Hace justo 60 años —¿simple coincidencia? ¿cruel sarcasmo?— tuvo
lugar la primera presentación pública del célebre Principio de Peter,
formulado por el doctor Laurence J.
Peter, eminente pedagogo y escritor
canadiense. Durante años, el doctor Peter dedicó su esfuerzo, su pasión didáctica y su
talento científico a investigar «el subordinado principio que pudiera explicar por qué tantos puestos importantes son
ocupados por individuos incompetentes para desempeñar los deberes y
responsabilidades de sus respectivas ocupaciones.» El insigne doctor, con la
ayuda inestimable del escritor y guionista Raymond Hull, logró publicar su
libro en febrero de 1969 —tras numerosos rechazos de incompetentes editoriales—
y se convirtió automáticamente en un best-seller. No era para menos.
El Principio de Peter es una
brillante, precisa, explícita, empírica y satírica explicación de las causas y consecuencias de la jerarquiología y la incompetencia; una colección
de valiosas teorías y fórmulas, basadas en meticulosas investigaciones de
centenares de casos reales, compilados cuidadosamente y profundamente
analizados por el muy competente doctor L. J. Peter. El propio R. Hull lo definió como «el más penetrante descubrimiento
social y psicológico del s XX».
La incompetencia como fenómeno viral
En sus investigaciones, el doctor Peter
descubrió realidades tan contundentes como inquietantes. Organizaciones que
eran un prodigio de despilfarro,
corrupción, ignorancia e indolencia. Y comportamientos tan insensatos como
extendidos: «Como individuos tendemos a
trepar hacia nuestros niveles de incompetencia. Nos comportamos como si lo
mejor fuese trepar cada vez más arriba, y el resultado lo tenemos a nuestro
alrededor: las trágicas víctimas de la
irreflexiva e insensata escalada.»
Continúa reflexionando el doctor Peter: «Cuando
yo era pequeño, se me enseñaba que los
hombres de posición elevada sabían lo que hacían.» Pero pronto empezó a comprobar que la incompetencia se empeñaba en
existir en todas las organizaciones y estamentos de la sociedad, nadie tenía el
monopolio. Estaba presente en todas partes. Un fenómeno universal. Viral, que
diríamos hoy. «Vemos políticos indecisos
que se las dan de resueltos estadistas y a la “fuente autorizada” que atribuye su falta de información a “imponderables de la situación”. Es
ilimitado el número de funcionarios públicos que son indolentes e insolentes, de gobernadores cuyo innato servilismo les impide gobernar realmente.»
Viendo incompetencia en todos los niveles de
todas las jerarquías, el doctor Peter formuló la hipótesis de que «en una jerarquía, todo empleado tiende a
ascender hasta su nivel de incompetencia. Con el tiempo todo puesto tiende
a ser ocupado por un empleado que es incompetente para desempeñar sus obligaciones.»
Y añade: «La jerarquiología afirma que toda
organización floreciente se caracterizará por una acumulación de peso muerto (incompetente)
en el nivel ejecutivo (la sublimación percuciente). Una conocida empresa
productora de aparatos eléctricos tiene ¡veintitrés vicepresidentes!»
Jerarquiología, Política e Incompetencia
En su libro, el doctor Peter se detiene un
buen rato en el análisis de las nada sorprendentes interconexiones entre Jerarquiología, Política e Incompetencia.
«En pasados tiempos, cuando la oratoria era un noble arte, la clave de un político exitoso residía en su capacidad de hechizar,
divertir, de inflamar a la multitud, a la masa votante con los gestos y con la
voz. Lo cual no implicaba pensar juiciosa y serenamente ni, mucho menos, votar
sabiamente. Con la llegada de la televisión, un partido puede nombrar como candidato al hombre que mejor aspecto
ofrezca en la pantalla. Pero la capacidad de dar una imagen atractiva en
televisión no es garantía alguna de una competente actuación.»
El doctor Peter da otro paso más, y nos
revela una realidad demoledora: «En un partido, como en toda organización, cada miembro tiende a elevarse hasta su
nivel de incompetencia y cada puesto tiende a ser ocupado por alguien
incompetente para desempeñar sus deberes. Un político difícilmente se muestra
contento al permanecer en su nivel de competencia: insiste en elevarse a un
nivel que está más allá de sus facultades.» Parece que es hoy, España 2020, pero
no; seguimos en 1960. Lo peor, continúa el doctor Peter, es que «el trabajo incompetente puede extenderse
hasta más allá del tiempo asignado. Más allá de la vida de la organización,
de modo que un gobierno puede caer, una
civilización puede derrumbarse en la barbarie, mientras los incompetentes
continúan trabajando.»
De la Espiral de Peter a la Incompetencia de Pedro
Concluye el doctor Peter que vivimos en un
permanente estado de síndrome generalizado
de incompetencia vital, de incompetencia
compulsiva e incluso de gigantismo
tabulario, a saber, la obsesión del incompetente por tener una mesa más grande que sus colegas. Y añade, como remate
final: «Cada vez, el número de incompetentes aumenta en torno a la Espiral
de Peter. Fórmula matemática tan simple como demoledora:
INCOMPETENCIA + INCOMPETENCIA = INCOMPETENCIA
Insisto en que todas las reflexiones,
investigaciones, conclusiones y fórmulas incluidas en El Principio de Peter fueron
definidas por el doctor Laurence J. Peter en los años 60, y compiladas y
publicadas como libro en 1969. El propio doctor Peter falleció en 1990, por lo
tanto, es físicamente y metafísicamente imposible
que conociera al también doctor y también Peter, el doctor Pedro S., a la
hora de escribir su revelador libro; ni mucho menos que El Principio de Peter, en su conjunto, y la Espiral de Peter (Incompetencia
+ Incompetencia = Incompetencia), en concreto, se refiera a nuestro Pedro S.
Tampoco es probable que la frase «la
capacidad de dar una imagen atractiva en televisión no es garantía alguna de
una competente actuación» esté dedicada al Pedro del presente. Ni que ese síndrome
generalizado de incompetencia vital, de
incompetencia compulsiva e incluso de
gigantismo tabulario haga referencia a este Pedro, a sus cuatro
vicepresidentes y vicepresidentas, sus 18 ministros y ministras y toda la
pléyade de asesores y asesoras, especialistas y especialistos, expertos y
expertas que están manejando esta crisis de manera tan incompetente, tan incongruente,
tan indignante, tan infame, tan insultante y todos los ‘in’ que queramos
añadir.
Un breve momento para la indignación
Porque, desgraciadamente, aquí no estamos
hablando solo de incompetencia. Una brutal y siniestra incompetencia. Estamos hablando
de MENTIRAS, estamos hablando de RUINA, estamos hablando de SUFRIMIENTO, estamos hablando de IMPOTENCIA, estamos hablando de IRRESPONSABILIDAD, estamos hablando de
poner en RIESGO grave a profesionales
que se juegan la vida salvando vidas, estamos hablando de MUERTOS. Decenas de miles. Y eso son palabras mayores. No es una
cuestión solo de incompetencia, no, es sobre todo una cuestión de soberbia, de arrogancia; de no saber
hacer y no dejar hacer, ni dejarse aconsejar; y tampoco rectificar, ni
reconocer. Es una cuestión de grave y
continua improvisación, de negligencia, de pura desidia, de no importarte
una mierda lo que suceda a tu alrededor, a los millones de personas de las que
eres responsable. Es una cuestión de persistente
y desvergonzada manipulación, de bulos oficiales y maquillajes estadísticos (un renovado Ministerio de la Verdad orwelliano);
de hábil gestión de la incertidumbre y la confusión; de indisimulado manejo de los medios fieles (la nueva Policía del Pensamiento, siguiendo con Orwell), que están
llegando a las más altas cotas de hipocresía
moral (ahí está la hemeroteca). La vieja consigna: blanquear a los nuestros
salpicando a los otros, culpando a los otros, condenando a los otros, crucificando
a los otros. Lo que sea con tal de no ceder. De no bajar ni un milímetro la cabeza
altiva. De no cambiar siquiera el color de la corbata por no reconocer la verdadera dimensión de la tragedia. La imagen lo es
todo. La propaganda lo es todo. La política lo es todo. Las personas, los
ciudadanos, en cambio, no valen nada. Ni su salud, ni su trabajo, ni su libertad. Ni, por supuesto, su pensamiento.
Nos encontramos ante la peor crisis sanitaria
y económica de nuestra historia reciente –y no tan reciente-, una verdadera
tragedia humana, económica y social sin precedentes (y que acaba de empezar), y no podemos estar en peores manos, en peores
cabezas y en peores corazones. Sólo hay que mirar alrededor, a la mayoría
de países, cuyos gestores de la crisis han resultado ser infinitamente más
competentes (salvo los dos o tres que siempre nos ponen de ejemplo). No lo digo
yo, lo dicen el bajísimo número de fallecidos y las mínimas consecuencias en
sus economías.
Lo siento, no quería llegar hasta tal extremo
de indignación cuando empecé esta reflexión sobre El Principio de Peter y su incuestionable capacidad premonitoria. No
he podido evitarlo. Porque me siento
impotente, frustrado y cabreado. Muy cabreado. Solo espero que cuando esto
termine, no sé en qué puñetera fase, se ajusten las cuentas que se tienen que
ajustar. Judiciales, políticas, económicas, sociales y morales. A todos y todas
los y las responsables.
Y un final un poco más positivo
Por terminar de una manera menos dolorosa, vuelvo al doctor Peter,
el auténtico. En 1982 publicó, junto con el autor Bill Dana y el ilustrador Norman
Klein, el libro The Laughter
Prescription (aquí traducido como La
mejor receta, la risa) que trata sobre
lo imprescindible que resulta el humor sano como remedio de casi todo,
infalible para generar un estilo de vida positivo. Tiene razón ahí también, el
doctor Peter. La risa —el ingenio, la creatividad, el humor, ¡los bendito memes!—
es lo único que nos está salvando de
esta situación de incertidumbre económica y tragedia humana. Y la
responsabilidad individual es lo único que nos está frenando de tomar las
calles como sí hicieron ellos en su día. No hace tanto. Y por mucho, muchísimo
menos. Infinitamente menos.
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