Son malos tiempos, es
cierto. Pero no son los peores. Otros vivieron tiempos más difíciles, más
duros, más terribles (guerra, hambre, miseria, destrucción). Pero tenían otra
mentalidad, una visión diferente de lo que es la vida, o lo que debiera ser. Y
trabajaron duro para construirla. Nosotros, en cambio, nos limitamos a
quejarnos. Clamamos al cielo por estos malos tiempos que nos ha tocado vivir y
no somos conscientes de que somos nosotros quienes los hemos hecho malos. O
peores. Rechinamos los dientes por la herencia recibida y somos incapaces de
reconocer que somos los únicos culpables de haberla dilapidado. Estúpidamente.
Inconscientemente. Como auténticos nuevos ricos, malcriados y descerebrados.
"¿Quiénes son los pobres? Los nietos de los ricos" nos restriega
un viejo aforismo castellano. No siempre es cierto, porque nuestros padres no
fueron ricos pero nuestros hijos sí son cada vez más pobres. No fueron ricos,
aunque sí prósperos. Salieron de la miseria tras una guerra autodestructiva y
levantaron un país con sus manos, con su sangre, con su esfuerzo; con una
mentalidad de honradez y austeridad, de trabajo y ahorro, de comprar cuando hay
y no gastar cuando no hay. Simplemente. De cuidar que sus hijos vivieran mejor
de lo que vivieron ellos, de darles lo que ellos nunca tuvieron. Cosas tan
simples como ir a la universidad, tener vacaciones o comprarse un coche antes
de los treinta.
Hemos sido -seguimos siendo- un país de nuevos ricos (a nivel particular e
institucional) que hace tiempo hemos perdido el sentido común y arruinado,
literalmente, la herencia de nuestros padres. Los míos, por suerte, me
enseñaron austeridad; que el lujo es, en efecto, un lujo y que se disfruta
mejor en pequeñas dosis; que había que sacar buenas notas para recibir premio y
que, en la vida, el esfuerzo es el único camino para ganarse la recompensa,
aunque esta no sea siempre justa; que hay que trabajar duro, pero también estar
en casa y dar a nuestros hijos algo (o mucho) de ese tiempo que no tenemos; que
somos unos privilegiados, y hay que devolver el favor de lo que nos han
regalado ayudando a los que no tuvieron tanta suerte (que cada vez son más);
que lo importante no es el coche, sino quien lo conduce, y que vestir bien no
significa vestir de etiqueta (o sea, enseñando bien la etiqueta); que siempre
quedan agujeros para apretarse el cinturón un poquito más, y no pasa nada si
este mes no se sale a cenar; que no es cutre llevarse las palomitas al cine
desde casa si eso significa poder ir al cine; que la dignidad de cada uno está
en darse a los demás (a los tuyos y a los otros); que el éxito es un concepto
muy relativo -y a menudo sobrevalorado- y que un pequeño logro es siempre una
gran alegría; que la modestia es un valor, lo mismo que la generosidad, lo
mismo que la honestidad, lo mismo que la bondad.
Me enseñaron que la verdadera riqueza está dentro de nosotros, no en
nuestros bolsillos. Y que esta vida no es un fin, sino un medio. Que estamos
aquí de paso y que lo mejor que podemos hacer es el bien. Que no somos más que
el de al lado; y tampoco menos. Que el apellido vale lo que vale la persona.
Que engañar es malo, que robar también, que la ambición es legítima pero ha de
tener límites, y que ser honrado no es ser tonto, es ser honrado.
Y aunque a veces uno se pregunte si realmente merece la pena tanto esfuerzo
para tan poco, si podía haber hecho más para ganar más viviendo menos, si estar
dando a otros es estar quitando a mis hijos, o si es mejor seguir una vocación
poco productiva que una profesión más generosa pero infinitamente más ingrata…
entonces, miro hacia atrás y recuerdo lo que me enseñaron. Y pienso que sí, que
estoy en el buen camino. Que en esta vida lo único importante, lo
verdaderamente importante, es ser buena persona. Y hacer lo que se debe en cada
momento. Punto.
Pienso que a todos nos enseñaron más o menos lo mismo. El problema es que
la mayoría de nuestra generación lo ha olvidado y sustituido por conceptos como "ambición", "codicia", "dinero", "éxito", "imagen". La consecuencia es que
hemos quemado el futuro. El nuestro, seguro; el de nuestros hijos, depende de
lo que les enseñemos a partir de ahora.
Si es que hemos aprendido la lección.
PD. Mi primo Javier decía: «Había un hombre tan pobre, tan pobre, tan pobre... que sólo tenía dinero». Pues eso.
PD. Mi primo Javier decía: «Había un hombre tan pobre, tan pobre, tan pobre... que sólo tenía dinero». Pues eso.
Gracias, Pepe. Me ha encantado....¡ Qué poco se habla hoy en día de esos valores ! Esfuerzo, generosidad, honestidad, honradez, modestia.... son palabras que en estos tiempos se mencionan muy poco. Viene bien que se recuerde la importancia que tienen.
ResponderEliminarUn abrazo, Cristina
Pepe, ¡¡¡Bravísimo!!!
ResponderEliminarHace tiempo escribí "Volver a los valores": http://www.coaching360.es/?p=623
Espero que también te guste.
Un abrazote.
;-) B.
Bien Pepe!
ResponderEliminarUn placer que "nos leas la cartilla" de lo evidente para que la "lección" de nuestros padres no se olvide. Si muchos de los que ahora están penando su calvario no la hubieran olvidado, tal vez no hubiésemos llegado a la ciénaga en la que algunos nos han metido. Ojálá que estas sencillas y eternar verdades las podamos transmitir a nuestros hijos y que ellos no las olviden nunca. Un abrazo y gracias por hacernos recordar lo que nunca debimos ni debemos olvidar.
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