viernes, 15 de marzo de 2024

Lo Que De Verdad Importa 2023. Tres valiosos regalos de Navidad y 6.000 corazones en uno

 



“La vida no son los momentos vividos sino las personas que has ido conociendo por el camino”.
No recuerdo cuándo ni cómo ni a través de qué o quién me llegó esta reflexión. Sólo sé que fue hace tiempo y que la adopté como propia al instante. Como propia y como cierta, al menos estos últimos años. Porque desde que asistí a mi primer congreso de Lo Que De Verdad Importa, allá por el año 2009, no he hecho más que conocer gente excepcional. Gente buena, generosa, entregada, bondadosa, valiente, tenaz, inspiradora; y con una capacidad gigantesca de darse a los demás, sin pedir nada a cambio más allá de una sonrisa, un abrazo o un ‘gracias’.

Así que uno, como cada año, llega al congreso de Lo Que De Verdad Importa con verdaderas ganas. Con hambre de personas, de lecciones y aprendizajes. De magia. Y llega también con sus pequeñas miserias y sus sobrevaloradas desgracias, con sus granitos de arena reconvertidos en himalayas imposibles; con su queja latente y su visión nublada de esta vida loca, loca, loca; llega, en fin, con sus gafas de miope emocional, o sus orejeras cargadas de prejuicios, que no le dejan ver más allá de lo que tiene frente a sus ojos y a no más de metro y medio.

Y no falla: es llegar y empezar a sentir la magia. Uno ve a esos seis mil jóvenes, apenas 17 o 18 años, contagiándose ilusión anticipada por lo que están a punto de experimentar; ve a los voluntarios, animosos y entregados; y a los habituales amigos de todos los años (patronos y fans incondicionales de LQDVI), que se reservan este día como quien se reserva el día de su boda; y ve a María Franco, a Carolina Barrantes, a Pilar Cánovas y a su equipo de cracks, rematando con nerviosismo los detalles de última hora, agobiadas (¡bendito agobio!) por la apabullante asistencia, que este año desborda el aforo del Palacio de Vistalegre (¡6.000 almas!), lo mismo que todos los aforos, año tras año, en todas las ciudades (que son muchas ya).

Y uno ve, ya en la zona VIP, a los ponentes que en unos minutos van a dar un revolcón emocional, moral y casi físico a todos los que allí estamos, en cuerpo y alma. Uno ve al padre Opeka, a Abdul, a Edurne listos para darlo todo (T-O-D-O) y piensa: “Bien, Pepe, bien; estás en el lugar correcto hoy. Esto promete. Esto te va a soltar un bofetón de realidad terapéutica que te va a fulminar las orejeras con efecto instantáneo, y te va devolver a casa como nuevo. Y falta te hace”. Y uno, que en el fondo no es mala gente, toma asiento, deja sus pequeñas miserias y sus sobrevaloradas desgracias en el suelo, bajo sus pies, y abre bien las orejas, la mente y los lacrimales en espera de su ansiado regalo.




Porque el Congreso de Lo Que De Verdad Importa es como una gran fiesta de cumpleaños que, como todos los años desde hace diez y siete (yo desde hace trece), muchos miles de jóvenes de toda España -y cada vez más parte del extranjero- esperan ansiosos y expectantes, ilusionados y agradecidos, casi más que su propia fiesta de cumpleaños. Y es que para participar en estos congresos, para imbuirse de lleno en sus lecciones de vida, hay que ir con el corazón abierto de par en par, presto a dejarse empapar de todo de lo que allí se vive, se disfruta, se respira, se aprende. De todo lo que, año tras año, allí se contagia. De todo lo que, desde hace ya diez y siete años allí se nos regala. Que es mucho. Muchísimo.

Se nos regalan emociones que quizá hacía tiempo que no sentíamos, y de las que, sin saberlo, andábamos ya muy necesitados. Se nos regalan alegrías de ésas que le roban una sonrisa al corazón, más que a los labios; se nos regalan superpoderes como la capacidad de querer entregarse a los demás, de no hacerse invisibles cuando alguien nos necesita o de superar obstáculos que veíamos imposibles unas horas antes; se nos regala música y humor y llanto (del bueno, del sano), tres regalos tan necesarios para el alma y tan olvidados por la razón; se nos regalan abrazos con potentísimas descargas de VIDA, un chute de adrenalina emocional de alto voltaje; se nos regala magia y sueños y valor y nuevas capacidades que antes desconocíamos, y nuevos límites, más anchos, más altos; y ganas de crecer y de crear y de emprender y de aprender; y, sobre todo, se nos regalan valiosísimas lecciones que nos enseñan a ser mejores personas, a mirar más hacia los lados, hacia abajo, y menos hacia arriba; y, en fin, a descubrir LO QUE DE VERDAD IMPORTA

Y eso sí que es un valioso regalo de Navidad. Tres valiosos regalos, en realidad…




Primer regalo: el misionero Pedro Opeka y su lección de amor, humildad y perseverancia

Yugoslavo de nacimiento (1948), argentino de adopción, hijo de padres que huyeron del comunismo, Pedro Opeka descubrió muy pronto el valor del trabajo y el valor de la verdad (“la palabra más importante”). Con 9 años ya era ayudante de albañil, y a los 17 descubrió su vocación de ayudar a los demás, en las aldeas mapuches desperdigadas por los Andes. Poco después recibió la llamada de las misiones y su única respuesta fue “Allá voy”. Llegó a Madagascar, uno de los países más pobres del mundo, con 22 años y un billete solo de ida. Nada más. Allí se topó con la “gran pobreza”, primero en las aldeas –gobernadas por el hambre, la enfermedad y la mortalidad prematura- y luego en los gigantescos vertederos de la capital, donde niños y mujeres luchaban a vida o muerte contra la basura y las alimañas.

El padre Opeka se hizo una promesa: ayudar a esa pobre gente a recuperar la dignidad y el futuro que la dictadura y la pobreza les habían arrebatado. Creó un movimiento de solidaridad, sin apenas recursos, pero con la ayuda de Dios y tres pilares fundamentales: trabajo, educación y disciplina. Después de 35 años de lucha y perseverancia, aquel pequeño germen es hoy una ciudad (Akamasoa) de más de 30.000 habitantes que viven con dignidad, trabajan por un salario, reciben educación y comen todos los días. Un milagro que se sustenta en la fuerza, la convicción y el amor de un sacerdote blanco que entendió, desde muy joven, que ayudar a los demás es nuestro deber moral, nuestro deber humano; que la pobreza es una cárcel que mata el alma, es la vergüenza del mundo; y que lo que de verdad importa, seas quien seas, vengas de donde vengas, es amar, servir y compartir, con humildad y con alegría. Amén.





Segundo regalo: Abdul, el niño que sobrevivió a la guerra, a las mafias y al odio

La historia de Abdul comienza en 1999 en un pequeño pueblo de Siria, en el seno de una familia feliz y unida. Abdul, el hijo menor y el nieto más pequeño –y más querido- de su abuelo, soñaba desde niño con ser actor. Un sueño que, como otros millones de sueños, voló por los aires cuando la guerra estalló en Siria, en 2011. La primera víctima fue su mejor amigo, asesinado de un disparo en una manifestación pacífica. Luego llegaron los gritos y los llantos, el horror de las bombas, las violaciones, el miedo, la destrucción. Y el secuestro. Abdul tenía 14 años cuando más de cien compañeros y profesores fueron secuestrados en su propio colegio por el ISIS. Allí, la primera víctima fue su profesora, degollada allí mismo, delante de sus alumnos. A lo largo de cuatro meses, los niños fueron torturados física y psicológicamente día tras día, noche tras noche. Hasta que un día, el valor pudo al miedo y la esperanza se impuso a la rendición y Abdul pudo escapar junto a un pequeño grupo de amigos. Logró llegar a su pueblo y desde allí le ayudaron a pasar la frontera turca.

Allí comenzó una terrible odisea –mafias incluidas- que le llevó en una frágil patera hasta Grecia, y de Grecia hasta España (donde vivía su hermano) atravesando miles de kilómetros (Macedonia, Serbia, Croacia, Hungría, Alemania…) en autobuses y trenes atestados o a pie por caminos y carreteras interminables. Tenía 16 años. En nuestro país comenzó una nueva vida. Trabajó duro, estudió, aprendió español, logró los papeles y luchó sin descanso para traer a su familia a España (sus padres, sus hermanas, su novia). Hoy, a sus 24 años, ha creado su propia familia, tiene una hija, un buen trabajo y un futuro cierto y esperanzador. Es precisamente la esperanza lo que nunca le abandonó. “Escapé del secuestro y llegué hasta aquí porque nunca perdí la esperanza. Esos es lo que me salvó”. Su historia nos demuestra, una vez más, que no hay imposibles, que siempre hay una salida y que siempre hay alguien a tu lado para ayudarte a salir. Que el odio nunca es el camino, que perdonar es amar. Y que debemos dar gracias todos los días por estar aquí.





Tercer regalo: Edurne Pasabán y su escalada más difícil, la depresión.

La historia de Edurne es una historia de lucha, coraje y superación. De metas muy altas (de más de ocho mil metros) y de caídas muy profundas y oscuras, en la sima de la depresión y el suicidio. Algo que requiere mucho más valor que subir al Everest o al K2. Desde muy joven Edurne se dio cuenta de dos cosas: una, que no encajaba en los estándares de su edad y su entorno (incluso sufrió bullying) y que en la montaña se sentía integrada, comprendida y respetada. Libre. Solo allí, en lo alto de un cuatromil o un seismil se sentía ella misma. Pero de eso no se podía vivir, claro, así que estudió la carrera familiar (Ingeniería) y se sumó al negocio familiar. Pero la montaña tira mucho. Y el Himalaya la atraía especialmente. En 1998 realizó su primera expedición, sin éxito. En 1999 repitió, y nada. Un año después se quedó a tan solo 248 metros de la cima. Finalmente, en 2001, al cuarto intento logró coronar la cima más alta del planeta. Luego vinieron otros ochomiles, otros retos superados, otros sueños cumplidos. Y casi la muerte, ascendiendo el Kanchenjunga en 2009 (se rindió a la montaña y su equipo la salvó de una muerte cierta, bajándola en brazos desde 7.700 metros hasta el campamento base, a 4.000 metros).

Edurne Pasabán logró su objetivo de culminar los catorce ochomiles en 2010; la primera mujer del mundo en conseguir esa portentosa hazaña. Una gesta sobrehumana al alcance de muy pocos. Sin embargo, su montaña más complicada, más peligrosa y difícil no estaba en el Himalaya, sino en el interior de su cabeza. En 2006 Edurne, 31 años, sufrió una depresión severa que la llevó a un hospital psiquiátrico tras intentar quitarse la vida dos veces. Pero su lema era, y sigue siendo, levantarse y seguir. Y eso sirve igual para la montaña y para el día a día. Lo importante, nos recuerda, es dejarse ayudar; por tu gente, por los que te quieren, y por los profesionales. No tengáis vergüenza en pedir ayuda. Ni en reconocer que tenéis una enfermedad mental”. No es una debilidad, es una enfermedad. De hecho, ella salió fortalecida, volvió al Himalaya, recuperó su vida, su pasión, y culminó su proeza. Esa vuelta a su camino elegido fue lo que la salvó. Y es el mensaje final que nos deja: “Sed vosotros los que escribís vuestro propio libro de vida. No dejéis que lo haga nadie más”.

El reconocimiento a Miguel Ángel Muñoz


La tarde aún nos deja algún regalo sorpresa más, como los vídeos de felicitación de Nando Parrado y Bosco Gutiérrez Cortina, ponentes del primer Congreso; la presencia estelar del Alcalde Martínez-Almeida y de la Presidenta Díaz Ayuso; y la visita del actor Miguel Ángel Muñoz, que recibe el reconocimiento de la Fundación por su labor para visibilizar a nuestros mayores, a través del documental “100 días con la Tata”. Una maravillosa y entrañable historia de amor y de humor que vivió a lo largo de la pandemia mano a mano con su tía bisabuela, la tata que lo cuidó desde pequeño.

Y se acaba la fiesta. Con música, como siempre. Con fotos y abrazos y besos y emociones compartidas y promesas de vernos pronto y un hasta luego que intentamos estirar como un chicle boomer gigante. Y uno, ya de vuelta en casa, se sienta en su butaca de leer, se coloca los cascos y escucha, con los ojos cerrados, la maravillosa Fields Of Gold, versión de Eva Cassidy (que ha sonado en la ponencia de Edurne), y piensa en esos 6.000 jóvenes corazones latiendo al unísono (¡sí, hay futuro!), y en las historias del padre Opeka, de Abdul y de Edurne, y en tantas otras impagables lecciones de vida que muchos miles de jóvenes –y no tan jóvenes- escuchan y absorben en los congresos de Lo Que De Verdad Importa; y allí sentado, reflexionando entre la música y el silencio, me digo -bien alto para que lo escuche el corazón-: “¡Felicidades, Pepe! No sé qué te traerán los Reyes Magos este año, pero ya tienes el mejor regalo de Navidad que se pueda pedir. Ahora, amigo mío, toca usarlo a conciencia”.

Y en eso estamos.