Tal vez
las coincidencias sólo significan lo que nosotros queremos que signifiquen; tal
vez veamos incuestionables patrones de semejanza donde apenas hay un fino hilo que
une dos acontecimientos históricos; tal vez queramos ver misterios asombrosos
donde sólo hay simples casualidades que rozan la leyenda urbana. Tal vez las
muertes de Lincoln y Kennedy no sean más que eso, un cúmulo de increíbles
casualidades. O tal vez no. Juzguen ustedes mismos.
Desde que hace cincuenta años John Fitzgerald Kennedy, 35º presidente
de los Estados Unidos de América, fuera
asesinado en Dallas muchos son los enigmas que han rodeado su vida y,
especialmente, su muerte: sus relaciones amorosas más o menos secretas con Marilyn Monroe; sus problemas de salud
amortiguados con drogas por el incierto doctor Max Jacobson (“Max Milagros”); sus negociaciones in extremis y en secreto con el frío Kruschev, de cuyo resultado dependió
literalmente la suerte del planeta; sus desaconsejables amistades con el “rat
pack” (el clan Sinatra) y, de paso, con la Mafia; o su trágica muerte a balazos (tres
o cuatro, según), la madre de todos los misterios, aún hoy no esclarecido a
pesar de los esfuerzos ingentes del fiscal de distrito de Nueva Orleans, Jim Garrison, y de cuantos lo han
intentado después de él. Y aunque la Comisión Warren
concluyera en 1964 que no había prueba alguna de conspiración, si existe en la
historia una muerte presidencial repleta de teorías conspiranoicas, sin duda es
la de JFK : desde el Sistema de Reserva Federal, la CIA,
la KGB o la Mafia, hasta el director del FBI, J. Edgar Hoover, su contrincante republicano Richard Nixon o su mismísimo vicepresidente (y sucesor) Lyndon B. Johnson. Cada cual tenía sus
motivos y medios, como en una novela de Agatha
Christie, pero en este caso lo que ha faltado es un buen Poirot que resolviera el misterio, con
una generosa dosis de materia gris.
Interesantes teorías, sin duda. Pero no dejan de
ser teorías. Sin embargo, hay un misterio mayor en la vida del presidente Kennedy que lo vincula directamente con
el presidente Lincoln y atañe
también a sus respectivos asesinatos y a los autores de éstos. Y no es el
empeño de Jackie de rendir homenaje
póstumo a su marido a imagen y semejanza del sepelio de Lincoln, cosa que se
llevó a cabo con el experto asesoramiento del historiador James Robertson. Se trata de un asombroso cúmulo de coincidencias
y casualidades, de fechas, nombres y hechos que constituyen, cuando menos, otro
sorprendente misterio.
Veamos: Lincoln fue elegido por primera vez para el Congreso de los Estados Unidos en
1846 y Kennedy justo 100 años después, en 1946; ambos fueron
elegidos presidentes en 1860 y 1960 respectivamente, Lincoln el 6 de noviembre y Kennedy
el 8 del mismo mes; los dos presidentes fueron asesinados en viernes, de una
bala en la cabeza, en presencia de sus esposas; Abraham Lincoln en el Teatro Ford y John F. Kennedy en un automóvil Ford, modelo Lincoln; tras
disparar, el asesino de Kennedy se ocultó en un teatro, el Lincoln. Después de
su muerte los dos presidentes fueron sucedidos por sureños de apellido Johnson,
Andrew Johnson nacido en 1808 y Lindon B. Johnson en 1908. Tanto
Lincoln como Kennedy fueron arduos defensores de los derechos de los negros:
Lincoln firmó la Proclamación de Emancipación en 1862, que se convirtió en ley
en 1863, y en 1963 Kennedy presentó sus informes al Congreso sobre los Derechos
Civiles.
El día que fue asesinado, Lincoln dijo a un
guardia, William H. Cook, “creo que
hay hombres que quieren quitarme la vida... y no hay duda de que lo harán”; un
presentimiento similar confesó Kennedy a su consejero, Ken O’Donnell, el mismo día de su muerte. Sus presuntos asesinos
nacieron también casi con 100 años de diferencia, John Wilkes Booth en 1838 y Lee
Harvey Oswald en 1939; ambos murieron de un disparo antes de llegar a
juicio; sus respectivos nombres completos suman quince letras, mientras que los
nombres de los presidentes que asesinaron suman también el mismo número de
letras, siete. Precisamente el número fatídico donde ambos encontraron la
muerte: Lincoln en el balcón número siete
del Teatro Ford, y Kennedy en el Ford
Lincoln, vehículo número siete de la caravana presidencial.
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