viernes, 11 de junio de 2021

Orquesta de Cateura: reciclar basura para reciclar personas




Asunción, Paraguay. A unos nueve kilómetros al sur de la capital Cateura se despliega a orillas del río Paraguay como una inmensa ciudad de inmundicia, de miles de chabolas hacinadas en desorden alrededor de la basura; una ciudad de pobreza, suciedad y polvo (o barro, según la estación). Más de 25.000 personas viven (sobreviven) en un espacio que no es de nadie y no tiene nada. Por no tener, ni siquiera tiene reconocimiento oficial, lo que significa que no hay calles asfaltadas, no cuenta con electricidad ni agua potable, no existen servicios municipales de ninguna clase. Ni los más mínimos. En Cateura las casas están construidas y amuebladas con basura, y los niños apenas tienen con qué jugar, salvo la propia basura; lo que encuentran arrojado en el gigantesco vertedero (el más grande de la región) que es a un tiempo el sustento y la tragedia de los habitantes de este pozo de miseria. De él viven miles de familias, en él bucean cada día miles de adultos y niños, hombres y mujeres, en busca de algo que rescatar. Un juguete, un aparato, algo de ropa, un mueble viejo… Cualquier objeto desechado por alguien más afortunado que ellos. Cualquier cosa que ellos puedan resucitar y a la que puedan proporcionar una nueva vida. Una utilidad. Lo que sea. Porque en Cateura no se deshecha nada, nada se da por perdido. Ni los objetos… ni las personas. Y lo mismo que una lata o unas tuberías desahuciadas se pueden reciclar en instrumentos musicales, por ejemplo, la pobreza extrema de muchos de estos niños se está reciclando en esperanza, en futuro, en dignidad. No se trata de un milagro; es, simplemente, un proyecto maravilloso creado por una persona excepcional: Favio Chávez.

Favio comenzó su aprendizaje musical en Sonidos de la Tierra, un innovador programa de emprendimiento social, que busca transformar las comunidades rurales de Paraguay utilizando la música para crear capital social y reducir la pobreza. El programa fue creado en 2002 por el Maestro Luis Szarán, director de orquesta, compositor, investigador musical y emprendedor social, y su misión es promover la formación de escuelas de música, agrupaciones corales y orquestales, asociaciones culturales o sociedades filarmónicas, talleres de lutería y becas de perfeccionamiento a líderes musicales. Cualquier tema relacionado con la música que pueda significar una salida, una esperanza, para miles de jóvenes sin recursos en uno de los países más pobres del hemisferio occidental. Una bella iniciativa sobre el poder de la música como elemento de transformación social. Y un proyecto que enamoró a Favio desde el primer momento; para él fue algo novedoso y revelador. Nunca nadie —ni el estado ni ninguna institución o empresa— había planteado algo parecido. Un aprendizaje gratuito para los niños y jóvenes carentes de todo recurso pero rebosantes de ilusión y de pasión por la música.

 

Una ciudad nacida de la basura

Durante un año, Favio recorrió Paraguay para llevar Sonidos de la Tierra a cada rincón del país, entrevistándose con las comunidades y los educadores, con políticos y religiosos, con la gente; sobre todo con la gente, con el pueblo, los verdaderos protagonistas de la historia. Uno de esos viajes le llevó hasta Cateura, una ciudad nacida de la basura donde malviven dos mil quinientas familias junto a uno de los vertederos más grandes del país. Cada día, mil quinientas toneladas de basura se vierten en ese gigantesco océano de desperdicios; y cada día, miles de niños y adultos escarban en busca de algo que reciclar. Es su medio de vida. Su único medio de vida.



Favio se quedó horrorizado cuando vio las condiciones en las que vivían aquellas pobres gentes, y se le revolvió el estómago al ver aquel auténtico ejército de niños zambulléndose en la basura, conviviendo cada día con la suciedad y la enfermedad, con los parásitos, las ratas. «No es un lugar donde debería vivir la gente», pensó. «¡Es donde toda la ciudad arroja su basura!». Favio decidió que tenía que hacer algo por aquellos niños, que debía centrar sus esfuerzos en ayudarles a escapar de esa vida de basura y miseria, sin perspectiva de futuro, sin salida más allá del vertedero, las drogas o la delincuencia. Su experiencia previa como director de orquesta en Caperuguá le inspiró la idea de crear un pequeño conjunto musical con aquellos chavales, ansiosos por aprender. La noticia corrió a gran velocidad por las calles retorcidas y polvorientas de Cateura, de un extremo a otro de la ciudad, rebotando de chabola en chabola. Fue como una luz, brillante y esperanzadora. En poco tiempo una multitud de niños y adolescentes estaba llamando a las puertas de Favio, en busca de una oportunidad. El problema, claro, era que la cantidad de candidatos multiplicaba el número de instrumentos disponibles. Más o menos cinco violines para cincuenta aspirantes a violinistas; y una proporción similar con el resto de instrumentos. Pero la iniciativa había llamado la atención de mucha gente, y su impacto era ya imparable. Fueron llegando personas de todas partes que se ofrecían para ayudar en el programa de construcción de instrumentos, que formaba parte del proyecto; por desgracia, los materiales eran demasiado caros e inaccesibles para los niños de Cateura. En realidad, nada que no procediera de la basura era lo suficientemente barato para ellos. Pero, «que no tengamos nada no es excusa para no hacer nada», decidió Favio. Y entonces se le encendió una lucecita. Si nuestros recursos son tan escasos, busquémoslos en aquello que jamás escasea en Cateura: la basura. La solución más lógica y natural, desde luego. Pero ¿funcionaría? Por supuesto, si cuentas con el maestro lutier adecuado.

 

Música como instrumento de esperanza

Y ahí es donde Favio conoció a Nicolás. Un rescatador de basura, al igual que toda su familia; otra historia más de supervivencia de todos los días, sin horas de descanso, sin domingos, sin un minuto de vacaciones. Nicolás lleva toda una vida reciclando y vendiendo aquello que encuentra en el vertedero y que pueda ser de alguna utilidad, una vez ha pasado por sus manos. También instrumentos musicales, claro. Favio le propuso trabajar para su incipiente orquesta, fabricando instrumentos de todo tipo a partir de la basura. Nicolás aceptó. Feliz por ser útil. Y sin preguntar siquiera cuánto iba a cobrar. Cogió una tacita de aluminio, le añadió una tabla, tensó unas cuerdas y probó… Y aquello sonó. Maravillosamente desafinado. A priori parecía un imposible, pero el instrumento funcionaba. Quizá no para tocar en el Konzerthaus de Berlín, pero sí al menos para que un niño rebosante de ilusión pudiera aprender a tocar, a dar sus primeras lecciones con cierta dignidad. Esa es precisamente la verdadera recompensa para Nicolás, escuchar a un niño tocar sus instrumentos sacados de la nada, de la miseria. Y, por supuesto, es la felicidad total para los jóvenes músicos. Poder aprender, vislumbrar una salida de la miseria; y también poder transmitir y compartir los sentimientos que llevan dentro —su rabia, su deseo, su pena, sus miedos, su alegría, su rebeldía, su amor—, algo que es parte de la música tanto como del ser humano.  



«El mundo nos envía basura y nosotros le devolvemos música», nos dice Favio. Música que suena maravillosamente, por cierto, en las manos de estos jóvenes. No importa de qué estén hechos sus instrumentos: un chelo que antes fue una lata de aceite o un tambor de productos químicos, una madera de pallet y viejas cucharas y tenedores a modo de clavijas. O un saxofón hecho con viejas cañerías, mangos de cuchara, monedas y botones. O una flauta que tuvo otras vidas como tubería, pedazos de cubiertos y candados. Y violines y contrabajos y baterías construidos con latas de pintura, de aceite o de batata, con tablas y cucharas de madera, con una fuente de pizza, un tenedor para hacer pasta, radiografías, latas de cerveza, bidones… De toda esa basura reciclada, de la ilusión y el talento de esos chicos igualmente reciclados, Favio ha logrado extraer sonidos que antes eran impensables, de una belleza y una armonía que no tienen nada que envidiar a la maestría de Yo-Yo Ma, Malikian o la Filarmónica de Viena, al menos en pasión y amor a la música; en capacidad de transmitir emoción, que es siempre lo más difícil de conseguir. Las Suites para chelo de Bach, el Verano de Vivaldi, la Serenata Nocturna de Mozart, el canon de Pachelbel o el Himno a la Alegría de Beethoven cobran un nuevo sentido cuando sus notas salen —hermosas, llenas de vida— de estas latas, cañerías y cucharas. Lo mismo que éxitos populares como ImagineLa pantera rosa o El Humaguaqueño. Porque toda esa música, cuando es interpretada por la Orquesta de Instrumentos Reciclados de Cateura, es mucho, muchísimo más que música.   

Con la ayuda irremplazable de Nicolás (que fue perfeccionando el sonido de sus instrumentos con total maestría), Favio comenzó a dar forma a su orquesta de instrumentos reciclados, una escuela única en el mundo en la que los alumnos no aprenden solo música. La primera lección, para ellos y para nosotros, es que incluso viviendo en el nivel más bajo de la pobreza, careciendo absolutamente de todo, si uno tiene iniciativa, si tiene creatividad, ilusión, hasta la propia basura puede convertirse en una herramienta educativa capaz de cambiar la vida de mucha gente. Y este es precisamente el objetivo de la orquesta: transmitir esa filosofía al mundo. Y es también una lección de vida para sus alumnos: «La construcción de los instrumentos con la basura y el hecho de llegar a un nivel en el que estos instrumentos suenan bien también ha resultado un aprendizaje para que ellos vieran que no todas las cosas son inmediatas, que no todo se consigue ya.»

En un principio, la orquesta de Cateura no iba a ser más que un “disparador social”, una actividad para aprovechar el tiempo útil de los jóvenes, para proporcionarles un poco de ilusión a través del arte. Pero poco a poco se convirtió en algo mucho más grande, mucho más importante y mucho más transcendente. Porque la mayor parte de los jóvenes de Cateura viven en el filo, a caballo entre la pobreza, las drogas, el alcohol, la explotación, la desesperanza… No ven salida. Son como la basura en la que viven y trabajan; deshechos de la sociedad; juguetes rotos, desahuciados de la vida. Pero gracias a la música, gracias a la orquesta de Favio Chávez, muchos de esos adolescentes y niños desahuciados están saliendo del vertedero; están siendo reciclados, como los instrumentos de Nico, en una nueva vida; ahora tienen una oportunidad y desde luego la están aprovechando. Saben lo importante que es para ellos y también para sus familias; de hecho, consideran que es una manera de devolver el esfuerzo que hacen sus padres por ellos, algo que no tiene precio en un lugar donde el alimento o la ropa, los juegos o los libros, escasean de forma dramática.

«La música no va a cambiar o solucionar todos los problemas, pero a través de la orquesta pueden encontrar la estabilidad que no tienen en sus familias o comunidades». Desde luego, a estos jóvenes la orquesta les ha dado mucho más que simplemente enseñanza musical. Les ha dado esperanza. Sueños. Educación. Objetivos. Ha supuesto, sin excepción, un gran cambio en sus vidas. Ahora estos chicos piensan en la universidad, o en hacerse músicos profesionales, o en llevar a cabo iniciativas para ayudar a su comunidad, a otros jóvenes como ellos, que no han tenido tanta suerte. La meta no es sólo formar buenos músicos, también buenas personas; compartir valores. Decirles que lo que de verdad importa no son las cosas materiales, sino el conocimiento, la sensibilidad, las emociones…

 


Teloneros de Metallica

La orquesta de Favio y sus jóvenes maestros se convirtió en un fenómeno social, primero en su país y luego en todo el planeta. Comenzaron tocando en centros educativos, en fiestas populares, en pequeños auditorios de poblaciones pequeñas; allá donde les reclamaban. Su fama se extendió pronto, y comenzaron a ampliar auditorio y repertorio. A partir de 2008, con apenas dos años de vida, empezaron las giras. Europa, Estados Unidos, Latinoamérica, Oriente Medio, Asia. La mayoría de aquellos niños ni siquiera habían salido de Cateura y ahora se veían viajando por medio mundo y actuando ante miles de espectadores en auditorios de prestigio internacional: el Teatro Carré de Ámsterdam, el Millenium Stage del Kennedy Center, en Washington, el Auditorio Nacional de Madrid, el Koncerthus de Oslo, el Coliseo de Bogotá, el Teatro San Martín de Tucumán, el Ramallah Cultural Palace, en Palestina, el Teatro Sheldonian de Oxford, el Palau de la Música en Barcelona, el Teatro de la Osaka International House Foundation, en Japón…

Pero el gran acontecimiento llegó en 2014, cuando una de las bandas de rock más importantes de la historia, Metallica, con ciento veinte millones de discos vendidos y nueve Grammys a sus espaldas, les contrató como teloneros para su gira por siete países de Sudamérica. El mítico grupo estadounidense de thrash rock liderado por James Hetfield se enamoró de estos jóvenes “reciclados” y compartió con ellos los más imponentes escenarios: el Parque Simón Bolívar en Bogotá, el Parque Bicentenario de Quito, el Estadio Do Morumbi en Sao Paulo, el Jockey Club de Asunción, el Estadio Ciudad de la Plata en Buenos Aires, el Estadio Monumental de Santiago de Chile y el Estadio Nacional de Lima, donde los cuarenta jóvenes músicos de Cateura, dirigidos por Favio Chávez, interpretaron “su música de la basura” —y algún clásico de Metallica reciclado, como Nothing Else Matters— ante un público enfervorizado, muy diferente al que estaban habituados y en auditorios desde luego mucho más descomunales. Doscientos cincuenta mil espectadores en total disfrutaron de la música, la simpatía y la complicidad de la Orquesta de Instrumentos Reciclados de Cateura, y para los jóvenes intérpretes aquella gira quedó marcada como una de las experiencias más impactantes de sus vidas.

Pero ni los múltiples galardones, ni el reconocimiento de instituciones y organismos internacionales, ni las exitosas giras en auditorios o estadios, ni los rendidos reportajes y artículos que les dedican a diario los medios de comunicación de todo el mundo, han apartado a esta singular orquesta de sus valores, de su camino, del suelo que pisan y sobre el que está levantado —y bien afianzado— el proyecto pedagógico y vital de Favio Chávez. No han olvidado sus orígenes ni su responsabilidad. «Fundé esta orquesta para educar y concienciar al mundo. Pero es también un mensaje social para que la gente entienda que, a pesar de que estos estudiantes viven en situación de pobreza extrema, también pueden contribuir a la sociedad. Merecen esta oportunidad». La oportunidad de sacar adelante a sus familias y comunidades. De sacar adaelante sus vidas. De ser un ejemplo vivo para miles, millones de jóvenes en todo el mundo que tampoco tienen nada, pero que, si lo desean con todas sus fuerzas, pueden llegar a cambiar su futuro. «No debemos deshacernos tan fácilmente de las cosas como tampoco debemos desechar fácilmente a las personas». Este es el poderoso mensaje, la hermosa lección que nos deja la historia de Favio Chávez y su Orquesta de Instrumentos Reciclados de Cateura.


PD. Esta historia la escribí originalmente para el tercer libro de Lo Que De Verdad Importa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario