Toda su vida cabía en una maleta. Su nombre,
hacía años que se le había olvidado, porque hacía años que nadie lo
pronunciaba. Hacía años que lo había perdido todo. Su fortuna, su salud, sus
sueños, su dignidad, su esperanza. Incluso su autocompasión. Ni siquiera sabía
cuándo ni por qué lo había perdido todo. Sus recuerdos estaban tan borrados en
su memoria como borrada estaba su vida en este mundo. Estaba muerto, aunque le
quedara vida. Y eso era lo que le mataba.
Pero
un día, sin saber por qué, después de tanto tiempo viviendo muerto, decidió
resucitar. Así, por las buenas. Decidió tirar su maldita enfermedad incurable
por la ventana y recuperar su dignidad, su esperanza, sus sueños. Decidió
volver a la vida, con un único objetivo: encontrar la Muerte. La buena, la
verdadera, la
definitiva. La liberadora. Y así, por las buenas, una mañana
cualquiera de un mes cualquiera, el hombre sin nombre metió lo que le quedaba
de vida en su maleta, se despidió de su yerto mundo y partió en busca de la
Muerte.
No habría
de ser difícil, se dijo. Después de meses cavilando su viaje, lo tenía todo
preparado. Y sabía exactamente dónde se encontraba su parada final. Día tras
día había mascullado una y otra vez aquellos versos malditos, que encerraban la
clave de su destino:
Reina el
Silencio en los oscuros bosques de Vaal.
Y los
árboles no balancean sus angostas ramas,
Sus ramas
abatidas, vacías, sus ramas muertas.
Y sus hojas
yacen secas y apagadas ¡muertas!
Sobre el
frío suelo de los bosques perdidos de Vaal,
En los
oscuros, fríos y yertos bosques de Vaal.
Reina la
Muerte en los oscuros bosques de Vaal
Y una forma
se yergue, poderosa, en el vacío;
Y trepan sus
majestuosas torres hacia el cielo infinito
Y se
extienden sus muros de fuego hacia el espacio infinito.
Y la forma
que se yergue en el vacío es la morada de la Muerte.
Y se alza,
silenciosa, en los oscuros bosques de Vaal,
En el mismo
centro de los tristes bosques de Vaal.
Y reina el
Silencio en los oscuros bosques de Vaal
Pues reina
la Muerte en los oscuros bosques de Vaal.
¡Ah, los bosques de Vaal! Allí le esperaba su
querida y anhelada Muerte. Allí le esperaba su liberación final. El silencio
imperturbable, el reposo absoluto, el descanso eterno, por los siglos de los
siglos. AMÉN.
No tardó mucho en llegar, pues cuando vas en
busca de la Muerte el viaje siempre se hace corto. Y no sentía ningún temor,
tan sólo una profunda —aunque esperanzada— resignación. Y una cierta
melancolía. En silencio, atravesó los tristes bosques de yertas ramas, sumido
en sus lóbregos pensamientos, en sus vivos deseos de encontrar a la Muerte
liberadora.
Mas
cuando por fin llegó a las puertas de Su morada, en el mismo centro de los
oscuros bosques de Vaal, después de tanto tiempo deseándolo, anhelándolo tan
intensamente, tan desesperadamente, ni siquiera él estaba preparado para lo que
allí encontró.
Gritó. Pataleó. Golpeó. Gimió. Maldijo. Lloró. Se desmoronó. No,
no se esperaba tan miserable crueldad, ni siquiera de Ella. Pero allí estaba,
ante sus ojos incrédulos, como una burla infame y maldita grabada a fuego sobre
el acero, en la negra y fría puerta de la morada de la Muerte:
“CERRADO POR
VACACIONES”.
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