1816 fue el año sin verano. O “la
última gran crisis de supervivencia del mundo occidental” como lo bautizó, con mayor dramatismo, el historiador John D. Post. Lo cierto es que, aquel verano, China, Europa
y Estados Unidos sufrieron temperaturas por debajo de los 5ºC y fuertes nevadas destruyeron
las cosechas y causaron muchas muertes. Y mucho terror. También aquel verano, la
noche del 16 de junio para ser exactos, cuatro singulares personajes se
protegían de la violenta tormenta en una villa suiza; de sus sueños de esa
oscura noche nacieron dos de los mayores mitos del terror literario: el vampiro
y el monstruo de Frankenstein.
Las fuertes alteraciones climáticas ocurridas aquel año fueron
causadas por las erupciones del volcán Tambora, en la isla indonesia de Sumbawa
(también la del volcán Laki, en
Islandia, según otras teorías). Fue tal la cantidad de polvo arrojado a la
atmósfera, que ocultó la luz del sol y redujo las temperaturas en todo el
planeta. En pleno mayo, la escarcha quemó las cosechas; y en julio y agosto se
observó hielo en ríos y lagos al sur de Pennsilvania. Las temperaturas
oscilaban a gran velocidad, pasando de los 30ºC habituales del verano a los 0ºC invernales. Todo ello
provocó, además, la escasez de alimentos y una considerable subida de precios,
que en algunos casos se multiplicó por diez.
En China, las bajas temperaturas y las tormentas de nieve asolaron
la producción de arroz en varias provincias. En el tropical Taiwán heló. En
Inglaterra y Francia, aún recuperándose de las consecuencias de las guerras
Napoleónicas, estallaron disturbios y saqueos; en Suiza el hambre engendró tal
violencia, que el gobierno declaró el estado de emergencia nacional. Aunque eso
es algo que, probablemente, no afectó a los huéspedes de Villa Diodati, la
mansión palaciega a orillas del lago Ginebra (aguas que inspiraron a Milton,
Rousseau y Voltaire) que aquel verano incierto acogía a Lord Byron, el anfitrión, su amigo
Percy Bysshe Shelley, la esposa de éste, Mary Wollstonecraft Shelley, su
hermanastra Claire Clairmont y John William Polidori, el joven y menospreciado
médico personal de Byron. Un encuentro fascinante y excitante, que el mismísimo rey del terror moderno, Stephen King, describió como «la merendola inglesa más loca de la Historia de la Literatura».
Aquella noche del 16 de junio una fantástica tormenta, aderezada de
lluvias torrenciales y furiosos rayos, asolaba con vehemencia la villa. En el interior,
protegidos del invernal verano, el grupo de amigos pasaba el tiempo leyendo en
voz alta historias de fantasmas alemanas (Fantasmagoriana y otras espectrales lecturas), bajo la luz
mortecina de las velas y los efectos no menos mortecinos del láudano. Inspirado
por la noche tormentosa y los relatos fantasmales, Byron tuvo una genial idea: desafiar
a sus amigos a escribir, esa misma noche, una historia de terror. El reto
fue aceptado por todos, pero con desiguales resultados: los dos grandes poetas,
paradigmas del romanticismo, no lograron rematar sus respectivos relatos. Mary
tampoco consiguió escribir nada esa noche. Tal vez el único inspirado fue
Polidori, que comenzó la que sería la primera obra literaria donde aparece la
figura del vampiro.
En El Vampiro de
Polidori no hay estacas ni copas rebosantes de sangre ni mordiscos en la
yugular ni tumbas a modo de alcoba. Ni siquiera hay colmillos. Pero sí hay
maldad, inmoralidad, terror, crueldad, perversión, venganza. Venganza doblemente
entendida, porque el maligno personaje principal, Lord Ruthwen, estaba basado
en el propio Byron, odiado hasta tal punto por su médico; no sin razón, pues es
sabido que los hombres geniales no toleran el menor gesto de genio en sus
subordinados y Polidori se vio continuamente humillado, torturado y frustrado
por su señor, que le llamaba despectivamente “el doctorcillo Polly-Dolly”. Sin
embargo, la desconocida pieza del doctor resultó ser una pequeña joya
literaria, precursora de todas las historias de vampiros que se han escrito
posteriormente (reconocido por el propio Bram Stocker), inspiradas todas ellas,
sin duda, en la fría, amoral y despiadada figura de Lord Ruthwen. Unos años
después, en 1921, Polidori se suicidó, sin haber escrito nada reseñable aparte
de El Vampiro; tenía 26 años.
Aquella noche del 16 de junio la pluma de Mary Shelley no estuvo inspirada; pero sí las noches posteriores. Ocurrió tras un paseo en barca, durante el cual Byron y Shelley discutían las recientes teorías científicas sobre el poder de la electricidad para revivir cuerpos inertes. Esa noche Mary soñó con cadáveres fantasmagóricos, científicos aterrorizados y máquinas que devolvían
Aquel verano
de 1816 la naturaleza ensombreció el
mundo y la mente humana creó la novela de terror moderna. El
volcán Tambore recordó al hombre su pequeñez frente a la naturaleza, como hace pocos veranos nos lo recordaron los volcanes de Bali (Agung), Guatemala (Volcán de Fuego) y Galápagos (Sierra Negra), o como este verano nos lo está recordando un bichito invisible a los ojos, pero igualmente dañino para la humanidad. El relato de Polidori nos
conciencia de que la maldad está siempre ahí, por mucho que se disfrace. Y la
novela de Mary Shelley, que no es aconsejable jugar a ser Dios Creador… salvo,
tal vez, para crear obras inmortales como El Vampiro y Frankenstein.
Lo escribió precisamente Lord Byron: “Cuando el hombre cesa de crear, deja de
existir.”
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