Campeón Olímpico y del Mundo de wáter polo, 565
veces internacional con la selección absoluta, mejor jugador de la liga
española. Alcohólico, drogadicto. “He hecho cosas horribles y casi (casi)
destrozo mi vida. Afortunadamente, todo eso quedó atrás”. Ahora dedica su vida
a enseñar a los jóvenes que ese no es el camino, y ha ayudado a muchos de ellos
a salir del pozo sin fondo de la droga y de otras adicciones como las redes sociales. Es lo que
ha hecho durante años, por ejemplo, a través de su revolucionario programa de televisión
‘Hermano Mayor’ o como ponente habitual de los congresos de la Fundación Lo Que De Verdad Importa.
Pedro García Aguado ha conocido el éxito, ha saboreado bien
sus mieles. Y también ha conocido el fracaso. De lleno. Pero ¿qué es el éxito y
qué es el fracaso?, se pregunta. “El fracaso enseña lo que el éxito oculta. Hay
derrotas triunfales a las que envidian algunas victorias. Sólo nos damos cuenta
de las cosas cuando fracasamos. Yo he estado en los dos lados. He tenido que
aprender a estar arriba y abajo”. Por eso llama a su conferencia su “viaje de
aprendizaje”.
“Nunca pensé que iba
a llegar a lo más alto. Y menos con ese bañador y ese gorrito. Pero lo
conseguimos. Conseguimos triunfar un
grupo de chavales jóvenes. Y no fue fácil. Hubo que entrenar mucho, con mucho
esfuerzo”. Pedro, como todo el equipo, se esforzó al máximo para llegar a
estar entre los mejores. Pero luego era capaz de tirar todo el trabajo realizado
en una noche de fiesta. Entrenamiento, esfuerzo, disciplina, todo se fue
perdiendo por culpa del alcohol y la droga.
No nos
brillan los ojos
“El deporte no tiene nada que ver con la adicción. Pero ya
veis, yo, campeón olímpico, he hecho mucho daño a muchas personas. No supe
disfrutar del éxito”. La selección española de wáter polo fue Subcampeona de
Europa y del Mundo en 1991, y Medalla de Plata en Barcelona 92. Un ‘fracaso’
por el que los medios de comunicación les marcaron con el estigma de
segundones, de perdedores, y reclamaban una renovación del equipo. Pero ellos
seguían ahí, luchando, perseverando, guiándose por una frase del escritor y
conferenciante Álex Rovira que se convirtió en su máxima: “Solo triunfa en el
mundo quien se levanta, persevera, no desfallece ante la adversidad, busca las
circunstancias para triunfar y si no las encuentra, las crea”. Eran un equipo,
en el pleno sentido de la palabra; muy unido, muy compacto, muy apoyado. El
triunfo, la recompensa a su trabajo y perseverancia llegó con el oro de Atlanta
96. Y con el oro, el reconocimiento. “Cuando ganas, todo el mundo te quiere,
todo el mundo te adora. Te sientes especial”. Pero esa medalla de oro tenía
también su otra cara, su lado oscuro.
Uno de sus compañeros le dijo un día: “No nos brillan los
ojos”. Lo tenían todo, eran los chicos de oro. “Pero el éxito no te exime de
ser vulnerable. Siempre tiene ciertos riesgos”. Eres humano, y eso implica
tener debilidades.
Evasión
y derrota
“Yo no empecé a tomar por ningún motivo especial”. Pedro simplemente
descubrió la botella de licor que su padre tenía guardada al fondo del armario
y empezó a prepararse unos combinados bastante cargados que bautizó como
‘lugumba’ (leche con chocolate y una generosa ración de licor). “Yo era un
inconsciente con 14 o 15 años y me ponía mucho licor. Mi padre se había
divorciado y probablemente yo sentía mucho dolor, aunque no lo interpretaba
como tal”. Ya desde el primer momento, desde aquel primer lugumba, Pedro empezó a beber mucho, buscando esa sensación de
evasión que acababa de descubrir. Y que le acababa de atrapar. “Fue mi responsabilidad, nadie me incitó a
probar aquella bebida. Lo que quiero es avisaros del riesgo que corréis cuando
vais de botellón, por ejemplo. Bebéis mucha cantidad de alcohol en un breve
espacio de tiempo”. Y eso, claro, perjudica tanto por dentro como por fuera;
aunque la sensación, y la percepción, sea justo la contraria.
“¿Qué ocurre cuando eres un campeón olímpico, que mides
1,92, estás cachas y te bebes 12 cubatas en una noche sin caerte al suelo? Pues
que te crees Dios. Te dices ‘yo puedo con todo’. Y llega la prepotencia”. Y se
instala en tu vida. Puede que al día siguiente te duela un poco la cabeza, pero
vuelves a entrenar, vuelves a jugar, vuelves a triunfar; te sientes realmente
especial. Ligas mucho, o te crees que ligas mucho, porque en realidad te
engañas a ti mismo. “Tienes que beber para conquistar a las chicas, para
sentirte diferente. Y bebes mucho porque te crees que controlas”. Es lo que
Pedro llama ‘el exceso de control’: “recordad, cuando alguno de vuestros amigos
os diga ‘déjame, que yo controlo’ probablemente ya esté entrando en problemas
de dependencia.”
Después de
la prepotencia llegó el individualismo. Malo siempre; peor cuando vives de un
deporte en el que hay que trabajar en equipo. Aunque en los entrenamientos se
comportaba, cuando llegaba a casa se convertía en una persona solitaria, gris,
introvertida. Solamente cuando salía y bebía se divertía, solo cuando salía y
bebía se sentía bien, diferente, especial.
¿Politoxicómano
yo?
“Con todo esto llega un momento en el que tienes que
aprender. El 3 de abril de 2003, después de haberlo tenido todo y haber
fracasado, pedí ayuda. Me llevaron a un psicólogo y me dijo: ‘Usted es
alcohólico’. ‘¿Yo alcohólico? ¡Usted está loco! Los alcohólicos son esos
señores que viven entre cartones y van con el carrito. Yo no bebo cada día. Yo
no voy con el cartón de vino barato siempre a mi lado’ Entonces me explicó una
serie de sintomatologías y yo las tenía: beber de forma compulsiva, tomar otras
sustancias… Le dije ‘quiero dejar esto, porque quiero ser feliz.’ Yo
relacionaba el consumo con diversión, con felicidad, pero realmente era un
infeliz. ‘Usted todavía no conoce la felicidad’, me dijo. ‘Usted tiene que
internarse en un centro terapéutico’. Y le contesté: ‘Yo con los yonquis no
voy. ¡Ni loco! Yo no soy igual que ellos’”.
Pedro cedió. El 28 de abril entró en un centro de
desintoxicación. “¿Y tú qué haces aquí?”
le preguntó el terapeuta. “Nada, un
problemilla. Bebo un poco. De vez en cuando tomo un poco de cocaína, alguna
pastilla…” “Tú eres politoxicómano” “¡Y tú un hijo de puta!”. Era un
campeón, un triunfador, ¿cómo iba a tener problemas? Pero finalmente se dio
cuenta de que el terapeuta tenía razón. Empezó a seguir el tratamiento y aprendió
también una serie de verdades sobre la drogodependencia que antes ignoraba. “Yo
antes asociaba la gente adicta con las desgracias o los barrios marginales. La
gente chunga”. Aprendió que la adicción es una enfermedad que se genera por el
consumo de alcohol u otras drogas y que daña los circuitos de recompensa del
cerebro. Esto es, cuando realizamos una actividad placentera (chocolate, sexo,
risa) segregamos una sustancias que, con una cantidad mínima, nos hacen sentir
bien. Pero con la droga segregas grandes cantidades, lo que hace que te
enganches a esa sensación; los circuitos de recompensa se dañan y dejan de
funcionar hasta que te vuelves a drogar. Entre dosis y dosis, el sufrimiento es
terrible, y sólo piensas en volver a sentirte bien.
Drogas
duras, drogas blandas y otros mitos
También aprendió que la droga no es solo la cocaína o la
heroína, sino cualquier sustancia que afecta a una o varias funciones del
organismo y es capaz de alterar nuestro comportamiento. “¿No os habéis fijado
en las bodas? En el segundo plato, después de los aperitivos y el vinito, el
tío Luis ya tiene la corbata en la cabeza. Y en el postre, la tía Luisa, con 93
años, está bailando la conga. ¿Es el solomillo? ¿La langosta? No, es el
alcohol. Es importante que sepáis que la primera droga con la que os vais a
encontrar es el alcohol. Porque es capaz de cambiaros el comportamiento. Y
cuidado al tomarlo incluso con moderación, porque hay estudios que aseguran que
puede haber una predisposición genética a la adicción. Algunos os podéis
enganchar incluso bebiendo poco”.
Luego están el hachís, la
marihuana, las drogas de diseño, la cocaína… todo tipo de sustancias que buscan
generar placer, evasión, diversión, una aspiración ancestral del ser humano.
“Pero claro, según el uso que hagáis de ellas, en vez de evadiros, pueden
convertirse en dependencia. Y cuando eso sucede, ya no es divertido”.
Son muchos los mitos que rodean a las drogas. Engaños fruto
de la simple ignorancia o autoengaños provocados por la simple adicción.
· Si
bebo mucho y no me emborracho es porque controlo. “No, es porque tolero
mejor la sustancia, y soy capaz de beber mucha cantidad sin que se note. Puede
ser el principio de una dependencia”.
· El
alcohol facilita y mejora las relaciones sexuales. “Mentira. Si vas
tajado no sabes ni dónde hay que meterla. Sí es cierto que te desinhibe y haces
cosas que no harías sin beber, pero eso puede provocar embarazos no deseados,
enfermedades”.
· El
alcohol, el hachís y la marihuana son drogas blandas. “Es mentira.
Todos son capaces de generar dependencia y todos son capaces de matar. Incluso
el mono de alcohol (delirium tremens)
es capaz de matar a la gente”.
· La
cocaína es la droga de los ricos, te hace más guay. “La coca te hace
sentir extrovertido e invencible. Pero a la media hora se pasa el efecto y vuelves
a ser tú. Tú con bajón de cocaína”.
Hay
luz al final del túnel: se llama aprendizaje.
Lo importante, después de haber subido a ese tren y de haber
entrado en ese oscuro túnel del que es tan difícil salir (y del que a menudo no
se sale), es haber aprendido de la experiencia. Pedro, lo reconoce, ha tenido
mucha suerte; por haber podido salir y por haber aprendido la lección. Él pudo
optar por la amargura y la depresión, pero eligió la inteligencia y la lucha,
el optimismo y el aprendizaje.
“Yo me impliqué en la terapia y aprendí que
la amistad sigue creciendo más allá de la distancia. Tuve amigos de verdad (no
de borrachera) que me ayudaron económicamente, que me esperaron con
paciencia, que me llamaban a casa y se preocupaban por mí. También aprendí que
necesito mucho tiempo para llegar a ser la persona que quiero ser. Yo había
forzado una personalidad que no era la mía. Era una máscara.
“He aprendido que
siempre debo dejar palabras de amor a las personas que quiero, porque cualquier
día puede ser la última vez que las vea. No me pude despedir de mi mejor amigo,
que murió antes de que yo saliera del centro terapéutico; ni de mi abuelo,
porque no fui a Madrid cuando se estaba muriendo como me pedía mi padre; estaba
de fiesta en Barcelona. Eso son cosas que te roban la droga y el alcohol. No te
das cuenta, porque al principio todo parece divertido”. Su abuelo, sin embargo,
le salvó la vida a Pedro después de su muerte: un oportuno décimo de lotería,
que había comprado en el último momento, pagó el tratamiento de rehabilitación.
“He aprendido que puedo
seguir adelante mucho después de que ya no pueda. Hay que sacar fuerzas de
donde no hay. Y a veces, lo que parece
sumamente grave no lo es, si te dan la posibilidad de salir, de cambiar. En mi
día a día hay momentos muy difíciles; trato con personas que lo están pasando
muy mal —jóvenes con problemas de adicción, de marginación, de conducta a los
que Pedro ayuda a salir del túnel—, pero al final hay una salida.
“He aprendido que si no controlo mi actitud, ella me
controlará a mí. Creía que lo controlaba todo, pero no controlaba nada. Era un
títere en manos de la droga. Pero de eso te das cuenta mucho después.
“He aprendido que los héroes son aquellas personas que hacen lo que
se tiene que hacer cuando se tiene que hacer, sin importar las consecuencias. Y no es necesario que te
ocurra una desgracia excepcional para demostrarlo.
“He aprendido que no me hace falta emborracharme o colocarme
para pasar el mejor de los momentos, para divertirme con los amigos o celebrar
algo. He aprendido a salir sin consumir, y me lo paso mejor.
“He aprendido que estar enfadado no me da derecho a ser
cruel, ni a hacer daño a los demás. He hecho daño a mucha gente porque, cuando
te drogas, sólo piensas en la próxima fiesta, no en si estás haciendo daño.
“He aprendido que solo porque alguien no te quiere como tú
quieres, eso no significa que no te quiera con todas sus fuerzas. Mi padre me
lo demostró no enviándome dinero para mis juergas de fin de semana, pero sí
para mi tratamiento; mi madre, cuando
le pedí ayuda, también estaba ahí.
“He aprendido que las drogas me hacen peor persona. ¡Y que
no funcionan!”
Nosotros hemos aprendido que, por muy profundo y oscuro que
sea el túnel, siempre hay una luz al final. Solo tienes que contar con la ayuda
adecuada, con el cariño de los tuyos, con tu propia conciencia; y con alguien
como Pedro que te guíe hasta la salida.
NOTA: esta historia la escribí originalmente para la Fundación LQDVI.
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