Jaime Caballero ya sabe cuál será su próximo desafío: los 90 kilómetros que separan Marbella y Sotogrande (en dos trayectos), que intentará la primera semana de agosto. Como siempre, quiere que sea algo grande, impactante, que genere repercusión y notoriedad. Como siempre, no sabe si logrará terminarlo con éxito. Aunque eso no importa. “Cada uno debe considerarse admirable no por el reto conseguido, sino por el solo hecho de haberlo intentado”. Sobre todo, cuando la causa es tan admirable como la suya. Y cuando se tiene un corazón del tamaño de un océano.
Jaime
es nadador de ultra larga distancia en aguas abiertas. Eso significa que
está hecho de una pasta especial, física y psicológicamente. Eso significa que
tiene una capacidad de aguante —del dolor, del miedo, del agotamiento, del
agobio, del frío extremo— que va mucho más allá que la de cualquier ser humano
normal. Su hazaña más extrema, que ha dado la vuelta al mundo, ha sido cruzar el
Canal de la Mancha… ida y vuelta. Sin parar. Sin protección. (“Una salvajada
que sólo han logrado 17 nadadores en la historia. Es el Everest de la natación”). Un trayecto
de 100 kilómetros de agua gélida, corrientes traicioneras, lacerantes olas y
veneno de medusas que Jaime estuvo a punto de abandonar en varias ocasiones
durante la segunda mitad del reto, pero que finalmente completó, en estado casi
inconsciente (“las últimas 8 horas no recuerdo nada, iba con el piloto
automático”). La razón, su razón, los enfermos de ELA (Esclerosis Lateral
Amiotrófica), “la enfermedad más cruel que existe”. Ellos son los que empujan a
Jaime en los momentos de flaqueza, ellos son los que le dan fuerza para seguir
adelante, ellos son los que le dan motivo para luchar, una causa a la que Jaime
dedica, desde hace años, cada pensamiento y cada minuto de su tiempo libre.
No siempre fue así. Jaime nadaba ya de pequeño,
incluso protagonizó alguna que otra hazaña con 14 años. Pero luego tuvo un
prolongado standby de diez años
provocado a partes iguales por la indolente adolescencia y los malos hábitos
(juergas, droga, alcohol). Fueron años peligrosos, nadando en el filo de la
navaja, que casi le cuestan la vida; afortunadamente el precio final fue sólo
el ojo derecho. Pero ni eso cambió su forma de ver la vida. “Cuando estaba en
el hospital, tras el accidente, lo único que pensaba era en recuperarme para
seguir de farra”. Fue la familia (¿quién, si no?) la que finalmente impuso el
sentido común, a base de altas dosis de amor y comprensión, y tras pasar por
Proyecto Hombre (“a los que estaré eternamente agradecido, y con los que
colaboro siempre que puedo”), Jaime salió limpio y lleno de vida.
Volvió a la vida, y volvió al mar (“Es básico tener
aficiones, practicar algún deporte; eso te da ilusiones, motivación, objetivos,
a cualquier nivel”). Comenzó a nadar de nuevo, no como profesional, pero sí
realizando retos cada vez mayores, más importantes, y más duros. En 2005
atravesó el Estrecho de Gibraltar en 2 horas 58 minutos, su primera travesía
reseñable. Tras un intento fallido el año siguiente, en 2007 decidió el desafío
de referencia en aguas abiertas, el Canal de la Mancha; allí conoció la
verdadera fuerza de las corrientes y descubrió en carne propia lo que es el
frío en el agua. En 2008 el reto impuesto fue atravesar el Estrecho ida y
vuelta, algo que a priori parecía sencillo pero que las fuertes corrientes
complicaron hasta el punto de pensar seriamente en el abandono. No solo no
abandonó sino que además logró registrar un record mundial.
Pero la travesía que marcó un antes y un después en la
vida de Jaime, un giro radical a nivel profesional y, sobre todo, a nivel
personal, fue la que llevó a cabo el 10 de junio de 2009: Bilbao-San Sebastián
(su tierra). Su travesía más larga y dura hasta el momento, sí (perdió 8 kilos
en 27 horas). Pero lo realmente importante es que fue su primera travesía con
causa. En 2008, su querido tío José Mari Echeverría falleció de ELA, en apenas
6 meses de dolorosísima enfermedad. Jaime se vio profundamente afectado y
decidió que, a partir de ese momento, todas sus fuerzas, todos sus retos, todos
sus pensamientos los dedicaría a quienes sufren esa cruel enfermedad que le
robó a su tío. La travesía Bilbao-San Sebastián duró 27 horas, que, según
reconoce el propio Jaime “logré terminar acordándome de mi tío en los momentos
de flaqueza”.
Hubo otros logros
espectaculares: el Lago Ness, Manhattan, Santa Catalina, la Triple Corona, el Lago Leman (el más largo de Europa)… Pero
lo importante es que Jaime se involucró de lleno en la tragedia del ELA;
conoció a personas afectadas, incluso amigos cercanos que habían perdido a
seres queridos por su causa. Decidió hacer algo más por estos enfermos,
ayudarles a mitigar de alguna forma su dolor, animarles, dignificarlos, darles
voz y presencia en la sociedad. Junto a un grupo de amigos fundó la Asociación Siempre AdELAnte y, desde entonces, sus travesías se transformaron en
instrumento “para ayudar a quienes sufren la enfermedad más cruel del mundo”.
Jaime nada por y para ellos. Porque ellos no pueden. Sus retos tienen ahora una
causa mayor: “servir de micrófono a los afectados y conseguir recursos para
investigación y cuidados paliativos”, a lo que se destinan el 100% de los ingresos que se obtienen en cada travesía
(principalmente donaciones particulares). Aparte lo económico, el objetivo es
doble: animar e ilusionar a los afectados; y concienciar a la sociedad.
Jaime tiene clara cuál es su
misión: “Mi verdadera fortuna ha sido emprender esta andadura con la Asociación Siempre Adelante y desde el
primer momento he conocido a algunos afectados por ELA y familiares que han ido reforzando este compromiso y ganas de
hacer más y más cosas por ellos”. Ellos son su motor y su motivación, y su
fuerza en los momentos de flaqueza: “Jaime, lo que te está pasando (frío,
cansancio, agobio psicológico por pensar que no avanzas lo suficiente...) es
algo pasajero, lo que no es pasajero es tener ELA. Así que, ¡ sigueeee y hazlo por ellos!”. Él lo dice siempre: recibo mucho más de lo
que doy.
Levantarse a las 6 de la
mañana para entrenar cada día entre 2 y 3 horas antes o después del trabajo y
fines de semana en mar abierto (verano o invierno) es duro, piensa Jaime. Nadar
durante 24 horas seguidas en aguas gélidas sufriendo picaduras de medusa por
todo el cuerpo es más duro aún. Pero permanecer completamente inmovilizado
durante años, soportando dolor, impotencia, desesperanza, depresión e incluso
sentimiento de culpa (la familia también se lleva su parte), no es comparable a
ningún sufrimiento pasajero. “Por muy mal que lo haya pasado, a mí se me va en
dos días; pero lo suyo es todos los días, para toda la vida”. La enfermedad más
cruel del mundo. Y para Jaime, la causa más importante del mundo.
*Esta historia está incluida en mi libro "La muerte del egoísmo". Lo puedes conseguir aquí.
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