viernes, 25 de mayo de 2018

¿Uno de los nuestros? ¡No, gracias!


NOTA PREVIA: Este artículo lo escribí y publiqué en mi blog El Malecón de El Semanal Digital en enero de 2015. Está dedicado especialmente a Bárcenas y al PP, pero es válido para cualquiera de los condenados estas últimas semanas (Gürtel o no Gürtel) y para los que aún hoy siguen librándose de las rejas, a pesar de las evidencias. Sí, de todos los partidos y demás instituciones. La maldita impunidad. 


«Que yo recuerde, desde que tuve uso de razón quise ser un gánster». Con esta inequívoca declaración de intenciones de un curtido por la vida Henry Hill arranca la obra maestra de Martin ScorseseUno de los nuestros. A lo largo de la película, el niño Henry va creciendo y ascendiendo en el escalafón de la Familia, disfrutando de los placeres inagotables que otorga el poder, y del poder intocable que otorga el dinero. Desde muy joven, el gánster —magistralmente interpretado por Ray Liotta y que existió en la realidad— sabe perfectamente qué significa eso de ser "uno de los nuestros": «Para mí, ser gánster era muchísimo mejor que ser presidente de los Estados Unidos. Antes de acudir por primera vez a la parada de taxis buscando un trabajo para después del colegio sabía que quería ser uno de ellos, sabía que allí estaba mi futuro. Para mí, ser uno de ellos significaba ser alguien en un barrio lleno de don nadies. (…) Para nosotros vivir de otra manera era impensable, la gente honrada que se mataba en trabajos de mierda por unos sueldos de miseria, que iba a trabajar en metro cada día y pagaba sus facturas estaba muerta, eran unos gilipollas, no tenían agallas. Si nosotros queríamos algo lo cogíamos». 

Yo no sé si Luis Bárcenas, Luis el Cabrón, L.B., El Tesorero Infiel o como quiera que sea su nombre oficial quiso ser un gánster desde que tenía uso de razón. Ignoro a qué temprana edad se convenció de que no quería ser un don nadie matándose en un trabajo de mierda por un sueldo de miseria. Tampoco sé exactamente cuándo empezó a conocer el verdadero significado del lujo, el poder y el miedo que otorga el dinero, si fue con su primera paga o con su primer safari. Y desconozco por completo si se siente gilipollas cada vez que paga una factura y si se ha sentido gilipollas alguna vez. Ni lo sé ni me importa. Lo que sí me importa, y mucho —y además me cabrea, y muchísimo—, es que se haya tirado tropecientos años alimentando su bolsillo a cuenta de la mamandurria política, acumulando millones de forma más que sospechosa, viviendo por encima del bien y del mal, con total desprecio y desdén hacia la ética más elemental. Ser un tipo despreciable no es delito, y hoy por hoy no hay pruebas de nada más. Sí indicios, y muchos; y ojalá se tornen pruebas y éstas sean la llave de una condena ejemplar. Ojalá.

Pero seres tan despreciables como L.B. no habrían mangoneado tantos años a sus anchas, creciendo y ascendiendo en el escalafón de la Familia, disfrutando de los placeres inagotables que otorga el placer y del poder intocable que otorga el dinero, si la Familia (el Partido) no lo hubiera permitido. ¿Acaso era intocable, el Cabrón? ¿Acaso nadie osaba? ¿Acaso nadie sospechaba? ¿Acaso nadie sabía? ¿O nadie quería saber? Es curioso que, hace tres años, cuando se destapó la alcantarilla L.B./Gürtel, el Partido se rasgó las vestiduras y clamó al cielo jurando y perjurando limpieza absoluta, desinfección total. En estos tres años no se ha hecho NADA. No se ha limpiado NADA. No se ha desinfectado NADA. «Es uno de los nuestros —se habrán susurrado unos a otros—, no podemos entregarlo a la masa rencorosa. Eso nos salpicaría. Y perderíamos credibilidad. Y votos. Y necesitamos esos votos por el bien de España. Nuestro votante entenderá». Y el votante se habrá susurrado, en voz muy bajita para que su conciencia no lo escuche: «Los otros también lo hacen; y además lo hacen mucho más. Ahí están los recién llegados y sus subvenciones de dictaduras nada recomendables; y los ERES de Griñán y Chávez, y las subvenciones fantasma de Ferraz, y el clan de los Pujoleone, y el fortunón de Bono, y los paniaguados de la ceja, y los sindicatos millonarios, y el Cabildo y el Duque y la SGAE…». Y Baleares, y Castellón y Valencia y los alcaldes gallegos y… les habría faltado susurrarse.



Esto es España. Y aquí ser "uno de los nuestros" lo justifica todo. Porque los otros roban más. Los otros mienten más. Los otros son más malos. Malísimos. Nosotros no, nosotros somos buenos y si hacemos algo malo es por el bien común (del Partido). Lo gracioso es que luego se quejan de que aborrezcamos la clase política. «¡No somos todos iguales!» vociferan, indignados. Indignados ¡ellos! Pero sí, son todos iguales; porque aunque no lo haga lo justifica, o no lo denuncia, o no lo persigue, o no lo investiga, o no pide que se investigue (sólo cuando la mierda les salpica de lleno se llevan las manos a la cabeza y braman, con afectado dramatismo: «¡tolerancia cero contra la corrupción! ¡el que la hace la paga! ¡que actúe la Justicia caiga quien caiga!»… mientras esperan que un nuevo escándalo de "los otros" camufle su pestilente hedor a podredumbre.

El mapa de la corrupción en España es vastísimo y variadísimo; toca todo el territorio y todos los sectores. PP, PSOE, CIU, IU, CC, PNV, sindicatos, medios, ongs, jueces, policías, fiscales, banqueros, empresarios, "intelectuales", realezas… aquí está pringado hasta el que no existe. Cientos de casos de corrupción que se van sumando año tras año SIN QUE NADIE PAGUE. Con total y vergonzosa impunidad. ¡Cómo aborrezco esa palabra! IMPUNIDAD. Éste es el verdadero mal de España. La maldita impunidad. El saberse justificado y arropado por "los nuestros" (al menos hasta que uno tenga el pie en el cadalso, cosa que no sucede a menudo).


Por eso, la única solución posible para limpiar de una vez por todas esta mierdocracia a la que mantenemos con nuestro sudor y nuestras lágrimas es arrancar las malas hierbas de raíz, extirpar el cáncer, aniquilar la plaga (utilicen la metáfora que más les guste). Y para ello necesitamos dos cosas: una, que la Ley actúe con todo su peso, TODO, "caiga quien caiga"; y dos, que creemos un Eliot Ness. Un Fiscal Anticorrupción intocable e incorruptible que se rodee de sus Malone, Wallace y Stone, un equipo de intocables e incorruptibles con pleno poder para meterse hasta la cocina y más allá de cualquier organización o administración sospechosa; y con auténtica obsesión por la limpieza y la desinfección. Y si hay que construir más prisiones, se construyen, que hay mucho albañil en paro. Será por ladrillos…


Sólo así, con persecución implacable y penas ejemplares, limpiaremos este país de Al Capones, Bárcenas, Pujoles o Griñanes. Porque son nuestras carteras las que se están llevando, es nuestro dinero el que están robando, a manos llenas, para disfrutar de los placeres inagotables que otorga el poder, y del poder intocable que otorga el dinero. Y no son "los otros" quienes lo están haciendo, son "los nuestros". Con la impunidad de nuestra justificación. ¿Se lo vamos a seguir permitiendo? ¡No, gracias! ¡No, gracias! ¡No, gracias!


Por terminar con otra cita cinéfila, en La ley del silencio es el Padre Barry (Karl Malden) quien define nítidamente el origen del mal, ya sea en los muelles neoyorquinos o en los despachos patrios: «¿Os digo qué tienen de malo los muelles? El amor al dinero maldito. Y para vosotros el amor al dinero es más importante que el amor al prójimo». Pues eso, el dinero maldito. Y la codicia. Y el clientelismo moral. Y el desprecio al prójimo. Ya lo dijo la Biblia, pero no le hicimos caso: «el amor al dinero es la raíz de todos los males». De los nuestros, desde luego, sí.

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