viernes, 22 de febrero de 2019

Jacobo Parages. Un corazón como un océano


Cuando Jacobo atravesó a nado el Estrecho de Gibraltar, en verano de 2013, él no era experto en ultra distancias. De hecho, nunca había nadado en aguas abiertas. Este fue su primer reto, “el reto más importante de mi vida”. La idea era ayudar a los chicos y chicas con síndrome de Down que comparten con él piscina y amistad durante sus largas horas de entrenamiento, en un centro deportivo de Madrid. Recaudar fondos para su causa y regalarles una ilusión. Pero la afición de Jacobo por la natación llegó unos años antes, y por una causa diferente. El nombre técnico es espondilitis anquilosante, la realidad se resume en una sola palabra: dolor. Una enfermedad que te afecta a lo más básico de tu día a día, que convierte el gesto más sencillo en una hazaña, que te obliga a prepararte mentalmente ante el simple hecho de salir de la cama o atarte los zapatos. No digamos lanzarte a una piscina y nadar durante dos horas y media cada día. Y sin embargo, en contra de la opinión de los médicos, que le pronosticaron una vida resignada  y pasiva (“incompatible con la práctica deportiva”), Jacobo decidió que a él lo que le iba era la actividad, el deporte, la vida plena. Y esa decisión le salvó.


“¿Dónde mueren los sueños? En un lugar llamado miedo”.

Cuatro años después de serle diagnosticada la enfermedad, cuatro años después de vivir cada minuto de su vida pendiente del dolor (mitigado únicamente a base de pastillas, y no del todo), Jacobo decidió quitarse sus miedos de golpe e ir en busca de sus sueños (“No me quería morir sin cumplir mis sueños, y la espondilitis no me iba a detener”). Llenó una mochila con un cargamento de antiinflamatorios y se lanzó a dar la vuelta al mundo. Como suena. ¿El plan? Ninguno. “Siguiendo el sol”, esto es, partiendo de Tahití ir saltando de país en país siempre hacia poniente: Nueva Zelanda, Australia, Papúa, Tailandia, Vietnam, Laos, Camboya, Filipinas, China, Tíbet, Nepal, India, Pakistán, Irán, Turquía, Grecia y luego África… “Fue una experiencia como 7 masters”. Las pastillas se acabaron, pero la fuerza mental no. La experiencia le llenaba de tal manera que desconectó de su enfermedad. “Cada día era un regalo”, incluyendo aquellas tres semanas que permaneció en cama, aislados —él, su compañero de viaje y la novia de éste— por una riada salvaje, en una aldea perdida al norte de Pakistán. Tres semanas de dolor insoportable, aunque sí superable. “Como casi todos los días desde los 28 años”.

El viaje, el sueño, duró 15 meses. Pero el dolor no se fue. Su día a día era un continuo martirio. “Tardaba diez minutos en poder salir de la cama; abrocharme la camisa era casi imposible”. Convenció a su médico de que probara con él un nuevo tratamiento, experimental, con inyecciones que eliminan el nivel de inflamación del cuerpo… ¡que eliminan el dolor! “A las dos semanas estaba haciendo el pino. Mi vida cambió radicalmente”. Jacobo aprendió a patinar, volvió a nadar, a montar en bici. Se planteó un reto cada año, y el del año 2013 fue cruzar el Estrecho a nado. Entrenó duramente durante veintiún meses, diariamente, con mucho esfuerzo y dedicación plena (en sus horas libres). “Pero pensé: lo absurdo es hacerlo para mí y busqué una razón de peso. Ahí entró la Federación Síndrome de Down de Madrid (una causa a la que siempre ha estado muy unido, por amistades y familiares). Qué mejor que regalárselo a ellos, y compartirlo también con todos los afectados de espondilitis”. La idea, concienciar, a los afectados y a la sociedad, de que se pueden hacer cosas a pesar de las supuestas incapacidades. De que el dolor o la enfermedad no deben hundir una vida, y de que simplemente flotar tampoco es vivir. Hay que luchar contra la corriente, contra el dolor, contra la apatía, contra el miedo. El reto se logrará o no, pero el solo hecho de luchar supone haber vencido a la enfermedad.



Ilusión compartida

Fue una travesía de 18,8 kilómetros, 3 horas 46 minutos que cambiaron su vida para siempre. Y la de mucha gente. Empezando por su compañero de piscina, Pablo, un joven con síndrome de Down que acompañó a Jacobo durante los primeros 400 metros, haciendo el reto un poco más suyo y elevando su ánimo un poco más por las nubes. También la de muchos otros niños y mayores Down, y la de miles de afectados de espondilitis, algunos de los cuales contactaron con Jacobo para darle las gracias por la ilusión compartida, por el ejemplo y por el nuevo estado de ánimo con el que afrontan ahora su drama. Una madre con un hijo de 18 años, jugador de baloncesto, con las dos rodillas destrozadas y condenado a una silla de ruedas de por vida si no cambiaba la mentalidad; un atleta de Granada, especialista en triatlón; otro de Pamplona, interesado por el tratamiento; un afectado que llevaba 15 años sufriendo la enfermedad, el dolor, y que acabó en su mismo médico… “Lo único que pretendo es intentar darles un poco de luz, demostrarles que ellos también pueden superar la enfermedad. Que es una decisión que ellos deben tomar”.

A su llegada a Punta el Vaar, en Tánger, nada más pisar tierra, Jacobo dedicó un emotivo recuerdo a “todos los hombres, mujeres y niños que, en busca de una vida mejor, han perdido la vida en el Estrecho. Para todos ellos, una oración”.

Una misión, una vida, una sobrina
Una oración, un homenaje que salió del corazón de Jacobo con plena intención y profunda sinceridad. Por su relación con el propio Estrecho (que conoció con apenas dos meses de vida y con el que ha tenido siempre una sensibilidad especial), y por su relación con el continente africano. Especialmente Malawi. Una estrecha franja de desierto, pobreza y sobrepoblación al sureste de África que marcó su vida hace ya 18 años. Jacobo acudió a la misión de María Mediadora como voluntario durante tres meses, para ayudar a las misioneras en su proyecto de construir un internado para que las chicas pudieran prepararse para la universidad y tener una oportunidad de escapar de la miseria. Allí estaban, también como voluntarios, su hermano Beltrán y su cuñada Carmen. Y allí también conoció a Cecilia. Un frágil bebé de dos meses metido en una incubadora de plástico, que le conmovió profundamente. Su padre la había entregado a la misión, en un intento desesperado por salvar su vida porque no podía alimentarla. “Esta niña se muere”, le dijo la hermana Teresa, con lágrimas en los ojos y en el alma. Un par de días más tarde Jacobo debía regresar a España. “Me fui pensando que ese bebé indefenso se moría”. Pero recibió una carta de Beltrán y Carmen: “Hemos decidido adoptarla”.  Hoy Ceci tiene una familia (bastante abundante, por cierto), tiene amigas, educación, oportunidades, futuro. Tiene una vida feliz porque un día dos occidentales de buen corazón decidieron que esa niña merecía vivir.



La fuerza más poderosa del mundo

Eso es lo que realmente importa, la bondad. A Beltrán y a Carmen, lo mismo que a Jacobo, les define perfectamente la frase final con la que Somerset Maugham se refiere a Larry Darrel, en esa maravillosa película que es El filo de la navaja (1946): “Creo que quien le haya conocido no podrá sustraerse a su bondad y nobleza. La bondad es, al fin y al cabo, la fuerza más poderosa del mundo”.


El siguiente reto de Jacobo fue también duro, y gratificante: nadar los 40 kilómetros que separan Mallorca y Menorca a favor de la lucha contra el cáncer infantil (3 Hombres contra el mar, flanqueado por Peio y Félix). Y ha habido otros desafíos estos años (entre ellos, escribir un libro), más los que vendrán. Y todos han tenido la mejor de las causas: proporcionar un poco de esperanza, de ilusión, de fe en sí mismos a todos aquellos que creen que no pueden sino resignarse a una vida de dolor e impotencia. Jacobo estará allí, con ellos. Como siempre. La bondad es lo que tiene. 


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