El viernes cumplí un sueño largamente esperado y
enormemente deseado. Retroceder en el tiempo 50 años y vivir en directo
aquellos tres legendarios días de paz, amor y música. Sí, amigos, el viernes 29
de noviembre de 2019, a eso de las nueve de la noche, estuve en Woodstock 69. Y en primera fila. No hubo barro, ni
quinientas mil almas sedientas de rock and roll, ni atascos kilométricos, ni
miles de tiendas de campaña, ni viajes lisérgicos. Pero sí estuvieron Janis, Joe, Jimi, CSNY, Roger y Pete, Grace, Tim, Carlos, Arlo,
Robbie y Levon, Sly y demás familia. Sí estuvieron el rock y el
folk, la magia, la emoción, la hermandad, la complicidad sin fisuras sobre
el escenario y a los pies del escenario. Sí estuvo el espíritu
de aquel momento histórico que se vivió en Bethel, condado de Sullivan, estado
de Nueva York; y también se sintió muy viva la inspiración de Sri Swami Satchindananda, «reunidos en el nombre del
noble arte de la música a través de la cual podemos crear maravillas».
Sí. El poder de la música, muchísimo más grande que
cualquier otro poder en el mundo.
De Nueva York a Bilbao y Madrid
El pasado viernes Woodstock renació
en But por obra y gracia y muchos meses de curro
de Jokin Salaverria (un proyecto al que venía
dándole vueltas dos o tres años atrás) y cerca de 20 pedazo de artistas que lo
dieron todo, y más, para hacernos felices durante un par de horas. Fuimos
afortunados. Porque el aniversario lo merecía, y si
en su lugar de origen la magna celebración fracasó estrepitosamente –y
vergonzosamente-, tenía que llegar un bilbaíno para que unos pocos
privilegiados, en Madrid y antes en el mismo Bilbao, pudiéramos asistir a lo
que este pasado verano se le negó al mundo. Y tuvimos suerte, sí, porque aquí
lo que sonó fue Woodstock. Tal cual. La misma esencia, la misma música, la
misma magia.
Una gran familia, unida por la música
No ha sido fácil. El montaje, complicadísimo, ha exigido muchos viajes (hay músicos de Bilbao, de Madrid, de Galicia, de Valencia). Muchas horas de ensayo robadas al descanso de músicos que apenas tienen descanso (la mayoría han sido en agosto). Y también, un enorme esfuerzo por parte de organizador, banda base y artistas invitados, más de 20 en total.
Pero la ilusión de rememorar el
mayor festival de todos los tiempos, el más legendario concierto de
la historia del rock, el evento que revolucionó a todo un país y expandió su
mensaje de paz y música por todo el planeta, esa ilusión y su amor por las
canciones que allí sonaron, han sido un potente imán al que ninguno de los
convocados por Jokin ha podido negarse. Todos respondieron un sí
rotundo a la primera. Y algunos han repetido en Bilbao y Madrid (y muchos se
conocían del anterior encuentro organizado por Jokin, el Concierto de Bangladesh). Al final, se han convertido
en una gran familia, feliz y unida por la música, que es la unión más poderosa
que puede haber.
Woodstock reencarnado
El concierto fue memorable. Un maravilloso recorrido por aquel Woodstock del 69, por las canciones, el espíritu y hasta el sonido (se usaron instrumentos y amplis de la época), que nos mantuvo en estado de levitación durante cerca de dos horas (sin necesidad de LSD).
Desde
la llegada a Los Angeles de Arlo Guthrie/Germán Salto, que continuó con la búsqueda de algún
lugar recóndito de la mano de Canned Heat. Desde
los ritmos latinos y salvajes de Soul Sacrifice y Evil Ways en
la guitarra de Santana/Abel
Lorenzo o el homenaje improvisado a Max Yasgur (dueño de la granja y del prado)
que Mountain se inventó y renació en las voces
de Uoho y Trujillo, grandes
también con su Reina del Mississippi.
O desde la portentosa interpretación de Somebody To Love y Volunteers que se marcaron Garbayo y Nat Simons, a la altura de Grace Slick y sus Jefferson Airplane, que es mucha altura. También desde los temas más rockeros de The Band que sonaron en la voz de Txomin Guzmán o las armonías vocales de CSNY que bordaron Costa Oeste y José María Guzmán (la G de los míticos CRAG). Hasta el himno reivindicativo y hermoso de Tim Hardin, If I Were A Carpenter, que hizo suyo Pablo Martín, todo sonó de manera magistral y emotiva. Nivelón. Una perfecta reencarnación.
Y con una banda base de auténtico lujo que desbordó
talento, pasión y profesionalidad por todos los poros: Íñigo Bregel (batería), Germán Herrero (guitarra), Miguel Moral (guitarra), Luis Pinel (teclados), Tronky Mexalo y Ricardo Ibáñez (percusión), Jokin Salaverria (bajo), Luis Soler y Diego Jiménez (vientos).
Cuatro momentazos
Pero hubo momentos que se salieron. Cuatro momentazos.
El primero fue la aparición de Janis, reencarnada
en la presencia y la voz -¡qué voz, Dios mío!- de Cristina Saiz; ese pedacito de su corazón nos lo entregó con tanta fuerza, con tanto poderío, que si cerrabas
los ojos te juro que estabas ahí, en agosto de 1969, a los pies de la mismísima
diosa del blues.
El segundo fue estremecerse con los solos imposibles
del imposible Hendrix, que salieron de los dedos
y del alma de Gonzalo Portugal como si el
propio Hendrix le hubiera hecho voodoo de niño para reencarnarse en él.
El tercero fue esa fuerza de la naturaleza, esa bestia
del escenario llamada Aurora García (y
sus Betrayers), que nos metió un chute de energía
brutal y, de paso, llevó a Sly y la
familia Stone muy pero que muy alto.
Luego llegó Carlos Tarque, «la mejor voz del rock español» en palabras de
Jokin, que se hizo carne en Roger Daltrey, y le
vimos y sentimos como Roger Daltrey y nos sacudió el cuerpo y el espíritu como
hicieron Daltrey y Townshend y Moon con toda su generación, y las que vinieron
detrás.
With A Little Help From My Friends
Y
la apoteosis final se la reservó, claro, Joe Cocker, con un
poco de ayuda de sus amigos. Esa voz rota, poderosa y cargada de pasión que
esta bestia negra de piel blanca inmortalizó aquel domingo 17 de agosto del 69,
en una de las interpretaciones más poderosas, emblemáticas y
superlativas de la historia del rock. Y aquí, en But, Joe
Cocker fue Toño López, The Soul Jacket, en cuerpo, alma, voz, movimiento y
pasión. Y, lo juro, una vez más fue como si estuviéramos ahí, en aquel prado de
Bethel, 50 años atrás, escuchando aquello, sintiendo aquello, viviendo aquello.
El fin de fiesta, todos los artistas sobre el escenario, fue la guinda perfecta para esa deliciosa y memorable tarta de aniversario. Y nos dejó dos mensajes muy claros: Dance To The Music y Feeling Alright. Sobran explicaciones.
Al filo de la medianoche el sueño, maravilloso sueño, terminó. Pero no del todo. Pues lo mismo que Woodstock 1969 ocupa desde hace 50 años un lugar especial en la historia, este Woodstock 2019 ocupará, durante otros 50, un lugar especial en nuestra memoria.
Gracias, Jokin.
Hari
Om, Hari Om, Hari Hari Hari OM!!
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