martes, 22 de diciembre de 2020

El nuevo libro de Lo Que De Verdad Importa. Dedicado a los que siempre están

 


¡Por fin! Ya tenemos el nuevo libro de Lo Que De Verdad Importa (el cuarto volumen ya), que podéis comprar en la web de la Fundación. Un regalo muy especial para esta Navidad -o para pedir a los Reyes Magos- que es un auténtico soplo de esperanza y optimismo después del año que hemos pasado todos. Prologado por Emilio Aragón y con 17 extraordinarias historias de superación, esfuerzo, tolerancia, solidaridad, tesón y sueños cumplidos que nos van a venir muy bien para entrar en 2021 con nuevas fuerzas. Dedicado a la familia, #losquesiempreestan. Y perfecto para regalarte o para regalar a alguien que de verdad te importe.

Como siempre, con fotos del gran Daniel Losada Casanova y textos de un servidor. Os dejo aquí la introducción, para ir inspirando un poco...



Los que siempre están

Este 2020 estamos viviendo tiempos extraños, inciertos, inéditos. La pandemia nos ha caído encima como un gigantesco tsunami, sin previo aviso, generando miedo y desolación a su paso. Hemos sufrido una crisis sanitaria que ha paralizado todo el universo conocido. Y un terremoto social y económico está sacudiendo los cimientos del mundo globalizado y, con especial grado de intensidad, el nuestro. Sumidos en esta oscuridad incierta, hay sin embargo una luz que nos mantiene lúcidos y esperanzados. Miles de lucecitas, en realidad. Miles de pequeños destellos de esperanza que son los que nos van a sacar de este pozo en el que nos ha sumido el infame covid-19. Esos miles de destellos son nuestro faro, la llama que nos guía hacia la salida, hacia la luz. Como siempre han hecho, con esfuerzo, con sacrificio, con generosidad, con amor. Esas lucecitas son los miles de héroes que han luchado –y luchan- contra la pandemia en primera línea. Y también las empresas, fundaciones e instituciones que se están dejando la piel para ayudar a los que más lo necesitan. Lo somos también todos y cada uno de nosotros, responsables de lo que hagamos con nuestras manos, con nuestras palabras y con nuestro corazón. Pero, como siempre suele suceder –y sobre todo en los momentos peores-, la luz que brilla con más fuerza en este estado de excepción mundial es la de las familias, nuestra tabla de salvación, el regazo protector, el abrazo acogedor, el corazón entregado siempre. Nuestras familias es lo que más hemos añorado en los momentos duros del confinamiento; son las que más pérdidas han sufrido, las que más soledad y tristeza han padecido. Pero también han sido ellas las que nos ha mantenido unidos, firmes y esperanzados.



«La familia es la patria del corazón», nos dijo Giuseppe Mazzini, alma de la Unificación italiana. El escritor Michael D. O’Brien va un poco más allá en su novela La última escapada: «El precio que hay que pagar por una familia feliz es la muerte del egoísmo». Y es cierto. La familia es donde crecemos como personas, donde primero dejamos de ser yo para ser nosotros, donde aprendemos el valor de lo importante, que es darnos a los demás. La familia es refugio y guía, es historia y legado, raíces y alas; es el hombro siempre dispuesto y la mano siempre tendida; es el nido protector y el impulso necesario, el aliento –y a menudo también el alimento- de tantos sueños. La familia es el ejemplo cotidiano, silencioso, discreto… y al mismo tiempo perenne e indestructible. Y es, sobre todo, la mejor escuela de amor, en su sentido más profundo. Los que siempre están.

La familia es también el germen de la Fundación LQDVI. El legado vital que el empresario Nick Forstman dejó a sus hijos, aún pequeños cuando él murió de cáncer, y que tituló What Really Matters. Bellísimas reflexiones escritas desde el corazón acerca de la amistad, la enfermedad, la espiritualidad, el trabajo, el matrimonio, los hijos. «Bettina, Delfina y Nicholas, no podéis comprender el amor que siento cuando os miro a los ojos o escucho vuestras voces mientras jugáis. Ser vuestro padre es el mayor honor que me ha sido concedido (…) Si solo tuviera un deseo, sería que vosotros también legarais este amor. Eso es, después de todo, lo que de verdad importa.»



La familia es lo que impulsó cada paso, cada aliento de Nando Parrado en su salida imposible de esa tumba de hielo y roca a la que se vio condenado junto a sus compañeros, en mitad de los Andes. La familia es lo que salvó a Bosco Gutiérrez Cortina de caer en un pozo profundo y oscuro, sin redención, durante los 257 días de su doloroso secuestro. La familia es lo que siempre tuvo Pablo Pineda a su lado para poder caminar con seguridad en un mundo complicado y no siempre comprensivo. La familia es el motor que propulsó a María de Villota hasta lo más alto del podio, en la competición y en la vida. La familia es la fuerza que activa a diario el corazón de Marimar García Garrido para seguir dando gracias a la vida con esa alegría descomunal y contagiosa, tan suya (y tan nuestra). La familia es la esencia, el alma,  la vocación heroica de madre coraje de Lucía Lantero; es la esperanza nunca perdida de Isabel Lavín de la Cavada y el amor siempre presente de Anne Dauphine Julliand; es las piernas de Irene Villa, y su sonrisa perpetua y limpia, sin rencor; es el perdón de buen hijo de Juan Pablo Escobar y el orgullo de padre de Bertín Osborne; es el lazo irrompible de Sergio y Juanma Aznárez y la fortaleza inquebrantable de Kyle Maynard. Sí, la familia es protagonista indiscutible de todas estas lecciones de vida que han pasado –y siguen pasando- por los congresos de LQDVI. Y, como podrás comprobar al pasar la página, también de las historias extraordinarias que hemos seleccionado en este libro, el cuarto volumen ya.

Historias, vidas, ejemplos que demuestran que aún tenemos remedio. Que todavía hay esperanza. Que la lucha de nuestros padres y abuelos no fue en vano. Que los valores que nos legaron siguen vivos, vigentes y activos. Historias que nos enseñan, sobre todo, a ser mejores personas. A pensar un poco más en el de al lado, o en el de abajo, o en el de lejos. Y a no olvidarnos nunca, nunca, del verdadero valor de la familia. Nuestro bien más preciado. Los que siempre están. Los que de verdad importan.



Esa es la gran esperanza. La única esperanza quizá. La certeza de que, cuando esto acabe –porque acabará- habremos aprendido la lección. Que dejemos de mirarnos tanto en el espejo de nuestro egoísmo y empecemos a mirar hacia los lados, hacia adelante, hacia abajo; sobre todo hacia abajo. Y que miremos también más hacia nuestra propia casa, a nuestra familia, a nuestros hijos. Y que atendamos mejor a nuestros mayores, y les cuidemos y les visitemos y les agradezcamos y les dediquemos nuestro tiempo en vida, más que nuestro lamento cuando ya no están. Y que cuando la desgracia azote a otros, cerca o lejos, apelemos a la solidaridad y a la justicia y tendamos la mano y abracemos y acojamos y comprendamos… Y también nos remanguemos y nos ensuciemos y nos convirtamos en pequeños héroes nosotros, con mascarilla o sin mascarilla, en lugar de quedarnos en casa aplaudiendo.

La certeza, sí, de que cuando esto acabe saldremos más fuertes, más tolerantes, más solidarios. De que seremos mejores personas, mejores hijos, mejores padres, mejores vecinos. Puede que solo sea un deseo, una esperanza. Pero la esperanza es hoy un valor en alza, y hay que aprovechar el momento. Así que, mantengamos viva y firme la esperanza. De que salimos de esta, primero, y de que todo -lo bueno, lo  malo y lo peor- habrá servido para algo. O para mucho. Eso es hoy lo que de verdad importa.

 


PS. Lo dijo Einstein: «Nada ocurre hasta que algo comienza a moverse». Este libro que tienes en tus manos, estas historias de valor, de solidaridad, de tolerancia, de superación, de entrega a los demás, van a ser un magnífico empujón. Así que, adelante…






viernes, 18 de diciembre de 2020

Spielberg antes de Spielberg. Los orígenes del genio




Esperando su versión de la mítica West Side Story, la nueva entrega de Indiana Jones (la quinta), y cuando hace apenas dos años de sus últimos estrenos (Los papeles del Pentágono y Real Player One), lo cierto es que el genio no tiene pinta de dormirse en sus dorados laureles. Una carrera espectacular, la suya, desde el estreno hace 50 años de su primera película en las salas, 'El diablo sobre ruedas' (aunque nació para la TV). Aquel fue también su primer éxito. Lo que vino después es Historia del Cine, pero… ¿qué sucedió antes?

Si hay un elemento común que define a todos los genios del Cine (Ford, Hawks, Chaplin, Disney, Wilder…) es su profundo amor y absoluta entrega a su profesión. No hacen cine, son cine. Lo llevan en cada vena, en cada neurona, en cada célula de su ser. Respiran cine, laten cine, comen y beben cine, sueñan cine. Sobre todo, sueñan cine. Steven Spielberg ocupa un lugar de honor entre estos elegidos. Con todo merecimiento. Porque si hay un director (y productor, y guionista, y actor ocasional) que vive por y para el cine, ése es Steven Spielberg.

Una vocación que comenzó a despertar tras su primer contacto con la gran pantalla, a los 6 años. Era la Navidad de 1952 cuando su padre lo llevó a ver El mayor espectáculo del mundo, de Cecil B. DeMille (otro ‘ser-cine’) y, aunque el pequeño Steven se esperaba un circo de verdad, con sus animales de carne y hueso, quedó fuertemente impactado por dos cosas: el payaso interpretado por Jimmy Stewart y el descarrilamiento del tren; una escena que lo marcó para siempre (como podemos comprobar en su reciente producción Super 8). Al igual que las películas de Disney, especialmente Fantasía y el capítulo Una Noche en el Monte Pelado: “Después de ver esa escena nunca pude mirar las montañas de la misma manera” (como le ocurre al personaje de Richard Dreyfuss en Encuentros en la tercera fase).


Hijo de padres ausentes (ingeniero y veterano de la II GM él, concertista de piano ella) y hermano mayor de tres niñas, la infancia del tímido Spielberg transcurrió básicamente en soledad, acompañado por sus fantasías, los comics y la televisión. De ahí comenzó a germinar su faceta más creativa y aprendió que la imaginación lo puede todo, especialmente evitar el aburrimiento. Una semilla que comenzó a fructificar muy poco después, con un suceso que marcaría su futuro para siempre. Cuando tenía 12 años, a su padre le regalaron una cámara Kodak de 8 mm, que utilizaba para rodar las escenas familiares durante las acampadas silvestres; sin embargo, el progenitor no era precisamente diestro con la súper 8, así que el propio Steven se apropió de la cámara, se erigió en camarógrafo oficial y comenzó a rodar tomas más creativas, más cinematográficas (creando sus propios efectos y montajes o simulando ataques de osos sobre sus hermanas, bien salpicadas de sangriento ketchup). Al llegar a casa, sin soltar la cámara, un día decidió inmortalizar el choque de trenes de aquella película de su infancia utilizando su propio tren eléctrico; “cuando terminé la escena y la vi ¡era fantástica!, como una película de verdad. Creo que ahí fue cuando decidí dedicarme a hacer cine”.




Y, en efecto, lo hizo. Un año después rodó su primer corto, el western The Last Gun y a los 15 años, en 1961, obtenía su primer premio con una película de cuarenta minutos llamada Escape to nowhere, en la que sus compañeros de clase interpretaban a unos aguerridos soldados de la II Guerra Mundial. En los siguientes años el joven Spielberg continuó imaginando y rodando: Firelight, en 1964, sobre una invasión de ovnis hostiles con luces extrañas (¿les suena?) que se sitúan sobre una pequeña ciudad de Arizona y la arrancan para trasladarla a otro planeta; su presupuesto, 500 dólares, y su recaudación, 600 dólares, tras ser exhibida en un cine alquilado por su padre en Phoenix, Arizona. Luego llegó Amblin’, premiada en el Festival de Atlanta y que años después dio nombre a la productora de Spielberg, Amblin Entertainment. Ese mismo año de 1968, el joven Spielberg comenzó a trabajar en los estudios Universal, dirigiendo ocasionalmente capítulos de series de TV, como Marcus Welby o Colombo, y empezando a dar muestras de su talento cinematográfico.




Ese talento incipiente, hábilmente reconocido por su jefe, fue el que le dio la oportunidad de dirigir su primera película de larga duración y, de paso, su lanzadera a la inmortalidad. Era el 13 de septiembre de 1971 cuando Steven Spielberg comenzó a rodar El diablo sobre ruedas (Duel), un inquietante telefilme basado en un relato de Richard Matheson y protagonizado por Dennis Weaver (el famoso sheriff McCloud) en el papel de la víctima y un gigantesco camión Peterbilt 281 en el de implacable asesino. La historia es tan sencilla como angustiosa, una persecución sin sentido que se acaba convirtiendo en un duelo a vida o muerte a lo largo de kilómetros y kilómetros de carreteras perdidas, y el talento de Steven Spielberg le otorgó un clima de tensión, un pulso narrativo y un tono épico inéditos en la televisión de la época. Fue tal el impacto en los telespectadores de la cadena ABC, que meses después se estrenó en las salas de cine, amplificando su éxito y cosechando premios en festivales de Europa y Estados Unidos.

Fue la primera muestra real de lo que se puede hacer con un presupuesto mínimo, un puñado de actores, dos semanas de rodaje y toneladas de genio cinematográfico. Tres años después llegó Tiburón, y el genio se convirtió en leyenda. Una leyenda que, desde entonces, no ha hecho más que multiplicarse exponencialmente con cada película de ese tipo tímido y solitario que, como él mismo reconoce, sueña para vivir.



Spielberg ¿actor?

Unas 50 películas como director y más de 120 como productor, la mayoría grandes éxitos de taquilla, y unas cuantas consideradas verdaderas obras inmortales del Cine incluso por los críticos. Sin embargo, hay una faceta del genio muy poco conocida y que resulta, cuando menos, una curiosa anécdota: la del Spielberg actor. No es que se prodigue demasiado, probablemente por timidez, pero le hemos podido ver, por ejemplo, paseando su gorra por la plaza del pueblo en Regreso al futuro, invitado en una fiesta de Vanilla Sky, ejerciendo de director famoso en Austin Powers, de alien en Men in Black, devorando palomitas en Paruqe Jurásico, paseando en silla de ruedas eléctrica en Gremlins o de turista esperando su avión en Indiana Jones y el templo maldito.