Hace unos días tuve la suerte de asistir a una charla de Fernando Vega de Seoane, organizada por la Fundación Lo Que de Verdad Importa. Para quien no lo conozca –pocos, a estas alturas- Fernando es ese tipo que se quedó parapléjico tras estamparse contra un árbol (“que me recibió con los brazos abiertos”) esquiando en Baqueira. Un accidente desafortunado en una bajada normal, tranquila, y en una pista sin aparente riesgo. Pura mala suerte. Una putada que él ha transformado en un vivo ejemplo de superación, inspiración y energía positiva. Ése es Fernando, Fer.
La vida de Fer antes de romperse la espalda era de lo
más normal. Familia numerosa y feliz, buenos amigos, trabajo motivador, empresa
propia, aficiones apasionantes. Lo mismo que ahora. Es lo que él nos cuenta con
total naturalidad (y sin tratar de vendernos la moto). Porque lo
extraordinario de Fer no es que su vida sea maravillosa desde una silla de
ruedas, sino que sigue siéndolo a pesar de la silla de ruedas.
Y es que lo esencial, lo importante, no ha cambiado. Ni por fuera ni, sobre
todo, por dentro.
Esta es la primera gran lección que nos deja en su
charla (muy directa, muy distendida y muy elocuente). Hubo, confiesa, un
momento corto, muy corto, de tristeza tras el accidente. Notó perfectamente el
alcance de la lesión, y la consecuencia inevitable. Pero al minuto
decidió encarar la situación con actitud positiva. Físicamente era mucho
más lo que le quedaba intacto (manos, brazos, ojos, boca, cabeza…) que lo que
había perdido (piernas). Anímicamente, en realidad no había perdido nada
(familia, amigos, trabajo, motivación, fe, humor, optimismo, todo seguía ahí).
Puede que incluso haya ganado en unos cuantos de esos aspectos.
En Toledo Fer fue un paciente impaciente,
inconformista y racional. Tremendamente pragmático. Su única obsesión era
acelerar el proceso, saltarse lo inútil. Porque él, orgánicamente y
psicológicamente estaba bien. No había trauma, ni depresión, ni negación,
ni falsa euforia. Puede chocar, puede parecer pretencioso, puede no
ser lo habitual… pero esa es la verdad, lo que él sentía y necesitaba. De modo
que su única urgencia era conseguir el alta cuanto antes. “Rapidito”. Lo
consiguió a las dos semanas (el protocolo dicta tres meses).
La otra clave, además de su inconformismo, su carácter
positivo, su sentido del humor y su pragmatismo endémico, era estar bien. “Eso
es lo que de verdad importa. Estar bien yo para que a mi alrededor las cosas
estén mejor”. Su mujer, Bea (otro fenómeno que merece su propia charla
inspiradora), sus cinco hijos, sus familiares y amigos, su trabajo. “Si yo
estoy enfadado o deprimido sería todo muy difícil, no solo para mí, sobre todo
para las personas que están a mi alrededor”. Así que no había ni hay opción.
Por supuesto que hay momentos de cabreo o de frustración (¿quién no los tiene,
con o sin piernas?). Pero ganan la sonrisa, la gratitud y el buen rollo por
goleada. Una victoria compartida: Fer tiene sus pilares fundamentales (“mis
agarraderas”), que son su familia, sus amigos y su trabajo. “Si todo eso va
bien, lo demás va bien. Y yo estoy bien”. En realidad, lo que nos dice Fer es
que el accidente ha cambiado un aspecto de su vida (andar), pero no ha
cambiado su vida. Y la labor impagable de Bea,
“gestionando la situación con esa serenidad y esa paz, a mí me ha dado mucha
tranquilidad”.
Al final, si algo tiene solución, se busca la
solución; y si no la tiene, pues se inhibe. Estamos demasiado preocupados por
situaciones o problemas que no van a ocurrir nunca. Hay que vivir el
presente, disfrutar lo que se tiene, ser feliz con poco. Si estás
cubierto emocionalmente, lo demás pasa a un segundo plano. Eso es algo que ha
de gestionarse con actitud positiva. No hay otra. Y vale para todos: “cada uno
tiene su silla de ruedas”, nos recuerda Fer.
“Yo me siento un privilegiado. He nacido en Madrid, una
de las ciudades top del mundo; he vivido en una familia que me ha procurado la
mejor educación. ¿Mérito mío? No. Tengo mi propia empresa, una mujer
maravillosa, cinco hijos de los que me siento orgulloso, amigos de los de
verdad… En realidad no tengo ni una sola razón para decir por qué me ha
pasado esto a mí”. Hay todavía quien piensa que Fer, tarde o temprano, va a
caer; que se va a dar de bruces con la cruel realidad. El viejo pecado de
juzgar sin conocer. Porque pensar eso, además de injusto y estúpido, es puro
desconocimiento. No es cuestión de heroísmo (él reniega rotundamente de esa
consideración), sino de sentido común, de aceptación y aprovechamiento. De
profundo respeto hacia su vida y a la de quienes le rodean. De honesta y
sincera gratitud por lo que tiene, que es mucho, muchísimo más que lo que le
falta.
Aquellos que quieren cantar siempre encuentran una
canción, dice un proverbio sueco. Está claro que perder la
movilidad en las piernas no impide a Fernando Vega de Seoane seguir cantando
alto y afinado. Una canción con una potente melodía y una letra inspiradora que
está llegando a todos los rincones con su “vitamina positiva”. Una
canción pegadiza y contagiosa que está haciendo vibrar los corazones de
muchísima gente. Animando, empujando, aliviando, impulsando o, simplemente,
alegrando las vidas de mucha, mucha gente. Y eso, querido Fernando, sí es
mérito tuyo. Sigue cantando, por favor. A ver si nosotros encontramos también
nuestra canción.
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