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jueves, 9 de enero de 2020

Lo que nos enseñaron nuestros padres.


Son malos tiempos, es cierto. Pero no son los peores. Otros vivieron tiempos más difíciles, más duros, más terribles (guerra, hambre, miseria, destrucción). Pero tenían otra mentalidad, una visión diferente de lo que es la vida, o lo que debiera ser. Y trabajaron duro para construirla. Nosotros, en cambio, nos limitamos a quejarnos. Clamamos al cielo por estos malos tiempos que nos ha tocado vivir y no somos conscientes de que somos nosotros quienes los hemos hecho malos. O peores. Rechinamos los dientes por la herencia recibida y somos incapaces de reconocer que somos los únicos culpables de haberla dilapidado. Estúpidamente. Inconscientemente. Como auténticos nuevos ricos, malcriados y descerebrados.





"¿Quiénes son los pobres? Los nietos de los ricos" nos restriega un viejo aforismo castellano. No siempre es cierto, porque nuestros padres no fueron ricos pero nuestros hijos sí son cada vez más pobres. No fueron ricos, aunque sí prósperos. Salieron de la miseria tras una guerra autodestructiva y levantaron un país con sus manos, con su sangre, con su esfuerzo; con una mentalidad de honradez y austeridad, de trabajo y ahorro, de comprar cuando hay y no gastar cuando no hay. Simplemente. De cuidar que sus hijos vivieran mejor de lo que vivieron ellos, de darles lo que ellos nunca tuvieron. Cosas tan simples como ir a la universidad, tener vacaciones o comprarse un coche antes de los treinta.
  
Hemos sido -seguimos siendo- un país de nuevos ricos (a nivel particular e institucional) que hace tiempo hemos perdido el sentido común y arruinado, literalmente, la herencia de nuestros padres. Los míos, por suerte, me enseñaron austeridad; que el lujo es, en efecto, un lujo y que se disfruta mejor en pequeñas dosis; que había que sacar buenas notas para recibir premio y que, en la vida, el esfuerzo es el único camino para ganarse la recompensa, aunque esta no sea siempre justa; que hay que trabajar duro, pero también estar en casa y dar a nuestros hijos algo (o mucho) de ese tiempo que no tenemos; que somos unos privilegiados, y hay que devolver el favor de lo que nos han regalado ayudando a los que no tuvieron tanta suerte (que cada vez son más); que lo importante no es el coche, sino quien lo conduce, y que vestir bien no significa vestir de etiqueta (o sea, enseñando bien la etiqueta); que siempre quedan agujeros para apretarse el cinturón un poquito más, y no pasa nada si este mes no se sale a cenar; que no es cutre llevarse las palomitas al cine desde casa si eso significa poder ir al cine; que la dignidad de cada uno está en darse a los demás (a los tuyos y a los otros); que el éxito es un concepto muy relativo -y a menudo sobrevalorado- y que un pequeño logro es siempre una gran alegría; que la modestia es un valor, lo mismo que la generosidad, lo mismo que la honestidad, lo mismo que la bondad.

Me enseñaron que la verdadera riqueza está dentro de nosotros, no en nuestros bolsillos. Y que esta vida no es un fin, sino un medio. Que estamos aquí de paso y que lo mejor que podemos hacer es el bien. Que no somos más que el de al lado; y tampoco menos. Que el apellido vale lo que vale la persona. Que engañar es malo, que robar también, que la ambición es legítima pero ha de tener límites, y que ser honrado no es ser tonto, es ser honrado.

Y aunque a veces uno se pregunte si realmente merece la pena tanto esfuerzo para tan poco, si podía haber hecho más para ganar más viviendo menos, si estar dando a otros es estar quitando a mis hijos, o si es mejor seguir una vocación poco productiva que una profesión más generosa pero infinitamente más ingrata… entonces, miro hacia atrás y recuerdo lo que me enseñaron. Y pienso que sí, que estoy en el buen camino. Que en esta vida lo único importante, lo verdaderamente importante, es ser buena persona. Y hacer lo que se debe en cada momento. Punto.

Pienso que a todos nos enseñaron más o menos lo mismo. El problema es que la mayoría de nuestra generación lo ha olvidado y sustituido por conceptos como "ambición", "codicia", "dinero", "éxito", "imagen". La consecuencia es que hemos quemado el futuro. El nuestro, seguro; el de nuestros hijos, depende de lo que les enseñemos a partir de ahora.
Si es que hemos aprendido la lección.


PD. Mi primo Javier decía: «Había un hombre tan pobre, tan pobre, tan pobre... que sólo tenía dinero». Pues eso. 


lunes, 28 de octubre de 2019

¿Racionalización de horarios? ¡Sí, por favor!




Madrugada del sábado 26 al domingo 27 de octubre: cambio de hora. La polémica, un año más, está servida. Unos hablarán de ahorro de energía, otros de alargar las horas de sol por abajo, muchos negarán que se ahorre energía y tampoco les importará esa hora extra de luz por la mañana, porque lo que les gustaría es poder disfrutarla por la tarde. Sin embargo, el verdadero debate, el realmente importante no es si en la Península Ibérica nuestro horario de vida debería estar sincronizado con el meridiano de Greenwich, que es el que nos corresponde, sino si nuestro horario de trabajo debería estar sincronizado con nuestra vida. Y, de paso, con el sentido común.

Hablamos de reconciliación con la vida familiar. Hablamos de disfrutar un poco más de la vida. Hablamos de racionalidad. Y hablamos de productividad laboral. De optimizar las horas de trabajo. De dormir más y mejor. De trabajar menos y mejor. Y de europeizarnos un poco más. Hablamos de cambiar radicalmente la mentalidad de las empresas y las administraciones públicas: señores, de una vez por todas, MAYOR PRESENCIA NO IMPLICA MAYOR PRODUCTIVIDAD. Ni salir después del jefe significa ser más trabajador. Ni dormir menos horas conlleva mayor mérito laboral. Más bien lo contrario.

Lo explica con absoluta nitidez y demoledor sentido común Ignacio Buqueras, presidente de la Asociación para la Racionalización de los Horarios Españoles (ARHOE). Cuando en el resto de Europa se trabaja hasta las cinco de la tarde, seis como mucho, aquí no salimos del trabajo hasta las ocho o las nueve; entramos no mucho más tarde, pero dedicamos dos horas o más al almuerzo (tanto en oficinas como en comercios). Más el tiempo, el estrés y el dinero (gasolina) que dedicamos a acudir puntualmente a nuestro lejano puesto de trabajo o cada día. También dormimos menos y desayunamos peor; llegamos más cansados a la oficina; las reuniones en plena digestión nos matan; seguimos presos de la cultura del presentismo (esperar a que el jefe acabe su jornada para salir escopetados); los hijos apenas nos ven entre semana; y no perdonamos el partido de fútbol o la serie de moda, que no empiezan antes de las diez o diez y media de la noche (hora a la que toda Europa está ya acostada).

¿Las consecuencias? Las bajas por estrés en España son más numerosas que las bajas por maternidad. También el fracaso escolar es más elevado porque los padres no están en casa para ayudar con los deberes (aunque esa es otra cuestión). Disfrutamos menos de la familia, y también de nosotros mismos. Si queremos ocio, hay que robarle horas al sueño. Nos falta tiempo. Trabajamos demasiadas horas. Gastamos más energía. Perdemos muchas horas semanales en el coche. Y encima ganamos menos que nuestros homólogos europeos.


¿Y qué podemos hacer? Lo primero y urgente, un cambio radical de mentalidad. De toda la sociedad. Políticos, empresarios, comerciantes, sindicatos, medios de comunicación, televisiones, ciudadanos… TODOS.

· Debemos dar más valor al tiempo (“perder tiempo es perder vida”, afirma Buqueras). Y eso incluye la puntualidad.

· Debemos aprender a establecer prioridades: no todo es importante, no todo es urgente.

·  Debemos aplicar la conciliación con hechos, no con palabras; con normas, no con buenas intenciones. Y con ejemplo (va por los que mandan).

· Debemos sincronizar la salida (y la llegada) del colegio con la salida (y la llegada) del trabajo.

· Debemos distribuir racionalmente el tiempo: salir bien desayunados de casa, almorzar en media hora, no eternizar las reuniones,  dormir más, disfrutar más… (volver a la fórmula 8 + 8 + 8).

· Debemos aprender -de una vez por todas- a aprovechar las posibilidades del teletrabajo. Sin miedo. Que para eso se ha inventado internet, y el email y las videoconferencias y el Facetime y el portátil y el wifi... Son muchas las empresas -y no solo las de última generación- las que están aplicando en serio medidas REALES para fomentar el trabajo desde casa. Y funcionan maravillosamente.

· En definitiva, horarios más humanos, más racionales, más europeos… y más productivos (“La productividad no es una cuestión de horas, sino simplemente de aprovechar mejor el tiempo”). Más de 2019. 


Poco a poco las empresas españolas —grandes y pequeñas—están comenzando a establecer horarios más racionales y a valorar sus consecuencias positivas. Pero sigue pesando demasiado la costumbre, lo malo conocido. Es urgente dar el paso. Cambiar de mentalidad, replantearse nuestro sistema de trabajo. Aprender de Europa y del resto del mundo. Pero ha de ser un compromiso total, de todos. Repito, de TODOS. Si no, seguiremos perdiendo el tiempo. Como idiotas.