus padres, o luchar por vivir. Liz apostó por vivir. A los 17 años regresó al instituto y acabó los cuatro años que le quedaban en sólo dos, estudiando horas extra por las noches. La perseverancia, la esperanza y la voluntad es lo que tienen. Especialmente la voluntad, esa fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica, como afirmaba Einstein.



Cierto día, un amigo la convenció para apuntarse a una visita de estudiantes a la Universidad de Harvard. Ante el centenario escudo encarnado, que reza “ve ri tas” (verdad) abrazado por la dorada corona de laurel, se juró a sí misma que tenía que llegar allí, a lo más alto. “Soy lista. Sé que puedo conseguirlo. Sólo necesito una oportunidad para trepar fuera de este lugar en el que he nacido. Sé que hay un mundo mejor ahí fuera, un mundo mejor repartido. Y yo quiero vivir en él”. Y lo hizo. Logró una beca que concedía el New York Times a los mejores estudiantes, y en otoño de 2000 se matriculó en una de las universidades más antiguas, prestigiosas y elitistas del mundo. En junio de 2009, tras un paréntesis de tres años que Liz dedicó a cuidar a su padre, enfermo de sida (murió en 2006), se graduó en Harvard. “Eres tú quien hace que tu vida suceda. Nadie más lo va a hacer por ti”.

Hoy, a los 38 años, Liz Murray es doctora en Psicología Clínica, colabora en campañas para proporcionar alimento a los niños sin techo (“para que no tengan que cenar cubitos de hielo”) y recorre el mundo presentando su libro ‘Breaking Night: A Memoir of Forgiveness, Survival, and My Journey from Homeless to Harvard’ (un auténtico best seller en su país), trasladando su mensaje de superación e inspirando a miles de jóvenes desfavorecidos para ayudarles a cambiar sus vidas. Ella lo logró, desde luego: “Mis padres eran drogadictos terminales. Yo soy licenciada en Harvard”. Un acertado resumen para una gran historia.


La leyenda de Harvard

Liz Murray ya forma parte de la leyenda de Harvard. Una leyenda que comenzó en 1636 en Cambridge, Massachussets, y que a lo largo de su historia ha dado al mundo 44 Premios Nobel, 7 presidentes de Estados Unidos, otros tantos de varios países, y decenas de celebridades universales de las letras, la música, el arte, la política, las finanzas, las humanidades y demás altas esferas de la sociedad. Una rica historia dedicada a la búsqueda de la excelencia académica y social, y una orla de ilustres a la que hay que añadir, probablemente por única vez, a una mendiga.


La historia de Liz Murray está incluida en mi libro La muerte del egoísmo.