miércoles, 2 de enero de 2019

De propósitos y causas para Año Nuevo. Cinco empujoncitos



Como sucede cada año, invariablemente –inevitablemente- , la Navidad ha llegado a nuestras vidas cargada de contradicciones. Obviando a los haters profesionales, los grinchs de turno que abominan de la Navidad y cuanto representa, les afecte o no, estamos los que, con fe o simple espíritu navideño, queremos celebrar este Acontecimiento, este Sentimiento, como nos dé la gana. Con regalos, con encuentros familiares, con villancicos, con luminosos árboles y Nacimientos full equip, con nostalgias y deseos, con austeridad o dispendio, con oraciones y juerga, que para todo hay sitio. Se trata, sencillamente, de celebrar, de (re)unirse, de compartir. Pequeños momentos de felicidad, alegría no forzada, deseos de bien para el vecino, lecturas un poco más optimistas de la vida. Y buenos propósitos, que es a lo que vamos.

Y cuando digo buenos propósitos no me refiero a echarle más horas al gimnasio, quitar las telarañas al teclado o dejar por fin de fumar (¡si supierais lo fácil que es…!). No, me refiero a mirar más hacia un lado y otro, y sobre todo hacia abajo (o abajito, como decía la Dra. Arns); me refiero a pensar más en el otro, el cercano y el lejano; me refiero a ser más comprensivo, más entusiasta, más abierto a otras opiniones y modos; me refiero a ser más orejas y menos bocas, o teclas; me refiero a ser más de hacer que de pensar, más de remangarse que de donar (que también), más de actuar que de predicar. Me refiero a propósitos con causa más allá de nuestros ombligos. Que, por cierto, se hacen cada año más grandes, más profundos y más vacíos.

Afortunadamente, hay mucha gente buena. Mucha, muchísima más que gente mala; lo que pasa es que hacen menos ruido, no gritan, no alardean, no se imponen medallas, no se hacen selfies glorificadores… Gente que se dedica, en privado silencio, a los demás. Gente que regala su tiempo, su esfuerzo, su bondad, su paciencia sin pedir nada a cambio. Nada. (Gente rara de narices, ¿eh?). Y esa gente no sólo merece nuestra admiración, nuestro aplauso y nuestro agradecimiento. Merece nuestra involucración. Admirar es fácil, es gratis; echarle horas a la causa, la que sea, ya es otra cosa. Lo expresó nítidamente José Martí: “Hacer es la mejor manera de decir”. Pues eso.


Marta, Dani y Sole
Lo del propósito

Este año te propongo que te propongas un propósito. Y que lo cumplas. No que lo intentes. Que lo cumplas. Un propósito con causa. La que quieras: ancianos, refugiados, disminuidos, inmigrantes, el pobre de tu parroquia, agua potable en Sudán, tu abuela, tus hijos, tus padres, el músico de la esquina, el planeta, el cáncer infantil, la ELA, los misioneros… Por causas que no quede. Exígete a ti mismo un compromiso personal, firma un contrato contigo, con testigos de cargo en caso de incumplimiento. No te arrepentirás. Según dicen los expertos en la materia (voluntarios, héroes, ángeles, como quieras llamarlos), no sólo ayudarás a gente que lo necesita de veras, sino que además tú serás más feliz. Palabra.

Y todo esto viene a cuento porque hace unas semanas estuve en un encuentro, presentado por la incombustible y genuina Marta Barroso (que se mete en todos los fregados en los que merece la pena meterse), de los que dan un buen tirón de orejas a tu “filantropía telescópica”, esa que ejerces desde tu sillón y llega cuanto más lejos mejor. Para que no salpique, supongo. El concepto es de Dickens (Casa Desolada), pero nos define perfectamente a la mayoría de nosotros, españoles del s XXI. Por eso es importante, de vez en cuando, escuchar historias de filantropía de verdad, de la que se ejerce sobre el terreno, con las manos, con la sonrisa, mirando a los ojos. A ver si se nos contagia algo. Aquí van cinco ejemplos extraordinarios que tuvimos la suerte de vivir en el Espacio Somos de la Fundación Botín de Madrid. Cinco testimonios de personas y empresas que, ciertamente, nos dejaron huella. Profunda e inspiradora.



Debra Piel de Mariposa. Solidaridad contra la enfermedad

En 1993, Nieves Montero y su marido Íñigo fundaron la Asociación Debra-Piel de Mariposa cuando su primer hijo nació con la enfermedad Epidermólisis bullosa. Una enfermedad rara entre las enfermedades raras, y cruel entre las enfermedades más crueles. Porque, además de dolorosa («los afectados sufren dolor todos los días de su vida, todos los momentos de su día» nos cuenta Nieves), es incurable. El nombre le viene por la extrema fragilidad de la piel, como la de una mariposa, que te deja en carne viva por fuera y también por dentro, en algunos órganos. Nieves e Íñigo, tras los primeros momentos de incertidumbre y desolación, decidieron crear la Asociación para que ninguna familia de afectados caminara sola, para que pudieran apoyarse y ayudarse unas a otras. En pocos años habían crecido de manera tan espectacular que decidieron profesionalizarse. Hoy cuentan con un panel de expertos internacionales, innumerables familias, voluntarios y colaboradores, y 11 Tiendas Solidarias Piel de Mariposa que, además de vender moda sostenible, generan beneficios para hacer crecer sus proyectos de ayuda y de investigación (ahí es donde tú puedes ayudar, por cierto).  Ah, y también cuentan con unos embajadores de lujo, que a través del vídeo #yovendomicuerpo nos meten en la frágil piel de los afectados por esta enfermedad. Y, de paso, nos ponen la piel de gallina.



La Casa de Carlota. Talentos diferentes. Nada más. Y nada menos

La Casa de Carlota es un estudio de diseño diferente. Creativo, innovador y sorprendente como pocos. Transgresor. Incluso revolucionario. La clave de tanto adjetivo impactante es la INTEGRACIÓN. Así, con mayúsculas. Porque en esta casa trabajan creativos con síndrome de Down y autismo, que aportan una frescura, una pureza y una libertad expresiva que ya quisieran muchos grandes creativos y diseñadores gráficos de pro. Pero cuidado, avisa José María Batalla, padre de la idea (y de aquel maravilloso vídeo de Los Peces no se Mojan): aquí no trabaja nadie porque tenga un cromosoma de más o de menos; aquí trabaja el que vale, el que aporta, el que marca diferencias. No contratan a los diseñadores por sus discapacidades, sino por sus capacidades diferentes. Es el sueño de cualquier director creativo: lateral thinking pero de verdad. El equipo también suma a jóvenes estudiantes de escuelas de diseño, profesionales provenientes del mundo del arte, el diseño y la creatividad, además de «una holandesa, otro que va en bici y un vegetariano». Una inusual y extraordinaria combinación de talentos que es también una verdadera lección de inclusión y de sentido común. Que, en el fondo, viene a ser lo mismo.



Algo de Jaime. Mucho de Jaime

Jaime tiene 24 años y le encanta dibujar. De hecho, tiene un talento especial para la ilustración. Sobre todo animales. El dibujo, para Jaime, es mucho más que una habilidad extraordinaria. Es su forma de expresarse, de comunicarse con el mundo; básicamente su única manera de exteriorizar algo de lo mucho que tiene dentro. Y es que Jaime tiene autismo severo, pero a pesar de sus problemas de comunicación y sociabilidad también es libre para ver las cosas de otra manera. Nos lo cuenta Sole Alonso, su madre. Y nos cuenta también cómo ella y su marido, Javier, han adaptado su vida, su mentalidad a la de Jaime. Cómo lo que al principio pensaron que era una carga se convirtió en un milagro; cómo Jaime ha unido a la familia, y qué orgullosos están sus hermanos de él. Y también nos contó cómo ese talento innato e inagotable se convirtió en una marca de moda, Algo de Jaime, que hoy se vende hasta en Zara, El Corte Inglés y Kilombo Rugs. Un negocio solidario que asegura el futuro de Jaime y ayuda a otras asociaciones y fundaciones. La lección que nos deja Jaime es que el talento a veces tiene caminos sorprendentes, impensables; y que, como nos recuerda su madre, no debemos juzgar por la superficie, sino por lo profundo que hay en cada persona. Que es lo que somos. Por cierto, esta es la tienda de Algo de Jaime; por muy poco de tu parte te llevarás mucho de Jaime.




Trip Drop. Viajar con el corazón en la mano

Daniel Losada es un gran tipo. Lo digo porque lo sé de primera mano. Y lo dice él, sin palabras, con ese corazón que tiene que no le cabe en el cuerpo. Además de viajero (fundador de Deep Planet) y fotógrafo excepcional (es quien ilumina los libros de Lo Que De Verdad Importa con esas imágenes llenas de alma), es un tipo que vive constantemente con la mirada puesta en el otro. De esos que se preguntan cada día ¿Qué puedo hacer para ayudar? ¿Cómo y dónde? Y van y lo hacen. Sin más historias. Dani creó en 2009 la plataforma Trip-Drop Viaja y Ayuda, que pone en contacto a viajeros (primer mundo) con comunidades que necesitan ayuda en los países de destino (tercer mundo). La diferencia está en que los viajeros entregan la ayuda in situ, mirando a los ojos, con humildad y cercanía, comprando en destino; y recibiendo su gratificante recompensa (abrazos, sonrisas, emoción) también en vivo y en directo. Y eso es impagable, para unos y para otros. «Viajamos con dos sacos, uno para dar y otro para recibir», dice Dani.  En esos sacos cabe de todo: desde cabras para las viudas masái, máquinas de braille para una escuela de niños albinos o un autobús para las madres teresianas de Bombay, hasta balones de fútbol, ladrillos y manos para levantar un orfanato, ropa, medicinas, material escolar... No es caridad, es intercambio; y, sobre todo, una acción de gran rentabilidad emocional. Ah, y también puedes colaborar sin necesidad de viajar. Lo importante es que cada uno pongamos nuestra gotita.



Make A Wish. De ilusión también se cura

Todos los niños con enfermedades graves, raras y/o de larga duración tienen una cosa en común: que son niños. Bueno, dos cosas: que tienen ilusiones. Sueños, deseos, esperanzas. Ellos viven el presente, por eso no pierden nunca la fuerza ni la alegría a pesar de lo que llevan encima. Quieren vivir, jugar, reír, ser niños. Ejercer de niños. Otra cosa son sus padres, sus hermanos, su familia. A ellos el mundo se les cae encima. Y necesitan también su tratamiento emocional. Para unos y otros nació en 1999 Make-A-Wish, que apuesta por una medicina muy eficaz y necesaria llamada ilusión. Como nos cuenta Carmela Fernández-Piera, un equipo de voluntarios (o ángeles) se ocupa de hacer realidad esas experiencias mágicas, esos momentos especiales que van a ayudar a niños y familias a enfrentarse al sufrimiento, transformando el dolor, el miedo o la soledad en energía, vitalidad y espíritu de lucha. A mantener vivas sus ilusiones. Fuerte ¿eh? Conocer a su ídolo, ser un arqueólogo egipcio, manejar un barco carguero, visitar Legoland o Disneyland, nadar entre delfines, volver a Venezuela para reencontrarse con alguien especial… Lo importante, además, es que cumplir la ilusión no es un regalo, cada niño tiene que currárselo, merecérselo, ganárselo. En el esfuerzo está la verdadera recompensa. El suyo, y el nuestro: porque nuestra solidaridad también ayuda a cumplir las ilusiones de estos niños. Y eso, amigos, también es importante.


Al final, la gran lección que aprendemos de estas historias, de estos testimonios, es cómo todos podemos lograr cosas extraordinarias sólo con proponérnoslo. Cómo podemos ayudar a mil causas de mil maneras diferentes. Cómo podemos involucrarnos de manera real, directa. Y cuánto bien podemos hacer sin esperar a que nos suceda algo extraordinario o grave para empezar. Sólo nos hace falta un empujoncito. Pues aquí tienes cinco.


Feliz año nuevo. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario