Como ya conté hace tiempo, uno, a veces llega
jodido a casa. No fastidiado, no enfadado, no apesadumbrado. Jodido. Tal cual.
Se le van juntando cosas, problemillas, desilusiones, frustraciones, hartazgos
varios, dudas tontas… Son cuestiones más o menos pequeñas, más o menos leves, o
graves; colinas, no cordilleras. Lo malo, piensas, es que las malditas colinas
no se colocan una detrás de otra —eso sería estupendo, asequible—. No, lo malo
es que se acumulan una sobre otra. Las muy puñeteras. Y forman una gigantesca
cordillera ab-so-lu-ta-men-te insalvable. O eso piensas. Y cuando crees que has
encontrado una salida, un recodo, un desvío que te salve de toda esa tormenta
mental y anímica y te acerque de nuevo a tu sueño o a tu ilusión o a lo que
sea, ¡zas!, se baja la barrera, se cierran las compuertas, y tú te quedas ahí,
paralizado, atontado, preguntándote qué narices ha pasado esta vez. Y por qué
ha tenido que pasar otra vez. Y sigues tu camino de frustraciones y desilusiones
y dudas, hacia ninguna parte. Arrastrando los pies, con la mirada gacha y con
la autoestima reptando por el suelo.
Y entonces, otra vez, la vida te envía una
sonrisa inesperada –o una bofetada, según se mire- y una dosis de realidad que,
sinceramente, necesitabas más que respirar. Suele pasar, cuando andas cerca de Lo Que De Verdad Importa.
Que enseguida te cae encima una historia, una lección que te quita la tontería
de un plumazo. Eso, precisamente, es lo que sucedió hace unos días, en uno de
los Encuentros Clandestinos de LQDVI
–que ahora se celebran en la molona sede de Parafina-
escuchando la historia de Davide Morana,
“amputado x4. Fuerte y feliz”.
Escapar para
sobrevivir
Davide es un tipo afable, alto y guapete, deportista de élite, muy optimista, con una fuerza mental envidiable, una sonrisa
permanentemente enganchada a su cara y una novia española (él es italiano) que
es un verdadero ángel, su ángel. Lo
tiene todo, el tío. Bueno, salvo brazos y piernas. Aunque eso, a él, le
preocupa poco.
Davide creció en un ambiente familiar tenso,
de carencias y de mentiras, enfrentado a un padre sin trabajo para quien la
apariencia era más importante que la necesidad (Sicilia es así). Con catorce
años, lo ficha un equipo de baloncesto en Génova y allí se traslada –se escapa-
con la idea de salir de ese ambiente y empezar una vida nueva. Mucho
entrenamiento, mucho campeonato, y la mente ocupada en su pasión. El espejismo
dura cuatro años. Llega lo que él llama
el primer “bache”. Diagnóstico: diabetes. Vuelve a casa muy enfermo, pierde
siete kilos en tres días, lo ingresan en el hospital de urgencia, y allí cumple
los 18. No hay tarta, claro.
Una tregua
de dos años… y vuelta a la irrealidad
Davide hace frente al problema y decide que
lo más sabio es aceptarlo y convivir con él. La insulina ayuda bastante, pero
lo que le empuja es sobre todo su actitud. Vuelve al deporte y a la vida
activa. Y su sueño de ser un deportista de élite está ahí, justo ahí, al
alcance de los dedos. Pero esta vez la tregua solo dura dos años. Una grave lesión le devuelve a casa, al
ambiente frustrante y enfermizo, rodeado de apariencia, de irrealidad. De
conflicto permanente con sus padres. De falsa felicidad compartida en
Instagram.
Y enredado en ese bucle de mentiras y
borracheras, cuando parecía no haber salida, Davide conoce a su salvadora, Cecilia, una española de Erasmus en
Italia que le abre la mente y el corazón y le devuelve la esperanza en sí
mismo. La idea es irse con ella a España y reiniciar su vida. Y eso hace Davide,
después de un año trabajando a destajo para ahorrar unos euros. En Murcia
encuentra trabajo de camarero, y al mismo tiempo estudia y entrena. No hay
minutos libres en su vida, gana apenas 500 euros al mes, pero es feliz. Lo tiene todo, amigos, salud, deporte y una persona
maravillosa a su lado.
Y entonces… llega
la meningitis
Pero, claro, la felicidad no podía durar
mucho, vistos los precedentes de Davide. Y en 2018 llega el tercer bache.
Pedazo de bache. Llega por sorpresa, con nocturnidad y alevosía, la fiebre
disparada, delirios, vómitos, manchitas por todo el cuerpo, debilidad total,
dolor insoportable. Van a Urgencias y el diagnóstico es atroz: meningitis.
Davide pasa siete días en coma, y los
dos primeros sin esperanza de vida. Los médicos se sienten impotentes
frente a su caso. Pero no saben con quién están tratando. A las 48 horas el
peligro de muerte ha pasado de largo. Pero ha dejado secuelas graves,
terribles. Tras un mes en la UCI, pasa a la unidad de quemados y cirugía
plástica. Los médicos no saben cómo decírselo, aunque Davide ya lo sabe, y ya
lo ha aceptado. Le tienen que amputar
brazos y piernas. Pero no se apena, pues sabe que es la única salida. Lo
importante es que está con vida, y mentalmente fuerte. Podía haber muerto. O
peor, podía haberse quedado como un vegetal. Lo que mantiene su sonrisa –sí, la
sonrisa no la ha perdido en ningún momento- es su mirada proyectada hacia el futuro.
Like a boss
El 10 de abril de 2018, Davide sale del
hospital “like a boss”. Confiado, contento. Inconformista. El siguiente
objetivo que se marca es conseguir unas prótesis de última generación que le
devuelvan la autonomía, e incluso la capacidad de hacer deporte. Pero son
extremadamente caras, y el sueldo de camarero no da ni para un dedo. Pero
siempre hay salida, si la sabes buscar. Ceci crea una campaña en internet para
recaudar fondos, cuenta la historia de Davide, su lucha, y la respuesta de la
gente es apabullante. Un mar de
solidaridad llega a sus puertas y logran incluso superar el presupuesto
marcado. En Italia encuentra las prótesis que estaba buscando y la ayuda para
aprender a utilizarlas. Los médicos le dicen que tardará un año en levantarse,
pero a los pocos meses Davide ya estaba
en pie. Le dicen que andar serán también varios meses, pero cinco días
después estaba paseando por los pasillos del hospital. ¿Y correr? Eso es muy
difícil, no creo que… Un mes después estaba corriendo en la pista de entrenamiento.
De vuelta en Madrid, Davide y Ceci tienen que
enfrentarse a la realidad que existe más allá del hospital. Porque ahí, en
casa, el sistema te deja solo. Te las tienes que apañar tú. Afortunadamente, el
entorno de Davide le apoya, le ayuda y le informa. Empieza la rehabilitación
para recuperar fuerza y masa muscular. Quiere
–necesita- volver al deporte cuanto antes. También comparte su experiencia
en conferencias y charlas, como embajador de la Asociación Española contra la Meningitis, lanzando un mensaje de
optimismo y esperanza a todos los afectados por esta cruel enfermedad, y
haciendo campaña pro vacunación. No lo hace por él, sino para reivindicar que
todos los amputados y cualquiera que haya sufrido un trauma importante tengan
un seguimiento profesional para seguir adelante. Para seguir luchando. Para no
rendirse.
Adiós,
brazos y piernas; hola, muñones
La vida requiere esfuerzo y sacrificio, nos
dice Davide. Un médico, un deportista de élite, un escritor no logran sus metas
de un día para otro. Hay mucho trabajo detrás, hay sacrificio, renuncias,
perseverancia. A veces tienes que
apretar los dientes y soportar el dolor, y dar un paso y otro y otro… y no
dejarse intimidar por los baches. Y si necesitas ayuda, la pides. Para eso
están los demás, para eso está tu gente. Para hacer equipo.
Existe una palabra fundamental en la vida de
Davide: resiliencia. Un concepto que
hay que aplicar no sólo en los momentos más duros, sino todos los días, en cada
pequeño problema. Para él, tiene un triple significado: la aceptación, la capacidad de rescatar tu vida afrontando tu nueva
condición y la certeza de que, además, la puedes mejorar, encontrar ventajas en
tu carencia. Es lo que hizo Davide, dijo adiós a sus brazos y a sus piernas
y dio la bienvenida a sus muñones. La vida es hermosa, nos recuerda (lo
olvidamos a menudo), es positiva, es dura (eso lo recordamos siempre), es
felicidad y sufrimiento, y sobre todo es fuerte. Por eso la vida nos pide
fuerza. Él tenía dos posibilidades: la primera, la más fácil, hundirse y hundir
a su entorno, la muerte en vida. La segunda, la más difícil (aunque para él la
más natural), luchar y agradecer la vida, rescatar sus sueños, su libertad, su
felicidad y la de los demás. Ahora, solo un año después del gran bache, está
preparando sus primeros Juegos Paralímpicos.
La gran paradoja -la gran lección- que nos
deja Davide en esta tarde
clandestina la resume maravillosamente en una frase de las que hay que grabarse
a fuego: «Agradezco a la enfermedad la
oportunidad de poder compartir lo más profundo de mi corazón y poder expresar
en voz alta mi amor por la vida». Dicho queda. Alto y claro. Ahora, lo que
toca es aplicarse el cuento. Y dejar de quejarnos porque alguien –o nosotros
mismos- nos ha puesto una pequeña piedra en el camino. ¿Verdad, Pepe?
Y aquí el genial resumen gráfico creado in situ por Carlota Serna. Una artistaza.
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