jueves, 28 de marzo de 2019

¿Cómo están ustedeeees? La historia de una graaan familia



Todos, en mayor o menor medida, recordamos nuestra infancia como un tiempo dichoso, alegre, divertido… feliz. Sin embargo, no todos los niños han vivido esa dicha con la misma intensidad. Unos cuantos privilegiados, que tuvimos la inmensa fortuna de ser niños en la década de los 70, pudimos disfrutar de una porción extra de felicidad gracias a unos payasos. Los más grandes, los más divertidos, los más queridos. Y los más añorados. Pero su historia nació mucho, mucho antes… ¡nianonianoooo!




Granada, finales del siglo XIX. Gabriel Aragón Gómez, hijo de ilustres burgueses, estudia la carrera eclesiástica. Nada parece perturbar su vocación… hasta que llega a la ciudad el Grand Cirque Foureaux, procedente de la lejana Suiza. Los ojos y el corazón de Gabriel quedan prendados de una bella y hábil ecuyère (amazona equilibrista) que resulta ser la hija del dueño, Virginia Foureaux. El enamorado ex seminarista encuentra trabajo como mozo de pista para estar cerca de su amazona, y encuentra también el momento para declarar su amor. Pero la bella Virginia Foureaux no ha nacido para casarse con cualquiera. “Has de saber que yo sólo me casaré con un payaso –es su respuesta-. ¡Con un gran payaso!” Gabriel no se lo piensa ni lo que dura un número circense, deja escoba y nombre igual que antes abandonó la sotana, y se convierte en El Gran Pepino, payaso, creador de la escuela de payasos musicales y fundador de una de las dinastías de payasos más importantes del mundo.


Virginia y Gabriel… perdón, Virginia y Pepino se casan y tienen quince hijos, que en su mayoría se dedican también al circo. Entre los más populares, Teodoro, José María y Emilio, forman el trío de payasos Pompoff (el clown serio de cara blanca), Thedy (el bromista de nariz roja) y Emig (caracterizado de negrito cubano), cuya fama pronto se extiende por toda España y Europa. En la década de los veinte extienden su triunfo por Estados Unidos, donde son conocidos como “La Familia Real Española de la Comedia”. Con los años, se van sumando a la profesión familiar los hijos de Pompoff y Thedy, convertidos en los populares Nabuconodosor, Nabuconodosorcito y Zampabollos, que junto a sus padres hacen las Américas (Norte y Sur) como “La troupe de Pompoff y Thedy”. Muestra de su prestigio universal es la reseña de una revista americana de la época: «Siguen la tradición de Charlot y de Oliver y Hardy, siendo lo mejor que se ha visto en muchos años».

Emig, por su parte, sigue los pasos de su padre y se casa también con una ecuyère, Rocío Bermúdez, de Carmona, con la que tiene cuatro hijos: Gabriel, Alfonso, Emilio y Rocío Aragón Bermúdez. Los tres primeros pasarán a la historia como Gaby, Fofó y Miliki (aunque antes Gaby fue Homobono y Miliki Emilín). En 1939 comienzan a actuar como trío y poco después llenan el Price durante tres temporadas, mientras estudian música en Madrid y París (entre los tres interpretan once instrumentos). Luego empiezan a recorrer –y conquistar- Europa, hasta que en 1946 muere su padre, el gran Emig, y deciden cambiar de aires. Ese invierno embarcan en Cádiz rumbo a Cuba con un contrato de cuatro meses… que acaban convirtiéndose en ¡veintisiete años!
Actúan en el Tropicana y en los principales cabarets de La Habana y tienen su propio espacio radiofónico, “Radio Circo”; un año después se inaugura en Cuba la primera televisión del mundo de habla hispana y ellos estrenan su primer programa de TV, “El Tele Circo”, que en poco tiempo se hace con la audiencia. Con los años se acrecienta aún más su popularidad en la isla con programas como “Aventuras de Gaby, Fofó y Miliki” o “El Circo de Valencia”, y llegan a adquirir la ciudadanía cubana. Luego llegan los triunfales viajes por Centroamérica, Venzuela, Puerto Rico, Colombia y cuatro años de gira por Estados Unidos, actuando en inglés (dominan cinco idiomas). Allí aparecen en el famoso show de Ed Sullivan, actúan ante el vicepresidente y conocen a estrellas como Harpo Marx o Buster Keaton, con quien compartirán un año de gira en 1963.





El Gran Circo de la tele
En 1959 la revolución les coge de vuelta en el Tropicana, y la familia tiene que abandonar la isla que les ha acogido -y adoptado- durante tantos años; allí también se han casado y han nacido algunos de sus hijos. Pero su regreso a España queda aún lejos. Triunfan en Puerto Rico, en Venezuela y finalmente en Argentina, donde su fama rebasa todo lo que han experimentado hasta entonces. Allí popularizan sus largas camisolas rojas (a veces azules) y conquistan al público infantil con su “Show de Gaby, Fofó y Miliki”, sus canciones, sus comics y sus películas.

Finalmente, después de 27 años de periplo americano, toca volver a España. Llegan a un acuerdo con TVE y en marzo de 1973 se escucha por primera vez en todos los hogares españoles ese saludo imperecedero que ha acompañado a generaciones de niños: “¿Cómo están ustedes?” “¡Bien!” “Más fuerte, que no se oye: ¿Cómo están ustedeees?” “¡¡Bieeeen!!” Son Gaby, Fofó, y Miliki con Fofito, que aparecen en blanco y negro en nuestras pantallas durante 13 programas. El éxito es inmediato y espectacular; los niños quedan embelesados con la presentación de Gaby (“¡Ahora vamos a recibir con mucho cariño y un fuerte aplauso a Fofó, Miliki y Fofito!”) y la aparición de los tres payasos de la mano al ritmo de la música de Laurel y Hardy. Y aún queda lo mejor: la aventura (con el impagable Chinarro), las gamberradas, las frases míticas (“se me lengua la traba”; “ojos que no ven… tortazo que te pegas”) y las canciones inmortales.



Ese mismo año se levanta la carpa de “El Gran Circo de TVE”, donde todos los niños de España sueñan con ir de espectadores, al menos una vez en su vida. Además de los programas, los especiales de Navidad y los discos, realizan giras por todo el país, protagonizan tebeos y cromos y son los muñecos más regalados en los cumpleaños. Llenan España de carcajadas en un momento –la transición- en el que hay verdadera necesidad de reír. 

Pero el 22 de junio de 1976 llegan las lágrimas. El payaso más querido por niños y mayores, Fofó, muere en un hospital de Madrid; la conmoción recorre España de punta a punta, y llega incluso hasta Sudamérica. Se levantan monumentos, se rinden multitud de homenajes y se derraman millones de lágrimas. Pero el show debe continuar y, ya sin Fofó, los payasos de la tele siguen haciendo felices a los niños españoles durante unos años más… ¡y a todo color! Por desgracia la felicidad no es eterna, y en 1983 el Gran Circo de TVE desmota la carpa para siempre. Aunque no nos quedamos huérfanos del todo, aún nos quedan los recuerdos, las canciones y hasta las imágenes, afortunadamente recuperadas gracias a youtube.

A pesar de todo su éxito universal, gigantesco, inmortal, el mayor legado que nos dejaron las diferentes generaciones de los Aragón es, sin duda, el infinito valor de la familia. Eso, más que nada en el mundo, más que el reconocimiento, el dinero, el prestigio, el éxito, la admiración, los oropeles... es lo que de verdad importa. 

Un encuentro con Miliki
Hace ya unos años, el gran Miliki tuvo una feliz idea: recuperar las canciones de nuestra infancia en un disco dedicado a sus “niños de 30 años” y luego a los de 40, que no sólo nos devolvió a otros tiempos más felices y alegró nuestros días aciagos, sino que nos permitió contagiar a nuestros hijos un poco de esa feliz locura que transmitían la música y las letras (absurdas pero geniales) de “La gallina turuleta”, “Susanita tiene un ratón”, “El auto feo”, “Cómo me pica la nariz”, “Hola don Pepito, hola don José” (especialmente para un servidor); y, claro, nuestra canción de cumpleaños patria, “Feliz en tu día”.

Pues bien, por una de esas maravillosas coincidencias de la vida, justo antes de terminar un artículo sobre la canción “Happy Birthday to You” me presentaron al mismísimo Miliki en un mercadillo benéfico. Le pregunté por su famosa canción de cumpleaños —que es la nuestra— y Miliki me contó la siguiente anécdota, en rigurosa y exclusiva primicia: «La canción que compuse originalmente [en Cuba] era distinta a la que tú conoces. Lo que pasó es que un día me encontré con que una periodista la había registrado como suya, sin que yo lo supiera, y tuve que escribir otra versión. La primera, que es la que aún cantan en Cuba, decía así (y don Emilio en persona entona, con la misma música que la versión ‘española’): Felicidades Pepe en tu día / que lo pases con sana alegría / muchos años de paz y armonía / felicidad, felicidad, felicidad». 

Después de estrechar —rebosante de felicidad, felicidad, felicidad— la mano del mito de mi infancia, llegué a casa con una enorme sonrisa de ‘ciruelo’ en el rostro; una sonrisa que hoy, como todas las de aquellos que fuimos niños en los 60/70, se vistió de triste y nostálgico luto poco después (aquí, en la Tierra; porque los que ya estén allí arriba, estarán ahora partiéndose de risa con la sana locura de los tres hermanos Aragón. Y lo que les queda. Una eternidad).


viernes, 15 de marzo de 2019

Team Hoyt. Mi padre es mi héroe.




El Ironman es la prueba más dura y exigente del Triatlón: 3.800 metros nadando en mar abierto, 180 km en bicicleta y 42,2 km de carrera a pie. Sólo los atletas más resistentes y preparados tienen el valor de participar, después de años de entrenamiento. Si a esa dureza extrema le añadimos remolcar una pesada barca mientras nadas, cargar con un sidecar acoplado a tu bicicleta y correr empujando una silla de ruedas con un individuo de 70 kilos encima, ya no eres un atleta, eres un héroe. Y hace falta mucho más que el más exigente de los entrenamientos para llegar a la meta. Hace falta sentir mucho amor por ése a quien llevas. Tanto, que verle sonreír mientras tú resoplas por el esfuerzo sea tu mayor recompensa.

Los héroes están en boga. Desde el cine, el cómic, la televisión y los kioscos nos invade una legión de seres extraordinarios provenientes de la tierra, el mar o un planeta lejano, que combaten el mal con poderes prodigiosos y espíritu abnegado y salvan a los humildes mortales de los villanos más crueles, abyectos y retorcidos. No es una moda puntual; en realidad, siempre ha sido así. Desde los héroes clásicos hasta los modernos superhéroes, de Ulises a Spiderman miles de generaciones a lo largo de la historia hemos admirado las hazañas increíbles de esos semidioses invencibles y nos hemos rendido ante sus valores de entrega, honor y justicia. Y eso está bien. Todos necesitamos héroes.

Pero existe una raza de héroes que va más allá de estas superhazañas, que supera a los ídolos de ficción en generosidad, esfuerzo, tesón, sacrifico, valentía. Son los héroes de la vida real; los que entregan su vida por otro, minuto a minuto, veinticuatro horas al día, empujados por un poder muy superior a cualquier superpoder: el amor.

Uno de estos héroes es Dick Hoyt. “Enséñame un héroe y te escribiré una tragedia” escribió Scott Fitzgerald. Si hubiera conocido a los Hoyt habría escrito una historia de amor. Una historia que comenzó en 1962. Y comenzó mal. Cuando Rick nació, el cordón umbilical se enrolló alrededor de su cuello provocándole una parálisis cerebral. Los médicos cercenaron cualquier esperanza, condenando a Rick al estado vegetal de por vida; incluso llegaron a aconsejar a sus padres que lo sacrificaran. “Bueno, esos doctores ya no están vivos; pero me hubiera gustado que vieran a Rick ahora”, reprocha Dick, con cierta tristeza, tal vez pensando cómo habría sido su vida sin la otra mitad del equipo Hoyt. Más vacía, probablemente. Y mucho menos emocionante, con toda seguridad.


Desde muy pequeño, Judy y Dick Hoyt decidieron criar a su hijo de la manera más “normal” posible, junto a sus hermanos menores y en la escuela pública. Intentar convencer a las autoridades de que Rick era capaz de entender aunque no pudiera hablar fue su primera batalla. Y su primera victoria. La segunda fue cuando un grupo de ingenieros se interesaron por su caso, al descubrir sus habilidades de comprensión (“Le contaron un chiste y Rick se partió de risa” cuenta Dick), y desarrollaron un ordenador que le permitía escribir sus pensamientos a través de pequeños movimientos de cabeza.

Pero la historia interesante comienza en 1977. Rick, gran aficionado al deporte, quería participar en una carrera benéfica a favor de un deportista local que se había quedado paralítico. Convenció a su padre, que empujó a Rick durante cinco millas en su silla de ruedas. Terminaron los últimos, pero ese día, por primera vez, Rick no se había sentido como un discapacitado. Éste fue el pistoletazo de salida para una vida dedicada a la competición de maratones primero y triatlones después. “Cuando decidimos participar en un triatlón, papá entrenó hasta 5 horas al día, 5 veces a la semana, incluso cuando estaba trabajando”, recuerda Rick. Y lo que es más, tuvo que aprender a nadar.

Desde entonces, el Equipo Hoyt ha participado oficialmente en mil carreras, incluyendo más de 200 triatlones, 6 competiciones Ironman, más de 60 maratones y un recorrido de 3,735 millas en bicicleta por Estados Unidos. En 2011, a los 70 años, Dick tomó la decisión de retirarse oficialmente de la competición; la edad, un pequeño infarto sufrido en una carrera y el descubrimiento de una arteria obstruida en un 95% aceleraron su decisión. Aunque, según comentó uno de los médicos: “Si no hubieras estado en tan excelente forma, probablemente hubieras muerto hace 15 años.”
Hoy, Rick vive en su propio apartamento, y trabaja en Boston (otro de sus logros: se graduó en la Universidad); Dick, por su parte, vive retirado en Holland, Massachusetts. Pero el Equipo Hoyt siempre encuentra la manera de encontrarse y volver a ‘trabajar’ juntos, dando charlas y conferencias por todo el país o compitiendo en una que otra carrera los fines de semana.


Cierta vez le preguntaron a Rick qué era lo que más desearía darle a su padre; “que él se siente en la silla y que yo pueda empujarlo”, respondió. Este mensaje de entrega, amor y superación que transmite el Equipo Hoyt, ha llegado a miles de personas a lo largo de todos estos años y ha inspirado a muchísimas familias con hijos discapacitados, que han transformado su tragedia en esperanza. “Zachary irá al colegio; mira a Rick Hoyt, si él lo hizo, Zach también puede”, Danya, madre de un niño con parálisis cerebral. “Me dijeron que nunca andaría y después de 40 intervenciones en mi cuerpo, estoy entrenando para mi primer maratón”, Mike, veterano de guerra. “Lloré de emoción al verles correr. Dick me miró y me dijo ‘muchísimas gracias’” Bob, entrenador de atletismo. “Tú y tu hijo sois la inspiración para más gente de la que podáis imaginar”, Kevin, corredor de maratón. “Nancy y yo os enviamos nuestra más calurosa felicitación por vuestra labor humanitaria y ejemplar. Que Dios os bendiga”, Ronald Reagan, presidente de los Estados Unidos.


 “Un héroe lo es en todos los sentidos y maneras, y ante todo, en el corazón y en el alma” escribió Thomas Carlyle. Ése es sin duda el tipo de heroísmo que define a Dick Hoyt. Y a Danya, la madre de Zachary. Y a Begoña y su hijo Luis. Y a Juani y Pedro, su marido. Y a Santiago. Y a Laura. Y a miles y miles de héroes callados cuyo día a día es una hazaña inconmensurable, demostrando que la generosidad absoluta, la entrega total a otro es posible; que el verdadero héroe no necesita más que un poder: el amor, que todo lo puede, que todo lo da sin pedir nada a cambio, salvo, tal vez, una sonrisa, un ‘gracias’, un ‘te quiero’.