Jaime Caballero
es nadador de ultra larga distancia en aguas abiertas.
Eso significa que está hecho de una pasta especial, física y psicológicamente.
Eso significa que tiene una capacidad de aguante —del dolor, del miedo, del
agotamiento, del agobio, del frío extremo— que va mucho más allá que la de
cualquier ser humano normal. Su última hazaña, que ha dado la vuelta al mundo,
ha sido cruzar el Canal de la Mancha… ida y vuelta. Sin parar. Sin protección.
(“Una salvajada que sólo han logrado 17 nadadores en la historia. Es el Everest de la natación”). Un trayecto
de 100 kilómetros de agua gélida, corrientes traicioneras, lacerantes olas y
veneno de medusas que Jaime estuvo a punto de abandonar en varias ocasiones
durante la segunda mitad del reto, pero que finalmente completó, en estado casi
inconsciente (“las últimas 8 horas no recuerdo nada, iba con el piloto
automático”). La razón, su razón, los enfermos de ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica), “la enfermedad más cruel que
existe”. Ellos son los que empujan a Jaime en los momentos de flaqueza, ellos
son los que le dan fuerza para seguir adelante, ellos son los que le dan motivo
para luchar, una causa a la que Jaime dedica, desde hace años, cada pensamiento
y cada minuto de su tiempo libre.
No siempre fue así. Jaime nadaba ya de pequeño,
incluso protagonizó alguna que otra hazaña con 14 años. Pero luego tuvo un
prolongado standby de diez años
provocado a partes iguales por la indolente adolescencia y los malos hábitos
(juergas, droga, alcohol). Fueron años peligrosos, nadando en el filo de la
navaja, que casi le cuestan la vida; afortunadamente el precio final fue sólo
el ojo derecho. Pero ni eso cambió su forma de ver la vida. “Cuando estaba en
el hospital, tras el accidente, lo único que pensaba era en recuperarme para
seguir de farra”. Fue la familia (¿quién, si no?) la que finalmente impuso el
sentido común, a base de altas dosis de amor y comprensión, y tras pasar por Proyecto Hombre (“a los que estaré
eternamente agradecido, y con los que colaboro siempre que puedo”), Jaime salió
limpio y lleno de vida.
Volvió a la vida, y volvió al mar (“Es básico tener
aficiones, practicar algún deporte; eso te da ilusiones, motivación, objetivos,
a cualquier nivel”). Comenzó a nadar de nuevo, no como profesional, pero sí realizando
retos cada vez mayores, más importantes, y más duros. En 2005 atravesó el
Estrecho de Gibraltar en 2 horas 58 minutos, su primera travesía reseñable.
Tras un intento fallido el año siguiente, en 2007 decidió el desafío de
referencia en aguas abiertas, el Canal de la Mancha; allí conoció la verdadera
fuerza de las corrientes y descubrió en carne propia lo que es el frío en el
agua. En 2008 el reto impuesto fue atravesar el Estrecho ida y vuelta, algo que
a priori parecía sencillo pero que las fuertes corrientes complicaron hasta el
punto de pensar seriamente en el abandono. No solo no abandonó sino que además
logró registrar un record mundial.
Pero la travesía que marcó un antes y un después en la
vida de Jaime, un giro radical a nivel profesional y, sobre todo, a nivel
personal, fue la que llevó a cabo el 10 de junio de 2009: Bilbao-San Sebastián
(su tierra). Su travesía más larga y dura hasta el momento, sí (perdió 8 kilos
en 27 horas). Pero lo realmente importante es que fue su primera travesía con
causa. En 2008, su querido tío José Mari
Echeverría falleció de ELA, en apenas 6 meses de dolorosísima enfermedad.
Jaime se vio profundamente afectado y decidió que, a partir de ese momento,
todas sus fuerzas, todos sus retos, todos sus pensamientos los dedicaría a
quienes sufren esa cruel enfermedad que le quitó a su tío. La travesía
Bilbao-San Sebastián duró 27 horas, que, según reconoce el propio Jaime “logré
terminar acordándome de mi tío en los momentos de flaqueza”.
Hubo otros logros
espectaculares: el Lago Ness, Manhattan, Santa Catalina, la Triple Corona…
Pero lo importante es que Jaime se involucró de lleno en la tragedia del ELA;
conoció a personas afectadas, incluso amigos cercanos que habían perdido a
seres queridos por su causa. Decidió hacer algo más por estos enfermos,
ayudarles a mitigar de alguna forma su dolor, animarles, dignificarles, darles
voz y presencia en la sociedad. Junto a un grupo de amigos fundó la Asociación Siempre AdELAnte y,
desde entonces, sus travesías se transformaron en instrumento “para ayudar a
quienes sufren la enfermedad más cruel del mundo”. Jaime nada por y para ellos.
Porque ellos no pueden. Sus retos tienen ahora una causa mayor: “servir de
micrófono a los afectados y conseguir recursos para investigación y cuidados
paliativos”, a lo que se destinan el 100% de
los ingresos que se obtienen en cada travesía (principalmente donaciones
particulares). Aparte lo económico, el objetivo es doble: animar e ilusionar a
los afectados; y concienciar a la sociedad, recordarnos a todos que la ELA existe.
Jaime tiene clara cuál es su
misión: “Mi verdadera fortuna ha sido emprender esta andadura
con la Asociación Siempre AdELAnte
y desde el primer momento he conocido a algunos afectados por ELA y familiares que han ido
reforzando este compromiso y ganas de hacer más y más cosas por ellos”. Ellos
son su motor y su motivación, y su fuerza en los momentos de flaqueza: “Jaime,
lo que te está pasando (frío, cansancio, agobio psicológico por pensar que no
avanzas lo suficiente...) es algo pasajero, lo que no es pasajero es tener ELA. Así que, ¡sigueeee y hazlo por
ellos!”. Él lo dice siempre:
recibo mucho más de lo que doy.
Levantarse a las 6 de la
mañana para entrenar cada día entre 2 y 3 horas antes o después del trabajo y
fines de semana en mar abierto (verano o invierno) es duro, piensa Jaime. Nadar
durante 24 horas seguidas en aguas gélidas sufriendo picaduras de medusa por
todo el cuerpo es más duro aún. Pero permanecer completamente inmovilizado
durante años, soportando dolor, impotencia, desesperanza, depresión e incluso
sentimiento de culpa (la familia también se lleva su parte), no es comparable a
ningún sufrimiento pasajero. “Por muy mal que lo haya pasado, a mí se me va en
dos días; pero lo suyo es todos los días, para toda la vida”. La enfermedad más
cruel del mundo.
Son muchos los enfermos de
ELA a los que Jaime ha conocido a lo largo de estos años. Algunos, familiares
cercanos. Otros, nuevos amigos para toda la vida. Fran Otero es alguien muy especial para él. Y su mujer, Damaris. Fran padece la enfermedad
desde hace 19 años. Su cuerpo está completamente paralizado, pero conserva
intactas las ganas de vivir, la ilusión, el humor. Damaris es farmacéutica y se
pide todos los turnos de noche para poder estar durante el día con su marido.
Ella es su sostén, su ángel. Y la hija de ambos, la llama que mantiene viva sus
vidas (la enfermedad llegó cuando apenas tenía 3 meses, hace 19 años). Fran es
uno de los incondicionales de Jaime. Vive cada travesía como propia (porque lo
es, en realidad) y es quien más anima a Jaime en las horas de bajón. La última
vez, en aquellas durísimas millas finales en el Canal de la Mancha, soportando
el frío (su temperatura corporal bajó de los 32 grados), el dolor intenso de
las picaduras de medusa, las corrientes, la desorientación, la sensación de no
avanzar, la desesperación… “lo que hizo
que no abandonara fueron los mensajes de ánimo que me iba lanzando Fran y que
me transmitían desde el barco de apoyo. Yo pensaba: para escribir esa frase ha
tenido que estar horas, dictando letra a letra con un dispositivo especial que
tiene en el ojo; y yo aquí quejándome del frío. ¡Ale, p’alante! Esto pasará,
pensé, el frío, las medusas, el cansancio… y me acordaba de mi tío, del padre
de mi amigo Gonzalo Artiach, de Fran
y de todos los demás enfermos de ELA… ellos son los que consiguieron que
terminara la travesía. Ellos son los que consiguen que termine todas las
travesías”. Fran lo dice con sus propias palabras: “Llevamos unos cuantos años
nadando juntos, y tengo que reconocer que sigo sintiendo la misma emoción, o
más grande aún, si es posible, cada vez que nos embarcas en un nuevo reto. A tu
lado lo inalcanzable se vuelve esperanzador. Mientras nades, nadaremos a tu
lado, poco importa si son unas horas de entreno o 24 horas cruzando el durísimo
Canal de la Mancha. ¡Gracias por decir bien alto que el ELA existe!”
Jaime aún no sabe cuál será
su próximo desafío. Quiere que sea algo grande, impactante, que genere
repercusión y notoriedad. No sabe tampoco si logrará terminarlo con éxito.
Aunque eso no importa. “Cada uno debe considerarse admirable no por el reto
conseguido, sino por el solo hecho de haberlo intentado”. Sobre todo, cuando la
causa es tan admirable como la suya.
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