Sucede a veces, en este mundo insensible y globalizado, que llega de pronto un nuevo fenómeno a través de Internet capaz de conmover a millones de personas de todo el mundo con una simple canción, o con una triste historia. El último protagonista de esta emoción global que ha llegado a mis lacrimales lo es por partida doble, pues tiene la canción y la historia, ambas igualmente conmovedoras. Su nombre es Sung-bon.
Sung-bon Choi es un chico
corriente con apariencia corriente. Viste una sencilla camisa de cuadros y unos
vaqueros cuando entra, cabizbajo, en el escenario del concurso televisivo Koreans Got Talent, arrastrando cada
paso hasta llegar al micrófono. Sin mostrar expresión alguna en el rostro –ni
nerviosismo, ni miedo escénico, ni alegría, ni tristeza, ni presión. Nada-
saluda a los tres miembros del jurado inclinando la cabeza y cuenta su
historia: “Tengo 22 años. He vivido en circunstancias muy difíciles –primer
atisbo de emoción: se frota las manos, incómodo-. Cuando tenía tres años fui
abandonado por mis padres en un orfanato y al cumplir cinco me escapé, para
huir de los golpes y los malos tratos; durante diez años viví en la calle,
solo, vendiendo chicles y bebidas energéticas. Dormía en las escaleras del
metro, en los baños públicos. No fui al colegio, aprendí a leer por mi cuenta;
el instituto fue mi primera escuela…”
En los rostros del público, y en los del
habitualmente cínico jurado, comienzan a asomar leves signos de emoción –un
dedo que seca con disimulo el ojo humedecido, párpados que no osan pestañear,
cierto tembleque en los labios-. Sung-bon prosigue su historia, su cara y su
voz igualmente inexpresivas: “una noche, cuando estaba vendiendo chicles en un
night club vi a una cantante en el escenario y quedé fascinado con su voz, con
la sinceridad en su forma de cantar. Desde ese momento, yo también empecé a
cantar.” No canta bien, dice, pero cuando lo hace siente como si fuera otra
persona. Y disfruta, porque cantar es lo primero –lo único- que le ha gustado hacer
durante sus 22 años de vida. No ha dado clases de canto, claro, simplemente
escuchaba cantar y practicaba por su cuenta.
Se apagan las luces, público y jurado permanecen
atentos, expectantes. Se escuchan los primeros acordes de Nella Fantasia, el piano, los violines… y una perfecta voz de
tenor, inimaginable en su rostro de niño, bellísima, potente y modulada, entona
los versos escritos por Chiara Ferraù y musicados por el genio Morricone: “Nella
fantasia io vedo un mondo giusto…” (“en mi fantasía veo un mundo justo / todo
el mundo vive en paz y honestidad / Sueño con almas que son siempre libres /
como nubes que vuelan”). El público ya no disimula y llora abiertamente, se
pone en pie, aplaude, ovaciona al tímido Sung-bon; el solemne jurado se
conmueve hasta el punto de no poder apenas emitir su veredicto: la emoción no
deja salir las palabras “En estos momentos sólo deseo abrazarte”. No puede
decir nada más.
Finalmente, Sung-bon pasa la prueba, y a
la siguiente ronda del concurso. Se despide inclinando la cabeza, humilde y
agradecido, y se retira del escenario. En el backstage, por fin, él también se
deja llevar por la emoción. Sonríe, se relaja. Se abraza a los presentadores
del programa (No tiene familia a quien abrazarse; no tiene amigos que lo hayan
acompañado en el que, con seguridad, es el día más importante de su vida… hasta
ahora). “Has hecho un buen trabajo, Sung-bon, estamos muy orgullosos de ti.
Sigue con ello, lucha por tus sueños”. En espera de la siguiente ronda, se
retira por el largo pasillo del estudio de televisión, caminando despacio. Solo.
Aunque ahora menos: 50 millones de coreanos ya se han convertido en sus incondicionales
fans, en rendidos admiradores de su pasión, de su voz y de su tesón. Y unos
millones más, de todo el mundo, se han conmovido también con su actuación y con
su historia a través de internet. Es sólo el principio de su fantasía.
Las coincidencias entre el joven coreano
Sung-bon y el británico Paul Potts van más allá de haber interpretado Nella Fantasia y haber vivido su propia
fantasía musical tras triunfar en un programa de televisión después de una vida
de penurias. Es, sobre todo, su capacidad de conmover a través de la música. En
el caso de Paul Potts, un tímido vendedor de móviles de enfermiza inseguridad,
sonrisa imperfecta y mirada miope, el fenómeno sorprendente-emocional tuvo
lugar en 2007, en el concurso Britains Got Talent. Después de cuarenta años
soportando humillaciones y maltratos por su aspecto y por su pobreza, después
de varios accidentes graves y largas enfermedades, después de tantas
oportunidades negadas a su talento para triunfar justamente, el día que salió
al escenario ante dos mil espectadores escépticos y un jurado directamente
burlón, toda su vida pasada y trágica se borró en un instante.
En el momento en que su voz perfecta
comenzó a cantar el primer verso del Nessum
Dorma de Puccini, “Que nadie duerma…”, no sólo nadie se durmió, sino que,
puesto en pie, el público en pleno ovacionó atronadoramente al tímido Potts,
que continuaba impertérrito su impactante y sorprendente actuación. Cuando
llegó al agudo final, “¡Al alba venceré!...”, público y jurado estaban ya
absolutamente vencidos, estremecidos y conmocionados por ese huracán de voz con
apariencia de soplo insignificante. “Toda mi vida me sentí insignificante, pero
después de esa primera actuación percibí que soy alguien: ¡soy Paul Potts!”
Hoy, ese vídeo es uno de los más vistos en la historia de Internet, millones de
visitas de millones de personas que se siguen emocionando –y algunas
directamente lagrimeando- al escuchar a ese tipo corriente de talento
extraordinario al que, no sabes por qué, sólo de verle quieres desearle que
todo le salga bien (y le va bien, ya ha vendido millones de discos).
La archiconocida historia de la Susan Boyle, la otra
sorprendente triunfadora en el programa Britains Got Talent, en 2009, transcurre curiosamente al
revés. Tras 48 años de vida tranquila y feliz, después de arrollar con su
interpretación de I Dreamed a Dream (Les Miserables), su sueño
cumplido se convirtió en pesadilla y el éxito inesperado acabó llevándola a un
centro psiquiátrico por agotamiento y cansancio emocional. Parece que siguiera
la letra de su propia canción: “Yo tenía un sueño donde mi vida sería muy
diferente a este infierno donde vivo… ahora la vida ha matado el sueño que
soñé”. Afortunadamente, el sueño ha vuelto a ser un sueño y la carrera de Susan
Boyle un éxito que la ha llevado incluso a batir varios records en ventas,
con debuts espectaculares, números uno en EE.UU. y Gran Bretaña y cifras que
han superado a las mismísimas Lady Gaga y Beyoncé (cosa que
es de celebrar por partida doble).
Bonita entrada, muy conmovedora...puede que sí, que aún tengamos remedio, seamos optimistas...
ResponderEliminarUn saludo!!!
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