lunes, 20 de abril de 2020

Pedro García-Aguado: el fracaso enseña lo que el éxito oculta




Campeón Olímpico y del Mundo de wáter polo, 565 veces internacional con la selección absoluta, mejor jugador de la liga española. Alcohólico, drogadicto. “He hecho cosas horribles y casi (casi) destrozo mi vida. Afortunadamente, todo eso quedó atrás”. Ahora dedica su vida a enseñar a los jóvenes que ese no es el camino, y ha ayudado a muchos de ellos a salir del pozo sin fondo de la droga y de otras adicciones como las redes sociales. Es lo que ha hecho durante años, por ejemplo, a través de su revolucionario programa de televisión ‘Hermano Mayor’ o como ponente habitual de los congresos de la Fundación Lo Que De Verdad Importa. 

Pedro García Aguado ha conocido el éxito, ha saboreado bien sus mieles. Y también ha conocido el fracaso. De lleno. Pero ¿qué es el éxito y qué es el fracaso?, se pregunta. “El fracaso enseña lo que el éxito oculta. Hay derrotas triunfales a las que envidian algunas victorias. Sólo nos damos cuenta de las cosas cuando fracasamos. Yo he estado en los dos lados. He tenido que aprender a estar arriba y abajo”. Por eso llama a su conferencia su “viaje de aprendizaje”.

Nunca pensé que iba a llegar a lo más alto. Y menos con ese bañador y ese gorrito. Pero lo conseguimos. Conseguimos triunfar un grupo de chavales jóvenes. Y no fue fácil. Hubo que entrenar mucho, con mucho esfuerzo”. Pedro, como todo el equipo, se esforzó al máximo para llegar a estar entre los mejores. Pero luego era capaz de tirar todo el trabajo realizado en una noche de fiesta. Entrenamiento, esfuerzo, disciplina, todo se fue perdiendo por culpa del alcohol y la droga.
           

No nos brillan los ojos

“El deporte no tiene nada que ver con la adicción. Pero ya veis, yo, campeón olímpico, he hecho mucho daño a muchas personas. No supe disfrutar del éxito”. La selección española de wáter polo fue Subcampeona de Europa y del Mundo en 1991, y Medalla de Plata en Barcelona 92. Un ‘fracaso’ por el que los medios de comunicación les marcaron con el estigma de segundones, de perdedores, y reclamaban una renovación del equipo. Pero ellos seguían ahí, luchando, perseverando, guiándose por una frase del escritor y conferenciante Álex Rovira que se convirtió en su máxima: “Solo triunfa en el mundo quien se levanta, persevera, no desfallece ante la adversidad, busca las circunstancias para triunfar y si no las encuentra, las crea”. Eran un equipo, en el pleno sentido de la palabra; muy unido, muy compacto, muy apoyado. El triunfo, la recompensa a su trabajo y perseverancia llegó con el oro de Atlanta 96. Y con el oro, el reconocimiento. “Cuando ganas, todo el mundo te quiere, todo el mundo te adora. Te sientes especial”. Pero esa medalla de oro tenía también su otra cara, su lado oscuro.

Uno de sus compañeros le dijo un día: “No nos brillan los ojos”. Lo tenían todo, eran los chicos de oro. “Pero el éxito no te exime de ser vulnerable. Siempre tiene ciertos riesgos”. Eres humano, y eso implica tener debilidades.



Evasión y derrota

“Yo no empecé a tomar por ningún motivo especial”. Pedro simplemente descubrió la botella de licor que su padre tenía guardada al fondo del armario y empezó a prepararse unos combinados bastante cargados que bautizó como ‘lugumba’ (leche con chocolate y una generosa ración de licor). “Yo era un inconsciente con 14 o 15 años y me ponía mucho licor. Mi padre se había divorciado y probablemente yo sentía mucho dolor, aunque no lo interpretaba como tal”. Ya desde el primer momento, desde aquel primer lugumba, Pedro empezó a beber mucho, buscando esa sensación de evasión que acababa de descubrir. Y que le acababa de atrapar. “Fue mi responsabilidad, nadie me incitó a probar aquella bebida. Lo que quiero es avisaros del riesgo que corréis cuando vais de botellón, por ejemplo. Bebéis mucha cantidad de alcohol en un breve espacio de tiempo”. Y eso, claro, perjudica tanto por dentro como por fuera; aunque la sensación, y la percepción, sea justo la contraria.

“¿Qué ocurre cuando eres un campeón olímpico, que mides 1,92, estás cachas y te bebes 12 cubatas en una noche sin caerte al suelo? Pues que te crees Dios. Te dices ‘yo puedo con todo’. Y llega la prepotencia”. Y se instala en tu vida. Puede que al día siguiente te duela un poco la cabeza, pero vuelves a entrenar, vuelves a jugar, vuelves a triunfar; te sientes realmente especial. Ligas mucho, o te crees que ligas mucho, porque en realidad te engañas a ti mismo. “Tienes que beber para conquistar a las chicas, para sentirte diferente. Y bebes mucho porque te crees que controlas”. Es lo que Pedro llama ‘el exceso de control’: “recordad, cuando alguno de vuestros amigos os diga ‘déjame, que yo controlo’ probablemente ya esté entrando en problemas de dependencia.”
            Después de la prepotencia llegó el individualismo. Malo siempre; peor cuando vives de un deporte en el que hay que trabajar en equipo. Aunque en los entrenamientos se comportaba, cuando llegaba a casa se convertía en una persona solitaria, gris, introvertida. Solamente cuando salía y bebía se divertía, solo cuando salía y bebía se sentía bien, diferente, especial.


¿Politoxicómano yo?

“Con todo esto llega un momento en el que tienes que aprender. El 3 de abril de 2003, después de haberlo tenido todo y haber fracasado, pedí ayuda. Me llevaron a un psicólogo y me dijo: ‘Usted es alcohólico’. ‘¿Yo alcohólico? ¡Usted está loco! Los alcohólicos son esos señores que viven entre cartones y van con el carrito. Yo no bebo cada día. Yo no voy con el cartón de vino barato siempre a mi lado’ Entonces me explicó una serie de sintomatologías y yo las tenía: beber de forma compulsiva, tomar otras sustancias… Le dije ‘quiero dejar esto, porque quiero ser feliz.’ Yo relacionaba el consumo con diversión, con felicidad, pero realmente era un infeliz. ‘Usted todavía no conoce la felicidad’, me dijo. ‘Usted tiene que internarse en un centro terapéutico’. Y le contesté: ‘Yo con los yonquis no voy. ¡Ni loco! Yo no soy igual que ellos’”.

Pedro cedió. El 28 de abril entró en un centro de desintoxicación. “¿Y tú qué haces aquí?” le preguntó el terapeuta. “Nada, un problemilla. Bebo un poco. De vez en cuando tomo un poco de cocaína, alguna pastilla…” “Tú eres politoxicómano” “¡Y tú un hijo de puta!”. Era un campeón, un triunfador, ¿cómo iba a tener problemas? Pero finalmente se dio cuenta de que el terapeuta tenía razón. Empezó a seguir el tratamiento y aprendió también una serie de verdades sobre la drogodependencia que antes ignoraba. “Yo antes asociaba la gente adicta con las desgracias o los barrios marginales. La gente chunga”. Aprendió que la adicción es una enfermedad que se genera por el consumo de alcohol u otras drogas y que daña los circuitos de recompensa del cerebro. Esto es, cuando realizamos una actividad placentera (chocolate, sexo, risa) segregamos una sustancias que, con una cantidad mínima, nos hacen sentir bien. Pero con la droga segregas grandes cantidades, lo que hace que te enganches a esa sensación; los circuitos de recompensa se dañan y dejan de funcionar hasta que te vuelves a drogar. Entre dosis y dosis, el sufrimiento es terrible, y sólo piensas en volver a sentirte bien.



Drogas duras, drogas blandas y otros mitos

También aprendió que la droga no es solo la cocaína o la heroína, sino cualquier sustancia que afecta a una o varias funciones del organismo y es capaz de alterar nuestro comportamiento. “¿No os habéis fijado en las bodas? En el segundo plato, después de los aperitivos y el vinito, el tío Luis ya tiene la corbata en la cabeza. Y en el postre, la tía Luisa, con 93 años, está bailando la conga. ¿Es el solomillo? ¿La langosta? No, es el alcohol. Es importante que sepáis que la primera droga con la que os vais a encontrar es el alcohol. Porque es capaz de cambiaros el comportamiento. Y cuidado al tomarlo incluso con moderación, porque hay estudios que aseguran que puede haber una predisposición genética a la adicción. Algunos os podéis enganchar incluso bebiendo poco”.
Luego están el hachís, la marihuana, las drogas de diseño, la cocaína… todo tipo de sustancias que buscan generar placer, evasión, diversión, una aspiración ancestral del ser humano. “Pero claro, según el uso que hagáis de ellas, en vez de evadiros, pueden convertirse en dependencia. Y cuando eso sucede, ya no es divertido”.

Son muchos los mitos que rodean a las drogas. Engaños fruto de la simple ignorancia o autoengaños provocados por la simple adicción.
            · Si bebo mucho y no me emborracho es porque controlo. “No, es porque tolero mejor la sustancia, y soy capaz de beber mucha cantidad sin que se note. Puede ser el principio de una dependencia”.
            · El alcohol facilita y mejora las relaciones sexuales. “Mentira. Si vas tajado no sabes ni dónde hay que meterla. Sí es cierto que te desinhibe y haces cosas que no harías sin beber, pero eso puede provocar embarazos no deseados, enfermedades”.
            · El alcohol, el hachís y la marihuana son drogas blandas. “Es mentira. Todos son capaces de generar dependencia y todos son capaces de matar. Incluso el mono de alcohol (delirium tremens) es capaz de matar a la gente”.
            · La cocaína es la droga de los ricos, te hace más guay. “La coca te hace sentir extrovertido e invencible. Pero a la media hora se pasa el efecto y vuelves a ser tú. Tú con bajón de cocaína”.


Hay luz al final del túnel: se llama aprendizaje.

Lo importante, después de haber subido a ese tren y de haber entrado en ese oscuro túnel del que es tan difícil salir (y del que a menudo no se sale), es haber aprendido de la experiencia. Pedro, lo reconoce, ha tenido mucha suerte; por haber podido salir y por haber aprendido la lección. Él pudo optar por la amargura y la depresión, pero eligió la inteligencia y la lucha, el optimismo y el aprendizaje.
            “Yo me impliqué en la terapia y aprendí que la amistad sigue creciendo más allá de la distancia. Tuve amigos de verdad (no de borrachera) que me ayudaron económicamente, que me esperaron con paciencia, que me llamaban a casa y se preocupaban por mí. También aprendí que necesito mucho tiempo para llegar a ser la persona que quiero ser. Yo había forzado una personalidad que no era la mía. Era una máscara.

 “He aprendido que siempre debo dejar palabras de amor a las personas que quiero, porque cualquier día puede ser la última vez que las vea. No me pude despedir de mi mejor amigo, que murió antes de que yo saliera del centro terapéutico; ni de mi abuelo, porque no fui a Madrid cuando se estaba muriendo como me pedía mi padre; estaba de fiesta en Barcelona. Eso son cosas que te roban la droga y el alcohol. No te das cuenta, porque al principio todo parece divertido”. Su abuelo, sin embargo, le salvó la vida a Pedro después de su muerte: un oportuno décimo de lotería, que había comprado en el último momento, pagó el tratamiento de rehabilitación.  

 “He aprendido que puedo seguir adelante mucho después de que ya no pueda. Hay que sacar fuerzas de donde no hay. Y a veces, lo que parece sumamente grave no lo es, si te dan la posibilidad de salir, de cambiar. En mi día a día hay momentos muy difíciles; trato con personas que lo están pasando muy mal —jóvenes con problemas de adicción, de marginación, de conducta a los que Pedro ayuda a salir del túnel—, pero al final hay una salida.

           
“He aprendido que si no controlo mi actitud, ella me controlará a mí. Creía que lo controlaba todo, pero no controlaba nada. Era un títere en manos de la droga. Pero de eso te das cuenta mucho después.

           
“He aprendido que los héroes son aquellas personas que hacen lo que se tiene que hacer cuando se tiene que hacer, sin importar las consecuencias. Y no es necesario que te ocurra una desgracia excepcional para demostrarlo.

           
“He aprendido que no me hace falta emborracharme o colocarme para pasar el mejor de los momentos, para divertirme con los amigos o celebrar algo. He aprendido a salir sin consumir, y me lo paso mejor.
           
“He aprendido que estar enfadado no me da derecho a ser cruel, ni a hacer daño a los demás. He hecho daño a mucha gente porque, cuando te drogas, sólo piensas en la próxima fiesta, no en si estás haciendo daño.
           
“He aprendido que solo porque alguien no te quiere como tú quieres, eso no significa que no te quiera con todas sus fuerzas. Mi padre me lo demostró no enviándome dinero para mis juergas de fin de semana, pero sí para mi tratamiento; mi madre, cuando le pedí ayuda, también estaba ahí.
           
“He aprendido que las drogas me hacen peor persona. ¡Y que no funcionan!”

Nosotros hemos aprendido que, por muy profundo y oscuro que sea el túnel, siempre hay una luz al final. Solo tienes que contar con la ayuda adecuada, con el cariño de los tuyos, con tu propia conciencia; y con alguien como Pedro que te guíe hasta la salida.


NOTA: esta historia la escribí originalmente para la Fundación LQDVI. 





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