Lo bueno de escribir un libro y que ese libro guste y se venda y se
comparta y se regale, es que la editorial te da la oportunidad de ver la Feria
del Libro desde un punto de vista (para mí) inédito hasta hace sólo un par de
semanas: formando parte del escaparate. Es una experiencia curiosa permanecer
sentado, esperando, observando, viendo pasar ante tus ojos expectantes a
cientos de anónimos lectores que pasean su curiosidad de caseta en caseta, de
famoso en famoso, con su bolsa oficial portando quizá un ejemplar o dos (aunque
dicen que este año han subido las ventas ¡casi un 10%!), a la caza de firmas
más interesantes que las de este escritor en ciernes y su socio fotógrafo. Un
par de novatos con el boli presto y la mirada suplicante —acechante— ante
cualquier potencial comprador que se acerque a la caseta 153 y realice el más
mínimo amago de ojear tu libro y de desear, quizá, que lo inmortalices con tu
ensayada dedicatoria: “Para Pilar, con afecto. Espero que estas historias te
inspiren y te ayuden en los buenos momentos y en los más difíciles. Un abrazo.
Pepe.”
Lo sorprendente es que las peticiones
llegan. Con cuentagotas, pero llegan. Y te llenan. Un extraño gozo recorre tu
médula de arriba abajo cuando, después de firmar tu primer ejemplar a una señora
de lo más amable y agradecida —que lo quiere dedicar a su hija que está pasando
por un momento delicado; ella y el marido están sin trabajo, ya sabes; y con
dos niños pequeños…—, eres plenamente consciente del hecho en sí: ¡he firmado
mi primer ejemplar en la Feria del Libro! El sacrosanto Olimpo donde firman
todos esos dioses inalcanzables que venden libros por millardos, han escrito no
sé cuántos best sellers o han ganado yo qué sé cuántos premios importantísimos.
Y te sientes a un tiempo enano y gigante. Y te hinchas como un palomo del
Retiro, que serán, con toda probabilidad, los más chulos de Madrid.
Pero acto seguido rebobinas. Y piensas en lo verdaderamente importante
del hecho en sí. Piensas en esa señora, probablemente viuda, con una mísera
pensión que ahora tendrá que estirar lo imposible para poder ayudar a su hija y
a su yerno y a sus dos nietos, que lo estarán pasando dramáticamente mal. Y
piensas que, en circunstancias tan terribles, ese libro, tu libro, va a llevar un soplo de esperanza, de optimismo, de
coraje, de empatía, de superación a esa pobre familia, a través de las historias
inspiradoras de Irene Villa, Nando
Parrado, Pablo Pineda, Miriam Fernández, Marimar García, Albert Espinosa, Jaume
Sanllorente, Rafa Nadal y los demás protagonistas de Lo Que De Verdad Importa. El
libro.
El goteo de firmas continúa durante un par de horas. Amigos, familiares,
desconocidos. Y se llevan un libro, dos, tres, cada uno dedicado a una persona
cercana, supones; cada uno dedicado a una persona que tal vez lo necesite, o a
la que simplemente le venga bien un poco de lectura edificante; alguien a quien
quieren, eso seguro. Y piensas en lo acertado de la frase promocional que
destella su amarillo huevo sobre el corazón blanquiazul de la portada: “Regala
este libro a alguien que de verdad te importe”. Y eso lo resume todo.
Y vuelves una semana después, último domingo de Feria. Y la emoción
palpitante del primer día se desboca ya de forma incontrolable. Porque ese día
no sólo acudes a firmar, a observar y ser observado —o ignorado— desde el
escaparate de la caseta 153. Ese día acudes a la Feria del Libro, al Olimpo de
los dioses literarios, a presentar tu obra (ver resumen de la presentación) En el pabellón principal. Con
público. Lleno total. Y piensas: “¡Bien, Pepe, aquí estamos; disfruta el
momento porque es difícil —¿imposible?— que esto se vuelva a repetir.” Y
disfrutas, ¡vaya si disfrutas! Pero no por estar ahí, sobre tan insigne
estrado, ante un público previamente rendido —y algún curioso que no opone
resistencia—, soltando el speach preparado, interiorizado y sentido de corazón.
No. Disfrutas como un enano porque estás rodeado de gente a la que admiras
profundamente: María Franco,
directora general de la Fundación LQDVI
y una inagotable fuerza de la naturaleza (humana); Pilar Cánovas, su inseparable cómplice de tantas hermosas batallas;
Dani Losada, mi cómplice en esta
historia, un tipo que logra retratar el alma de la gente a la que fotografía,
aunque se encuentre de espaldas; Pablo
Pineda, una montaña rusa emocional que te hace reír y llorar intensamente
en el mismo minuto, un ejemplo de coraje, tesón y de sentido del humor como
pocos; Miriam Fernández, guapísima,
artistaza, gran comunicadora y permanente transmisora de sonrisas; Marimar García, siempre ahí, al pie del
cañón, presta para lo que sea, aunque tenga el cuerpo paralizado de cuello para
abajo; Fabiola, mujer de Bertín Osborne, madre coraje de Kike y alma generosa de las que da sin
medir lo que da. Todos ellos protagonistas de las historias —vividas, reales— que
se relatan en Lo Que De Verdad Importa.
Y culminando la mañana, camuflados entre
el público, dos espectadores sorpresa, protagonistas reales de una de las
historias más estremecedoras y conmovedoras que se han llevado al cine en los
últimos años: María Belón y su
marido Quique Álvarez, milagrosos
supervivientes del tsunami que arrasó Tailandia en 2004 y para los que no
existe “lo imposible”. Como tampoco para Jacobo
Parages, protagonista de otra hazaña marítima con doble buena causa, que
tampoco faltó a la cita (y del que escribiré largamente la semana que viene).
Una mañana mágica, inolvidable, y probablemente irrepetible. Y uno, al
regresar a casa después del subidón emocional (y tras la frenética firma de
libros a cuatro manos: Miriam, Pablo, Dani y yo), recostado en su vieja mecedora
de lectura, a sólo un pasito del sueño sestero, piensa: “¡Qué suerte tienes,
Pepe, qué suerte tienes! Desde que escribiste este libro no has parado de
conocer gente buena.” Y sí, eso es, al
fin y al cabo, lo que de verdad importa.
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