martes, 20 de noviembre de 2018

Talento callejero. Cuando la música es la vida.


Los músicos callejeros son habitualmente despreciados por los insensibles viandantes de las grandes ciudades o, en el mejor de los casos, simplemente ignorados. Algunos de ellos son molestos, es cierto; pero muchos otros poseen enorme talento, cuando no auténtica genialidad. Sólo nos piden que nos detengamos un minuto, que escuchemos su música y que, si acaso, echemos una moneda. Muy poco para lo mucho que ellos dan.



Son muchos los músicos que deleitan con su talento nuestro acelerado ir y venir en metros, parques, calles y plazas de las grandes ciudades. No cuentan, claro, los moscones desesperantes del acordeón y el organillo; hablamos de música, no de zumbidos. Sin embargo, el arte de estos músicos –a menudo inmenso- no siempre es apreciado en su justa medida; tal vez sea por ignorancia o falta de sensibilidad; o quizá por esta vida a contrarreloj que sufrimos y nos impide detenernos simplemente un par de minutos, escuchar y disfrutar de la belleza. La respuesta a esta pregunta es lo que pretendió averiguar el Washington Post a través de un curioso experimento: colocó a Joshua Bell, uno de los violinistas más prestigiosos del mundo, en el vestíbulo de una transitada estación del metro de Washington, en plena hora punta; el músico callejero (por un día) estuvo haciendo gala de su virtuosismo durante casi una hora ante los indiferentes transeúntes. Más de mil personas pasaron frente a Bell y apenas una decena se detuvieron a escuchar las maravillosas piezas de Bach y Schubert interpretadas por el maestro con un Stradivarius "Gibson ex Huberman", único en el mundo y valorado en tres millones de dólares. Solo una mujer, que reconoció a Bell, se detuvo a escuchar durante varios minutos y luego charló con él unos instantes. Los otros mil y pico pasaron de largo a toda velocidad –la velocidad habitual- sin girar la mirada siquiera. Probablemente sin oír la magia siquiera.
Idéntico experimento se realizó en el metro de Madrid, de la mano del violinista libanés afincado en España Ara Malikian, y tampoco en esta ocasión apenas se detuvo nadie, salvo un par de transeúntes con poca prisa y quizá algo más de sensibilidad; ni siquiera los más caritativos, que lanzaban a la carrera unos céntimos en la funda del violín, cuya recaudación final sumó 5,35 euros. Ara Malikian, sin embargo, agradece la experiencia y reivindica el talento de sus colegas de la calle: “Tocar en lugares como estos es una verdadera vocación y hay intérpretes muy buenos”. Y tiene razón. Los metros, plazas, callejuelas y parques del mundo están repletos de grandísimos músicos, ya sean jóvenes en busca de una oportunidad, exmúsicos profesionales caídos en desgracia o, simplemente, homeless de portentoso talento natural.



Tal es el caso de Damián Salazar, un joven virtuoso de la guitarra eléctrica que toca en la calle Florida de Buenos Aires y que a sus 19 años de puro talento se ha convertido en una verdadera celebridad, interpretando con su peculiar estilo los más famosos punteos de artistas como Guns and Roses, Dire Straits, Scorpions o Pink Floyd. Lo mismo que Tim, maestro del punteo bluesero, y ya una leyenda callejera en su desnudo escenario de piedra, a los pies de la Ópera de la Bastilla en París. Algunos años más tiene el simpático abuelo que interpreta Johnny Be Goode en una calle de Bruselas, acompañado únicamente de su guitarra acústica, su barba de Papá Noel y una inquebrantable pasión por los clásicos del rock&roll. John William Windham, también abuelo, tocaba el blues con el corazón en las aceras de San Francisco, entre el parque junto al estadio de los Giants y la tercera parada de autobús de la 22; vivía en la calle desde hacía años y allí fue robado y asesinado en 2007; pero los que le escucharon tocar aún recuerdan su sempiterno cigarrillo colgado de los labios, su mirada pícara y su blues de alma negra al más puro estilo Mississippi, donde había nacido 70 años atrás.
Otra vieja gloria de las estaciones de metro y autobuses de Nueva York es conocido y reconocido como Danny Small. Una voz portentosa que interpreta con maestría clásicos del soul (Jackie Wilson, My Girl, Sitting On The  Dock Of The Bay, Without You In My Life), y que encandila a cualquier mortal que pase por ahí y tenga un mínimo gusto por la buena música. “Nunca aprendí a cantar; simplemente escucho una canción y la interpreto. ¡Canto sin cantar!” dice, y se ríe. Danny llegó a tener una banda, pero ahora vive en el metro, en algún punto entre Harlem y el Midtown. Y es feliz, porque ama cantar y en cada “concierto” reúne a su alrededor unas decenas de agradecidos admiradores de ese talento inmenso y generoso.
Lo mismo que el mítico Grandpa Elliott, un icono de las calles de Nueva Orleans durante décadas; su voz, su armónica y su reconfortante presencia han tocado incontables corazones a lo largo de los años, y especialmente tras el devastador paso del Huracán Katrina. Hoy, el anciano y jovial Grandpa ha dejado la calle para ser el alma de una peculiar banda formada por músicos callejeros de todo el mundo, unidos en un movimiento cuya misión es tratar de cambiar la sociedad a través de la música. Su nombre, Playing for Change Fundation.
               La idea nació hace una década, cuando la abogada, coreógrafa y actriz Whitney Kroenke conoció al productor musical y director Mark Johnson en Los Angeles y juntos dieron forma a este proyecto. Mark había perfeccionado un estudio móvil con el que grababa a músicos callejeros de todo el mundo interpretando una misma canción, cada uno con su instrumento o su voz, para luego combinar sonido e imagen en un original, multiétnico y maravilloso vídeo. El primer capítulo se empezó a grabar y filmar en octubre de 2001 con el mítico soul Stand By Me, de Ben E. King.
El estudio de grabación móvil empezó a recorrer el mundo localizando músicos que ‘tocaran’ el corazón. Los primeros fueron Grandpa Elliott, en Nueva Orleans, y Roger Didley, conocido en las calles de Santa Mónica como “la voz de Dios”; todo talento, alma y dedicación, y cuya interpretación de Stand By Me sobrecogió el corazón de Mark y le convenció de que el proyecto debía seguir adelante (“esta canción dice: no importa quién seas, no importa dónde vayas, lo único importante es que tengas alguien a tu lado” introduce Didley al comenzar su canción). A ellos se fueron uniendo la tabla de lavar de ‘Washboard’ Chaz (Nueva Orleans), la voz de Clarence Bekker (Amsterdam), la percusión tribal de Twin Eagle Drum Group (Nuevo México), la pandereta de François Vigué (Toulouse), la mandolina de Cesar Pope (Río de Janeiro), el chelo de Dimitri Doganov (Moscú) el coro africano de Sinamuva (Congo), el saxo de Stefano (Pisa), la batería de Kissangwa (Congo), las guitarras de Geraldo & Dionisio (Caracas), el contrabajo de Pokei Klaas (Sudáfrica) y los bongos de Django Degen (Barcelona).

Hoy son ya 76 los episodios grabados por Playing for Change en las calles de todo el planeta, cada uno de ellos una auténtica e inspiradora joya musical. Fieles a su lema “conectando al mundo a través de la música”, han creado una banda liderada por Grandpa Elliott y formada por músicos africanos, europeos y americanos que recorre el mundo alegrando los corazones e iluminando las almas de cientos de miles de personas, y recaudando fondos para ayudar a músicos sin recursos y otros proyectos solidarios. Cuando regresen a España no se lo pierdan, les tocará de lleno.
“La música nos rodea. Lo único que tenemos que hacer es escucharla” sentencia el portentoso y precoz August Rush en esa maravillosa oda a la música como forma de vida —en la calle, en un club o en un auditorio— que es El triunfo de un sueño. Una película imprescindible para todos aquellos que nos detenemos unos minutos a escuchar el talento callejero, sólo por el placer de escuchar buena música.

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