viernes, 20 de diciembre de 2019

Star Wars: el ascenso del Universo Lucas

Hace más de cuatro décadas, una galaxia muy, muy lejana se mostró ante los ojos de los terrícolas por primera vez. En la oscuridad de 32 salas de cine, aquel iniciático 25 de mayo de 1977, unos cuantos miles de habitantes de nuestro frágil e insignificante planeta tuvieron el honor de descubrir un nuevo mundo de guerras estelares, naves espaciales, estrellas de la muerte, princesas secuestradas, poderosos malvados y valerosos héroes que había nacido para revolucionar, más allá de lo imaginable, la industria del cine. Y las vidas de varias generaciones de terrícolas. 
Recién estrenada la (presunta) última entrega de esta obra magna del cine, Star Wars: El ascenso de Skywalker, es el momento perfecto para recordar cómo empezó todo. Una odisea tan galáctica y visionaria como la propia saga.


La Guerra de las Galaxias es obra, casi personal, de un genio visionario de nombre George Lucas, que transformó su relativamente corta experiencia en el cine, su incombustible imaginación, su pasión por los clásicos y una visión del negocio inédita hasta la fecha, en una de las creaciones cinematográficas más trascendentales e influyentes del último tercio del s. XX. No sólo marcó las pautas de una nueva forma de entender la industria, también se convirtió en un fenómeno social y cultural al que se han ido sumando millones de fans en todo el mundo a lo largo de más de cuatro décadas.

Nunca, ni siquiera con el entrañable ET de su amigo Spielberg, hemos estado los humanos tan cerca de la vida intergaláctica. Esa galaxia muy muy lejana en el espacio pero muy muy cercana en nuestras retinas, en nuestra memoria, en nuestras neuronas o en nuestros labios incluso (¿quién no ha exclamado alguna vez “que la fuerza te acompañe”?). Planetas y satélites de nombres imposibles (Kashyyyk, Tatooine, Coruscant, Naboo…) en los que habitan innumerables razas extraterrestres a cual más extravagante, androides que dominan más de seis millones de formas de comunicación, humanoides tan humanos como los humanos y toda suerte de extraños seres, capaces de reunirse amistosamente en un bar con banda de jazz de fondo o de aniquilarse con armas de destrucción selectiva o masiva, según la circunstancia de la batalla.

Porque, en definitiva, de lo que nos habla George Lucas en La Guerra de las Galaxias -y sus ocho secuelas y precuelas- es, precisamente, de la vida; de la nuestra, la de los seres humanos. Nos habla del Bien y del Mal, del poder y de la rebeldía, del amor y del valor, de la conquista de la libertad, de la muerte por la libertad. Nos habla de políticos corruptos y de honestos ciudadanos. De buenos y malos, en suma. Como todo, como siempre. 

Los caballeros de la Orden del Jedi, defensores de la paz y la justicia, están directamente extraídos de los caballeros medievales, con sus ritos, sus princesas y sus espadas (aquí de luminoso haz de energía); con su ‘fuerza superior’, ese poder metafísico omnipresente que les provee de mágicas habilidades (como un Merlín cualquiera). Y también tienen su lado oscuro, los Sith, antagonistas de los Jedi, que se dejan llevar por el odio, la ambición y la crueldad, y que controlan el lado más negativo de la ‘fuerza’ con un único fin: dominar el universo (como un Hitler, un Napoleón o un Julio César). Obi Wan Kenobi por el lado bueno, Darth Vader por el lado malo.


El origen: de Ford a Kurosawa pasando por la Edad Media.

Pero vayamos al principio. Esto es, al cine. La primera película de la saga, Una nueva esperanza (originalmente La Guerra de las Galaxias) se estrenó en 1977, pero nació seis años antes, cuando George Lucas comenzó a trabajar en dos ideas para la Universal: American Graffiti (estrenada en 1973, fue su primer éxito) y un boceto de guión que en sus inicios se llamó «The Journal of the Whills», sobre un aprendiz de comando espacial  “Jedi-Bendu” y su maestro. Lucas cambió la historia por una suerte de remake de una película del japonés Akira Kurosawa (La fortaleza escondida, 1958), a la que añadió elementos como los Sith, la Estrella de la Muerte y un tal Annikin Starkiller, como estrella protagonista. Dos años, cientos de tachones, borrones y reescritos después, fueron apareciendo el granjero-héroe Luke, la Fuerza, el padre de Luke (Anakin), Ben Kenobi y demás galácticos personajes. En 1976 ya había una versión de guión relativamente definitiva, bajo el poco sugerente título Adventures of Luke Starkiller, as taken from the Journal of the Whills, Saga I: The Star Wars (“Aventuras de Luke Starkiller, extraídas del Diario de los Whills, Saga I: Las Guerras Estelares); durante el mismo proceso de producción quedó directamente en Star Wars y Luke cambió el Starkiller (asesino de estrellas) por el Skywalker (caminante del cielo), que además resultaba más apropiado para un héroe.




Al argumento galáctico le añadió Lucas unas buenas dosis de sus géneros literarios y cinematográficos de referencia: el western (especialmente Centauros del desierto, de John Ford), los seriales de Flash Gordon, las películas de samuráis de Kurosawa, las novelas caballerescas y la sociedad feudal, Lawrence de Arabia y Casablanca, los combates aéreos de la II Guerra Mundial, las batallas navales de las películas de piratas, el senado romano y Los tres mosqueteros. Una vez finalizada la primera entrega, Lucas ya sabía, antes de su exitoso estreno, que sería el inicio de una serie de aventuras; y que, además, no habría de ser la primera cronológicamente, sino la cuarta de seis. El propio Lucas lo explica así: “No mucho tiempo después de que comenzara a escribir Star Wars, concluí que la historia daba para más de lo que una simple película podía dar cabida. Mientras completaba la saga de los Skywalker y los caballeros Jedi, empecé a visualizarlo como un relato que tomaría lugar en, por lo menos, nueve películas —tres trilogías— y decidí continuar justo entre los hechos precedentes y los sucesivos, partiendo entonces con la historia intermedia”.

Varios escritores y guionistas pasaron, con mayor o menor fortuna, por los sucesivos argumentos, tratamientos, borradores y guiones, cuyo esquema general había definido George Lucas. Él mismo acabó escribiendo el guión de El Imperio Contraataca, cuyo proceso de producción resultó tan estresante y costoso para el director que pensó en rematar ahí la serie. Finalmente se estrenó en mayo de 1983 y resultó ser un éxito apoteósico. El mismo proceso se repitió con la tercera entrega, El retorno del Jedi: el desgaste (multiplicado por el ruinoso acuerdo de su divorcio en 1987), el éxito, la renuncia oficial a continuar la saga… y su posterior continuación, por triplicado.



La otra galaxia: el universo expandido de Lucas

Pero la trascendencia de La guerra de las galaxias fue mucho más allá de su éxito en taquilla. Ya desde su primera entrega, logró redefinir el género de la ciencia ficción gracias a unos efectos especiales absolutamente innovadores e inéditos en la época, que resucitaron el interés del público por el género; igualmente, inició el concepto de “película taquillera del verano”, que daba más importancia al impacto visual que a la profundidad de la trama. También introdujo importantes innovaciones en el sonido, definió el concepto de “futuro usado” (aspecto sucio frente a la pulcritud –irreal- de anteriores películas de ciencia ficción) y marcó el camino de las trilogías cinematográficas.

Pero tal vez la verdadera revolución de Star Wars fue lo que se ha denominado el “Universo expandido”, esto es, expandir los beneficios de cada película hasta límites inimaginables a través del merchandising, las licencias y cánones y cualquier elemento de la cultura popular susceptible de ser comprado. Desde la primera historieta publicada por Marvel Comics en 1978 (“New Planets, New Perils”), han sido cientos de comics, especiales de televisión y radio, maquetas, libros, diseños, reportajes y entrevistas, dibujos animados, películas, juguetes, juegos, videojuegos, cromos, tarjetas, páginas web... los que han invadido las vidas de varias generaciones de fans galácticos, siempre bajo el control omnímodo de George Lucas, que supervisa todos y cada uno de los planetas y asteroides de este universo expandido.


Por haber, hay hasta una religión, el jediísmo o yedaísmo, cóctel de budismo, taoísmo, sintoísmo y ciertas creencias celtas cuyo credo se fundamenta en La Fuerza, tal y como la define Obi-Wan Kenobi: “La Fuerza es lo que le da al Jedi su poder, es un campo de energía creado por todas las cosas vivientes, nos rodea, penetra en nosotros y mantiene unida a la galaxia.” Creyentes o no, miles de fans (frikis, si se quiere) celebran los estrenos de cada película en multitudinarias convenciones, organizadas por Lucas Films, a las que acuden disfrazados de sus personajes favoritos, y donde viven tres días de vida auténticamente intergaláctica, inspirada en el universo Star Wars. Además, cada 4 de mayo (May the fourth, que suena a May the Force...) desde 1979 se conmemora el Día Mundial de la Guerra de las Galaxias (Star Wars Day), en el que millones de fans celebran el nacimiento de la saga.


Tras nueve exitosas películas, cientos de mundos paralelos y un poderoso arraigo en la cultura popular, el universo creado por George Lucas parece no tener fin. Aunque, pese a lo que afirmó su propio creador (“Todo el tiempo me preguntan: '¿Qué ocurre después de El retorno del Jedi '? Y es que la verdad no hay respuesta. Cuando Luke salva a la galaxia y logra redimir a su padre, es justo ahí donde la historia acaba”) ya ha llegado a las pantallas de todo el universo conocido la última entrega de la saga, Star Wars IX: The Rise Ofv Skywalker. La pregunta ahora es ¿para cuándo el primer spin off?






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