“La vida no son los momentos vividos sino las personas que has ido conociendo por el camino”. No recuerdo cuándo ni cómo ni a través de qué o quién me llegó esta frase. Sólo sé que fue hace relativamente poco y que la adopté como propia al instante. Como propia y como cierta, al menos estos últimos años. Porque desde que asistí a mi primer congreso de Lo Que De Verdad Importa, allá por el año 2009, no he hecho más que conocer gente excepcional. Gente buena, generosa, entregada, bondadosa, valiente, tenaz, inspiradora; y con una capacidad inconmensurable de darse a los demás, sin pedir nada a cambio más allá de una sonrisa, un abrazo o un ‘gracias’.
Pero lo excepcional de esta gran familia que es la Fundación
Lo Que De Verdad Importa no está sólo encima del escenario. Está, sobre todo,
detrás. Y delante. Son María Franco,
Pilar Cánovas y Carolina Barrantes, y todo su equipo de locas maravillosas, que han
conseguido imposibles durante estos 9 años; y lo que les queda. Son los
patronos y los patrocinadores y el presidente y los colaboradores y los
voluntarios. Son los fans incondicionales, que siempre están ahí, que siempre
estarán ahí, para lo que haga falta. Son los miles de jóvenes que han pasado
por los congresos, que abarrotan cada auditorio edición tras edición y que se
van a casa con la lección bien aprendida; y que nos van a dar mil vueltas
cuando lleguen a nuestra edad, porque ellos han sabido mucho antes que nosotros
lo que de verdad importa.
Mucha gente buena
como la que abarrotó ayer en el Palacio de Congresos de la Comunidad de Madrid.
Más de 2.000 jóvenes y no tan jóvenes predispuestos al contagio. Que bailaron y
corearon ese himno inmortal a la solidaridad que es Stand By Me, y que nos regaló el gran Clarence Bekker, voz y alma de la Fundación Playing For Change, para abrir el Congreso. Un comienzo perfecto
para ir ambientando la jornada.
Gente buena
como Alexia Vieira, una “adolescente
normal” –rebelde, mala estudiante, tenaz y valiente, muy valiente, eso sí- que se
reinventó en alma de la Fundación
Khanimambo (‘gracias’), y que lleva 9 años dando esperanza, futuro y
alegría a miles de niños en Mozambique. Alexia nos dio una valiosa lección de coraje,
de confianza, de amor; de lo que es dar y recibir; de magia, de sonrisas y
sueños cumplidos, por muy imposibles que parezcan. Nos enseñó que tenemos que
abrir más nuestro corazón, a todos, a todo. Y que hay que dar las gracias cada
día, cada minuto, por la suerte que tenemos. Y que hay que sonreír. Sonreír todo el tiempo.
Una enseñanza que ellos, los niños de Khanimambo, tienen perfectamente
aprendida.
Gente buena
como Jennifer Teege, que tuvo el
coraje de compartir abiertamente su escalofriante historia. Una historia que
comenzó a sus 38 años, el día que descubrió por casualidad que era nieta de un
monstruo, uno de los nazis más despiadados que dirigieron los campos de
exterminio: Amon Goeth. Una verdad cruel y escalofriante a la que tuvo que enfrentarse,
con la que tuvo que luchar (depresiones, contradicciones, miedo, asco…), con la
que tiene que vivir. Jennifer, a quien su propio abuelo habría matado por el
solo hecho de ser negra, nos recordó que aprender del pasado es la única
fórmula para no repetirlo; y no hemos estado tan lejos de hacerlo en las
últimas décadas.
Gente buena
como Enhamed Enhamed, a quien perder
la vista a los ocho años no le ha impedido coleccionar records y medallas de
oro en la piscina olímpica (“No perdí la vista, gané la ceguera”). Ni le han
quitado un ápice de ese sentido del humor, desbordante y contagioso, que inundó
el escenario y se llevó al público de calle (un verdadero crack). Y que nos
enseñó el valor del esfuerzo y de la ilusión, que todo lo que sea fácil es
enemigo de lo bueno; que el miedo hiere más que aquello a lo que temes; y que
los éxitos sólo merecen la pena si se comparten. Y, sobre todo, a través de su inseparable perrita Adele, nos enseñó el
inestimable valor de la confianza ciega; no sólo para quien no puede ver.
Gente buena
como Pedro García Aguado, que forma
parte de la familia de LQDVI casi desde el principio. Un gran tipo, en todos
los sentidos. Otro valiente, que superó su adicción al alcohol y a las drogas -a
las máscaras, a la falsedad, al oropel- a base de echarle valor y valores a su
vida rota. Un tipo que ha visto cosas que no creeríamos, y que se ha enfrentado
a ellas a cara descubierta; que ha hecho de su debilidad pasada su causa
presente, por y para los jóvenes, que son el futuro de todo. Una vida nada
fácil, la de Pedro, ni en el éxito (el esfuerzo, el sacrificio, la presión) ni
en el fracaso (la adicción, la familia, la pérdida), que ha sabido convertir en
una lección impactante y necesaria, de las que no se pueden ni se deben
olvidar.
Y una
lección extra e inesperada. Andrés Marcio.
Un fenómeno de apenas 13 años que nos dio a todos una lección magistral de
madurez, de sentido del humor, de inteligencia emocional, de valentía, de
alegría de vivir. Un niño pegado a una silla de ruedas por culpa de una
enfermedad degenerativa y cruel (que ha paralizado su cuerpo casi por completo), y pegado también a una sonrisa perenne y luminosa. Andrés nos dio,
quizá, la lección más potente y contagiosa del día. Gracias, Marta Barroso, por traérnoslo.
Mucha gente
buena, sí, la que se junta alrededor de Lo
Que De Verdad Importa. De esa que te pega sólo cosas buenas, valiosas, importantes. De
esa que, sencillamente, te hace mejor persona. Por puro contagio. Y ahí estamos
desde hace años, a ver si se nos contagia algo. O mucho.
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