lunes, 22 de abril de 2019

Jack es mucho Jack



La noticia corrió por internet como la pólvora hace unos años; o, por ser más exactos, a la velocidad de una bala del nueve largo directa al pecho de una vertiginosa rubia. El disparo letal fue presuntamente efectuado por un insider de Hollywood: “Jack se ha retirado. Hay una sola razón detrás de su decisión, y es la pérdida de memoria”. A sus 76 años, la cabeza del actor al parecer ya no retenía los guiones que le enviaban (su última película, ¿Cómo sabes si...?, es de 2010), lo mismo que su próstata tampoco retenía los líquidos como debiera en Cuando menos te lo esperas. Pero Jack es mucho Jack, y el desmentido —contundente aunque anónimo— llegó en el siguiente acto: Jack Nicholson sigue vivo, y coleando. Y uno, que conoce a Jack desde la imberbe adolescencia (y eso que me estrené con la infausta Missouri), lo primero que pensó es que esto no ha sido más que una astucia, genial y oportunista, del alter ego —nada loco— del indomable McMurphy. Un grito cínico y categórico, a medio camino entre la amenaza y la carcajada, como diciendo: “¡Eh, estoy aquí! Soy Jack, el poderoso Jack, el sonriente Jack, el carismático Jack; el actor más nominado de la historia del cine. ¿Has bailado alguna vez con el diablo a la luz de la luna? Pues ése soy yo. En persona y en estatuilla. ¿No tendrás un guioncito por ahí, eh? Otro tío Oscar para papi…”

Sí, Jack es mucho Jack. Hijo de bígamo y show girl, entró en esto del cine muy jovencito por la puerta oscura y genial de Roger Corman, al servicio del genio de Edgar Alan Poe y otras siniestras compañías. Allí aprendió el oficio, del cine y del ahorro. Pero fue en 1969, fecha histórica, el año de su estreno en la celebridad, junto a sus colegas de carretera, viajes lisérgicos y contracultura Peter Fonda y Dennis Hopper, a ritmo de Steppenwolf, Hendrix y Dylan, en la mítica Easy Rider. Fue su primera nominación de doce; algo que puede parecer exagerado echando un vistazo fugaz a su irregular carrera (hay malas y muy malas películas en su filmografía), pero no tanto si nos detenemos en algunas de ellas, verdaderas obras maestras del cine y auténticas lecciones magistrales de interpretación.


Por ejemplo Jake Gittes, el detective cínico e irreverente de Chinatown (1974), que ve su plácida y rutinaria existencia convertida en una espiral de violencia, mentiras, corruptelas e incluso incesto por mor de una rubia fatal con los ojos y los labios de Faye Dunaway. Una obra perturbadora de Roman Polansky, inscrita con mayúsculas en la mejor tradición del cine negro; y un trabajo memorable de Nicholson, a pesar de su nariz rajada (por el propio Polansky-actor) y vendada durante casi todo el film. Un parche que no hizo sino potenciar su mirada cargada con bala.

Otro ejemplo: su inolvidable y conmovedor rebelde con causa R. P. McMurphy, de Alguien voló sobre el nido del cuco (Milos Forman, 1975); el simpático, el patán, el revolucionario, el desafiante, el inconformista, el refrescante, el cuerdo McMurphy y su camarilla de locos adorables (especial mención a los debutantes Brad Dourif y Christopher Lloyd) y su inseparable gigantón (no)sordomudo Jefe Bromden ("Mi padre sí era un hombre fuerte. Era como tú. Y por eso no le dejaban en paz") y esa malvada bruja de bata blanca fanática del orden establecido que bordó Louise Fletcher (de Oscar, lo mismo que Nicholson, Forman, la película y el guión); probablemente la mejor interpretación de Jack y de todos los que participaron en esa maravillosa oda al desorden vivificante y liberador que, como no podía ser de otro modo, tiene un final desolador y esperanzador a un tiempo.


Jack es mucho Jack, sí. Por eso no requiere necesariamente un papel protagonista para merendarse él solito toda una película, por ejemplo el juguetón Joker de Batman, o el imponente Coronel Nathan R. Jessup de Algunos hombres buenos (Rob Reiner, 1992) donde, además de merendarse la película, se desayuna a Tom Cruise con un par de huevos crudos; le bastan apenas unos minutos de tenso, electrizante, medido y espectacular monólogo, sin un gesto más allá de su voz y su mirada (¡qué voz, qué mirada!), manteniendo el tipo ante la cámara fija con la misma sangre fría que Jessup ante 15.000 soldados cubanos entrenados para matarle; un momento mayúsculo, épico, que ha quedado para la historia (“¡Tú no puedes encajar la verdad! (…) Tú no quieres la verdad porque en zonas de tu interior de las que no charlas con los amiguetes, me quieres en ese muro, me necesitas en ese muro…”). ¡Buff!

Bastante más histriónico y desmadrado está Jack Nicholson como el otro Jack, Torrance, en la claustrofóbica obra de Kubrick/King El resplandor (1980), una de sus películas más populares aunque no necesariamente de las mejores; sí, quizá, la imagen más icónica y recordada del actor: esa demencial sonrisa en ese rostro desencajado tratando de atravesar la puerta del cuarto de baño, hacha en mano, dispuesto a descuartizar a su señora después de haber llenado cientos de folios con la letanía febril “All work and no play makes Jack a dull boy”. ¡Qué mala es la falta de inspiración!


Hay, claro, muchas otras interpretaciones memorables, en el drama, en el terror, en el cine negro, en la comedia (El honor de los Prizzi, La fuerza del cariño, El cartero siempre llama dos veces, Tallo de hierro, Hoffa, Mejor… imposible, Blood and Wine, Mars Attacks, o el genial “diablillo cachondo” de Las brujas de Eastwick). Tal vez, de las últimas, la más destacable sea el violento, psicótico y amoral mafioso Frank Costello que Jack borda en esa otra gran obra maestra del genio Scorsese, Infiltrados (2006). Un macabro juego de traiciones e intrigas salpicado de tanta sangre como de humor negro, que vibra al ritmo diabólico de los Stones; un ambiente sórdido en el que Nicholson se mueve como piraña en el agua… o como cartero en la mesa de la cocina de Jessica Lange.


Jack sigue vivo y con ganas de pelea, estoy firmemente convencido. Esperando aún su mejor interpretación. Pero en una industria en la que “las grandes productoras están dirigidas por jóvenes que no saben quién fue Billy Wilder” (Jack dixit), tal vez su genialidad tarde en encontrar un proyecto a su altura. Mientras, seguiremos deleitándonos con esa sonrisa cínica bajo esas cejas desafiantes que asoman tras sus eternas gafas oscuras, en la primera fila del Staples Center, sentado junto al banquillo de sus admirados Lakers. Genio y figura. 


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