martes, 27 de noviembre de 2018

Congreso de LQDVI 2018. 5 bofetones de terapéutica realidad. Y tan a gusto.


Uno, como cada año, llega al congreso de Lo Que De Verdad Importa con sus pequeñas miserias y sus sobrevaloradas desgracias, con sus granitos de arena reconvertidos en himalayas imposibles; con su queja latente y su visión nublada de esta vida loca, loca, loca; llega, en fin, con sus gafas de miope emocional, o sus orejeras cargadas de prejuicios, que no le dejan ver más allá de lo que tiene frente a sus ojos y a no más de metro o metro y medio. Y no falla: es llegar y empezar a sentir la magia. Uno ve a esos dos mil jóvenes, apenas 18 o 19 años, contagiándose ilusión anticipada por lo que están a punto de experimentar; ve a los voluntarios, animosos y entregados; y a los habituales amigos de todos los años (patronos y fans incondicionales de LQDVI), que se reservan este día como quien se reserva el día de su boda; y ve a María Franco y su equipo de cracks, rematando con nerviosismo los detalles de última hora, agobiadas (¡bendito agobio!) por la apabullante asistencia, que cada edición desborda el aforo del Palacio de Congresos de IFEMA (lo mismo que todos los aforos, año tras año, en todas las ciudades).

Y uno ve, ya en la zona VIP, a los ponentes que en unos minutos van a dar un revolcón emocional, moral y casi físico a todos los que allí estamos, en cuerpo y alma. Uno ve a Sara, a Pepe y Álvaro, a Kenneth, a los Campeones, listos para darlo todo (T-O-D-O) y piensa: “Bien, Pepe, bien; estás en el lugar correcto, hoy. Esto promete. Esto te va a soltar un bofetón de realidad terapéutica que te va a fulminar las orejeras con efecto instantáneo, y te va devolver a casa como nuevo. Y falta te hace”. Y uno, que en el fondo no es mala gente, toma asiento, deja sus pequeñas miserias y sus sobrevaloradas desgracias en el suelo y pone la cara, en espera de este añorado bofetón anual.


El bofetón de Sara

Y sube Sara al escenario. Sara Andrés, profesora de primaria, psicopedagoga, medallista paralímpica (400 y 200 metros), oro en simpatía y cercanía, multideportista (tenis, frontón, kárate, hípica, esquí, paracaidismo, baile…), inquieta por definición, soñadora y realizadora de sueños. Sin pies. Aunque eso es lo de menos, teniendo todo lo demás. Ya nos gustaría, a nosotros. Con 25 años sufrió un accidente de tráfico que, además de cercenarle los pies, cercenó su vida anterior (cómoda, feliz, estándar). En un instante. Lo pasó mal, muy mal. Se vio limitada y deprimida, dependiente, inútil. Estuvo mucho tiempo en shock, todo dolor y sufrimiento. Preguntándose ¿por qué a mí? Y sin hallar respuesta. Hasta que dijo ¡basta! 

Decidió que no se podía perder la vida. Que todo tiene su porqué. Que había que recuperar lo que de verdad importa; y eso no eran los pies. Decidió que podía reír, abrazar, bailar, hacer deporte, superar los retos que se propusiera, que no son pocos precisamente. Y en eso lleva desde entonces, viendo siempre lo bueno que hay en lo malo, o en lo peor (sí, también superó un cáncer), viviendo la vida a tope, en presente, en modo disfrutón. Mientras, se prepara para Tokio 2020. “Todos podéis conseguir cosas que jamás habríais pensado”, nos dice. Y nos lanza un reto: “Si sólo te quedara un día de vida, ¿cómo querrías vivirlo? ¿Enfadado o contento, amargado o feliz?” Primer bofetón de la mañana.


El bofetón de Pepe y Álvaro

Turno para Pepe Otaola y Álvaro Pisa. Dos jóvenes valientes en el peor de los escenarios, Palestina, entregados a la más dura de las causas, los niños discapacitados y abandonados (en cubos de basura, en la calle), los ancianos desechados y enfermos. Lo más vulnerable, lo más olvidado de una tierra ya de por sí bastante olvidada. Ambos, Pepe y Álvaro, tuvieron una vida normal, feliz, despreocupada. Privilegiada. Con sus altibajos, claro. Con sus dudas. Con sus desentendimientos familiares y sus ambiciones. Uno iba para arquitecto (Álvaro), otro para abogado y lobo de Wall Street (Pepe; aunque se le pasa pronto y se tira 8 años repartiendo bocadillos a los indigentes). Pero el destino les tenía preparado otro camino bien distinto. Cuando se conocen, por casualidad, encajan a la perfección. Comparten inquietudes, un cierto vacío existencial, y el deseo de salir de su burbuja y hacer algo para cambiar el mundo. Suena muy grande, sí, pero todo es cuestión de proponérselo. 

Un viaje inesperado a Tierra Santa y Palestina es el detonante. Visitan un campo de refugiados y allí descubren, en riguroso directo, la verdadera definición de sufrimiento, de miedo, de miseria. Con toda su crudeza. Pero también con esperanza: la que representan cuatro monjas que cuidan, con absoluta fe y total entrega, a 30 niños abandonados, muchos de ellos enfermos mentales. Así que deciden quedarse. Y darlo todo por esos niños; su tiempo, su ilusión, sus manos, su esperanza, su vida. En 2016 crean, en contra de muchas opiniones cercanas, Youth Wake Up! Comienza un camino duro, difícil, plagado de bombas y muerte, de dolor e impotencia. Pero ahí radica su mérito, su valentía, y su gran lección: “Tenemos que cambiar las cosas. Es una barbaridad lo que pasa ahí fuera. Hay que involucrarse. En Palestina, en el mundo o a cinco calles de tu casa”. Y una pregunta demoledora: ¿cómo podemos ser felices viendo tanto sufrimiento alrededor y quedándonos sin hacer nada? El segundo bofetón de la mañana.


El bofetón de Kenneth

La historia de Kenneth Chukwuka Iloabuchi, de título inmigrante subsahariano, o séptimo hijo de una familia nigeriana que sueña con ser abogado (tú eliges cómo quieres verlo), es la historia de miles de personas que sueñan con una vida mejor (a menudo simplemente con una vida) y la buscan en otro país. España, por ejemplo. Porque no les queda otra. Huyen de la pobreza, del hambre, de la guerra, de una muerte segura por sus creencias. ¿Acaso no lo harías tú? Es la lucha descarnada por su vida y la de su familia. Y ante esa realidad/amenaza, lo dejan todo atrás y se lanzan sin pensar a los brazos del desierto, del mar, de las mafias. Y a menudo mueren. Y a veces, pocas, llegan. Es la historia de Kenneth, que fue engañado y robado por las mafias, que permaneció casi tres años atrapado entre Argelia y Marruecos, entre el desierto, los campos de refugiados y la nada; y que finalmente pudo embarcar en una patera rumbo al arcoíris. A la patera de al lado se la tragó el mar, y a todas las personas que iban en ella (Kenneth llora desconsolado mientras lo relata); en ese instante le hizo una promesa a Dios: “Si me salvas, prometo dedicar la vida a los demás”. Dios cumplió su parte. Kenneth llegó a España; y no sólo eso, consiguió trabajo en el campo, en la construcción, en lo que fuera; comenzó una relación, rehízo su vida. Ocho años después recordó la promesa. 

Es entonces cuando decide entrar en el seminario (“Sólo para probar”, le dice a su novia. Ella lo entiende). Hoy es párroco de Lorca y capellán del hospital. El ‘Padre Patera’. Y dedica su vida a los demás, a sus hermanos (a todos nos llama “hermano”; será que lo somos). “No podemos hablar de inmigrantes, sino de personas”, nos dice. “Porque todos somos igual de importantes. Lo que pasa es que no nos paramos a escuchar”. Si escucháramos sus nombres, si conociéramos sus historias, si entendiéramos sus sentimientos… entonces las estadísticas se transformarían en personas. Como tú y como yo. Ese es el mensaje “anti orejeras” del padre Kenneth. Y el tercer bofetón de la mañana.


El bofetón de Campeones

El cuarto bofetón es un señor bofetón, un bofetón de campeonato. Especialmente en un día como el de hoy, que es una gran celebración de la inclusión. El lema para este año de Lo Que De Verdad Importa, representado por un luminoso color amarillo (ya sé el color de mi próximo libro). La lección de estos Campeones la hemos conocido más de tres millones de espectadores, entre carcajadas, emociones y reflexiones. Y esta mañana mágica nos la recuerdan, con la misma complicidad y sentido del humor (y un gran, gran sentido común), Roberto Sánchez, Jesús Lago Solís y Jesús Vidal, tres de los geniales protas del taquillazo del año, junto a la no menos genial Allende López, asesora de inclusión de la película de Fesser, y que lleva dentro un corazón que no le cabe en el cuerpo. Entre todos, nos dieron una sensacional lección de comprensión, superación personal y miradas limpias; no las suyas, que también, sobre todo las nuestras, que miran a estos ‘discapacitados’ con la miopía propia de los que nos creemos normales. “¿Normalización? Eso sería como reconocer que hay algo que no es normal y hay que normalizarlo”, se rebela Allende. Y es verdad, porque todos (T-O-D-O-S) somos maravillosamente diferentes. “La diversidad no es más que un valor añadido; aportar algo que solo tú puedes aportar”. Esa es la gran lección de la película, ese es el mensaje impepinable de esta simpática, fresca y extraordinaria panda de Campeones. Y el cuarto bofetón de realidad de la mañana.


El bofetón de David y Rozalén

Queda uno, todavía. Con música y letra. Baile, la canción de David Otero, en compañía de Rozalén, que nos enseña a “bailar en braille”. Que nos habla de “la incapacidad que tenemos a veces de tocar, de ver, de sentir, de estar un poco con los brazos abiertos a la vida”. Un tema que nos invita a ver el mundo más con el oído, con el tacto, con el corazón, que con los ojos; a escuchar más y opinar menos; a entender sin prejuzgar; a mirar más allá, más adentro; a tener los brazos abiertos de serie; a quitarnos orejeras y gafas de miope emocional. A ser más los demás. Que en el fondo es como mejor somos nosotros. Y a estar dispuesto a recibir estos maravillosos bofetones de realidad, tan terapéuticos, tan necesarios, tan refrescantes. Eso es lo que de verdad importa.


Lo único: no esperemos un año, hasta el próximo congreso. Todos los días podemos recibir nuestra pequeña dosis. Es de lo más recomendable.










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