Como todas
las mañanas, a la misma hora, Ángel estaba esperando el autobús. Pero no el
suyo. Ya no. Ahora sólo esperaba el de ELLA. Como todas las mañanas desde hacía
ya 6 días, no podía pensar en otra cosa. Y aquella noche, como todas las noches
desde entonces, tampoco había soñado con nada que no fuera ELLA. Ángel estaba
expectante y muy nervioso. Sólo quería volver a verla. Nada más. Saber que
estaba bien, que no le había pasado nada malo. Sólo eso y nada más. Faltaba aún
un minuto para las 6. ¡Una eternidad! ELLA había aparecido cada día
invariablemente a las 6 en punto de la mañana, sentada en el mismo asiento,
mirando por la misma ventana, apoyado su rostro contrito sobre el mismo frío
cristal, iluminados sus ojos tristes por la pálida luz de la misma triste
farola. Emanando de su alma herida la misma persistente melancolía. Todos los
días, a las 6 en punto.
Medio minuto
todavía. ¡Ah, qué insoportable espera! Ángel temblaba de pura ansiedad. ELLA se
estaba convirtiendo en una droga enloquecedora. Su dosis, cada día a las 6 en
punto de la mañana. No
necesitaba nada más. Hasta ese momento.
Ángel tomó
una determinación. Peligrosa, pero irremediable. Necesitaba aumentar su dosis
de ELLA. Se arriesgaría. Sí. Esa mañana, subiría al autobús. Se sentaría junto
a ELLA. Le diría lo que sentía por ELLA, lo mucho que necesitaba conocerla,
quererla, tenerla. Le cogería sus frías y frágiles manos y las calentaría entre
las suyas; miraría a sus tristes ojos y les daría un poco de luz, un poco de
consuelo, de paz. ¡La amaría eternamente! ¡Sí, eso haría! Amarla por toda la
eternidad.
Las 6 en
punto. Y ahí estaba su autobús. La línea 6. Se detuvo pesadamente y abrió sus
puertas con un potente suspiro, invitándole a entrar. Ángel tragó saliva y
subió sin mirar siquiera al conductor. Sólo la buscaba a ELLA. Estaba sola,
como siempre, en el autobús inmensamente vacío. Ángel se sentó a su lado, en el
asiento número 6, y la miró complaciente. ELLA volvió sus tristes ojos hacia
él, sonrió casi imperceptiblemente y le dijo «Gracias». Y en ese mismo
instante, ELLA desapareció.
Como todas
las mañanas, a la misma hora, Rosa está esperando el autobús. Pero no el suyo.
Ya no. Ahora sólo espera el de ÉL. Ayer lo vio por primera vez y ya no pudo
pensar en otra cosa. Parecía tan triste…
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