Todos, estoy seguro, hemos tenido
alguna vez el deseo, el sueño imposible, de viajar en el tiempo; al pasado o al
futuro, inmediato o lejano, solos o acompañados, en un vehículo más o menos
científico o vía desintegración molecular; por morbo, por curiosidad, por ambiciones
ocultas o por puro capricho. Vivir en directo una época ajena a la nuestra es
una utopía universal, sí, pero nadie, que se sepa, la ha hecho realidad. Bueno,
salvo Marty McFly y su inseparable Doc. ¿O eso era una película?
Primera escala: 5 de
Noviembre de 1985
Hoy es la fecha, el día F: 21 de octubre de 2015, el día elegido por Doc Brown para viajar al futuro, después de viajar al pasado y antes de viajar al más pasado todavía. Un día perfecto, pues, para realizar un
viaje por el tiempo con escalas y volver a vivir, en nostálgico diferido, lo que sentimos
y experimentamos con esta aventura de encuentros, reencuentros y desencuentros.
Una historia que marcó a toda una generación, y que aún mantiene su huella
intacta. Porque todos, hace 30 años, un 5 de noviembre de 1985, fuimos Marty McFly. Todos subimos con el estrafalario
Doc al DeLorean DMC-12 («si vas a construir una máquina del tiempo, por qué
no hacerlo con estilo»), todos marcamos la fecha mágica Nov 12 1955 en el reloj
temporal del salpicadero y todos aparecimos en el Hill Valley, California, de
1955 para vivir una emocionante, intensa y divertida peripecia. Sí, desde
aquella adolescente tarde de cine, todos hablábamos del “condensador de fluzo” con
la misma naturalidad que de la gasolina de la vespa y comentábamos sin
pestañear que sólo el plutonio era capaz de generar los 1,21 gigavatios de
energía eléctrica necesarios para arrancar el DeLorean; aunque, por si acaso
no funcionaba el invento, nos agenciamos un monopatín, un “plumi” sin mangas
granate y los walkman con las
pegadizas canciones de Huey Lewis.
Segunda escala: verano
de 1980
Pero retrocedamos un paso más en nuestro viaje al
pasado. Al día en que nació la original –y millonaria- idea. Fue allá por el
verano de 1980, cuando el productor Bob
Gale, hurgando en el sótano del domicilio paterno, se encontró con el anuario
de instituto de su padre y se preguntó: ¿Habría sido amigo de mi padre si
hubiera coincidido con él en el instituto? ¿Cómo sería conocer a tus padres de
jóvenes, con tu misma edad? Gale y su amigo Zemeckis comenzaron a dar forma a
la idea y un fin de semana de septiembre escribieron el guión. Una vez
terminado, lo ofrecieron a diversos estudios («Es la historia de un chico que
viaja al pasado y su madre se enamora de él»), pero fue rechazado
por todos (demasiado fuerte para Disney; y demasiado blando
para los demás). Sólo el visionario Steven
Spielberg intuyó una gran película y se ofreció para producirla. Después de
unos años en el limbo, y a raíz del éxito de Tras el corazón verde, Zemeckis se decidió a rodar su guión, confiando
el proyecto a quien había confiado en él desde el principio: el genio Spielberg.
La intuición del Midas de Hollywood no pudo
ser más acertada. Y la perseverancia de Robert
Zemeckis y Bob Gale obtuvo su
merecida recompensa. La película
recaudó 210 millones de dólares, convirtiéndose en la más taquillera de 1985
(por delante de Rambos, Rockys y Goonies); y también en la más rentable, ya que
había costado tan sólo 19 millones de dólares. Pero además, Regreso al futuro entró a formar parte
de la leyenda del cine, y hoy es considerada como una auténtica obra de culto.
Y no sólo para nuestra generación.
Tercera escala: 1895
Pero ¿cuál es el secreto del éxito de Regreso al futuro, de su inmortalidad cinematográfica? No es, desde
luego, la originalidad del argumento. Los viajes en el tiempo habían sido
tratados casi un siglo antes, en la literatura. En 1895, H.G. Wells ya desveló en su novela La Máquina del Tiempo cómo construir un ingenio viajero que
permitiera trasladarse cómodamente por los recovecos del futuro, concretamente
al año 802.701. Incluso Mark Twain
se había adelantado a H. G. Wells: en 1889 publicó Un yanqui en la Corte del Rey Arturo, relato que narraba las
vicisitudes de un moderno viajero en la caballeresca Edad
Media británica. Y unas décadas después otro visionario, Ray Bradbury, nos desveló las
consecuencias del “efecto mariposa” durante el viaje de sus protagonistas a la
prehistoria, en El ruido de un trueno,
cuento publicado en 1952.
Tampoco el secreto de su
éxito es la originalidad de sus personajes (adolescente con problemas de
socialización-matón-amigo extravagante-chica redentora), ni sus efectos
especiales, ni el tono liviano, de puro entretenimiento, sin mayor pretensión
que divertir al espectador mientras devora palomitas. No. La inmortalidad de Regreso
al futuro fue una conjunción de
muchos factores: el humor, la música, el ritmo trepidante, la elección de Michael J. Fox y Christopher Lloyd, los guiños generacionales (Doc: «Dime,
chico del futuro, ¿quién es el presidente en 1985? Marty: Ronald Reagan.
Doc: ¿Ronald Reagan? ¿El actor? ¡Ja! ¿Y quién es el vicepresidente?
¿Jerry Lewis?») y, por supuesto, los viajes en el tiempo, pero vistos desde una
perspectiva bastante original: cómo sería la relación entre padres e hijos si
se conocieran con la misma edad, y cómo esa relación podría determinar el
futuro y hasta la propia existencia («Ningun McFly ha llegado a ser alguien en
toda la historia de Hill Valley». «Sí, pero la historia llega a cambiar»). Y
una vuelta de tuerca más: ¿qué pasaría si tu madre, una joven bella y
extrovertida, se enamorara de ti?
Pasado, presente y futuro se entremezclan con inteligencia a lo
largo de toda la película, al igual que el humor y el amor, el rock y la
acción, la emoción y la insensatez científica. Y una curiosa y divertida
interpretación del “efecto mariposa” que definió Bradbury, que se da a lo largo de toda la historia. Un ejemplo: el centro comercial donde Doc muestra por primera vez la
máquina del tiempo a Marty se llama Twin Pines Mall (Pinos Gemelos), pero
después de que en su aterrizaje en el pasado atropelle uno de los dos pinos del
granjero Peabody, pasa a llamarse Lone Pine Mall (Pino Solitario).
Al final, la posibilidad
de remediar los errores cometidos volviendo al pasado y la curiosidad de ver lo
que reserva el futuro fue un
argumento muy bien aprovechado por Zemeckis y Gale al construir el guión
(partiendo del álbum escolar paterno) y luego perfectamente trasladado a la
pantalla grande, con gran maestría cinematográfica, por el propio Zemeckis (y,
suponemos, por el toque mágico de Spielberg).
Todos querían viajar al pasado
No sólo los fans, y espectadores en general, de Regreso al futuro deseábamos viajar en
el tiempo, aunque fuera sentados en nuestras butacas. Otros compartían nuestro
deseo, solo que ellos tuvieron más suerte, o más influencia, y lograron formar
parte de la película (y de la leyenda). Como el vagabundo que farfulla «¡Otro
conductor borracho!» cuando Marty regresa a 1985, y que no es otro que el
verdadero alcalde de Hill Valley en 1955, Red
Thomas; o el cantante Huey Lewis,
que es el examinador que rechaza por ruidoso a Marty cuando realiza las pruebas
para el baile del instituto de 1985 (precisamente interpretando la canción “The
power of love” de Huey Lewis & The
News); o el mismísimo Steven
Spielberg, que es el conductor del todoterreno al que se aferra Marty con
su monopatín, en 1985. Y hasta Chuck
Berry, aunque sea una no-aparición: cuando Marty interpreta en el baile de
1955 Johnny B. Goode, nadie conoce la
canción, ya que fue compuesta por Berry en 1958; el guitarrista que se
había lesionado la mano llama por teléfono y dice: «¡Chuck!, ¡Chuck!, ¡soy Marvin!,
tu primo Marvin Berry! ¿Recuerdas ese nuevo sonido que has estado buscando? ¡Pues
escucha esto!» Un guiño paradójico-musical que resume perfectamente el espíritu
de esta gran película.
Un espíritu que sigue burbujeando en nuestra memoria 30 años después y que, de vez en vez, se reaviva con renovada fuerza. La cruda
realidad es que ya no estamos para montarnos en monopatín, que ya no nos cabe
el “plumi” sin mangas y que ya no sobrevive ni el walkman. Pero siempre nos quedarán las reposiciones. Y los sueños.
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