Hace unos
años, por estas fechas, me asomé a la pantalla de mi vieja y catódica Phillips,
perezosamente, dejando pasar los canales uno tras otro para ver qué había, o
qué no había, en estado de desilusión preventiva, cuando de pronto, y ante el
asombro agradecido de mis ojos y mis oídos, me reconcilié durante una hora con
la televisión. Porque lo que vi fue una impresionante exhibición de patinaje
sobre hielo de los más grandes ex campeones mundiales; y lo que escuché fueron
maravillosas canciones de Navidad interpretadas en directo por dos grandes del
rock, Reo Speedwagon y Rick Springfield (Hollyday Cellebration on Ice se llamó el invento). Y ver las piruetas
imposibles de Brian Boitano, Calyssa Davidson o Shae-Lynn Bourne mientras Rick,
Kevin y la banda se dejaban el alma cantando Silent Night, Christmas
With You o Little Drummer Boy, la verdad, uno se sintió afortunado… y
apenado también, porque echaba de menos en su país esta forma de entender el
espectáculo, la música (el rock) y la Navidad. Sobre todo, la Navidad.
Hoy, viendo de
nuevo esta maravilla (la grabé en mi viejo VHF, y aún la veo cada año), me
quedo con ganas de más. De más música y de más Navidad. Y pienso que estaría
bien poner la televisión y encontrarme con el Especial Navidad de Johnny Cash& Friends, por ejemplo, al que acudían lo más de lo más de la
canción popular americana; pero la cruda realidad me obliga a apagar la tele. Y
aprovecho entonces para regodearme con el penúltimo disco del maestro Dylan, Christmas In The Heart
(2010) divertido, emotivo y sincero repaso de algunos clásicos navideños que,
como el sabio Bob dice, “es una música universal y todo el mundo puede
relacionarse con ella a su propia manera”. Y entonces me pregunto por qué allí
sí y aquí no; por qué en España el villancico queda para los coros
parroquiales, las reuniones familiares, los programas infantiles y Raphael, y en Estados Unidos e
Inglaterra es una tradición que llena de orgullo a los más grandes entre los
grandes. ¿Tan ingratos somos?
Y uno no se
resigna. Y entonces, tras compartir su corazón con Dylan, da paso al viejo B.B. King, cantando y punteando
generosamente un Merry Christmas, Baby; y después llega el Rey, Elvis, melancólico por no poder
celebrar la Navidad con su alguien muy especial… “blue Christmas without you...”; y luego Lynyrd Skynyrd, cantando en familia su Navidad de rock sureño
tirando a country o a blues, según les dé. Y siguen los Kinks y su Father Christmas, que es tan Kinks como Sunny Afternoon; y Smokie, que tienen todo un LP dedicado
a estas fechas (como el gran Neil Diamond, que acaba de sacar disco navideño, y tantos otros), y que cantan, con toda la razón, que “la Navidad
no es sólo para los niños”; y LouisArmstrong, y Stevie Wonder y Dolly Parton y Freddie Mercury y BruceSpringsteen y Chuck Berry y Elton John y Bonnie Raitt y ArethaFranklin y Bob Seger y Shakin' Stevens y Coldplay y The Pogues y Jethro Tull y Emereson Lake & Palmer, y los Beach Boys y hasta AC-DC y
su cañero Mistress for Christmas, que te deja el cuerpo como si te
hubiera pasado el trineo de Papá Noel por encima. Y hasta el mismísimo Bowie, porque los extraterrestres
también celebran la Navidad: ¿quién no ha escuchado ese maravilloso dúo del Duque Blanco con Bing Crosby, deseando Paz en la Tierra ante el
piano que preside un majestuoso salón, lleno de espíritu navideño, de magia y
de complicidad?
Y de Bing a
Frank, dos estrellas que también cantaron juntas bajo la Estrella de la Navidad.
Pero lo que ahora llega a mis oídos —y a mi corazón— es esa Voz, la de Frank Sinatra, acompañado por su “pandilla
de ratas”, en un disco inolvidable repleto de joyas inmortales (Christmas With The Rat Pack),
interpretadas por el propio Frank y
sus colegas Dean Martin y Sammy Davis Jr., esos entrañables
gamberros que cantaban como los ángeles y que nos desean, como no podía ser de
otra manera, que la Navidad suene en todo el mundo.
Y mientras
escucho, pienso que todos ellos, auténticas leyendas de la música, los más
grandes artistas del rock, el blues, el soul o el country, los crooners
eternos, están regalando todo su inmenso talento, su cariño más sincero al Niño
pobre que nació en Belén. Independientemente de creencias o ideas políticas.
Con respeto, devoción y un gran sentido de la tradición. Y me pregunto, con
sana envidia, ¿por qué aquí no?
Y en ese
preciso instante resuena la voz poderosa, profunda y honesta de Johnny Cash, que nos
recuerda el verdadero significado de la Navidad, mientras le canta al Niño Dios:
“Baby Jesus, I’m a poor boy too / I have
no gift to bring / That’s fit to give the King / Shall I play for you on my
drum?”. Y pienso, ¡qué mejor regalo se puede pedir!
Qué selección tan magnífica. Recibo tu felicitación escuchando precisamente los villancicos de Rock Stwart y he sentido precisamente las mismas emociones. Añoranza por esa magnífica música de Navidad interpretada sin complejos, compartida con la gente, interpretada en un escenario lleno de buen gusto y elegancia y complementada por a tradición (en este caso una banda de gaitas escocesas). Un fuerte abrazo y gracias por tu repertorio. Enrique Goico
ResponderEliminar