Uno, como cada año, llega al congreso de Lo Que De Verdad Importa
con sus pequeñas miserias y sus sobrevaloradas desgracias, con sus granitos de
arena reconvertidos en himalayas imposibles; con su queja latente y su visión
nublada de esta vida loca, loca, loca; llega, en fin, con sus gafas de miope
emocional, o sus orejeras cargadas de prejuicios, que no le dejan ver más allá
de lo que tiene frente a sus ojos y a no más de metro o metro y medio. Y no
falla: es llegar y empezar a sentir la magia. Uno ve a esos dos mil jóvenes,
apenas 18 o 19 años, contagiándose ilusión anticipada por lo que están a punto
de experimentar; ve a los voluntarios, animosos y entregados; y a los habituales
amigos de todos los años (patronos y fans incondicionales de LQDVI), que se reservan este día como
quien se reserva el día de su boda; y ve a María
Franco y su equipo de cracks, rematando con nerviosismo los detalles de
última hora, agobiadas (¡bendito agobio!) por la apabullante asistencia, que
cada edición desborda el aforo del Palacio
de Congresos de IFEMA (lo mismo que todos los aforos, año tras año, en
todas las ciudades).
Y uno ve, ya en la zona VIP, a los ponentes
que en unos minutos van a dar un revolcón emocional, moral y casi físico a
todos los que allí estamos, en cuerpo y alma. Uno ve a Sara, a Pepe y Álvaro, a
Kenneth, a los Campeones, listos para darlo todo (T-O-D-O) y piensa: “Bien,
Pepe, bien; estás en el lugar correcto, hoy. Esto promete. Esto te va a soltar
un bofetón de realidad terapéutica que te va a fulminar las orejeras con efecto
instantáneo, y te va devolver a casa como nuevo. Y falta te hace”. Y uno, que
en el fondo no es mala gente, toma asiento, deja sus pequeñas miserias y sus
sobrevaloradas desgracias en el suelo y pone la cara, en espera de este añorado
bofetón anual.
El bofetón de Sara
Y sube Sara al escenario. Sara Andrés, profesora de primaria, psicopedagoga,
medallista paralímpica (400 y 200 metros), oro en simpatía y cercanía, multideportista
(tenis, frontón, kárate, hípica, esquí, paracaidismo, baile…), inquieta por
definición, soñadora y realizadora de sueños. Sin pies. Aunque eso es lo de
menos, teniendo todo lo demás. Ya nos gustaría, a nosotros. Con 25 años sufrió
un accidente de tráfico que, además de cercenarle los pies, cercenó su vida
anterior (cómoda, feliz, estándar). En un instante. Lo pasó mal, muy mal. Se
vio limitada y deprimida, dependiente, inútil. Estuvo mucho tiempo en shock,
todo dolor y sufrimiento. Preguntándose ¿por qué a mí? Y sin hallar respuesta. Hasta
que dijo ¡basta!
Decidió que no se podía perder la vida. Que todo tiene su
porqué. Que había que recuperar lo que de verdad importa; y eso no eran los
pies. Decidió que podía reír, abrazar, bailar, hacer deporte, superar los retos
que se propusiera, que no son pocos precisamente. Y en eso lleva desde
entonces, viendo siempre lo bueno que hay en lo malo, o en lo peor (sí, también
superó un cáncer), viviendo la vida a tope, en presente, en modo disfrutón. Mientras,
se prepara para Tokio 2020. “Todos podéis
conseguir cosas que jamás habríais pensado”, nos dice. Y nos lanza un reto:
“Si sólo te quedara un día de vida, ¿cómo
querrías vivirlo? ¿Enfadado o contento, amargado o feliz?” Primer bofetón
de la mañana.
El bofetón de Pepe y Álvaro
Turno para Pepe Otaola y Álvaro Pisa. Dos jóvenes valientes en el peor de los
escenarios, Palestina, entregados a
la más dura de las causas, los niños discapacitados y abandonados (en cubos de
basura, en la calle), los ancianos desechados y enfermos. Lo más vulnerable, lo
más olvidado de una tierra ya de por sí bastante olvidada. Ambos, Pepe y
Álvaro, tuvieron una vida normal, feliz, despreocupada. Privilegiada. Con sus
altibajos, claro. Con sus dudas. Con sus desentendimientos familiares y sus ambiciones.
Uno iba para arquitecto (Álvaro), otro para abogado y lobo de Wall Street (Pepe;
aunque se le pasa pronto y se tira 8 años repartiendo bocadillos a los
indigentes). Pero el destino les tenía preparado otro camino bien distinto.
Cuando se conocen, por casualidad, encajan a la perfección. Comparten
inquietudes, un cierto vacío existencial, y el deseo de salir de su burbuja y hacer
algo para cambiar el mundo. Suena muy grande, sí, pero todo es cuestión de
proponérselo.
Un viaje inesperado a Tierra Santa y Palestina es el detonante. Visitan
un campo de refugiados y allí descubren, en riguroso directo, la verdadera
definición de sufrimiento, de miedo, de miseria. Con toda su crudeza. Pero
también con esperanza: la que representan cuatro monjas que cuidan, con
absoluta fe y total entrega, a 30 niños abandonados, muchos de ellos enfermos
mentales. Así que deciden quedarse. Y darlo todo por esos niños; su tiempo, su ilusión,
sus manos, su esperanza, su vida. En 2016 crean, en contra de muchas opiniones cercanas,
Youth
Wake Up! Comienza un camino duro, difícil, plagado de bombas y muerte,
de dolor e impotencia. Pero ahí radica su mérito, su valentía, y su gran
lección: “Tenemos que cambiar las cosas.
Es una barbaridad lo que pasa ahí fuera. Hay que involucrarse. En Palestina, en
el mundo o a cinco calles de tu casa”. Y una pregunta demoledora: ¿cómo
podemos ser felices viendo tanto sufrimiento alrededor y quedándonos sin hacer
nada? El segundo bofetón de la mañana.
El bofetón de Kenneth
La historia de Kenneth Chukwuka Iloabuchi,
de título inmigrante subsahariano, o séptimo hijo de una familia nigeriana que
sueña con ser abogado (tú eliges cómo quieres verlo), es la historia de miles
de personas que sueñan con una vida mejor (a menudo simplemente con una vida) y
la buscan en otro país. España, por ejemplo. Porque no les queda otra. Huyen de
la pobreza, del hambre, de la guerra, de una muerte segura por sus creencias.
¿Acaso no lo harías tú? Es la lucha descarnada por su vida y la de su familia.
Y ante esa realidad/amenaza, lo dejan todo atrás y se lanzan sin pensar a los
brazos del desierto, del mar, de las mafias. Y a menudo mueren. Y a veces,
pocas, llegan. Es la historia de Kenneth, que fue engañado y robado por las
mafias, que permaneció casi tres años atrapado entre Argelia y Marruecos, entre
el desierto, los campos de refugiados y la nada; y que finalmente pudo embarcar
en una patera rumbo al arcoíris. A la patera de al lado se la tragó el mar, y a
todas las personas que iban en ella (Kenneth llora desconsolado mientras lo
relata); en ese instante le hizo una promesa a Dios: “Si me salvas, prometo
dedicar la vida a los demás”. Dios cumplió su parte. Kenneth llegó a España; y
no sólo eso, consiguió trabajo en el campo, en la construcción, en lo que fuera;
comenzó una relación, rehízo su vida. Ocho años después recordó la promesa.
Es
entonces cuando decide entrar en el seminario (“Sólo para probar”, le dice a su
novia. Ella lo entiende). Hoy es párroco de Lorca y capellán del hospital. El ‘Padre Patera’. Y dedica su vida a los
demás, a sus hermanos (a todos nos llama “hermano”; será que lo somos). “No podemos hablar de inmigrantes, sino de
personas”, nos dice. “Porque todos
somos igual de importantes. Lo que pasa es que no nos paramos a escuchar”. Si
escucháramos sus nombres, si conociéramos sus historias, si entendiéramos sus
sentimientos… entonces las estadísticas se transformarían en personas. Como tú
y como yo. Ese es el mensaje “anti orejeras” del padre Kenneth. Y el tercer
bofetón de la mañana.
El bofetón de Campeones
El cuarto bofetón es un señor bofetón, un
bofetón de campeonato. Especialmente en un día como el de hoy, que es una gran
celebración de la inclusión. El lema para este año de Lo Que De Verdad Importa, representado por un luminoso color
amarillo (ya sé el color de mi próximo libro). La lección de estos Campeones
la hemos conocido más de tres millones de espectadores, entre carcajadas, emociones
y reflexiones. Y esta mañana mágica nos la recuerdan, con la misma complicidad
y sentido del humor (y un gran, gran sentido común), Roberto Sánchez, Jesús Lago Solís y Jesús Vidal, tres de los geniales
protas del taquillazo del año, junto a la no menos genial Allende López, asesora de inclusión de la película de Fesser, y que lleva dentro un corazón
que no le cabe en el cuerpo. Entre todos, nos dieron una sensacional lección de
comprensión, superación personal y miradas limpias; no las suyas, que también,
sobre todo las nuestras, que miran a estos ‘discapacitados’ con la miopía
propia de los que nos creemos normales. “¿Normalización?
Eso sería como reconocer que hay algo que no es normal y hay que normalizarlo”,
se rebela Allende. Y es verdad, porque todos (T-O-D-O-S) somos maravillosamente
diferentes. “La diversidad no es más que
un valor añadido; aportar algo que solo tú puedes aportar”. Esa es la gran
lección de la película, ese es el mensaje impepinable de esta simpática, fresca
y extraordinaria panda de Campeones. Y el cuarto bofetón de realidad de la
mañana.
El bofetón de David y Rozalén
Queda uno, todavía. Con música y letra. Baile, la canción
de David Otero, en compañía de Rozalén, que nos enseña a “bailar en
braille”. Que nos habla de “la incapacidad que tenemos a veces de
tocar, de ver, de sentir, de estar un poco con los brazos abiertos a la vida”.
Un tema que nos invita a ver el mundo más con el oído, con el tacto, con el
corazón, que con los ojos; a escuchar más y opinar menos; a entender sin
prejuzgar; a mirar más allá, más adentro; a tener los brazos abiertos de serie;
a quitarnos orejeras y gafas de miope emocional. A ser más los demás. Que en el
fondo es como mejor somos nosotros. Y a estar dispuesto a recibir estos
maravillosos bofetones de realidad, tan terapéuticos, tan necesarios, tan
refrescantes. Eso es lo que de verdad importa.
Lo único: no esperemos un año, hasta el
próximo congreso. Todos los días podemos recibir nuestra pequeña dosis. Es de
lo más recomendable.
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