Hace unas
semanas, la noticia corrió por internet como la pólvora; o, por ser más
exactos, a la velocidad de una bala del nueve largo directa al pecho de una femme fatale rubia y sinuosa: "Jack
se ha retirado. Hay una sola razón detrás de su decisión, y es la pérdida de
memoria”. Pero Jack es mucho Jack, y el desmentido —contundente aunque anónimo—
llegó en el siguiente acto: Jack sigue vivo, y coleando. Y uno, que conoce a
Jack desde la imberbe adolescencia (y eso que me estrené con la infausta Misouri),
lo primero que pensó es que esto no ha sido más que una astucia, genial y
oportunista, del alter ego —nada loco— del indomable McMurphy. Un grito cínico y categórico, a medio camino entre la
amenaza y la carcajada, como diciendo: “¡Eh, estoy aquí! Soy Jack, el poderoso
Jack, el sonriente Jack, el carismático Jack; el actor más nominado de la
historia del cine…”
Sí, Jack es mucho Jack. Hijo de bígamo y show girl, entró en esto del
cine muy jovencito por la puerta oscura y genial de Roger Corman, al
servicio de Poe y otras siniestras compañías. Allí aprendió el oficio,
del cine y del ahorro. Pero fue en 1969, fecha clave en la historia americana,
el año de su estreno en la celebridad, junto a sus colegas de carretera, viajes y contracultura Peter Fonda y Dennis Hopper, a ritmo de Steppenwolf, Hendrix y Dylan en la
mítica Easy Rider. Fue su primera nominación de doce; algo
que puede parecer exagerado echando un vistazo fugaz a su irregular carrera
(hay malas y muy malas películas en su filmografía), pero no tanto si nos
detenemos en algunas de ellas, verdaderas obras maestras del cine y auténticas
lecciones magistrales de interpretación. Por ejemplo Jake Gittes, el
detective cínico e irreverente de Chinatown
(1974), que ve su plácida y rutinaria existencia convertida en una espiral de
violencia, mentiras y complicaciones de todo tipo por mor de una rubia fatal con
los ojos y los labios de Faye Dunaway. Una obra perturbadora de Roman
Polansky, inscrita con mayúsculas en la mejor tradición del cine negro; y
un trabajo memorable de Nicholson (también de John Huston), a
pesar de su nariz rajada (por el propio Polansky-actor) y vendada
durante casi todo el film.
Por ejemplo su inolvidable y conmovedor rebelde con causa R. P. McMurphy,
de Alguien voló sobre el nido del cuco
(Milos Forman, 1975); el simpático, el patán, el revolucionario, el
desafiante, el inconformista, el refrescante, el cuerdo McMurphy y su camarilla
de locos adorables (especial mención a los debutantes Brad Dourif y Christophert
Lloyd) y su falso sordomudo y entrañable Jefe Bromden ("Mi
padre sí era un hombre fuerte. Era como tú. Y por eso no le dejaban en paz")
y esa malvada bruja fanática del orden establecido que bordó Louise Fletcher;
probablemente la mejor interpretación de Jack y de todos los que participaron
en esa maravillosa oda al desorden vivificante y liberador que, como no podía
ser de otro modo, tiene un final tan desolador como esperanzador.
Jack es mucho Jack. Por eso no necesita un papel protagonista, por
ejemplo el Joker del Batman de Tim Burton (1989); o el Coronel
Nathan R. Jessup de Algunos
hombres buenos (Rob Reiner, 1992), para merendarse la película
entera, Tom Cruise incluido; le bastan apenas unos minutos de tenso, electrizante,
medido y espectacular monólogo, sin un gesto más allá de su voz y su mirada
(¡qué voz, qué mirada!), manteniendo el tipo con la misma sangre fría que ante
15.000 soldados cubanos entrenados para matarle; un momento mayúsculo, épico,
que ha quedado para la historia (“¡Tú no puedes encajar la verdad! (…) Tú no
quieres la verdad porque en zonas de tu interior de las que no charlas con los
amiguetes, me quieres en ese muro, me necesitas en ese muro…”).
Bastante más histriónico y desmadrado está Jack Nicholson como el
otro Jack, Torrance, en la claustrofóbica obra de Kubrick/King
El resplandor (1980), una de
sus películas más populares aunque no necesariamente de las mejores; sí, quizá,
la imagen más icónica y recordada del actor: esa demencial sonrisa en ese
rostro desencajado tratando de atravesar la puerta del cuarto de baño, hacha en
mano, dispuesto a descuartizar a su señora después de haber llenado cientos de
folios con la letanía febril “All work and no play makes Jack a dull boy”. ¡Qué
mala es la falta de inspiración!
Hay muchas otras interpretaciones memorables, en el drama, en el terror,
en el cine negro, en la comedia (El
honor de los Prizzi, La fuerza del cariño, Tallo de hierro, Hoffa, Mejor…
imposible, Blood and Wine, Mars
Attacks, o el “diablillo cachondo” de Las
brujas de Eastweek). Tal vez, de las últimas, la más destacable sea el
violento, psicótico y amoral mafioso Frank Costello de esa otra gran
obra maestra del genio Scorsese que es Infiltrados. Un macabro juego de traiciones e intrigas
salpicado de tanta sangre como humor negro, que vibra al ritmo diabólico de los
Stones; un ambiente sórdido en el que Nicholson se mueve como
piraña en el agua… o como cartero sobre la mesa de la cocina de Jessica
Lange.
Jack sigue vivo y con ganas de pelea, estoy firmemente convencido.
Esperando aún su mejor interpretación. Pero en una industria en la que “las
grandes productoras están dirigidas por jóvenes que no saben quién fue Billy
Wilder” (en sus propias palabras), tal vez su genialidad tarde en encontrar
un proyecto a su altura. Mientras, seguiremos deleitándonos con esa sonrisa
cínica bajo esas cejas desafiantes que asoman tras sus gafas oscuras, en la
primera fila del Staples Center, sentado junto al banquillo de sus
admirados Lakers. Genio y figura.
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