Como cada temporada, Les Luthiers
acuden año tras año a su cita con los escenarios españoles y los espectadores españoles
acuden año tras año a su cita con Les Luthiers. Y arrasan, cada temporada, con su humor inteligente, ingenioso, genial, único, superlativo. La nota triste la puso en agosto de 2015 la muerte (prematura, demasiado prematura, ¡hombre!) del gran Daniel Ravinovich, que fue, para el que esto escribe, el más genial de estos cinco genios. Ayer, 22 de abril de 2020 se despidió Marcos Mundstock, la Voz, el Narrador, que con su sola presencia sobre el escenario -semblante serio, andar pausado, carpeta roja bajo el brazo- ya arrancaba una general carcajada, anticipando lo que iba a llegar. Se nos ha ido Mundstock, y otra vez nos hemos quedado sobrecogidos. Pero, lo bueno, el consuelo, es que siempre nos quedará su recuerdo, sus actuaciones, su genialidad, su Humor mayúsculo... y las composiciones de Johann Sebastian Mastropiero.
Se enciende un foco sobre el desnudo escenario. Un señor calvo, barbudo y muy serio, de riguroso esmoquin, avanza con ceremonia sobre las tablas y se detiene ante un micrófono. Saluda al público con un leve gesto, se aclara la garganta y comienza a recitar con elegante y armoniosa voz de bajo muy bajo, bajísimo, en un MI del tercer espacio por lo menos, resonancia orofaríngea de alto vibrato y marcado acento argentino: «Yo nací en el África, por eso mi piel es negra. Mi nombre es Oblongo, que en dialecto Swahili quiere decir, más largo que ancho. (…) Dónde estará ahora mi sobrino Yoghurtu, Yoghurtu Nnnnghe, que tuvo que huir precipitadamente de la aldea por culpa de la escasez de rinocerontes. Yoghurtu Nnnnnnnghe era el joven más apuesto y más hermoso de la tribu, su piel era tan oscura que en la aldea le decían "el negro". Su voz, su voz tenía la sonoridad del rugido del león, la calidez del ronquido de la pantera, la grave aspereza del bramar del bisonte; cantando, ¡era un animal!».
Mientras el muy serio narrador de esmoquin recita la introducción,
otros cuatro individuos con sendos esmoquins e idéntica seriedad
(aproximadamente), aguardan parsiarmoniosamente
ante sus instrumentos musicales, prestos para actuar. Dichos instrumentos
pueden ser, por ejemplo, una contrachitarrone
de gamba, un nomeolbídet, un yerbomatófono
d’amore o un piano de cola, sin más. Lo que puede suceder a continuación
es… bueno, en realidad puede suceder cualquier cosa. Como de hecho viene
sucediendo desde hace más de 40 años.
Por supuesto, hablamos de Les Luthiers (pronúnciese /lely'tje/
con afrancesada ceremonia), el cuarteto, septeto, sexteto, quinteto y ahora nuevamente sexteto humorístico más aplaudido de la historia del HUMOR, con todas las mayúsculas.
Porque si hay un humor con mayúsculas, éste es su humor inteligente, fresco,
elegante y sutil; culto incluso. Hasta absurdo. Y absolutamente único. Genial,
en dos palabras.
Y es que cinco tipos -o seis- vestidos con esmoquin clásico (o sea, en blanco y negro), sin necesidad de
disfraces ni máscaras ni maquillajes, sobre un escenario cuasi desnudo de
decorados y efectos, portando instrumentos de música clásica, o no, sin imitar
a nadie y sin necesidad de ofender a nadie, que llevan cuatro décadas haciendo
reír a carcajada limpia (y nunca mejor dicho) a millones de espectadores en
España y América, año tras año, no sólo es una genialidad, sino además una
rareza.
¿El secreto? Divertirse jugueteando con las palabras, los dobles sentidos, los gestos, las confusiones, el absurdo, la Historia, las historias, la inteligencia del espectador y, por supuesto,
Será casualidad (o no) que
todos sus integrantes sean maestros del arte sonoro: concertistas,
compositores, arreglistas, directores orquestales y corales… y, de paso, Notario,
Licenciado en Química Biológica, Arquitecto o Creativo Publicitario. Todos
músicos, todos actores, todos cómicos. Todos rebosantes de humor, desvergüenza,
lirismo e ingenio a partes iguales. Porque todos participan en la creación de
cada obra, interpretan magistralmente multitud de instrumentos y más multitud
aún de personajes. Siempre de esmoquin, por supuesto.
El nacimiento oficial de
Les Luthiers tuvo lugar el 4 de septiembre de 1967. Gerardo Masana (que murió
en 1973), Marcos Mundstock, Daniel Rabinovich (fallecido este agosto) y Jorge Maronna fundaron el grupo
humorístico argentino, al que con los años se unieron Ernesto Acher, Carlos
López Puccio y Carlos Núñez
Cortés; y ahora, tras la muerte de Ravinovich, Tato Turano y Martín O'Connor. Su primer éxhito (en efecto, dicho
éxito marcó un hito) llegó en realidad unos años antes, en el Festival de Coros
Universitarios en Tucumán, donde Masana presentó su Cantata Modatón, obra
escrita al estilo de La Pasión según San Mateo, de Johann Sebastian Bach, pero
con la letra tomada del prospecto de un laxante (como suena) que además
interpretaron con extravagantes instrumentos construidos por ellos mismos. El
resultado fue apoteósico y “La Cantata Modatón ” (años después rebautizada
“Cantata Laxatón”) significaría para ese grupo de amigos el principio de una
exitosísima carrera de 48 años, por lo menos.
En 1970 tuvo lugar otro nacimiento
trascendental en la vida de Les Luthiers: el de Johann Sebastian Mastropiero
(que en realidad también había nacido unos años antes), el desastroso e
hilarante compositor de muchas de las obras maestras de Les Luthiers, y cuya sola
mención despierta una oleada de risas entre el público. Sus composiciones han
acabado siendo grandesitos… perdón,
grandes hitos universales, a pesar del
dudoso genio del autor y de la nítida oposición paterna («Hijo mío, te pido que abandones la música. Es posible
que sean mis prejuicios los que me impiden ver, pero por desgracia no me
impiden oír»). El espectáculo “Mastropiero que
nunca” (1979) grabó el nombre de Les Luthiers y el de Johann Sebastian con notas de oro en el pentagrama de la Historia.
A partir de ahí, los recitales de Les Luthiers comenzaron a recorrer y a conquistar
Y llegados a este punto, qué podemos agregar... que no se haya dicho
ya... o que sí se haya dicho... aproximadamente.
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