Esperando su versión de la mítica West Side Story, la nueva entrega de Indiana Jones (la quinta), y cuando hace apenas dos años de sus últimos estrenos (Los papeles del Pentágono y Real Player One), lo cierto es que el genio no tiene pinta de dormirse en sus dorados laureles. Una carrera espectacular, la suya, desde el estreno hace 50 años de su primera película en las salas, 'El diablo sobre ruedas' (aunque nació para la TV). Aquel fue también su primer éxito. Lo que vino después es Historia del Cine, pero… ¿qué sucedió antes?
Si hay un elemento común que
define a todos los genios del Cine (Ford, Hawks, Chaplin, Disney, Wilder…) es
su profundo amor y absoluta entrega a su profesión. No hacen cine, son cine. Lo llevan en cada vena, en
cada neurona, en cada célula de su ser. Respiran cine, laten cine, comen y
beben cine, sueñan cine. Sobre todo, sueñan cine. Steven Spielberg ocupa un
lugar de honor entre estos elegidos. Con todo merecimiento. Porque si hay un
director (y productor, y guionista, y actor ocasional) que vive por y para el
cine, ése es Steven Spielberg.
Una vocación
que comenzó a despertar tras su primer contacto con la gran pantalla, a los 6
años. Era la Navidad de 1952 cuando su padre lo llevó a ver El mayor espectáculo del mundo, de Cecil
B. DeMille (otro ‘ser-cine’) y, aunque el pequeño Steven se esperaba un circo
de verdad, con sus animales de carne y hueso, quedó fuertemente impactado por dos
cosas: el payaso interpretado por Jimmy Stewart y el descarrilamiento del tren;
una escena que lo marcó para siempre (como podemos comprobar en su reciente producción
Super 8). Al igual que las películas
de Disney, especialmente Fantasía y
el capítulo Una Noche en el Monte Pelado: “Después de ver esa escena nunca pude mirar las montañas de la misma
manera” (como le ocurre al personaje de Richard Dreyfuss en Encuentros en la tercera fase).
Hijo de padres ausentes (ingeniero y veterano de la II GM él, concertista de
piano ella) y hermano mayor de tres niñas, la infancia del tímido Spielberg
transcurrió básicamente en soledad, acompañado por sus fantasías, los comics y
la televisión. De ahí comenzó a germinar su faceta más creativa y aprendió que
la imaginación lo puede todo, especialmente evitar el aburrimiento. Una semilla
que comenzó a fructificar muy poco después, con un suceso que marcaría su
futuro para siempre. Cuando tenía 12 años, a su padre le regalaron una cámara
Kodak de 8 mm ,
que utilizaba para rodar las escenas familiares durante las acampadas
silvestres; sin embargo, el progenitor no era precisamente diestro con la súper 8, así que el propio Steven se
apropió de la cámara, se erigió en camarógrafo oficial y comenzó a rodar tomas
más creativas, más cinematográficas (creando sus propios efectos y montajes o simulando
ataques de osos sobre sus hermanas, bien salpicadas de sangriento ketchup). Al llegar a casa, sin soltar
la cámara, un día decidió inmortalizar el choque de trenes de aquella película
de su infancia utilizando su propio tren eléctrico; “cuando terminé la escena y
la vi ¡era fantástica!, como una película de verdad. Creo que ahí fue cuando
decidí dedicarme a hacer cine”.
Y, en efecto, lo hizo. Un año después rodó su primer corto, el western The Last Gun y a los 15 años, en 1961,
obtenía su primer premio con una película de cuarenta minutos llamada Escape
to nowhere, en la que sus
compañeros de clase interpretaban a unos aguerridos soldados de la II Guerra Mundial. En
los siguientes años el joven Spielberg continuó imaginando y rodando: Firelight, en 1964, sobre una invasión de ovnis
hostiles con luces extrañas (¿les suena?) que se sitúan sobre una pequeña
ciudad de Arizona y la arrancan para trasladarla a otro planeta; su presupuesto,
500 dólares, y su recaudación, 600 dólares, tras ser exhibida en un cine
alquilado por su padre en Phoenix, Arizona. Luego llegó Amblin’, premiada
en el Festival de Atlanta y que años después dio nombre a la productora de
Spielberg, Amblin Entertainment. Ese mismo año de 1968, el joven
Spielberg comenzó a trabajar en los estudios Universal, dirigiendo
ocasionalmente capítulos de series de TV, como Marcus Welby o Colombo, y
empezando a dar muestras de su talento cinematográfico.
Ese talento incipiente, hábilmente reconocido
por su jefe, fue el que le dio la oportunidad de dirigir su primera película de
larga duración y, de paso, su lanzadera a la inmortalidad. Era el 13 de
septiembre de 1971 cuando Steven Spielberg comenzó a rodar El diablo sobre
ruedas (Duel), un inquietante telefilme basado en un relato de Richard
Matheson y protagonizado por Dennis Weaver (el famoso sheriff McCloud) en el
papel de la víctima y un gigantesco camión Peterbilt 281 en el de implacable
asesino. La historia es tan sencilla como angustiosa, una persecución sin
sentido que se acaba convirtiendo en un duelo a vida o muerte a lo largo de
kilómetros y kilómetros de carreteras perdidas, y el talento de Steven
Spielberg le otorgó un clima de tensión, un pulso narrativo y un tono épico
inéditos en la televisión de la época. Fue tal el impacto en los
telespectadores de la cadena ABC, que meses después se estrenó en las salas de
cine, amplificando su éxito y cosechando premios en festivales de Europa y
Estados Unidos.
Fue la primera muestra real de lo que se puede
hacer con un presupuesto mínimo, un puñado de actores, dos semanas de rodaje y
toneladas de genio cinematográfico. Tres años después llegó Tiburón, y
el genio se convirtió en leyenda. Una leyenda que, desde entonces, no ha hecho
más que multiplicarse exponencialmente con cada película de ese tipo tímido y
solitario que, como él mismo reconoce, sueña para vivir.
Spielberg ¿actor?
Unas 50 películas como director y más de 120 como productor, la mayoría
grandes éxitos de taquilla, y unas cuantas consideradas verdaderas obras
inmortales del Cine incluso por los críticos. Sin embargo, hay una faceta del
genio muy poco conocida y que resulta, cuando menos, una curiosa anécdota: la
del Spielberg actor. No es que se prodigue demasiado, probablemente por timidez,
pero le hemos podido ver, por ejemplo, paseando su gorra por la plaza del
pueblo en Regreso al futuro, invitado en una fiesta de Vanilla Sky,
ejerciendo de director famoso en Austin Powers, de alien en Men in
Black, devorando palomitas en Paruqe Jurásico, paseando en silla
de ruedas eléctrica en Gremlins o de turista esperando su avión en Indiana
Jones y el templo maldito.
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