Mostrando entradas con la etiqueta circo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta circo. Mostrar todas las entradas

miércoles, 20 de noviembre de 2019

España no es un circo. ¡Ojalá!



Uno está harto de escuchar, aquí y allá, que esta España nuestra de corruptelas, subvenciones, impunidades, impuestazos, amienemigos, mediocridades, injusticias, maldades, codicias, indignidades, complejos, fanatismos y demás alargadas sombras es un circo. Será, digo yo, por los payasos que dirigen —ahora o antes— el cotarro; o por las algarabías de patio de colegio en el congreso de los imputados; o por las animaladas continuas a las que somos sometidos los ciudadanos; o por las manadas de alimañas sin moral ni castigo; o por los equilibrios imposibles para justificar lo injustificable; o por los jueces que han de enjaular a las fieras más peligrosas sin látigo, sin taburete y, a veces, sin dignidad; o por los miles de pequeños empresarios y autónomos que son obligados a lanzarse al vacío sin red; o por el más difícil todavía en esto de sobrevivir. España es un circo; el Congreso de los Diputados es un circo; la política es un circo; los sindicatos son un circo; el ayuntamiento de tal o cual ciudad es un circo; las autonomías son un circo (y a algunas, además, les crecen los enanos)…

Y uno podría estar de acuerdo en que, en efecto, este país es un auténtico circo de tres pistas (o diecisiete), un puro cachondeo. Y de hecho lo estaba. Muy de acuerdo. Hasta hace un par de días.

Y es que hace un par de días volví a ver y a disfrutar como un niño “El mayor espectáculo del mundo”, esa obra magna del siempre magno Cecil B. DeMille (y que, por cierto, fue la primera película que vio en el cine el genio Spielberg, a los seis años, y le marcó para los restos; especialmente la escena del descarrilamiento del tren), esa maravilla de color, espectáculo y pasión que aún conservo en DVD y que hace un par de días me dio por rememorar.
            Y digo que volver a ver esa película cambió mi percepción del “España es un circo” porque el circo que yo vi esa tarde en la tele no tiene nada que ver, nada, con la España que padecemos hoy. Y llamar a esta España “circo” hoy se me antoja injusto e insultante. Para el circo, claro.


En “El mayor espectáculo del mundo” vi a un director (Charlton Heston) apasionado y entregado a su gente, que desafía a la crisis, a los dueños todopoderosos, a la naturaleza indomable, a los gansters, a los egos desbocados, a la desgracia e incluso a la muerte para llevar adelante la función («¡El espectáculo debe continuar!»); para inundar de alegría los corazones de miles de niños «de 6 a 80 años»; para dar trabajo, dignidad y cobijo a las más de mil almas que tiene a su cargo. Un acto permanente e inagotable de humanidad, generosidad y responsabilidad.

Vi a los cientos de trabajadores que luchan diariamente por su pan, sin desmayo, sin demora, sin una queja, sin una excusa, siempre con una sonrisa en los labios y en el corazón; porque su trabajo es duro, pero es su vida. Horas y horas de ensayo, horas y horas de esfuerzo y afán de superación; día tras día, mes tras mes, viviendo una vida de incomodidades e incertidumbres. De sacrificio. De aceptación.

Vi a una gran familia, más de mil quinientos seres unidos por lo que aman, dejando a un lado diferencias, egoísmos e incompatibilidades; todos a una, levantando la gigantesca carpa cada mañana, recogiéndola todos a una cada noche; sobreponiéndose juntos a la catástrofe, mano con mano, corazón con corazón; artistas y montadores, asistentes y domadores, limpiadores y estrellas, taquilleras y vendedores de helados. El compañerismo elevado a su máxima expresión.


Vi que, al final, los buenos, los honrados, los luchadores reciben siempre su recompensa; y que los villanos, los codiciosos, los tramposos reciben siempre su castigo. Y que la ley es la ley, aunque a veces parezca injusta (uno siempre llora cuando el payaso “Botones”/James Stewart es esposado por un agente del FBI que, ese día, no está precisamente orgulloso de su trabajo).


Vi, en fin, un grandioso espectáculo de optimismo, de superación, de entrega a los demás, de orgullo, de unidad, de ejemplaridad. Una lección infinitamente más constructiva que la que nos ofrecen habitualmente nuestros poderes públicos, nuestros corruptos oficiales y oficiosos o nuestras estrellas mediáticas de falso esplendor en esta feria de tramposos impunes en que han convertido España. Vi lo que me gustaría que vieran mis hijos cuando tengan ojos para ver la realidad. Un circo, desde luego, muy diferente al que nos tienen montado aquí.  


lunes, 14 de octubre de 2019

Cirque du Soleil: Laliberté, Fraternité, Genialité


El circo, desde siempre, es sinónimo de magia, de fantasía, de sorpresa, de espectáculo, de fascinación. Pero su mejor definición está escrita en el rostro de un niño, de cualquier niño, la primera vez que asiste a una función circense. Y es exactamente la misma expresión que se escribe en el rostro de un adulto, de cualquier adulto, cuando acude por primera vez a una función del Cirque du Soleil. Y todas las demás veces. Una magia que nació en las calles de Quebec y ahora fascina al mundo entero.



Cuando llegas a una función del Cirque du Soleil lo primero que sientes es que te envuelve una atmósfera especial. El color, la estética, la música, el vestuario, la puesta en escena… poco a poco percibes que te estás adentrando en un mundo mágico y sorprendente, algo que no habías conocido, ni siquiera imaginado, en tu vida anterior. Una sensación que se transforma automáticamente en fascinación en el instante de comenzar el espectáculo, con el primer foco, con la primera nota, con la primera aparición. A partir de ese momento, tu boca ya no se vuelve a cerrar, tus ojos no se atreven a parpadear y tus manos y tu corazón no cesan de aplaudir hasta que se apaga el último foco, hasta que se pierde la última nota.

Entre el primer y el último instante, han pasado ante tus asombrados ojos bufones, trovadores, saltimbanquis, acróbatas, contorsionistas, malabaristas o payasos, decenas de artistas que realizan proezas imposibles porque, sencillamente, no son de este mundo. Esta es la esencia del Cirque du Soleil, una nueva concepción artística que, partiendo de los números circenses tradicionales, añadió vestuario, coreografía, música, iluminación, glamour, argumento y diferentes disciplinas para crear un espectáculo absolutamente innovador, cuyo objetivo final es, en palabras de su fundador: “asombrar y dejar al público sin aliento”. Tal cual.


Magia callejera

No siempre fue así, claro. Aunque sí ha mantenido intacta su atmósfera de mágica fascinación, el Cirque du Soleil nació del arte callejero. Su fundador y alma creativa, Guy Laliberté (1959), ya tenía la certeza a los 16 años de que dedicaría su vida a las artes escénicas. Comenzó tocando el acordeón en un grupo de música folk (La Gueule du loup) por las calles de Quebec, su ciudad natal, y después por Europa, donde aprendió otro ancestral arte ambulante: el de tragar fuego. A su regreso a Quebec, en 1979, se unió al grupo de échassiers (caminantes con zancos) de Gilles Ste-Croix; juntos organizaron una feria de verano en Baie Saint Paul, a la que se unió el futuro socio de Laliberté, Daniel Gauthier. Les Échassiers de Baie-Saint-Paul recorrieron las calles de la localidad sorprendiendo a los transeúntes con su espectáculo visual de bailarines, acróbatas y tragafuegos. Una experiencia que el verano siguiente repetirían en Quebec.


En los años posteriores cambiaron su nombre por Le Club des talons hauts pero no su actividad callejera. En 1982 organizaron un gran festival cultural en Baie Saint Paul al que asistieron artistas callejeros de todo Canadá; la convocatoria fue un éxito y una experiencia que sembró en las mentes de Laliberté y Ste-Croix la idea de fundar un circo. Un año después convencieron al gobierno para subvencionar un espectáculo que recorrería en 1984 todo el país como parte de los festejos que celebraban el 450 aniversario del descubrimiento de Canadá. Le Club recibió 1,5 millones de dólares y se convirtió en Le Grand Tour du Cirque du Soleil, primera vez que se utilizó el término que acabaría siendo reconocido en todo el mundo. Un “montaje dramático de artes circenses y esparcimiento callejero”, como reseñaba su espíritu fundacional.

El tour resultó un éxito, aunque no financieramente. Con 60.000 dólares en el banco, Laliberté solicitó al gobierno una nueva subvención, que le fue concedida (a regañadientes) y le permitió estrenar una segunda temporada de Le Grand Tour, que pasó a llamarse simplemente Cirque du Soleil. Era el mes de mayo de 1985. El reto era ahora convertir al grupo de artistas callejeros en un verdadero circo. Añadieron música, dramatización, nuevos artistas, números innovadores y mucha imaginación y nació su primer espectáculo, La Magie Continue. Recorrieron Canadá con una carpa para 800 espectadores, con gran éxito de público y crítica, a pesar de lo cual bordearon de nuevo la quiebra.



Invocar la imaginación, incitar a los sentidos

Después de tres años de duro trabajo y sinsabores financieros, en 1987 logran salir de Canadá por primera vez. Su destino, el Festival de Artes de Los Angeles. Sólo viaje de ida, pues ni siquiera disponían de fondos para poder regresar a Quebec. Lo reconoce el propio Laliberté: “Aposté todo a esa noche. Si fallábamos, no habría dinero para regresar a casa”. Afortunadamente ganó la apuesta y la triunfal presentación de su producción Cirque Réinventé permitió que el Cirque du Soleil no sólo sobreviviera, sino que comenzara una carrera imparable hacia el firmamento del show business. Después de Los Angeles llegaron otras ciudades americanas y luego Europa y Japón; la carpa para 800 personas se transformó en la Grand Chapiteau actual, con capacidad para 2.500; en 1992 se instaló el primer espectáculo fijo, en el Mirage Hotel de Las Vegas y, a partir de ahí, la conquista del mundo, un nuevo show cada dos años (van ya 22) y unos beneficios millonarios con cada gira.

Aquel grupo de 20 artistas callejeros y 50 empleados de Le Club que en 1984 definieron su misión como “invocar la imaginación, incitar a los sentidos y evocar las emociones de la gente en todo el mundo” alcanzan hoy los 5.000 empleados –de ellos 1.300 artistas- procedentes de 50 países, con 22 espectáculos que han fascinado –y siguen fascinando- a más de 100 millones de espectadores. El sueño de un visionario llamado Laliberté hecho mágica realidad.


Buscadores de tesoros 

Las claves que explican el éxito del Cirque du Soleil a lo largo de estos casi treinta años pueden resumirse en tres: originalidad (mezcla de circo, arte, danza y teatro, además de reinventarse en cada espectáculo); perfección (sólo valen los mejores, cada número es sinónimo de excelencia técnica y estética); y emoción (conexión total con el espectador, ofrecerle una experiencia realmente única de principio a fin). Para lograrlo no vale cualquiera, claro. Y esta sea tal vez su mayor dificultad: encontrar el talento adecuado. A esa labor se dedican sus “buscadores de tesoros”, 60 expertos que rastrean el mundo en busca de artistas, gimnastas, deportistas de élite (muchos medallistas olímpicos) que quieran prolongar su carrera. Sólo tienen que cumplir dos requisitos: excelentes condiciones atléticas y expresividad, capacidad de dar vida a un personaje.

El atleta o artista idóneo será luego entrenado durante meses en un estudio/laboratorio especial, con sede en Montreal. Allí aprenderá a potenciar sus cualidades físicas y, sobre todo, a transmitir emoción, a actuar en el escenario. Aprenderá también a convivir con personas de multitud de países y culturas; y a trabajar para el equipo, para el éxito de la compañía, no para su ego. El reto de cada producción del Cirque du Soleil es ser mejor que la anterior; todos, desde el director artístico hasta la encargada del guardarropa, son conscientes de que siempre están a un paso del fracaso, que el éxito en el pasado no garantiza el futuro; y es esta preocupación, bien gestionada por los directivos, la que obliga a cuidar hasta el detalle más nimio y buscar permanentemente la perfección y la creatividad.


La vida en el Cirque du Soleil no es fácil, obviamente. El trabajo es duro, el entrenamiento es exhaustivo y en algunos espectáculos los artistas están viajando durante años (Saltimbanco lleva de gira desde 1992); pero esto crea también unos lazos entre el personal que no se dan en ninguna otra organización. Además, la compañía cuida al máximo la calidad de vida de sus trabajadores, incluidas sus familias (hay programas de estudios para los hijos). Cada cual encuentra sus propias razones para pertenecer a esta gran familia circense: Para Fernando Dudka, equilibrista argentino, “Vengo del mundo de la gimnasia y aquí tienes más capacidad para expresarte”; a David Chala, percusionista cubano, lo que le atrae es que “dentro del número siempre queda un pequeño hueco para la improvisación”; y al español Pablo Gomis, payaso, le motiva viajar y descubrir que “el humor cambia de un país a otro”.

A Guy Laliberté, su fundador, además de ver cumplido su sueño y haberse convertido en multimillonario, le motivan otras dos buenas causas: sacar a los niños de la calle a través de su programa Cirque du Monde y combatir la pobreza mundial facilitando el acceso al agua potable con la Fundación One Drop, creada en 2007. La buena causa que nos motiva a los espectadores es, simplemente, soñar durante un par de horas y vivir una experiencia que perdurará toda la vida.


Un atardecer en Hawai

El nombre Cirque du Soleil (Circo del Sol) nació una tarde de 1984, mientras Laliberté admiraba una puesta de sol durante un viaje a Hawai; buscando una denominación para su nuevo espectáculo optó por usar el término en francés soleil, como símbolo de “juventud, dinamismo y energía”. Un nombre que transmite, en cualquier país del mundo, el espíritu, la magia y la personalidad original, intransferible del Cirque du Soleil. Sólo intentaron cambiarla una vez… y la lección quedó aprendida: Sucedió en la primera actuación fuera de las fronteras de Québec, en Notario, cerca de las Cataratas del Niágara. Como el público era mayoritariamente anglosajón, Laliberté decidió adaptar el nombre al inglés y denominarlo Circus of the Sun. El espectáculo fracasó. Las razones fueron probablemente variadas, pero la lección que aprendió Laliberté es que al perder su nombre perdieron también su originalidad, su esencia. Su magia.

El último show estrenado en España, Kooza. Que lo disfruten.