lunes, 16 de mayo de 2022

Fernando Vega de Seoane: una buena dosis de vitamina positiva

 



Hace unos días tuve la suerte de asistir a una charla de Fernando Vega de Seoane, organizada por la Fundación Lo Que de Verdad Importa. Para quien no lo conozca –pocos, a estas alturas- Fernando es ese tipo que se quedó parapléjico tras estamparse contra un árbol (“que me recibió con los brazos abiertos”) esquiando en Baqueira. Un accidente desafortunado en una bajada normal, tranquila, y en una pista sin aparente riesgo. Pura mala suerte. Una putada que él ha transformado en un vivo ejemplo de superación, inspiración y energía positiva. Ése es Fernando, Fer.

La vida de Fer antes de romperse la espalda era de lo más normal. Familia numerosa y feliz, buenos amigos, trabajo motivador, empresa propia, aficiones apasionantes. Lo mismo que ahora. Es lo que él nos cuenta con total naturalidad (y sin tratar de vendernos la moto). Porque lo extraordinario de Fer no es que su vida sea maravillosa desde una silla de ruedas, sino que sigue siéndolo a pesar de la silla de ruedas. Y es que lo esencial, lo importante, no ha cambiado. Ni por fuera ni, sobre todo, por dentro.

Esta es la primera gran lección que nos deja en su charla (muy directa, muy distendida y muy elocuente). Hubo, confiesa, un momento corto, muy corto, de tristeza tras el accidente. Notó perfectamente el alcance de la lesión, y la consecuencia inevitable. Pero al minuto decidió encarar la situación con actitud positiva. Físicamente era mucho más lo que le quedaba intacto (manos, brazos, ojos, boca, cabeza…) que lo que había perdido (piernas). Anímicamente, en realidad no había perdido nada (familia, amigos, trabajo, motivación, fe, humor, optimismo, todo seguía ahí). Puede que incluso haya ganado en unos cuantos de esos aspectos.


El proceso de recuperación fue largo y duro. Más largo –e innecesario- de lo que él habría deseado, sobre todo en el hospital de parapléjicos de Toledo (“si estoy bien por qué tengo que cumplir el protocolo completo en lugar de irme a mi casa”). Y menos duro de lo que imaginó en un principio (“desde el frío de la nieve, ahí tirado, hasta llegar a casa, en cada paso iba a mejor: helicóptero – UCI – planta – Toledo – especialistas – silla de ruedas - Madrid....”). Gracias también, en parte, a la magia sedante del Propofol y después a su sistema para automatizar el dolor neuropático, que es inevitable e incurable, pero perfectamente neutralizable.



En Toledo Fer fue un paciente impaciente, inconformista y racional. Tremendamente pragmático. Su única obsesión era acelerar el proceso, saltarse lo inútil. Porque él, orgánicamente y psicológicamente estaba bien. No había trauma, ni depresión, ni negación, ni falsa euforia. Puede chocar, puede parecer pretencioso, puede no ser lo habitual… pero esa es la verdad, lo que él sentía y necesitaba. De modo que su única urgencia era conseguir el alta cuanto antes. “Rapidito”. Lo consiguió a las dos semanas (el protocolo dicta tres meses).

 La llegada a casa, después de dos semanas en el hospital de Toledo y noventa y cuatro días en total tras el accidente, no fue fácil. Ahí es donde se dio cuenta de lo complicado que es no tener piernas útiles. Pero complicado no significa imposible. Con la ayuda casi sobrehumana de su mujer, Fer tardó dos horas, muy complicadas, en llegar a la bañera (escaleras, desvestirse, cuarto de baño lleno de trampas, caída suicida a la bañera…), pero a pesar de todo consiguió finalmente darse ese baño largamente esperado y merecido. Lo disfrutó como nunca habría imaginado. La clave de la hazaña, nos dice, fue “no ver barreras aunque las haya. Porque las hay”.

La otra clave, además de su inconformismo, su carácter positivo, su sentido del humor y su pragmatismo endémico, era estar bien. “Eso es lo que de verdad importa. Estar bien yo para que a mi alrededor las cosas estén mejor”. Su mujer, Bea (otro fenómeno que merece su propia charla inspiradora), sus cinco hijos, sus familiares y amigos, su trabajo. “Si yo estoy enfadado o deprimido sería todo muy difícil, no solo para mí, sobre todo para las personas que están a mi alrededor”. Así que no había ni hay opción. Por supuesto que hay momentos de cabreo o de frustración (¿quién no los tiene, con o sin piernas?). Pero ganan la sonrisa, la gratitud y el buen rollo por goleada. Una victoria compartida: Fer tiene sus pilares fundamentales (“mis agarraderas”), que son su familia, sus amigos y su trabajo. “Si todo eso va bien, lo demás va bien. Y yo estoy bien”. En realidad, lo que nos dice Fer es que el accidente ha cambiado un aspecto de su vida (andar), pero no ha cambiado su vida. Y la labor impagable de Bea, “gestionando la situación con esa serenidad y esa paz, a mí me ha dado mucha tranquilidad”.

Al final, si algo tiene solución, se busca la solución; y si no la tiene, pues se inhibe. Estamos demasiado preocupados por situaciones o problemas que no van a ocurrir nunca. Hay que vivir el presente, disfrutar lo que se tiene, ser feliz con poco. Si estás cubierto emocionalmente, lo demás pasa a un segundo plano. Eso es algo que ha de gestionarse con actitud positiva. No hay otra. Y vale para todos: “cada uno tiene su silla de ruedas”, nos recuerda Fer.

 


“Yo me siento un privilegiado. He nacido en Madrid, una de las ciudades top del mundo; he vivido en una familia que me ha procurado la mejor educación. ¿Mérito mío? No. Tengo mi propia empresa, una mujer maravillosa, cinco hijos de los que me siento orgulloso, amigos de los de verdad… En realidad no tengo ni una sola razón para decir por qué me ha pasado esto a mí”. Hay todavía quien piensa que Fer, tarde o temprano, va a caer; que se va a dar de bruces con la cruel realidad. El viejo pecado de juzgar sin conocer. Porque pensar eso, además de injusto y estúpido, es puro desconocimiento. No es cuestión de heroísmo (él reniega rotundamente de esa consideración), sino de sentido común, de aceptación y aprovechamiento. De profundo respeto hacia su vida y a la de quienes le rodean. De honesta y sincera gratitud por lo que tiene, que es mucho, muchísimo más que lo que le falta.

Aquellos que quieren cantar siempre encuentran una canción, dice un proverbio sueco. Está claro que perder la movilidad en las piernas no impide a Fernando Vega de Seoane seguir cantando alto y afinado. Una canción con una potente melodía y una letra inspiradora que está llegando a todos los rincones con su “vitamina positiva”. Una canción pegadiza y contagiosa que está haciendo vibrar los corazones de muchísima gente. Animando, empujando, aliviando, impulsando o, simplemente, alegrando las vidas de mucha, mucha gente. Y eso, querido Fernando, sí es mérito tuyo. Sigue cantando, por favor. A ver si nosotros encontramos también nuestra canción.