jueves, 24 de octubre de 2024

Don't Let the Old Man In. Una reflexión sobre la vejez




Hace unos años, Clint Eastwood compartía torneo de golf benéfico con su amigo el compositor y cantante de country Toby Keith. Clint le comentó que en unos días cumplía 88 años y estaba trabajando en su nueva película, The Mule, que iba a dirigir y protagonizar. Toby, admirado de la vitalidad y la energía de Clint, le preguntó qué le impulsaba a seguir trabajando. “No dejo entrar al viejo”, respondió. A Toby Keith le enamoró esta frase y le dedicó una maravillosa canción, Don't Let the Old Man In. Una bonita y emotiva balada country sobre un hombre rebelándose contra su vejez. El cantante envió a Clint Eastwood una demo de la canción y el director se rindió inmediatamente a su letra y a su melodía.

 

Don't Let the Old Man In se convirtió automáticamente en el tema principal de The Mule, que se estrenó en 2018, y también en un exitazo en las listas de country de todo el país. En septiembre de 2023 Toby Keith, que había sido diagnosticado de cáncer de estómago el año anterior, interpretó su canción en el 2023 People's Choice Country Awards, después de haber obtenido el premio Country Icon, y Don't Let the Old Man In volvió a resurgir con fuerza en las emisoras de country. El pasado 24 de febrero, Toby Keith falleció a los 64 años de edad víctima del cáncer, dejando un legado impresionante, prolífico e inmortal, en la música americana y universal.

 

Estas últimas semanas me ha golpeado con insistencia la canción de Toby Keith. Y es que el “viejo” está intentando colarse en el cuerpo y en la cabeza de mi padre desde que empezó la quimio (le diagnosticaron un linfoma en septiembre, recién cumplidos los 90). Estos días, que he estado turnando guardias con mi hermano y mis hermanas, me he dado cuenta de que, cada vez más, veo a mi abuelo (que nos dejó a los 96) en el cuerpo frágil, arrugado y tembloroso de mi padre. Un cuerpo condenado a un presente a caballo entre el miedo, el cabreo y la impotencia, con un futuro demasiado breve como para llamarlo futuro, y al que sólo le queda su pasado glorioso, cuajado de triunfos deportivos, de logros familiares y de amistades inquebrantables que se han ido quedando en el camino. Una vida mirando casi siempre hacia atrás.

 

Él, que fue subcampeón del mundo y coleccionó Grandes Premios de hípica por todo el mundo, ahora apenas puede recorrer el pasillo de su casa aferrado a su taca-taca, pasito a pasito. Él que fue campeón de España de tenis con 15 años y que jugó al pádel activamente hasta muy superados los 70, ahora apenas puede salir de la cama o vestirse sin ayuda. Él, que bailaba en las bodas de sus nietos y jugaba con sus bisnietas, que paseaba y conducía hasta hace solo tres meses, ahora apenas llega a tiempo al cuarto de baño en caso de urgencia. Él, que ha sido un brillante jugador de bridge durante décadas, un matemático ágil y de mente rápida y culta, hoy está en lucha permanente entre el hombre que fue y el que ya no es; entre la persona mayor que estaba increíble para su edad a los 89 y el viejo que quiere entrar a los 90, derribando la puerta a patadas para instalarse de manera permanente. Como un okupa indeseado e indeseable.

 

Pero, claro, derrotar por las buenas a un tipo que ha sido deportista de élite tantos años (uno de los mejores jinetes de su generación) y luego juez internacional de prestigio mundial durante otros tantos; derrotar por las buenas a un tipo que se licenció con matrícula en Derecho, que ha vivido la disciplina deportiva, el esfuerzo, el compromiso y el sacrificio desde los 16 años, que ha formado una familia unida y ejemplar que alcanza ya los 30 miembros (5 hijos, 20 nietos, 5 bisnietos) y que ha sido referente de valores y de coherencia en el deporte y en la vida para viejas y nuevas generaciones… derrotar por las buenas a un tipo así, que además cuenta con la fuerza extra de su mujer (mi madre, una santa con superpoderes), de sus cinco hijos (siempre al pie del cañón) y de sus fieles amigos y primos (los que le quedan vivos), y que cuenta con el favor especial del mismísimo Dios y de la Virgen, de los que nunca se ha separado ni un instante desde el día de su Primera Comunión, derrotar a un tipo así, digo, no es tarea fácil.

 

Así que ahí andamos todos –padre, madre, hijos, nietos, médicos, fisios, ciencia, fe y demás fuerzas activas-  atrancando la puerta con rabia para que no entre el viejo, golpeándole la cara con toda nuestra mala leche cuando asoma por la rendija a lo Jack Torrance, lanzándole maldiciones y quimioterapia y vitaminas y corticoides y todo lo que haga falta para mantenerlo ajeno y lejos, no al otro lado de la puerta, sino más allá del horizonte. Como el propio Clint Eastwood, galopando hacia la puesta de sol para no volver.

 

No, papá. No vamos a permitir que entre el viejo para quedarse. Aún te queda mucho camino que cabalgar, mucho obstáculo que saltar, mucho trofeo que conquistar. Y mucho cariño que recibir. En eso estamos.  

 

When he rides up on his horse
And you feel that cold bitter wind
Look out your window and smile
Don't let the old man in



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