En 1851 el escritor
estadounidense Herman Melville inmortalizó a una de las criaturas marinas más
terroríficas, fantasmales y destructivas de la literaura universal, Moby Dick.
Ciento sesenta años después, el periodista estadounidense Donovan Hohn inmortalizó
uno de los fenómenos marinos más curiosos, sorprendentes y misteriosos de la
crónica universal, Moby Duck. La primera relató una historia de persecución y
venganza entre la monstruosa ballena blanca y el obstinado y vengativo capitán Ahab.
La segunda, una aventura de investigación y curiosidad, y la implacable
persecución a 28.800 patitos de plástico protagonizada por el obstinado y
reivindicativo Hohn.
Si Melville
se hubiera topado con ese monstruo descolorido de miles de bocas sonrientes en
uno de sus viajes en ballenero –pongamos, por ejemplo, el Acushnet- tal vez habría introducido ciertos cambios
significativos en su mítica novela: «Llamadme Ismael. Hace unos
años -no importa cuánto hace exactamente-, teniendo poco o ningún dinero en el
bolsillo, y nada en particular que me interesara en tierra, pensé que me iría a
navegar un poco por ahí, para ver la parte acuática del mundo (…) Probablemente
habréis visto muchos fenómenos extraños, tiburones de siniestro talle, krakens
de infinitos tentáculos, montañosas ballenas blancas, y cualquier cosa; pero os
aseguro que nunca habréis visto un extraño y sorprendente fenómeno como esa
mole enorme de 28.800 seres de descolorido amarillo, deslizándose por la
superficie del mar con un rumor sordo, como un zumbido subterráneo en una
vorágine de plástico y ojos que hacía contener el aliento al surgir de las
aguas…»
La historia, en realidad, es bastante menos terrorífica que Moby
Dick. Aunque nació en una tempestuosa noche, en mitad del Pacífico, hace ahora
veinte años. Era el 10 de enero de 1992 cuando una violenta tormenta sorprendió,
cerca de las Islas Aleutianas, a un carguero de bandera incierta que llevaba
rumbo a Washington desde Hong Kong. Consecuencia del fuerte balanceo del barco,
doce de los contenedores que portaba cayeron al mar; uno de ellos, propiedad de
la compañía china First Years Inc, se
abrió y dejó escapar todo su cargamento, 28.800 juguetes para la bañera:
castores rojos, tortugas azules, ranas verdes y patitos amarillos. Sobre todo
patitos amarillos. Flotando sobre el mar embravecido, el cargamento multicolor fue
alejándose del barco empujado por el viento y las corrientes, hasta perderse en
la oscura inmensidad de la noche.
Ahí comenzó una odisea que aún hoy,
veinte años después, no ha llegado a su fin. Las implacables corrientes
oceánicas arrastraron a los patitos y sus amigos durante cientos, miles de
millas, atravesando las frías aguas del Pacífico Norte para adentrarse en las
aguas heladas del Ártico. Fue su primer destino. Muchos de ellos quedaron
atrapados entre los hielos, pero otros tantos prosiguieron su ruta al encuentro
de lejanas playas donde reposar, de Alaska a Escocia.
A lo largo de estos años, el vagar
de estos miles de patitos no ha servido únicamente para que Donovan Hohn escribiera
su libro Moby Duck. La verdadera historia
de 28.800 patitos y otros muñecos de baño perdidos en el mar, y de los
oceanógrafos, ecologistas y lunáticos que salieron en su busca. Dos de
estos científicos, Ebbesmeyer e Ingraham, han podido estudiar las corrientes
oceánicas de una forma que nunca antes había sido posible, gracias a los
patitos; aprovecharon los movimientos de los juguetes para estudiar el giro
oceánico del Pacífico Norte (una gran corriente constante y circular),
entre Japón, Alaska y las Islas Aleutianas, descubriendo por primera vez que un
objeto tarda tres años en completar el ciclo. Durante
dos décadas han llevado un concienzudo registro de las veces que los patitos o
los castores han sido vistos, y cuánto han tardado en llegar a esos puntos;
aunque deben andar ojo avizor pues el entusiasmo colectivo ha provocado que a
menudo les envíen patitos falsos.
El seguimiento científico de esta
flotilla antes multicolor y ahora descolorida ha permitido también ayudar a los
expertos a controlar y conservar las reservas de pescado, a entender los
efectos del calentamiento polar e incluso a resolver casos de muertes ocurridas
en altamar (accidentales o alevosas), haciendo un seguimiento retroactivo del
recorrido de los cadáveres. Si bien nadie sabe con certeza lo que ha sido de la
mayoría de estos patitos navegantes, Donovan Hohn se ha embarcado en su propia
aventura durante años para resolver el misterio. «Tenía que ser un trabajo breve. Me ha
costado sin embargo cinco años y viajes por todo el planeta». Comenzando por la fábrica donde nacieron, en China, y luego
Escocia, Hawaii, el Océano Ártico, el Estrecho de Bering. En su largo vagar en
busca de Moby Duck («¡Por ahí resopla!») sólo ha encontrado un muñeco en
tierra, un castor, en una playa escondida de Alaska; un hallazgo que ahora
guarda como un tesoro. Al igual que cientos de coleccionistas en medio mundo
que han tenido la fortuna de toparse con uno de estos valerosos navegantes que
llevan 20 años desafiando al océano salvaje. Una vez comprobada su
autenticidad, claro.
Al final, la peripecia de estos
28.800 patitos y la de su incansable perseguidor, ha servido para
concienciarnos, un poco más, sobre la contaminación implacable que soporta el
mar (son miles los contenedores
que caen al océano cada año), el minucioso trabajo de los oceanógrafos, la
arriesgada vida de marineros y pescadores, nuestra adicción al plástico y el
oscuro mundo del transporte marítimo y las fábricas chinas. Algo que no es un
juego de niños, precisamente.
Ya saben, si se topan próximamente con un patito
descolorido y de expresión cansada, firmado por First Years Inc, cuídenlo con mimo. Un buen baño
caliente le sentará de maravilla. Sin espuma, por si le trae malos recuerdos.
Otras curiosidades marinas
·
Ebbesmeyer e Ingraham han observado el recorrido flotante de 100.000 globos y
coches de juguete, 34.000 guantes de hockey y cinco millones de piezas de Lego
que han sido vertidos al mar.
·
En 1990 Nike perdió 40.000 pares más allá del Pacífico que dos años más tarde
aparecieron en Hawai; lo más curioso es que aún se podía usar. En 2010 otro
cargamento de Nike, esta vez 33.000 zapatillas, cayó del barco junto a la costa
de California.
· En 1998 un
carguero perdió en el Pacífico 407 contenedores, con todo tipo de artículos: bicicletas,
teléfonos inalámbricos, ropa…
· Se calcula
que cada año caen al mar entre 2.000 y 10.000 contenedores, muchos de los
cuales pierden su contenido. La mayoría de las compañías transportadoras
ocultan estos sucesos.
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