Existen dos diferencias
importantes entre Forrest Gump y Nacho Dean. Los dos recorrieron
miles de kilómetros a pie, cierto, pero Forrest lo hacía sin saber para qué, no
tenía causa ni propósito; tampoco destino: cuando se cruzaba en su camino un
océano daba media vuelta, sin más. En cambio, Nacho ha recorrido 33.000 kilómetros
por una buena causa: concienciar sobre el calentamiento global y el cuidado del
planeta, recordándonos que es el único que tenemos y, de paso, lo maravilloso
que es; y además, a Nacho ningún “charco” logró detener su vuelta al mundo. Y
es más, como se vio obligado a salvarlos utilizando barcos y aviones, al
finalizar su reto se le quedó clavada la espinita de no haberlos cruzado a
nado. Una espinita que Nacho se va a quitar de golpe a partir del próximo 8 de
junio.
Y es
que el 8 de junio, Día Mundial de
los Océanos, es el que ha elegido este aventurero extremo, soñador e
inquieto para comenzar su nuevo reto: unir los cinco continentes nadando. Y de
esta manera, cerrar el círculo de su “marcha mundial por la naturaleza y el
planeta Tierra” (Earth
Wide Walk), que le llevó 3
años de su vida, 12 pares de zapatillas durante 33.000 kilómetros por 31 países y
un sinfín de experiencias, anécdotas y aprendizajes, acompañado únicamente por
su inseparable “Jimmy Águila Libre”, su carrito. Bueno, acompañado también por
sus sueños, su mente abierta de par en par y las miles de personas que se
cruzaron en su camino, todas ellas buenas gentes rebosantes de humanidad y
generosidad.
Un sueño bajo la tormenta
Cuando Nacho se embarcó
en su anterior aventura, ni siquiera sabía si iba a volver (de hecho, pudo
haber sucedido en dos o tres ocasiones de peligro cierto); y cuando regresó,
más vivo que nunca, sólo pensó en encerrarse en su rincón de Cuitu de Siero
(Asturias) a escribir su libro, su memoria del viaje (“Libre y salvaje”, Ed. Planeta). Eso le llevó
un tiempo, que también terminó. ¿Y a hora qué?, se preguntó entonces. La
respuesta le llegó en un sueño: «Esa noche había una fuerte tormenta y me
desperté de golpe; un trueno, probablemente. Lo curioso es que recordé
perfectamente lo que estaba soñando: me
encontraba en mitad del océano, batiéndome contra las olas, nadando con todas
mis fuerzas. Y me dije, ¡ya está! Lo vi con toda claridad.»
Enseguida
sintió que ese sueño era su nueva
misión. Le estaba marcando el camino. Nacho no necesitaba ni
pretendía hacer historia, ni demostrar nada al mundo, ni ninguna otra de las
motivaciones que mueven a otros aventureros, a otros “locos” (la gloria, una
promesa, una expiación…). No, para Nacho la
única motivación es su sueño, su pasión, la certeza de que eso es lo
que tiene que hacer. Punto.
Y su
mensaje. Que es el verdadero propósito de esta misión. Y si en su odisea a pie
la protagonista fue el planeta Tierra, en esta podemos decir que es el planeta
Agua. El mar está sufriendo como nunca, ya casi hay más plástico que peces en
los océanos. Gigantescas islas
flotantes de plástico y basura que las corrientes han ido
formando y son imposibles de eliminar. Pero lo peor está en por debajo de la
superficie: los microplásticos,
plástico en descomposición que es devorado por aves, peces, tortugas y demás
criaturas marinas y causa su muerte por millones. «Nos creemos que el mar traga
con todo, denuncia Nacho, y hay basura hasta donde no llega la luz solar.» Y no
olvidemos que, además de la despensa del planeta, el océano es su principal
pulmón.
Cinco estrechos para unir cinco continentes
Europa y África a través
del Estrecho de Gibraltar; Europa y Asia por el Bósforo, en Estambul, o desde
Kastelorizo, la isla griega más cercana a Turquía, y declarada parque natural
marino; Asia y América a través del Mar de Bering, que une Alaska con Siberia;
Asia y Oceanía por el Mar de Bismark en Papúa Nueva Guinea, isla que pertenece
mitad a Indonesia y mitad a Oceanía; y finalmente África y Asia cruzando el
Golfo de Áqaba, en el Mar Rojo, nexo entre Egipto y Jordania. Serán travesías
de 3 a 20 kilómetros en las que Nacho se va a encontrar fuertes corrientes, niebla, vientos y oleaje,
aguas heladas, medusas y tiburones, alta salinidad… Un plus de
dificultad y de peligrosidad que hay que tener muy en cuenta.
Y es
que gran parte del éxito de esta aventura está en planificar perfectamente cada travesía.
El tráfico de buques, las posibles corrientes, médicos deportivos, los
hospitales más cercanos (por si los tiburones), todo tipo de permisos y
trámites. El barco de apoyo -y el patrón- será diferente en cada estrecho, pero
el equipo será siempre el mismo.
El
entrenamiento también ha sido fundamental. En primer lugar, el físico: Nacho
lleva meses entrenando a diario en piscina y en aguas abiertas por todo el
litoral español; siguiendo los consejos de otros nadadores expertos en larga
distancia, como Jacobo Parages o Toni Portabella. Porque Nacho no es
un especialista, ni mucho menos; de hecho, nunca había nadado en aguas abiertas
hasta ahora. Sabía nadar, claro, como todos, pero no es lo mismo hacerte 20 largos en una piscina
que 20 kilómetros en el mar. Ha sido una labor intensa de todo un
año, cinco o seis horas diarias, seis días a la semana. Y además sin
entrenador, ni preparador físico, ni nutricionista, ni psicólogo; tan solo los
consejos de amigos deportistas, su fisio y los vídeos y libros que devoraba sin
moderación. Lo suyo es completamente autodidacta y nuevo para él, algo que le
añade más mérito, si cabe. Todo a base de horas, tesón y coraje. De fe y
convicción. Y mucha cabeza.
Porque en esta especialidad la mente
juega un papel esencial. Lo mismo que el control y la planificación de cada
etapa. «Aunque siempre vas a vivir situaciones que son imposibles de prever ni
de planificar». En situaciones de riesgo hay que saber tomar decisiones; existe
una línea muy fina entre la ambición, el desafío y la sensatez, el sentido
común. Puede que sus desafíos a la cordura y al confort (tan de esta sociedad)
sean difíciles de entender, puede que parezcan una locura sin sentido, pero en
realidad hay muchos años de entrenamiento, muchas situaciones extremas vividas
en otros retos que le definen sus límites, y toda una vida haciendo deporte. Y,
por supuesto, un potente mensaje.
Este planeta es maravilloso. Y además no tenemos otro
Sí, esta “locura” de Nacho, lo mismo que la anterior,
pretende concienciarnos sobre la conservación del planeta, de los peligros del
cambio climático y de utilizar el mar como vertedero universal. Despertar a la
gente desde la acción y la pasión, más que desde la culpa; apelar a la emoción,
a la belleza, al reto deportivo, a la inspiración… «¡Eso sí que es motivador!
Más que amenazar con la destrucción de este mundo, mostrar toda su belleza. No
hace falta descubrir otro planeta; tenemos uno maravilloso, valiosísimo, que
merece la pena cuidar».
Y debemos convencernos también de que
nuestra aportación, por muy pequeña que parezca, es importante. Cada gota
cuenta. Reciclar, recoger basura, limpiar las playas, educar a los hijos, dar
ejemplo… «Hay que creer en el poder individual de la gente», se reafirma Nacho.
Para él, «éste es el verdadero progreso, la capacidad de mejorar el mundo. No
puede ser que la evolución de una especie acabe con el medio en que vive». Hay
que buscar la sostenibilidad, las energías renovables, la agricultura y
ganadería ecológicas; reciclar, sí, pero también reducir el consumo, aprender a
vivir con menos. Y volver a la naturaleza: `porque algo hay en la naturaleza que es
salud, que es equilibrio, que es vida. Y valores de verdad, de honestidad. El contacto
con la naturaleza es algo que buscamos porque lo necesitamos.
«El planeta es mi hogar,
la naturaleza es todo lo que necesito. Cuando estoy inmerso en ella conecto con
lo más profundo de mi espíritu y mis instintos. Y me siento libre, salvaje,
invencible». También es nuestro hogar, el tuyo y el mío. Y se merece que lo
cuidemos. Una buena forma es ayudando
y apoyando a Nacho Dean en su aventura marina.
¡A por ello, Nacho! Y gracias.
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