martes, 3 de marzo de 2020

La estupidez endémica. Virus y política



«Tengo la firme convicción, avalada por años de observación y experimentación, de que los hombres no son iguales, de que algunos son estúpidos y otros no lo son.» Estoy con Carlo Maria Cipolla al cien por cien. El gran historiador económico italiano realizó, en su genial obra Allegro ma non troppo, una afilada y certera reflexión sobre la estupidez humana (¿existe otra?) que ha cobrado un intensísimo sentido de la actualidad en España y en el mundo durante los últimos tiempos. Bueno, y durante las últimas décadas incluso.

Cipolla definió cinco categorías fundamentales de personas: Inteligentes (benefician a los demás y a sí mismos), Incautos (benefician a los demás y se perjudican a sí mismos), Malvados (perjudican a los demás y se benefician a sí mismos) y Estúpidos (perjudican a los demás y a sí mismos). Detengámonos un poco más en estos últimos. Como afirma categóricamente Cipolla en La Quinta Ley Fundamental de la Estupidez Humana, «la persona estúpida es el tipo de persona más peligroso que existe. El estúpido es más peligroso que el malvado». Y continúa: «La mayoría de las personas estúpidas son fundamentalmente y firmemente estúpidas (…) Nadie sabe, entiende o puede explicar por qué esta absurda criatura hace lo que hace. En realidad no existe explicación; o mejor dicho, solo hay una explicación: la persona en cuestión es estúpida». ¿Qué, les va sonando a alguien? Por si acaso aún dudan: «La capacidad de hacer daño que tiene una persona estúpida depende de dos factores principales: del factor genético y del grado de poder o autoridad que ocupa en la sociedad».


Hay quien piensa que el personaje en cuestión no es estúpido sino malvado, que tiene un Plan y lo lleva a cabo con maliciosa precisión. Pero según el maestro Cipolla «las acciones de un malvado siguen un modelo de racionalidad: racionalidad perversa, si se quiere, pero al fin y al cabo racionalidad. El malvado quiere añadir un "más" a su cuenta causando un "menos" a su prójimo. Desde luego, esto no es justo, pero es racional, y si es racional uno puede preverlo. Con una persona estúpida no existe modo alguno racional de prever si, cuándo, cómo, y por qué, una criatura estúpida llevará a cabo su ataque. Frente a un individuo estúpido, uno está completamente desarmado.» Y lo que es peor, «el estúpido no sabe que es estúpido. Esto contribuye poderosamente a dar mayor fuerza, incidencia y eficacia a su acción devastadora». Aterrador.

Por si el lector (o lectora) se encuentra un poco obtuso (u obtusa) con la inminente llegada del Apocalipsis vírico de marras, el amigo Carlo María nos ofrece la pista definitiva para reafirmarnos en ese o esos personajes estúpidos que usted y yo estamos pensando desde hace rato: «Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida y el trabajo, hacerte perder dinero, tiempo, buen humor, apetito, productividad, y todo esto sin malicia, sin remordimientos y sin razón. Estúpidamente».


Lo más curioso de todo este asunto es que Carlo M. Cipolla publicó su obra en 1998 y murió en el año 2000. En aquellos tiempos la estupidez humana (¿hay otra?) era tan sobreabundante como en estos. Todos hemos tenido y tenemos a nuestro alrededor gente rematadamente estúpida que nos complica la vida, destruye nuestra armonía o lapida nuestro buen humor como quien no quiere la cosa (un cuñado, un compañero de trabajo, un celoso funcionario, un tipo que pasaba por ahí…). Es inevitable. C’est la vie, que diría un francés rendido a la evidencia. Puede, incluso, que nosotros mismos seamos personas estúpidas sin saberlo —algo nada improbable según las Leyes Fundamentales—, pero en tales casos el radio de acción y de daños consiguientes es relativamente estrecho. A no ser que se meta un perverso virus de por medio, que además de contagiar la gripe contagia, de forma bastante más letal, la estupidez. Estupidez endémica. Ésta sí que es fatal: para la economía global, para la salud mental de cada cual y para el sentido común en general.

Pero lo peor no es eso. Lo realmente devastador para nosotros, los españoles en particular, es esa cantidad ingente de estúpidos que se acomodan cada legislatura en las poltronas del poder (recordemos: «La capacidad de hacer daño que tiene una persona estúpida depende de dos factores principales: del factor genético y del grado de poder o autoridad que ocupa en la sociedad»). Políticos, altos funcionarios, comunicadores, economistas, tertulianos, sindicalistas, influencers, iluminados y demás fauna ibérica. No todos estúpidos, o no solo estúpidos —según las Leyes Fundamentales de Cipolla—, también malvados. Muy malvados. Muchos malvados. Y ahí andamos, el resto de mortales, arrastrados por su corriente y sus intereses, bastante interesados, por cierto. Manejados, manipulados, utilizados constantemente, impunemente, por tan poderosos estúpidos y/o malvados. Y ahí andamos, sí, nosotros, los incautos. Tratando de rebelarnos contra la estupidez ajena que nos arrastra, irremisiblemente, hacia el abismo.


Y yo me digo: pues habrá que hacer algo, ¿no? Por ejemplo, empezar a nadar contracorriente. Con todas nuestras fuerzas. Con toda nuestra rabia. Con toda nuestra cordura. Con todo nuestro sentido común frente a la perversa estupidez global que nos envuelve. Con urgente y desesperada necesidad.


Y, por favor, tengamos siempre bien presentes las Leyes Fundamentales de la Estupidez Humana. Y especialmente la Quinta.

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