lunes, 19 de septiembre de 2022

CINCUENTA Y TANTOS Y APRENDIENDO


 


Han pasado cincuenta y tantos años

-cincuenta y siete, vale…-

desde que emprendí el camino

aquel lejano otoño del 65.

Cincuenta y tantos años de vida intensamente vivida,

por poeta, por artista, por músico y humanista,

por rebelde, soñador, noctámbulo y renacentista.

Y siempre malabarista entre el romántico y el canalla,

entre el eterno individualista y el aprendiz de altruista.

Entre lo que fui y lo que soy, entre la cabeza y el corazón,

entre el quejica gruñón y el optimista.

Y podría continuar la lista,

pero la vida es corta y el poema no.

 

Cincuenta y tantos años de alegre despreocupación,

de infancia de primos y risas,

de veranos felices. De vida sin prisas.

De adolescencia incomprendida -¿y cuál no?-

De musas y amores fugaces, intensos, pasajeros.

De noches de copas y de neón

De muchos holas, y algún que otro adiós.

De buenas olas y algún que otro revolcón. 

Merecido, bienvenido y siempre bien aprendido,

pues cada golpe de mar, de vida, viene con lección.

 

Aprendí que la vida no son los momentos vividos

sino las personas que vas conociendo por el camino.

Que vas apreciando y amando y añadiendo a tu camino.

Héroes, padres, amigos, amores, historias, ejemplos, testigos.

De todos aprendí, de todos me enriquecí.

De todos sigo aprendiendo.

 

Aprendí que no hay por qué llegar

siempre y en todo el primero,

que a veces hay que quedarse atrás

para echar una mano a los demás.

Aprendí que intentar ser el mejor es bueno

pero que ser bueno es mejor.

 

Aprendí que el amor, como la amistad,

hay que regarlo a diario,

gota a gota, guiño a guiño.

Que hay que dedicarle tiempo

y atención y cariño.

Que cada instante es un regalo

y como tal hay que vivirlo.

 

Aprendí que muchas veces vale más

una pareja que un full,

que la apuesta es lo que vale

y el que se arriesga eres tú.

Que si crees, ganas. Y si dudas, caes.

Aprendí que la felicidad

no hay que medirla por lo que tienes

sino por lo que das.

Aprendí que ser uno es bueno,

pero que es mejor ser más,

que si te compartes, te multiplicas

y que más tienes cuanto más das.

 

Aprendí que triunfar no es llegar más lejos

sino hacer más.

Que esta vida es muy corta

y no la puedes desperdiciar

sin hacer lo que te apasiona,

sin arriesgarte a soñar.

Sin atreverte a pensar diferente

sin pensar en el qué pensarán.

Que tienes que ser tú mismo.

Y nada más.

Aprendí que soñar hace daño

pero que no soñar duele más.

 

Aprendí que las metas son falsas cimas

y que llegar no es lo que importa,

que lo importante es disfrutar:

El camino, el esfuerzo, el aprendizaje, la ilusión, la pasión…

Esos pequeños logros que te hacen ser mejor.

 

Aprendí que lo que de verdad importa

es haber sido querido –por tu familia, por tus amigos-

Es haber dejado huella a lo largo del camino.

Es poder gritarle a la vida

¡Pero qué bien te he vivido!

Y como hay que ser agradecido,

doy gracias a Dios por la suerte que tengo

de tener lo que tengo, de ser lo que soy.

Y de poder compartirlo

con aquellos a quienes quiero.

 

He aprendido muchas cosas, y espero seguir aprendiendo.

Tal vez lo que nunca aprendí es a ganar dinero.

Pero eso, me han contado, vale poco en el cielo.

Es un consuelo.

Hoy, cincuenta y tantos años después de aquel otoño del 65,

Con dinero o sin dinero,

Lo importante es que la vida sigue

Con la misma pasión y con menos miedo.

 

Hoy, cincuenta y tantos años después de aquel otoño del 65,

He aprendido muchas cosas, y espero seguir aprendiendo.

 

 

© Pepe Álvarez de las Asturias (aprendedor)