J.R.R. Tolkien no fue solamente uno de los más grandes escritores de la
literatura fantástica, inglesa y universal, además de afamado lingüista, conferenciante,
ilustrador, catedrático en la
Universidad de Oxford -entre otros muchos cargos y honores- y
creador de El Señor de los anillos y El hobbit. Fue también orgulloso padre
de cuatro hijos, a los que no se limitaba a contar un cuento antes de dormir; para
ellos escribió e ilustró, a lo largo de 23 años, una de sus más deliciosas creaciones:
Las Cartas de Papá Noel (Letters from Father Christmas).
El día de Navidad de
1920, el pequeño John recibió una misteriosa carta en su casa de Oxford,
fechada el 22 de diciembre. Tenía restos de nieve y había llegado desde el mismísimo
Polo Norte; estaba escrita con letra temblorosa, decorada con bellos dibujos y
firmada por el mismísimo Papá Noel. Como el pequeño John aún no sabía leer
–tenía tres años- su padre, John Ronald Reuel, leyó las palabras que Papá Noel
le había dirigido expresamente a él: “Me
he enterado de que le has preguntado a tu papá cómo soy y dónde vivo. He hecho
un autorretrato y he dibujado mi casa. Guarda bien el dibujo. Ahora mismo me
marcho a Oxford con el saco lleno de regalos (algunos para ti). Espero llegar a
tiempo: esta noche la nieve es muy espesa en el Polo Norte. Con cariño, Papá
Noel”.
A partir de aquella
misiva, año tras año, cada día de Navidad los hijos de J.R.R. Tolkien (después
de John llegaron Michael, Christopher y Priscilla) recibían su particular carta
de Papá Noel -de manos del compinchado cartero o entre sus regalos navideños-, en
la que relataba a los niños toda suerte de avatares, acontecimientos y
anécdotas que sucedían en su morada del Polo Norte. Papá Noel les contaba cómo
era su día a día, el proceso de empaquetado de regalos, los múltiples quehaceres
de sus ayudantes, de qué forma se divertían en los ratos libres o las
constantes meteduras de pata de su fiel Karhu (un enorme y patoso Oso Polar).
Conforme sus hijos crecían, Tolkien fue introduciendo otros personajes fantásticos:
gnomos rojos, muñecos de nieve, osos de las cavernas, elfos rojos y verdes,
trasgos malignos “que aullaban como silbatos de locomotora” y los dos sobrinos
de Karhu, Paksu y Valkotukka, que aparecieron un día de visita y allí se
quedaron; y, ya en las últimas cartas, su imprescindible secretario personal,
el elfo Ilbereth (que en ocasiones también escribía algún párrafo, con trazos
elegantes y ligeros).
Los niños aprendían
que el trabajo de Papá Noel no era en absoluto sencillo y él y sus amigos se veían
envueltos en no pocos peligros y dificultades. El frío, las tormentas, la guerra con una horda de trasgos picapleitos
que vivían en unas cuevas debajo de la casa, el día en que se soltaron todos
los renos de los trineos y desperdigaron los regalos por doquier o las sempiternas
torpezas de su principal ayudante Karhu...
“Mis queridos niños, el pasado noviembre un
día muy ventoso se voló la leña y fue a parar en lo alto del Polo Norte; le
dije que no lo hiciera, pero el Oso Polar trepó hasta la delgada cima para
bajarla… y lo hizo. El Polo se rompió por la mitad y cayó en el tejado de mi
casa y el Oso Polar cayó por el agujero y aterrizó en el comedor, con la leña
sobre su nariz, y toda la nieve cayó del tejado y se heló y apagó todas las
chimeneas y se extendió por todos los almacenes donde tenía los juguetes de
este año (…) Os envío un dibujo del accidente y de mi nueva casa (…) Si John no
puede leer mi vieja y temblorosa letra (1925 años) debe decírselo a su padre.
¿Cuándo va a empezar Michael a aprender a leer y a escribirme sus propias
cartas? Mucho amor para vosotros dos y para Christopher”.
En algunos episodios, Tokien ya dejaba entrever ecos de las historias que estaba elaborando para su legendarium,
en el que elfos y trasgos son parte esencial: “Supongo que recordarás que
hace unos años tuvimos problemas con los trasgos y que pensábamos que todo
estaba arreglado. Bueno, pues este otoño volvieron a la carga, y peor que en
los últimos siglos. Hemos librado varias batallas, y durante unos días mi casa
estuvo sitiada. En noviembre empezó a parecer plausible que la invadieran y se
llevaran mis bienes, de modo que todos los Calcetines de Navidad del mundo se
iban a quedar vacíos…”
Los relatos estaban
impregnados de fino humor y multitud de detalles, tanto de los personajes como
de los paisajes, detalles que se acompañaban con bellísimas ilustraciones
explicativas, realizadas con maestría por el propio Tolkien, que proporcionaban
una gran verosimilitud a la historia (además de la letra temblorosa y los
sellos y matasellos del Polo Norte). Pero también las aprovechaba el escritor
para lanzar (explícita o implícitamente) el obligado mensaje de todo padre
responsable a sus hijos: qué tenían que hacer los niños para poder recibir
muchos regalos, esto es, portarse bien, obedecer a papá y mamá, ayudar en casa,
ser aplicados y, claro, sacar buenas notas.
La maravillosa
tradición de la familia Tolkien perduró hasta que la pequeña Priscilla cumplió
catorce años, en 1943; aunque, como señala Ilbereth en la última carta, “conservamos
siempre los nombres de los viejos amigos y sus cartas, y esperamos volver algún
día, cuando sean adultos y tengan casas y niños propios”. Tres años después de la muerte de J.R.R., en
1976, las Cartas de Papá Noel fueron editadas en un cuidadísimo libro por la segunda
esposa de su hijo Christopher, Baillie, que incluía las cartas manuscritas de
puño y letra de Noel/Tolkien y las ilustraciones originales. Una obra deliciosa
que muestra su genial capacidad imaginativa y, sobre todo, su inmensa capacidad
de amor y entrega hacia sus cuatro hijos. Sin duda, el regalo más entrañable que
recibían cada Navidad.
Entrañable faceta de un padre con gran imaginación. ¡¡Debería crear escuela!!
ResponderEliminarAbrazos