El 26 de mayo de 1907 nació John Wayne, Duke para los amigos. El 31 de
mayo de 1930 lo hizo Clint Eastwood. Ambos fueron iconos del hombre del oeste,
duro, seco, desarraigado, de pocas palabras y menos amigos (aunque fieles hasta
la muerte), de gatillo fácil y valor a prueba de balas. Y lo fueron dentro y
fuera del Western, y dentro y fuera del cine. Tuvieron mucho en común, como
actores y como personas, y también grandes diferencias; pero los dos fueron,
sobre todo, héroes de nuestra infancia, de nuestra juventud y de nuestra
madurez.
Si hay un género por
excelencia en la historia del Cine (americano y universal), ése es el Western;
el género de la épica, de las hazañas pioneras, de la aventura en estado puro;
de los mares de hierba y los desiertos infinitos y los desfiladeros angostos
donde te espera una muerte segura; de los héroes solitarios, los forajidos
redimidos (y los que no), de los granjeros, tramperos, ganaderos y buscadores
de oro; de los indios y el 7º de Caballería; del ferrocarril y Río Grande, y el
forastero sin pasado y el pianista del saloon y las chicas del saloon y el
sheriff y la ley de Lynch. Un territorio duro forjador de tipos duros. Como Clint
Eastwood, como Jonh Wayne.
“Sólo hay
tres hombres capaces de disparar con tanta rápidez como usted. Uno está muerto.
Otro soy yo. Y el tercero, según tengo entendido, es un tal Thornton. ¿Cómo se
llama usted, amigo? – “Thornton” (Eldorado,
1966). John Wayne comenzó su carrera en el cine bajo el nombre de Duke
Morrison, como extra en multitud de películas mediocres; su primer protagonista
no llegaría hasta 1930, con La Gran Jornada , a las
órdenes de Raoul Walsh, que fue además quien le bautizó como John Wayne. Desde entonces,
no volvería a utilizar otro nombre, ni a apearse del papel protagonista
Fue
precisamente ese año en que John Wayne nació como actor, el año en que Clint
Eastwood nació como persona. Su vida, marcada por la Gran Depresión , fue
curtiéndose con todo tipo de trabajos: leñador, albañil, bombero forestal,
limpiapiscinas, obrero del metal, instructor de natación y pianista en garitos
de mala muerte. Hasta que encontró su verdadera vocación: “Soy William Munny, de Missouri, el asesino de
mujeres y niños. He matado cualquier cosa que tuviese vida o se moviese y hoy
he venido a matarte a ti” (Sin Perdón,
1992). Como John Wayne, actuó en películas mediocres y series de TV de extra o
actor secundario, hasta que Sergio Leone lo convirtió en un mito con su
trilogía de Spagetti Western, principalmente con El Bueno, el Feo y el Malo (1966): “El Mundo se divide en dos categorías, los que
tienen el revólver cargado y los que cavan, y tú cavas”. A partir de ese
momento, Clint Eastwood fue de los que tienen el revólver cargado de éxito, y
nunca se le han acabado las balas.
Lo mismo que
John Wayne, desde que el más grande director de Westerns, John Ford, le
concedió la gracia de interpretar a Ringo Kid en la mítica La
Diligencia (1939). Desde entonces, supo asumir su
condición de héroe con naturalidad y eficacia en todos los papeles que
interpretó. No en vano dijo de él Jimmy Carter: “En una época con escasos
héroes, fue un hombre excepcional, que llegó a ser más que un héroe, al
convertirse en un símbolo de muchas de las cualidades que han hecho grande a
nuestro país”. Protagonizó westerns épicos a las órdenes de los maestros del
género, pero también grandes hazañas bélicas y aventuras apasionantes y amables
comedias en exóticas islas.
Fue “atrapador” de fieras salvajes en Hatari!, y boxeador retirado, o no
tanto, en El hombre tranquilo, y
salvador de idealistas en El hombre que
mató a Liberty Balance (“el hombre más duro al sur de Picketwire, después
de mí”), y fue el sheriff borracho de Valor
de Ley (su único Oscar) y, sobre todo, fue el vengativo “buscador”, y
secreto enamorado de su cuñada, Ethan Edwards de Centauros del desierto (“Algún día se convertirá en un agradable
lugar para vivir, puede que hagan falta nuestros huesos como abono para que eso
ocurra”), sin duda su mejor interpretación.
Clint
Eastwood también fue muchas cosas además del solitario forastero del poncho, el
cigarro mordido y el rostro pétreo. Fue sargento de hierro y cantante de
country y DJ nocturno y fotógrafo romántico y guardaespaldas acabado de JFK y
astronauta jubilado. Pero, sobre todo, fue Harry Callahan, el sucio, el
ejecutor, el de la 44 Magnum ,
el de “alégrame el día” o “No hay nada malo en disparar siempre que se dispare
a las personas adecuadas”. Fue éste el papel que lo encumbró, y también el que
le marcó como “facha”, ultra y demás injustas lindezas (al igual que le ocurrió
a John Wayne con Boinas Verdes, única
película sobre Vietnam donde los soldados americanos son héroes).
Y, de paso, Clint
fue el actor-director que recuperó el western clásico con El Jinete Pálido
(“¿Acostumbra a beber, reverendo? Sólo a partir de las nueve de la mañana.”) y,
de manera mucho más contundente, con Sin
Perdón, una película a la altura de las más grandes de Ford o Hawks, en la
que el personaje de William Munny encarna, él solo, a todo un género; “Matar a
un hombre es algo despreciable. Le quitas todo lo que tiene, y todo lo que
podría llegar a tener.”
Y es que si John Wayne fue un buen actor (a veces un gran actor) que participó en un buen puñado de películas míticas, Clint Eastwood es, sobre todo, un magnífico director. El último director clásico (sin mentiras, sin artificios, sin virguerías más que prescibndibles), autor de obras maestras como Bird, Un día perfecto, Mistic River, Million Dollar Baby, Sin Perdón o Gran Torino: “¿Te has dado cuenta que, de vez en cuando, te puedes encontrar con alguien con quien que no deberías meterte? Ése soy yo”. Ése es Clint Eastwood, un tipo duro con el que nadie debería meterse; salvo, tal vez, John Wayne.
“He hecho más de 250 películas y nunca he
disparado a ningún tipo por la espalda”, dijo John Wayne. Y no se cortó en
afearle a su amigo Clint que sí lo hiciera, sin piedad, en Infierno de cobardes. Pero el viejo Duke habría admirado, sin duda,
al viejo Clint cuando éste se dejó acribillar por tan buena causa en Gran Torino; una muerte épica y llena de
significado, que es también la “muerte” de Clint Eastwood como actor, lo que dejará
un poco más de tiempo y energía al octogenario -y oscarizado- director para centrarse en seguir
dirigiendo obras maestras.
(Aunque el viejo vaquero nos engañó de nuevo, y el año pasado resucitó para protagonizar La Mula. Eso sí, la mayor parte de su papel transcurre sentado en un coche. 88 años pesan, incluso a los tipos más duros).
(Aunque el viejo vaquero nos engañó de nuevo, y el año pasado resucitó para protagonizar La Mula. Eso sí, la mayor parte de su papel transcurre sentado en un coche. 88 años pesan, incluso a los tipos más duros).
Excelente!
ResponderEliminarme quedo con clint muy bueos los 2
ResponderEliminar¡Buen artículo! Inmortales ambos actores aunque yo también me quedo con Clint.
ResponderEliminarlos dos son enormes. llenan la pantalla con salir en un retrovisor.
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