Visto
desde fuera, tener un hijo con una discapacidad intelectual es, para la mayoría
de la sociedad, una desgracia ajena. Visto desde dentro, para la mayoría de los
padres la noticia es un shock; para algunos, incluso, una tragedia. Pero con el
paso de los días, el drama va dejando paso a la comedia romántica y, con los
años, la presunta tragedia se convierte, casi sin excepción, en una maravillosa
historia de amor. Es lo que pasa también cuando ves Campeones. Te esperas un
lacrimógeno dramón al uso y lo que te encuentras es una divertidísima y
entrañable comedia, de las que se disfrutan de verdad, que además lanza un mensaje
tan implacable y certero como necesario.
Y es que la película del tándem Fesser & Manso, en colaboración con
el guionista David Marqués, rompe
con muchos de esos estereotipos y prejuicios tontos (sí, tontos) que todos
utilizamos como escudo ante estas personas “diferentes”, ante estos seres
humanos que son mucho más humanos que la mayoría de nosotros. Por eso Campeones es una película
importante y necesaria. Y además –no menos importante- es una buenísima
película: cargada de humor, de ironía, de ternura, de diálogos memorables y de
personajes adorables e inolvidables; una película sincera, honesta y real.
Sobre todo real. Porque las situaciones son reales, los diálogos son reales,
los prejuicios son reales (los del entrenador, los de los pasajeros del
autobús, los de los espectadores) y los personajes son tan reales como sus
historias –las de la película y las de sus propias vidas.
Vidas paralelas
Esto es quizá lo más valioso de Campeones. Que vida
y guión, realidad y ficción, personas y personajes se entrelazan con absoluta
veracidad. Porque son lo mismo. Sí. José,
Jesús, Gloria, Julio, Fran, Stefan, Jesús Lago Solís, Sergio, Alberto y Roberto
tienen los mismos deseos, esperanzas, ilusiones, dificultades, sentido del
humor, miedos, alegrías, frustraciones, virtudes y coraje que Juanma,
Marín, Collantes, Fabián, Paquito,
Manuel, Jesús Lago Solís, Sergio, Benito y Román. Los mismos defectos, las
mismas carencias, los mismos sentimientos. Los mismos generosos corazones. “Ellos viven la lógica del corazón”, nos recuerda Fesser; solo por eso, ya
son mejores que nosotros. Y también por su falta de prejuicios y su mirada
limpia. Por su entusiasmo y su entrega, su ilusión a prueba de bombas. Es la
gran lección que nos han dejado estos diez campeones. La que nos dejan cada día
miles de campeones que no salen en la película pero están ahí, tan
protagonistas como estos peculiares Amigos.
Un hijo como nosotros
«Yo tampoco querría un hijo como nosotros. Pero sí
quisiera un padre como usted», le suelta a bocajarro Marín a Marco, cuando el
entrenador aún no había empezado a entender pero su pupilo sí apreciaba en él los
primeros síntomas. Un pensamiento y una reivindicación que ya nos conmovió –y
nos sacudió con tremenda e inesperada fuerza- aquella noche inolvidable en la
que Jesús Vidal dedicó el Goya a sus
padres. No sé si la sociedad ha
cambiado mucho desde entonces, si esa “normalización” tan políticamente
correcta se ha transformado en algo más emocionalmente
correcta, una visión natural y
aceptada de esas capacidades diferentes; tan natural y aceptada que no tuviéramos
que hablar más de normalización (habría que definir primero qué es “normal”).
Ni, ya puestos, de inclusión.
Ese día llegará (está mucho más cerca que hace
veinte años, que hace diez e incluso que hace uno), gracias a cientos de
fundaciones y miles de voluntarios que se dejan la piel a diario en esta causa.
Sin perder el entusiasmo ni un ápice. Recordándonos, como señala Román refiriéndose a Marco en una de
las frases lapidarias de la película, que «La
discapacidad la va a tener siempre, le estamos enseñando a manejarla». Eso
es lo que debemos aprender. A manejar nuestra discapacidad, que es bastante más
limitadora que la de estos campeones; llámalo cortedad de miras, falta de
empatía, complejos varios, exceso de ombligo, cerrazón mental, prejuicios,
condescendencia, analfabetismo emocional o de mil maneras más. Hay tantas
discapacidades sin diagnosticar…
¡¡¡Subcampeones oe oe oeeeeee!!!
La otra lección imprescindible que nos sirve la
película en bandeja es –atención, spoiler- ese gran final de la gran final del
campeonato de baloncesto. Esa canasta imposible de Benito en el último segundo que, efectivamente, no entra y hace
campeones a Los Enanos. Y esa alegría
desbordada, sincera, plena de Los Amigos al saberse subcampeones,
abrazándose al adversario en una fenomenal fiesta de saltos, risas, aplausos y
vítores, coreando todos ese transgresor ¡¡¡Subcampeones, subcampeones oe oe
oeeeeee!!!, tan alejado del “hay que ganar siempre, a cualquier precio” que nos
impone la implacable cultura del éxito.
Una vez más, el mensaje de estos campeones atípicos
llega nítido y potente a nuestros oídos:
lo más importante no es ganar, sino disfrutar el camino; hacerlo lo mejor
que puedas, con entusiasmo, con generosidad, con humildad, pensando en el otro,
haciendo equipo (haciendo Amigos). La vida sería un poco más llevadera sin
tanta obsesión por tener más, ganar más, correr más, ¿verdad? Lo resume
magníficamente la madre del entrenador Marco tras la victoriosa derrota: «Lo
importante, hijo, es que tú estés bien». Poco más queda por decir.
La película Campeones ha marcado sin duda un antes
y un después en la percepción que tenemos de la discapacidad intelectual. Nos
ha hecho ver y entender de una manera tan clara y contundente que es casi un
milagro, como el que abre los ojos al entrenador ciego de prejuicios (inmenso Javier
Gutiérrez); a ver lo que nos dura.
Una última lección
Lo cuenta Javier Fesser en el libro Nada nos para, de la Fundación A LA PAR. «El otro día le
pregunté a uno de los actores de Campeones si le gustaría repetir con un
Campeones 2. Me contestó que la experiencia había sido tan increíble que “habría que darle la oportunidad a otro
¿no?”. Eso es ser un campeón de verdad en la vida. Y admirar a gente así y
valorarla nos hará un poquito mejores a todos.»
Ser un poco mejores. ¡Qué bonita razón para ver Campeones! ¿Verdad?
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