«Tengo la firme
convicción, avalada por años de observación y experimentación, de que los
hombres no son iguales, de que algunos son estúpidos y otros no lo son.» Estoy
con Carlo Maria Cipolla al cien por cien. El gran historiador económico
italiano realizó, en su genial obra Allegro ma non troppo, una afilada y certera reflexión sobre la
estupidez humana (¿existe otra?) que ha cobrado un intensísimo sentido de la
actualidad en España y en el mundo durante los últimos tiempos. Bueno, y durante
las últimas décadas incluso.
Cipolla definió cinco categorías fundamentales de
personas: Inteligentes
(benefician a los demás y a sí mismos), Incautos
(benefician a los demás y se perjudican a sí mismos), Malvados (perjudican a los demás y se benefician a sí
mismos) y Estúpidos
(perjudican a los demás y a sí mismos). Detengámonos un poco más en estos
últimos. Como afirma categóricamente Cipolla en La Quinta
Ley Fundamental de la Estupidez Humana, «la persona estúpida es el tipo de
persona más peligroso que existe. El estúpido es más peligroso que el malvado».
Y continúa: «La mayoría de las personas estúpidas son fundamentalmente y
firmemente estúpidas (…) Nadie sabe, entiende o puede explicar por qué esta
absurda criatura hace lo que hace. En realidad no existe explicación; o mejor
dicho, solo hay una explicación: la persona en cuestión es estúpida». ¿Qué, les
va sonando a alguien? Por si acaso aún dudan: «La capacidad de hacer daño que
tiene una persona estúpida depende de dos factores principales: del factor
genético y del grado de poder o autoridad que ocupa en la sociedad».
Hay quien piensa que el personaje en cuestión no es
estúpido sino malvado, que tiene un Plan y lo lleva a cabo con maliciosa
precisión. Pero según el maestro Cipolla
«las acciones de un malvado siguen un modelo de racionalidad: racionalidad
perversa, si se quiere, pero al fin y al cabo racionalidad. El malvado quiere
añadir un "más" a su cuenta causando un "menos" a su
prójimo. Desde luego, esto no es justo, pero es racional, y si es racional uno
puede preverlo. Con una persona estúpida no existe modo alguno racional de
prever si, cuándo, cómo, y por qué, una criatura estúpida llevará a cabo su
ataque. Frente a un individuo estúpido, uno está completamente desarmado.» Y lo que es peor, «el estúpido no sabe que
es estúpido. Esto contribuye poderosamente a dar mayor fuerza, incidencia y eficacia
a su acción devastadora». Aterrador.
Por si el lector (o lectora) se encuentra un poco
obtuso (u obtusa) con la inminente llegada del Apocalipsis vírico de marras, el
amigo Carlo María nos ofrece la pista definitiva para reafirmarnos en ese o
esos personajes estúpidos que usted y yo estamos pensando desde hace rato: «Con
la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el
estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu
paz, complicarte la vida y el trabajo, hacerte perder dinero, tiempo, buen
humor, apetito, productividad, y todo esto
sin malicia, sin remordimientos y sin razón. Estúpidamente».
Lo más curioso de todo este asunto es que Carlo M. Cipolla publicó su obra en
1998 y murió en el año 2000. En aquellos tiempos la estupidez humana (¿hay
otra?) era tan sobreabundante como en estos. Todos hemos tenido y tenemos a nuestro alrededor gente rematadamente
estúpida que nos complica la vida, destruye nuestra armonía o lapida
nuestro buen humor como quien no quiere la cosa (un cuñado, un compañero de
trabajo, un celoso funcionario, un tipo que pasaba por ahí…). Es inevitable. C’est la vie, que diría un francés rendido
a la evidencia. Puede, incluso, que nosotros mismos seamos personas estúpidas
sin saberlo —algo nada improbable según las Leyes Fundamentales—, pero en tales
casos el radio de acción y de daños consiguientes es relativamente estrecho. A
no ser que se meta un perverso virus de por medio, que además de contagiar la
gripe contagia,
de forma bastante más letal, la estupidez. Estupidez
endémica. Ésta sí que es fatal: para la economía global, para la salud
mental de cada cual y para el sentido común en general.
Pero lo peor no es eso. Lo realmente devastador
para nosotros, los españoles en particular, es esa cantidad ingente de
estúpidos que se acomodan cada legislatura en las poltronas del poder
(recordemos: «La capacidad de hacer daño que tiene una persona estúpida depende
de dos factores principales: del factor genético y del grado de poder o
autoridad que ocupa en la sociedad»). Políticos, altos funcionarios, comunicadores,
economistas, tertulianos, sindicalistas, influencers, iluminados y demás fauna
ibérica. No todos estúpidos, o no solo estúpidos —según las Leyes Fundamentales
de Cipolla—, también malvados. Muy malvados. Muchos malvados. Y ahí andamos, el
resto de mortales, arrastrados por su corriente y sus intereses, bastante
interesados, por cierto. Manejados,
manipulados, utilizados constantemente, impunemente, por tan poderosos estúpidos
y/o malvados. Y ahí andamos, sí, nosotros, los incautos. Tratando de
rebelarnos contra la estupidez ajena que nos arrastra, irremisiblemente, hacia
el abismo.
Y yo me digo: pues habrá que hacer algo, ¿no? Por
ejemplo, empezar a nadar contracorriente.
Con todas nuestras fuerzas. Con toda nuestra rabia. Con toda nuestra cordura. Con
todo nuestro sentido común frente a la perversa estupidez global que nos
envuelve. Con urgente y desesperada necesidad.
Y,
por favor, tengamos siempre bien presentes las Leyes Fundamentales de la Estupidez
Humana. Y especialmente la Quinta.
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