La primera vez que vi a Neil Young fue el 25 de abril
de 1987,
en el mítico Rockódromo de la Casa de Campo. La penúltima, el 27 de junio de
2008, en Rock in Rio. En ambos conciertos lo recuerdo exactamente con el mismo
poderío, la misma vitalidad y la misma entrega; con la misma ferocidad
eléctrica de su vena más rockera, y la misma sensibilidad acústica de su lado
más country. Y, sobre todo, con las mismas
ganas. Como si por él no hubieran pasado dos décadas. Hoy sigue igual. Como si no hubieran pasado más de siete décadas desde que pisó este mundo por primera vez. Como si, haciendo honor a
su apellido, se mantuviera eternamente joven.
Y es que, arrastrar más de 70 años con esa fuerza y esas ganas de
seguir dándolo todo en cada escenario es un lujo que sólo se pueden permitir
los músicos de raza, los de verdad, los grandes. Neil Young es, junto a su amigo Bob Dylan y pocos más, el último grande vivo.
Más de 50 años en la carretera, 55 discos rebosantes de lirismo, garra,
genialidad, experimentación, compromiso, belleza, historia, muerte,
romanticismo; decenas de creaciones que se han convertido en leyenda, a lomos
de su desbocada guitarra eléctrica (su amada “Old Black”) o acariciando la
acústica cuando su inspiración le hace transitar por los viejos caminos del
folk. Y es que el espíritu inquieto y experimental del genio canadiense ha
engrandecido todos los géneros musicales, desde el country más clásico al rock
duro, desde el blues y el soul de pata negra al jazz, la música eléctrica o el
grunge, del que es considerado el ‘padrino’.
Neil Percival Young nació en un
pueblecito de Toronto un 12 de noviembre de 1945. Inició su andadura
musical en el instituto, donde formó su primera banda, Neil Young & The Squires,
con la que interpretaba temas de los Beatles, Elvis o los Shadows en fiestas locales. Muy pronto
descubrió que su camino no pasaba por el colegio, así que abandonó los estudios
y partió hacia Winnipeg, donde empezó a componer sus primeras canciones. Pero
no fue hasta 1965, en Los Angeles, cuando comenzó la leyenda con el nacimiento
de Buffalo Springfield,
junto a su amigo Stephen
Stills y Richie Furay. Duró poco,
pero en apenas dos años de existencia nos dejó un legado repleto de joyas
imperecederas como Mr. Soul, Broken Arrow o I
Am a Child.
La leyenda se agigantó el 16 de agosto de 1969, fecha en la que
debutó uno de los grupos más grandes del universo folk-rock: Crosby, Stills, Nash & Young.
De esa colaboración surgió un disco legendario, Déjà Vu, con canciones como Woodstock, Teach Your Children, Country Girl,
Our House o Helpless,
que se convirtieron en auténticos e imperecederos himnos de toda una
generación. El choque de egos acabó minando —temporalmente— el cuarteto y Neil Young se despidió de sus anclados
compañeros, eso sí, manteniendo reuniones esporádicas cada diez años, y a
quienes en 1979 dedicó un obra maestra de sensibilidad poética y amable
cinismo, Thrasher (“Así que me aburrí y los dejé ahí —a
los ‘dinosaurios’—, sólo eran un peso muerto para mí; es mejor rodar sin ese
lastre”…).
A partir de ahí, llegaron discos magistrales, con su banda
habitual Crazy Horse o en solitario; reencontrándose con Crosby, Stills and Nash o junto a sus ‘ahijados’ musicales Pearl Jam (Mirror Ball). En el mientras
tanto, le ha dado tiempo a enterrar a amigos muertos por sobredosis, a cuidar a
su hijo Zeke nacido con parálisis cerebral, a
componer bandas sonoras, a organizar conciertos en favor de los granjeros (Farm
Aid), a clausurar los Juegos Olímpicos de Vancouver 2010, a pelearse amigablemente
con Lynyrd Skynyrd (quienes respondieron con Sweet Home Alabama a la visión esclavista del Sur que había
denunciado Young en Alabama y Southern
Man), a escribir su autobiografía íntima y familiar (Waging Heavy Peace:
A Hippie Dream) y, en fin, a recorrer Estados Unidos protestando contra la
guerra de Irak, ensalzando los coches eléctricos o atacando sin miramientos a
políticos, corporaciones y sistemas comprimidos de música (mp3).
Y, de paso, nos ha dejado grabadas a fuego decenas de canciones
inmortales como Heart of Gold,
Pocahontas, Comes a
Time. My My, Hey Hey (Out of the Blue), Like a
Hurricane, Harvest, Southern Man o Rocking
in the Free World. Su último disco de estudio (el 37º), que
salió a la luz hace un año, lleva por título The
Monsanto Years; un álbum
conceptual ‘dedicado’ a la multinacional de productos agrícolas Monsanto, que ha grabado acompañado
por la banda de los hijos de su amigo Willie
Nelson, y en el que pervive todo el talento, el poderío y el carácter de
este genio inquieto e incandescente. Con él, la leyenda continúa, porque “el rock’ n roll está aquí para
quedarse / el rock n’ roll nunca morirá”.
El lado solidario
A lo largo de estos cincuenta y pico años de carrera
incombustible, Neil Young ha realizado también una gran labor
social, especialmente en favor de los niños con minusvalías físicas y psíquicas
(como su hijo Zeke). A ellos dedica cada mes de octubre, ininterrumpidamente
desde 1986, el concierto a beneficio del Bridge School (The Bridge School
Concerts), en el que colaboran fieles amigos de la talla de Bruce Springsteen, Crosby, Stills &
Nash, Tom Petty, Elton John, Emmilou Harris, Eagles, Norah Jones, Pearl Jam o el mismísimo Bob Dylan; quien tal vez
pensaba en su colega Neil cuando compuso la mítica Forever Young (que, por cierto, sonó
maravillosamente en el legendario The
Last Waltz, donde coincidieron Dylan y Young junto a otras leyendas de la
talla de Van Morrison, Neil Diamond, Eric
Clapton, Muddy Waters y los anfitriones, The Band). Con ella me despido hasta el próximo concierto: “Que
Dios te bendiga y proteja siempre / Que construyas una escalera a las estrellas
/ y subas un peldaño cada día / Que siempre permanezcas joven / Siempre joven /
Siempre joven”. Pues eso, ¡forever Young!
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