En el principio fue la imagen; y
durante siglos no se movió. Hasta que en 1888 dos hermanos atemorizaron a un
puñado de espectadores con un tren que se abalanzaba sobre ellos con
terrorífico realismo. Sin embargo, tras el impactante y prometedor comienzo, la
imagen en movimiento creada por los hermanos Lumiére fue desvaneciéndose en el
interés de los espectadores, tristemente desperdiciada en tediosos retratos
cotidianos. Hasta que alguien intuyó que el cinematógrafo escondía mucho más:
ficción, humor, emoción, espectáculo, magia. En una palabra, Cine. Ese alguien
se llamó Georges Méliès y ahora podemos
acercarnos —y contagiarnos, si acaso— a
su esplendoroso genio en la fantástica exposición de CaixaForum; como ya
hicimos hace un par de años, cuando uno de sus más aventajados alumnos, Martin Scorsese, le rindió emocionado
tributo en su última película.
La invención de Hugo es todo un ejercicio de
cinefilia —se han recreado varias de las películas originales de Méliès,
fotograma a fotograma— y una sincera muestra de cariño al creador del cine como
arte narrativo; al visionario que llevó sus sueños y su imaginación a un
invento que nació sin ánimo de perdurar y que aún hoy, más de un siglo después,
continúa fascinando a millones de espectadores ávidos de emociones en todo el
mundo. Como en la película de Scorsese,
George Méliès también fue rescatado
del olvido en los últimos años de su vida… en su puesto de “Confiterie et
Jeues” de la estación de Montparnasse. Pero éste es el final de la historia.
Empecemos por el principio.
Desde su infancia parisina, el pequeño Georges tenía muy claro que
no quería seguir los pasos de su padre en el negocio de los zapatos. Él quería
dejar su huella mucho más lejos; en la luna, por ejemplo. Era hábil con el
dibujo y su desbordante imaginación rebasaba los límites de lo que su
progenitor había establecido para un honrado zapatero, así que lo envió un año a
Londres con la excusa de aprender inglés y con la intención de ablandar sus
talentos. El efecto fue, naturalmente, el contrario; para no tener que pelearse
con el idioma, Georges frecuentaba el teatro, especialmente el “Egyptian Hall”,
donde cada noche el célebre mago Maskelyne
embelesaba a un joven Méliès con su espectáculo de ilusionismo. Allí descubre
la magia y aprende sus primeros trucos, que luego se lleva a escondidas a París
y muestra, casi en la clandestinidad, en el Cabinet
Fantastique del Museo Grévin.
Merci, Monsieur Méliès
Cuando su padre se
retira de los zapatos, Georges vende su parte del negocio y compra el teatro de
su admirado Robert Houdin, en el Boulevard des Italiens. Es1888 y Méliès
tiene 27 años. En ese glorioso escenario realiza numerosos y sorprendentes
espectáculos de ilusionismo, cuyos decorados, trucos y maquinaria son creados
por el propio Méliès. Pero no es hasta 1895 cuando tiene lugar el
acontecimiento que cambiaría su vida y, de paso, la historia del
entretenimiento.
Fue exactamente
el 28 de diciembre. Ese día, los hermanos
Lumière presentaban al público su revolucionario invento, el Cinematógrafo.
Méliès fue uno de los privilegiados
que asistió a esa histórica premier. Pero no fue de los que salió corriendo,
presa del pánico, al ver el tren abalanzarse sobre él a toda máquina. Su único
pensamiento fue: “aquí hay magia”. Propuso a los hermanos comprarles su
máquina, y ante su negativa, decidió hacerse con la suya propia. Partiendo del
biscopio del inventor Robert William
Paul, y tras ajustar el artilugio para que pudiera impresionar y proyectar,
unos meses después crea su propio estudio, Star Films, y rueda su primera
película: Partida de naipes, que el 5
de abril de 1896 proyecta en su teatro. “¡Pasen señoras y caballeros, vengan a
descubrir la mayor atracción del siglo: el cine!”, grita el voceador a las
puertas del Robert Houdin.
Pronto, dota a sus películas de la misma magia que impregna sus
espectáculos de ilusionismo. Investiga nuevas técnicas, crea el fundido y las
disoluciones, el coloreado y el truco de la sustitución, que le permite
multiplicarse en la pantalla. Y el rey de los efectos especiales, el stop-motion, que descubre por azar y se
convierte en su favorito. En los siguientes años, ya entrado el nuevo siglo,
realiza cientos de películas en las que él es el actor, el director, el
productor, el guionista, el director artístico, el diseñador de vestuario, el
maquetista… En 1902 crea su obra más célebre, Viaje a la luna, que
marca un antes y un después en la continuidad narrativa cinematográfica. Y una
de las imágenes inmortales del cine, con ese rudimentario cohete insertado en
el ojo de una luna visiblemente molesta.
Su desbordante
imaginación no tiene límites y cada una de sus creaciones e inventos marca los
principios de la cinematografía moderna. Y sin embargo, no acierta a ver que el
cine se va transformando en una industria, que va dejando atrás —sin piedad— a
su precursor. La llegada de la I Guerra
Mundial lo termina de arruinar y, acosado por las deudas, se retira
definitivamente en 1923.
Pero aún le queda vivir su última historia cinematográfica; en
este caso una película de amor: en 1925 se reencuentra con una de sus antiguas
actrices, Jeanne d’Alcy, en el
puesto de juguetes y golosinas que ella regenta en la estación de Montparnasse.
Poco tiempo después se casan y el gran Méliès,
el visionario, el pionero, el genio, el precursor del cine de espectáculo y
fantasía pasa el resto de sus días, junto a su amada, vendiendo chuches a los
niños, hasta su último The End. El 21
de enero de 1938 fallece en el hospital Léopold Bellan de París. Hoy, más de
100 años después de sus primeras obras, sus trucos técnicos y narrativos siguen
siendo clave para la magia del cine.
· Méliès fue precursor de muchos de los géneros del cine:
surrealismo, terror, humor, fantástico y, por encima de todos, ciencia
ficción.
· Creó el primer estudio de cine, que incluía sistemas mecánicos
para ocultar zonas al sol, trampillas y otros mecanismos de puesta en escena.
· Fue pionero del cine en color: en algunas de sus películas
coloreaba los fotogramas uno a uno, manteniendo, de paso, su primera
inclinación artística.
· Rodó más de 500 películas, aunque la mayoría se han perdido en
el tiempo. Algunas de las más famosas son El hombre orquesta, El hombre de
la cabeza de goma, El melómano, El inquilino diabólico…
· En 1931 fue rescatado del olvido por sus compatriotas y condecorado
con la Cruz de
Honor de la Legión.
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