El 30 de junio de 1936 se publicó
una de las novelas más legendarias, más vendidas y más traducidas de la
literatura americana. Tres años después, esa novela se convertía en una de las
películas más legendarias, más taquilleras y más grandes del cine americano.
Para muchos, la más grande de todos los tiempos.
Margaret
Mitchell, periodista
de carácter y dama del Viejo Sur, tardó diez años en escribir su obra inmortal
—que, por cierto, comenzó por el capítulo final y luego fue completando de manera
más o menos desordenada—. Y aunque no tenía especial intención de publicarla, y
cuando lo hizo no aspiraba a vender más de cuatro o cinco mil ejemplares, sólo
unos meses después de ese 30 de junio, en Navidad, ya se habían vendido un millón
de copias; un año después ganó el prestigioso Premio Pulitzer de novela; después vinieron otros premios y luego el
celuloide y, finalmente, el mito. Con el tiempo, se ha convertido en uno de los
best sellers más vendidos de todos
los tiempos: 28 millones de ejemplares en más de 300 países y en 27 idiomas.
Las primeras palabras —del medio
millón que contiene el libro— nos dan una pista clave de su éxito: «Scarlett
O´Hara no era bella, pero los hombres no solían darse cuenta de ello hasta que
se sentían ya cautivos de su embrujo, como les sucedía a los gemelos Tarleton».
Ése tal vez sea el secreto, el embrujo que Escarlata
O’Hara ha ejercido a lo largo de siete décadas sobre millones de lectores
en todo el mundo ,
de todas las culturas, de todas las épocas. Y junto a Escarlata, unos
personajes más grandes que la vida, un retrato de la Historia Americana
—y por extensión, universal— preciso y fascinante; una historia rebosante de
Amor, Odio, Honor, Familia, Guerra, Celos, Miseria, Grandeza, Lucha, Valor,
Felicidad, Drama, Romanticismo, Orgullo, así, todo en mayúsculas. Porque todo
en esta novela está escrito en mayúsculas, y todo lo que se generó a su
alrededor también. Sobre todo, claro, la magnífica y mayúscula adaptación
cinematográfica.
La película más grande jamás
filmada
David
O. Selznick, siguiendo
su instinto de productor y los consejos de su editora, Kay Brown, había vislumbrado la grandeza que encerraba esa historia
de amores y guerras y honor y esclavos y Escarlata y Rhett y Ashley y la Tierra Roja de Tara.
Y, al contrario que la protagonista, no lo dejó “para mañana”. Compró los
derechos de la novela por 50.000 dólares, una cifra récord para la época, y
comenzó a planificar la película más grande jamás filmada. Una tarea que
resultó tan monumental y tan fabulosa como la propia película.
Y es que desde su pre-producción,
Lo que el viento se llevó se convirtió
en un fenómeno social, que trascendió lo puramente cinematográfico —hasta se
comercializaron perfumes, cremas y camisas con el nombre de la película—; y no
era para menos: más de 15 guionistas trabajaron en la adaptación de la
novela —finalmente Sidney Howard firmó el magnífico texto definitivo—; 5 directores
pasaron por el set de rodaje —Reeves
Eason, Sam Wood, William Cameron Menzies, George Cukor y Victor Fleming, el único acreditado—;
a lo largo de dos años de casting, 1400
desconocidas y 100 estrellas realizaron pruebas para el ambicionado papel de
Escarlata que se llevó la inglesa Vivien Leigh —entre otras, Joan Crawford, Paulette Godard, Lana
Turner y Katharine Hepburn—; para el espectacular incendio de Atlanta, se
utilizaron 7 cámaras —todas las disponibles— y se quemaron los descomunales decorados
de King Kong y Rey de Reyes; y para la grandiosa escena de la estación, la mitad
de los miles de soldados heridos eran muñecos —no había llegado aún la era
digital—. Después de 3 años de preproducción y 125 días de rodaje , la obra
magna de Selznick —auténtico artífice de la película— se estrenó el 15 de
diciembre de 1939 en la ciudad de Atlanta, con la suntuosidad de una
coronación; el alcalde declaró tres días de fiesta oficial. El año siguiente
batió un nuevo récord al ganar 8 Oscars, incluyendo película, director, actriz
principal y guión.
Y si la novela había sido un
éxito sin precedentes en Estados Unidos, el fenómeno que supuso la película fue
inconmensurable en todo el planeta. De hecho, es la única película que no ha
dejado de proyectarse ni un solo día en alguna parte del mundo desde su
estreno. Y es que jamás volverá a hacerse una película tan perfecta como ésta, tan
completa: con un guión magistral, fidelísimo a la novela original; una banda
sonora maravillosa, unos decorados espectaculares, unos personajes profundos,
conmovedores e inolvidables, una fotografía bellísima en novedoso Technicolor,
unos actores en estado de gracia —todos: Vivien
Leigh, Clark Gable, Leslie Howard, Olivia de Havilland, Thomas Mitchel y,
claro, Hattie MacDaniel, la
oscarizada y entrañable Mamita—, un
dominio de las emociones prodigioso, unas secuencias épicas y unas frases
memorables, que han trascendido la novela y la película para formar parte
de nuestras propias vidas.
En fin, una forma de hacer y entender el Cine que ya no se estila.
Y que nos hace rememorar aquellos tiempos pasados que tal vez fueron mejores y
el viento se llevó. Como lamenta Ernest
Dawson en su poema Cynara, en
donde Margaret Mitchell halló el título de su novela: «Lo que el viento se
llevó / rosas al aire arrojadas / que vuelan alborotadas / para que, en su
danza, olvides / tus lirios, hoy ya marchitos».
Afortunadamente, siempre nos quedará el DVD.
El
embrujo de Escarlata en el Palafox
Una tarde de Navidad de 1980, hace ya más de
treinta años, mis padres me llevaron al Cine Palafox ("El mejor cine de Europa"); por aquellas fechas se
proyectaban en Madrid no pocas películas estupendas para un quinceañero, naturalmente más para ver y disfrutar con amigos que con los jefes. Así, lo que vieron mis ojos ese día no fue El liguero mágico o Aterriza como puedas, ni siquiera Forajidos de leyenda o El imperio contraataca; no, afortunadamente lo que vi aquella tarde adolescente en el Palafox fue
una oportuna reposición de Lo que el viento se
llevó. En pantalla gigante, con todo su espectacular esplendor, palomitas dulces y el obligado intermedio tras la inmortal secuencia bajo el roble crepuscular y ese escalofriante «A Dios pongo por testigo de que jamás volveré a pasar hambre...». Aquel día, y para siempre,
me enamoré perdidamente del CINE. Casi tanto como Escarlata de la tierra roja
de Tara.
No hay comentarios:
Publicar un comentario