En
la era de la revolución digital, de las nuevas tecnologías de la comunicación y
de la sociedad virtual, no viene mal recordar uno de los inventos más
revolucionarios, exitosos y aparentemente simples de la Historia. Tal vez
sea exagerado compararlo a la rueda, la polea o la imprenta, pero en aquellos
años de carencias y pesadumbre tras la II Guerra Mundial ,
el boli BIC logró, como los otros grandes inventos de la Humanidad,
facilitarnos la vida. Que
no es poco.
En 1950, el
inquieto Marcel Bich y su socio Edouard Buffard, que unos años antes
habían adquirido en París una fábrica desocupada con la idea de producir partes
para plumas y lapiceros, crearon un producto que reunía toda la practicidad y
avances tecnológicos de la época, y que invariablemente marcó un gran salto para
la Humanidad en el desarrollo de la escritura cotidiana: el bolígrafo Bic Cristal. Aunque en realidad, el
verdadero creador fue el húngaro Laszo
Biró en 1938, cuyo ingenio consistía en una bola de acero en la punta de un
cilindro, lleno de tinta especial que bajaba por acción de la gravedad, cubría
la bola y se secaba al instante sobre el papel. El invento de Biró se llamó birome, y fue la base sobre la que Marcel
Bich diseñó su
propia bola metálica, perfeccionando el flujo de tinta de forma que acabó para
siempre con los molestos borrones. Bich quitó la ‘h’ de su apellido (para
evitar incómodas sonoridades con la palabra ‘bitch’) y el nuevo bolígrafo firmó
su página en la historia con el nombre de Bic,
“el bolígrafo mediano”.
En 1953
salió de fábrica el primer bolígrafo Bic Cristal y la primera palabra que
escribió fue “éxito”. Una acertada
premonición, desde luego, porque aquella tinta era petróleo. La producción inicial de 10.000 unidades diarias se
multiplicó hasta las 250.000 en sólo tres años. En poco tiempo la
revolución Bic se
extendió por todo el mundo ,
hasta llegar a los 160 países actuales, en los que se venden 15 millones de bics cada día. Con los años, la compañía
comercializó otros exitosos inventos del propio Bich, tan dispares y tan
geniales como mecheros, cuchillas de afeitar desechables, canoas, tablas de
surf y hasta móviles.
El ingenioso
Barón Marcel Bich murió en 1994, a los 79 años de
edad, después de una prolífica biografía creadora y procreadora (tuvo once
hijos).
Hace un par de años, en la primavera de 2018, este pequeño invento tuvo incluso su propia Exposición, nada menos que en el prestigioso Centquatre de París, donde protagonizó una colección de arte contemporáneo sin precedentes. Más de 150 trabajos artísticos entre dibujos, fotografías y esculturas, de artistas procedentes de todo el planeta, unidos por una inspiración común: el boli Bic.
Hace un par de años, en la primavera de 2018, este pequeño invento tuvo incluso su propia Exposición, nada menos que en el prestigioso Centquatre de París, donde protagonizó una colección de arte contemporáneo sin precedentes. Más de 150 trabajos artísticos entre dibujos, fotografías y esculturas, de artistas procedentes de todo el planeta, unidos por una inspiración común: el boli Bic.
Y es que desde hace casi siete décadas, el Bolígrafo
Bic forma parte de la Historia tanto como el boli bic de la historia de cada uno. Todos tenemos nuestros propios
recuerdos inseparables de un boli bic.
Desde nuestra tierna infancia y esos ‘murales abstractos’ que aparecían en las
paredes del salón (blanco lienzo donde los haya); o en el colegio, para escribir
dictados, pintar gafas y pipa a Sócrates en el libro de Filosofía o disparar
bolitas de papel mojado en plan cerbatana de precisión; o en la Facultad, tatuándonos brazos y manos con oportunos
‘recordatorios’ en los exámenes (también escritos con compás y paciencia
infinita en el propio boli, para lo que se tardaba, más o menos, el tiempo de
estudiar la asignatura completa); y por supuesto en el trabajo, garabateando inconscientemente
en aburridas reuniones o firmando prometedores negocios.
Sí, el boli
Bic es parte imborrable de nuestra particular historia,
de mi historia también; tan imborrable como su tinta azul o negra sobre el
papel de mis cuadernos, habitualmente llenos de terroríficos garabatos adornando
mis apuntes. Mis primeros relatos y poesías
adolescentes, mis primeros dibujos de cómic o las primeras ideas creativas que presenté a mis clientes nacieron de un Bic.
También fue parte inseparable de mi afición a la música, en forma de improvisadas
baquetas o rebobinando las decenas de casetes que grababa cada año (¿os suena?). Y quién
no recuerda aquel inolvidable jingle, que marcó a nuestra generación y que aún
hoy recordamos y tarareamos con indisimulada nostalgia: “Bic naranja escribe
fino; Bic Cristal escribe normal”.
Y yo me pregunto: sesenta y siete años después de su nacimiento, cuando miles (millones) de jóvenes emprendedores repartidos
por el mundo globalizado e hipertecnológico están tratando de inventar la nueva
app que revolucione el mercado, ¿cuántos
están inventando el nuevo Bic? ¿Un ingenio del alcance, la versatilidad, la
simplicidad, la longevidad y la universalidad del boli bic?
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